—Probablemente —contestó Paula con ligereza—. Volvamos a la casa.
Pedro se levantó enseguida y le tendió la mano. En el camino de vuelta, a ella le habría gustado rendirse a su instinto y buscar el beso que deseaba tanto como él. Pero un beso llevaría inevitablemente a otra cosa y ella no tenía mucha resistencia con aquel hombre. Él tenía razón. Bastaba un momento para… ¿Qué? ¿Enamorarse o desearse? Fuera lo que fuera, parecía peligroso a la luz de la luna.
—Mañana terminaré mis ejercicios pronto y esperaré para nadar a que bajes tu — le dijo Pedro cuando llegaron a la casa—. Si quieres, claro.
Paula sonrió.
—Será un placer.
—Para mí también —la acompañó hasta el pie de las escaleras—. Hasta mañana, Paula.
Ella le dió las buenas noches y subió a su habitación. Estaba ya en su cama, mirando la luz de la luna que se filtraba por las persianas, cuando recordó que Roberto no le había contado todavía el peligro de su vida pasada. Miró su portátil y vaciló un momento, pero acabó por ceder a la tentación. Salió de la cama, conectó el ordenador e introdujo el nombre de él en el buscador. Un momento después miraba transfigurada la foto de un Pedro más joven y sin cicatrices. Le costó trabajo apartar la vista de su cara sonriente para leer lo que había debajo:
"Pedro Alfonso Zolezzi, el piloto de Fórmula Uno conocido como Pedro Alfonso, fue comparado muchas veces con su compatriota Ayrton Senna, que murió trágicamente en el circuito de Imola, en Italia. Pero Pedro Alfonso se retiró de las carreras después de unos pocos años de éxitos y regresó a su casa, a Brasil, justo cuando el campeonato del mundo empezaba a parecer más una probabilidad que una mera posibilidad."
Paula siguió leyendo los progresos de Pedro, cómo había ganado casi todas las carreras hasta subir a la cima. Y cómo se había hecho casi tan famoso por su estilo de vida de playboy como por su habilidad al volante. Miró tanto rato aquel rostro sonriente y atractivo que era ya tarde cuando apagó el ordenador y volvió a la cama. Apretó los labios. Con su belleza, su dinero y sus éxitos en un deporte tan lleno de glamour, había sido inevitable que se viera acosado por un desfile de actrices y modelos. Sin embargo, había renunciado a todo eso para volver a la Estancia. Se preguntó por qué. Y bien pensado, su interés por la cultura no parecía estar en consonancia con su carrera anterior. Decidió preguntarle por todo eso al día siguiente.
Cuando llegó el desayuno, Paula estaba ya vestida con pantalón corto y camiseta encima del bañador. Desayunó, tomó una toalla y salió de la casa. Corrió por los jardines hasta la piscina, donde ya había sombrillas abiertas protegiendo las tumbonas. Se quitó el pantalón y la camiseta, los dejó en el banco de hierro y alzó la cara al sol un momento antes de lanzarse al agua. Cuando había hecho dos largos, apareció Pedro con un montón de toallas y ella salió del agua sonriente.
—Buenos días.
—Buenos días, hermosa sirena. ¿Cómo estás hoy?
—Mucho mejor después de nadar. ¿No vienes?
—Iré enseguida —él le tendió un par de toallas—. Antes tomemos un poco el sol.
Paula se envolvió en una toalla grande, se secó la cara con la otra y lo siguió hasta una tumbona.
—¡Qué mañana tan hermosa!
Pedro se sentó a su lado.
—¿Has dormido bien?
—No mucho. De hecho, tengo algo que confesar. Anoche te busqué en Internet.
Él se encogió de hombros.
—Ahora mi pasado es un libro abierto para tí.
—Un pasado muy glamuroso.
—No todo era glamour —le aseguró él—. Un piloto de carreras que quiera alcanzar el éxito tiene que hacer sacrificios. Yo dediqué muchos años a eso y dejé mi casa y mi familia cuando era demasiado joven para ello.
—Eso tuvo que ser duro.
—Lo fue. Sentía una gran nostalgia de mi casa. Pero siempre que entraba en el coche y me ponía el casco antes de empezar una carrera, no quería estar en otro lugar.
—Sin embargo, renunciaste a eso en el cénit de tu carrera y volviste a casa.
—No tuve elección, Paula—él respiró con fuerza—. Mi hermano Lucas era la mano derecha de mi padre en la Estancia. Al igual que yo, había montado a caballo desde que aprendiera a andar. Pero un día que estaba fuera con el ganado en una tormenta, un relámpago asustó al caballo y lo tiró al suelo. La caída no habría sido fatal, pero el caballo lo golpeó en la cabeza con el casco, matándolo en el acto.
Paula lo miró horrorizada.
—¡Oh, Pedro, qué tragedia!
Él asintió sombrío.
—Volví a casa inmediatamente para acompañar a mis padres en su dolor y con intención de quedarme una temporada antes de volver a las carreras. Sabía que para ellos había sido muy duro dejarme seguir mi sueño y con el miedo constante a que muriera en el circuito como Senna. Sin embargo, yo no tuve accidentes graves en todos los años que corrí —frunció los labios—. La única vez que estuve a punto de morir fue volviendo a casa desde un restaurante.
—Pero eso fue porque conducía tu amiga Eliana.
—Es verdad. Pero no era amiga mía.
—¿Ya no se hablaban?
Él apretó los dientes.
Que triste todo lo que le pasó a PP pobre..
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