—Ya que ha salido el tema —dijo ella, sirviéndole café—, lo que ha pasado esta noche no es… no es algo habitual para mí.
—Ni para mí —le aseguró él—. Nunca había conocido un éxtasis así.
Ella sonrió.
—Seguro que eso se lo dices a todas.
—Te equivocas, Paula. No es así.
—Te pido disculpas. Solo quiero que sepas que en mí no son habituales las historias de una noche.
Él abrió un panecillo y lo llenó de jamón.
—¿Crees que te consideraré en menos por haber hecho el amor conmigo?
—Se me ha pasado por la cabeza —admitió ella—. ¿Me preparas uno de esos, por favor?
Él sonrió.
—Toma este. Yo haré otro.
—Gracias —ella mordisqueó el panecillo—. Lo que intento decir es que lo de esta noche ha sido maravilloso, único y completamente alejado de mi experiencia. Pero no volverá a ocurrir.
—¿Por qué? ¿No he sido buen amante?
Paula lo miró de hito en hito.
—¡Típica reacción masculina!
—¿Y qué? Soy un hombre, soy brasileño y gaucho. Exijo saber por qué no podemos repetir semejante placer —la miró de un modo que a ella le dió un vuelco el corazón y a continuación miró impaciente a Jorge, que se acercaba deprisa.
—Al teléfono, señor Pedro. Doña Ana.
—¿Mi madre a esta hora? —Pedro tomó su bastón y se levantó—. Con permiso, Paula. Por favor, sigue comiendo.
Ella lo observó alejarse. Se acercó a una de las columnas y se ensimismó de tal modo mirando el jardín, que se sobresaltó cuando Pedro la rodeó con sus brazos.
—Pareces triste, querida —le susurró al oído.
Ella se volvió y sonrió con valentía.
—Porque me marcho mañana. Pero me alegro de que tú también te vayas.
Él sonrió exultante.
—Nos vamos juntos. Pero no a Inglaterra.
Paula echó atrás la cabeza para mirarlo a los ojos.
—¿Qué quieres decir?
—Le he contado a mi madre nuestras aventuras y ha llamado inmediatamente a mi padre. Él ha dicho que debo irme enseguida. Es un hombre muy práctico y ha sugerido una solución muy sencilla para esta amenaza. Cierro la casa, contrato a una empresa de seguridad para que la vigile un par de semanas y doy vacaciones a Lidia y Jorge —le besó la mano—. Y ahora viene lo mejor. Mis padres te invitan a acompañarme a la Estancia, así que partimos mañana desde Lisboa. He conseguido dos billetes que habían cancelado para un vuelo a Porto Alegre.
Paula lo miró sorprendida.
—Pero yo tengo que volver al trabajo. No puedo largarme a Brasil.
—¿Por qué no? Yo pagaré por tu tiempo y el señor Massey te dará permiso.
Ella se apartó y negó con la cabeza.
—No puedes pagar por mí, Pedro. El dinero no lo arregla todo.
—En este caso puede comprarme más tiempo contigo —contestó él—. Ven conmigo. Solo dos semanas si no quieres más. Para compensarte por el estrés que te han causado estas amenazas.
—Tú no tienes la culpa de eso.
—¡Pues claro que la tengo! Eliana me vió en la boda y me consideró una presa sencilla. Nadie me obligó a subir al coche con ella, así que sé muy bien que soy responsable de lo que me pasó, pero no de que perdiera su trabajo en la tele. Y ahora busca otra vez dinero.
Paula se estremeció.
—Es bueno que te vayas a Brasil. Allí no podrá alcanzarte.
A él le brillaron los ojos.
—Pero ahora han cambiado las cosas entre nosotros, Paula. No quiero dejarte marchar. Ven conmigo a la Estancia, querida.
Ella negó con la cabeza.
—No puedo, Pedro.
Él la miró a los ojos.
—Solo te pido dos semanas... Por ahora.
Ella se soltó y se volvió a mirar al jardín. Dos semanas en Brasil eran una oferta muy tentadora. En los últimos tiempos había tenido muy pocas vacaciones. Juan probablemente estaría ya bien para tomar las riendas, ayudado por su maravillosa Judith. Una oportunidad así no se le presentaría dos veces en la vida. Apretó los labios. No podía aceptar. Aceptar los zapatos había ido contra sus principios y dos semanas en Brasil eran algo imposible. Y aunque estuviera tan loca como para ceder, después sería un infierno volver a su vida normal. Una vida sin Pedro Alfonso.
Pedro empleó todo el tiempo que siguió Paula en la Quinta en intentar persuadirla de que lo acompañara a Brasil, pero ella se mostró inamovible en su negativa. El plan para cerrar la casa se llevó a cabo con precisión militar. En cuanto la empresa de seguridad se instalara en la Quinta a la mañana siguiente, llegaría el hermano de Lidia para llevarlas a Pascoa y a ella a su casa de Braga. Jorge los llevaría a Oporto para que ella tomara el vuelo a Inglaterra y seguiría después con Pedro hasta Lisboa para que tomara el avión para Porto Alegre. Ese día, mientras Pedro se ocupaba de cancelar sus citas con el médico y el fisioterapeuta e informaba de sus intenciones a la Guarda Nacional, Paula llamó también por teléfono a Juan para decirle que volvería a trabajar el lunes y le preguntó por el Gainsborough.
—¿Cómo está ahora, jefe?
—Casi terminado. Podría alcanzar un precio interesante en una subasta, pero Alfonso está empeñado en que lo envíe a Brasil cuando esté listo —hizo una pausa—. Paula, tómate un día de descanso y vuelve al trabajo el martes. Te noto cansada. Debido a la falta de sueño, entre otras cosas.
—Hemos tenido un par de días muy animados.
—¿El cliente ha supuesto algún problema? ¿Sabías que es Pedro, el de la Fórmula Uno?
—Lo supe cuando lo busqué en Internet. ¿Por qué preguntas si ha sido un problema?
—Judith vió su foto en el ordenador y quedó muy impresionada.
—Pues yo no —mintió Paula—. Hasta el lunes.
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