A Pedro se le iluminaron los ojos.
—¿Lo has visto antes?
—Creo que sí. Desde luego, lo conozco de algo —ella suspiró frustrada—. Pero todavía no sé de qué.
Él soltó una risita.
—Ya lo descubrirás. Y dime —cambió bruscamente de tema—, ¿Ese amigo tuyo te llama todas las noches?
Paula parpadeó.
—No. Andrés no está muy contento conmigo en este momento. Cancelé una noche en la ópera con él para venir aquí y siente que le he fallado.
Pedro frunció el ceño.
—Ese hombre es un tonto.
—Estoy empezando a estar de acuerdo —ella suspiró—. Es encantador y buena compañía, pero se mostró muy insolente cuando insistí en que ayudar a James era mucho más importante que ir a la ópera.
—Entonces no te casarás con él.
—¡Cielo santo, no! —Paula lo miró atónita—. Nunca he tenido esa intención. Ni Andrés tampoco. Mi empeño en dirigir mi vida sería un grave problema para él. Y puesto que la mayoría de los hombres son como él, no veo el matrimonio en mi futuro.
Pedro asintió de mala gana.
—El matrimonio ya es bastante difícil cuando los dos quieren las mismas cosas. Cuando no es así, es un desastre. Mi esposa me suplicó que renunciara a mi modo de vida por ella. Me negué y me dejó.
—¿No le gustaba vivir en el rancho?
—No —él apartó la vista—. ¿Quieres tomar una copita de coñac?
Paula negó con la cabeza.
—No, gracias. Terminaré el té y me iré a la cama. ¿Te pongo más café o te impedirá dormir?
—Yo no duermo bien tome café o no —repuso él—. Y eso es un hecho, no autocompasión.
Ella frunció el ceño.
—¿La pierna te impide dormir?
Pedro asintió.
—Pero está mejorando. Cuando llegué aquí iba con muletas, luego con dos bastones y ahora ya solo necesito uno. Pronto caminaré sin ayuda.
—Amén —Paula se puso en pie—. Buenas noches, pues.
Él se levantó a su vez.
—Buenas noches. Que duermas bien.
Al día siguiente, Paula estaba inmersa en el trabajo e intentando pensar dónde había visto antes la cara del modelo, cuando sonó el teléfono; era Andrés.
—Ah, la esquiva doctora Chaves en persona —dijo él con sarcasmo—. Por fin te dignas contestar al teléfono.
—Había olvidado conectarlo, lo siento.
—Estaba preocupado.
—No tienes por qué, Andrés. Simplemente estoy absorta en el trabajo.
—Descubriéndole al mundo un Rembrandt perdido, supongo —comentó él con tono burlón.
—No, un Rembrandt no, pero sí algo muy interesante tanto para mi cliente como para mí. Oye, ahora estoy ocupada.
—Pues llámame luego.
—De acuerdo. ¿A las siete y media?
—Bien. Espero tu llamada.
Más tarde, Paula estaba tan impaciente por empezar con la cara del cuadro que devoró casi toda la ensalada del almuerzo sin apenas saborearla. Trabajaba con energía y sintió un gran alivio cuando identificó pinceladas inconfundibles. En el pelo del modelo empezaron a aparecer tonos más claros y ella soltó un gritito de triunfo cuando una mancha de luz en un mechón de pelo le dió la confirmación que anhelaba.
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