jueves, 30 de agosto de 2018

Curaste Mi Corazón: Capítulo 27

—¡Dios mío! —exclamó Juan Massey, cuando Paula llegó a la galería al día siguiente—. Tienes un aspecto terrible. Espero que no sea la gripe.

—No. Anoche hubo una fiesta de bienvenida en casa y me acosté tarde. ¿Tú estás ya recuperado del todo?

—Sí, gracias a Dios —él sonrió con calor—. Te debo una por haber ocupado mi puesto.

—Fue un placer ayudarte. ¿Dónde está ese cuadro?

A Paula le dió un vuelco el corazón al ver el cuadro. Una vez restaurado, el parecido con Pedro resultaba inconfundible.

—¿Cuándo lo vas a enviar?

—Esperaré a tener noticias del cliente —Juan la miró por encima de las gafas—. ¿Qué tal te fue con Pedro Alfonso?

—Bastante bien. Fue muy amable. Y la gente que trabaja para él también.

—Entonces no lamentas haber tenido que ir.

—No —respondió Paula, sincera—. Ha sido una experiencia interesante.

Un día de vuelta en la rutina resultó extrañamente reconfortante después de los altibajos emocionales de la última semana. Paula se absorbió de tal modo en el trabajo que Juan tuvo que recordarle que era hora de irse a casa. Corrió desde el metro por miedo a que llamara Pedro en su ausencia, pero a medida que avanza la velada esperando una llamada que no llegaba, sus sentimientos iban pasando de decepción a furia y, finalmente, a una amarga resignación. Después del accidente, Pedro había estado un tiempo sin compañía femenina y ella había llegado en el momento oportuno; eso era todo. Fue una semana muy larga. El trabajo que tanto amaba la ayudaba a que pasaran las horas del día relativamente deprisa, pero las veladas eran terribles. Laura era la única que sabía hasta qué punto. El fin de semana resultó soportable, gracias a que salió a almorzar con Diana y Sergio y el tema principal de conversación fue su viaje a Portugal. Pero aunque las veladas de la segunda semana resultaron igual de vacías que las de la primera, Katherine no se arrepintió de haber despedido a Andrés.

—Tenía que haberle dicho también que no a Pedro—comentó un día a Laura—. Y esta, Laura, es la última vez que menciono su nombre, lo prometo.

Dos semanas justas después del regreso de Paula, sonó el teléfono mientras ella cenaba sola.

—¿Paula?

La joven se puso tensa.

—¿Quién es? —preguntó, aunque lo sabía muy bien.

—Pedro.

Ella se pasó una mano por el corazón, que se había desbocado al oír su voz.

—¡Vaya, hola! Veo que llegaste bien a casa.

—Hace una semana —le informó él.

¿Una semana?

—Pareces cansado.

—Un poco. Dime, Paula, ¿Cómo estás tú?

—Muy bien. ¿Y tú? ¿La pierna soportó bien el vuelo?

—No. Fue un infierno. Cuando mi padre me vio en el aeropuerto, insistió en llevarme al hospital, donde trabajaron en ella y ha mejorado mucho, gracias a Dios.

—Me alegro por tí.

—Estuve un tiempo en el hospital. No te llamé desde allí porque no estaba nunca solo. Tengo mucho que decirte, pero no es para que lo oigan otros. Escucha.

—Te escucho.

—Tuve mucho tiempo de pensar en el hospital y también ahora, en Estancia Grande. Ya sabes que, cuando murió Lucas, mi intención era estar en la Estancia solo hasta que pudiera reanudar mi carrera. Pero el accidente cambió eso.

—¿Y ahora estás resignado a vivir en la Estancia?

—Exactamente. Siempre fue mi intención hacerlo algún día. Mi padre le ha comprado un departamento a mi madre en Porto Alegre para que, cuando yo esté lo bastante bien para hacerme cargo de todo, puedan pasar temporadas juntos en la ciudad.

—¿Y qué opinas tú de eso?

—Me alegro por ellos, pero me sentiré solo aquí. Te echo de menos —añadió con urgencia—. ¿Tú me has echado de menos?

—Me preguntaba por qué no habías llamado —admitió ella.

—¿Pensabas que ya no me importabas?

—Nunca dijiste que te importaba, Pedro.

—¿Cómo? ¿No oíste las cosas que dije cuando hacíamos el amor?

—No eran en inglés, así que asumía que eran las cosas que suelen decir los hombres.

—Pues no —dijo él con calor—. Tú dijiste que sentías algo por mí. ¿Eso también eran las cosas habituales que se dicen?

—Fueran lo que fueran, eso cambió al no tener noticias tuyas.

—¿Tú pensabas que te había olvidado al separarnos?—preguntó él.

—Algo así, sí.

—¿Cómo pudiste pensar eso? Yo nunca había sentido tanto éxtasis con ninguna mujer.

—Eso me cuesta creerlo cuando luego estás dos semanas en silencio sin decir nada —replicó ella, furiosa de pronto.

—Estás enfadada conmigo, querida —dijo él con satisfacción—. Así que todavía te importo un poco, ¿Verdad?

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