—Tiene treinta y algo y, si hay una esposa, no vive aquí. Adiós, por ahora.
Cuando colgó el teléfono, una sombra cayó sobe los escalones. Paula se volvió y vió que Pedro la miraba.
—Perdón, no era mi intención escuchar, pero…
—Ha oído lo que he dicho —ella se ruborizó.
Él asintió.
—¿Su amante tiene celos de que viva en mi casa?
—Estaba hablando con Juan Massey.
La cara de él se relajó un poco.
—¿Su jefe le hacía preguntas sobre mí?
—Sí. Lo siento.
—¿Por qué? Es natural que se sienta responsable de usted —Pedro se volvió hacia Jorge, que entraba con una bandeja—. Tomaré el té con usted.
Paula enarcó una ceja.
—¿Para ver lo que he hecho?
—Exactamente —asintió él.
—No es mucho. En esta fase voy con mucho cuidado.
Pedro se inclinó a inspeccionar la zona pequeña que indicaba ella.
—¿Ha fotografiado solo esta pequeña sección? —preguntó, atónito. Se sentó a su lado y miró por encima del hombro de ella—. Veo que la pintura es más clara aquí. ¿Eso es importante?
—Crucial. Juan coincide en que parece un pigmento original del siglo XVIII — Paula llenó ambas tazas de té—. ¿Quieres enviarle el cuadro a la restauradora de Juan ya o continúo hasta que tenga una idea más clara de lo que hay debajo antes de mandarlo a reparar?
—¿A reparar? —preguntó él.
Paula asintió.
—Puede que haya daños en el lienzo, quizá incluso agujeros.
Pedro palideció.
—¡Dios mío! Y en ese caso, ¿Es posible repararlo?
—¡Oh, sí! La restauradora de Juan hace milagros.
—Pero si retira esa pintura, ¿Podrá darme una opinión sobre el artista?
—Probablemente sí. Pero sería solo una opinión —le advirtió ella—. ¿Quiere que continúe?
—Sí. Me complacería mucho que siguiera hasta que ese joven nos mostrara sus verdaderos colores. Podemos posponer futuras decisiones hasta entonces —Pedro se puso en pie—. La dejo con su trabajo de detective. Cuando vuelva a hablar con el señor Massey, dígale que la única señora Alfonso que hay en mi vida es mi madre. Hace muchos años estuve casado brevemente, pero ya no.
Paula hizo una mueca.
—Lo siento.
—Tal vez me he explicado mal, Mariana no está muerta. Se divorció de mí — Pedro la miró a los ojos—. Y dígale también al señor Massey que aquí está segura. No le pasará nada en mi casa.
Paula se ruborizó y le costó recuperar la concentración en su trabajo. Y poco rato después llamó Andrés.
—¿Por qué narices no me has llamado? —quiso saber—. Supongo que sabías que estaría preocupado.
—Te puse un mensaje cuando llegué…
—Y es obvio que luego te olvidaste de mí.
—Si tan preocupado estabas, podías haberme llamado tú.
—Te tocaba llamarme a tí. Te largaste sin apenas disculparte por estropear el viaje a Glyndebourne.
Ella apretó los dientes.
—¡Por el amor de Dios, Andrés! Juan estaba enfermo y tenía que ocupar su puesto. Era una emergencia. Podemos ir a Glyndebourne en cualquier otro momento.
—Entiendo. Es obvio que Juan es mucho más importante para tí que yo.
Paula empezaba a cansarse.
—No tengo tiempo para esto.
—¡No! Por favor, no cuelgues —el tono de él se volvió conciliador de pronto—. Perdona, querida.
—Ahora no puedo hablar, tengo que seguir trabajando. Adiós —ella colgó el teléfono antes de que pudiera interrumpirla de nuevo.
Estaba tan irritada que tardó un rato en recuperar el ritmo, pero al fin empezó a trabajar con normalidad hasta que llegó Jorge cuando empezaba a decaer la luz.
—El señor Pedro dice que quizá quiera terminar ya, doctora —dijo el hombre con tacto.
Paula miró su reloj y se quitó las gafas y la mascarilla con un suspiro.
—Voy a recoger esto y cubrir el cuadro. ¿Puede hacer el favor de preguntar dónde lo guardaremos durante la noche?
—Sí, señora. Y luego vengo a por su equipo.
—El trípode y la caja de trabajo se pueden quedar aquí. Yo me llevaré la cámara y el portátil —hizo una mueca y señaló la bolsa llena de algodón—. Siento ese lío.
Él negó con la cabeza sonriente.
—No importa.
Paula guardó los disolventes, se puso las gafas y miró el cuadro con optimismo. Se prometió que al día siguiente sabría quién lo había pintado.
—Doctora Chaves—Pedro se acercó a la puerta—. Ha trabajado mucho… —se detuvo al ver el cuadro.
—No temas, sé que ahora está raro, pero le prometo que cuando haya terminado lo verá mucho mejor. ¿Dónde lo guardamos esta noche?
—En la sala. Venga, se lo mostraré.
Tomó el lienzo con tal reverencia que Paula tuvo que reprimir una sonrisa.
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