Al día siguiente, Pedro se quedó fuera mientras, en el club, Paula entregaba el dinero a Gustavo. Sabía que, dentro, quizá no consiguiera contenerse y la tentación de darle una palizapodría con él.
Esperó en el coche hasta que la policía se llevó a Gustavo. Todo había acabado. Ya no tenía que preocuparse de que le ocurriera nada a Paula. Entró rápidamente en el club y enseguida la vió. Ella estaba visiblemente nerviosa y quiso rodearla con los brazos, pero delante de sus empleados y de los compañeros detrabajo Paula Jen no podía hacerlo. Por lo tanto, la llevó a su casa.
—¿Quieres que te cuente cómo ha sido? —le preguntó Paula tan pronto como entraron en el ático.
—No, no quiero. Me alegro de que le hayan detenido y espero no volver a verle nunca.
—Lo mismo digo. Gracias.
—Dáselas a Fede, es él quien se ha encargado de este asunto —contestó Pedro—Vamos, siéntate, voy a servir un par de copas.
—Agua mineral con gas para mí. Tengo que ir a recoger a Joaquín a la salida del colegio.
Pedro preparó las bebidas, ambas sin alcohol, y se sentó al lado de Paula en el sofá de cuero.
—¿Por qué tienes que ir a recogerle?
—Delfina tiene una cita con unos clientes y la niñera de Joaquín no está disponible.
Maldición. Había esperado estar con ella hasta por la tarde, cuando entraran a trabajar, se había olvidado de que Paula tenía familia. Y un estilo de vida que no tenía nada que ver con el suyo.
—¿Quieres venir conmigo? A Joaquín le encantaría enseñarte sus progresos con el béisbol. En el colegio, ha estado presumiendo de conocerte y de que has sido tú quien le ha estado enseñando.
—¿Sí?
—Sí, habla mucho de tí. Delfina siente la ausencia de un hombre en nuestras vidas.
—Yo… no puedo acompañarte —contestó Pedro.
No era un hombre familiar y había llegado el momento de que Paula lo reconociera.
—De acuerdo. ¿Estás libre el sábado?
—¿Para?
—Una fiesta. Sofía está preparando una fiesta de despedida para su hermano en la playa, tiene una casa en Maratón Key. A su hermano le envían al Oriente Medio.
—¿Sofía, la del club? —preguntó Pedro.
—Sí. Mi ayudante.
—Sí, me gustaría ir. Ya me dirás a qué hora.
—Sofía tiene el sábado libre, así que estará allí todo el día.
—Podríamos ir hasta allí en el barco —sugirió Pedro.
—Estupendo. ¿Te importaría que vinieran también Delfina y Joaquín? —le preguntó Paula.
—Sinceramente, no me apetece ir con toda tu familia —contestó él con honestidad.
La familia de Paula le hacía sentirse incómodo, le hacía querer ser un hombre diferente, la clase de hombre que pudiera ofrecerle a Paula lo que ella quería, una familia propia.
Paula sacudió la cabeza.
—Está bien. Aunque no sabía que mi familia fuera tan difícil de llevar —comentó ella.
Se hizo un incómodo silencio y, al cabo de unos minutos, Paula se marchó para ir a recoger a su sobrino al colegio.
El sábado, de vuelta en el yate de Pedro después de un día muy divertido, pero de mucho ajetreo, Paula estaba tumbada con la cabeza apoyada en los muslos de Pedro. Se encontraban en la sala de estar del barco, delante de la pantalla de plasma detelevisión. Pedro estaba viendo el resumen de un partido de béisbol y ella descansaba.
—Gracias, lo he pasado muy bien —dijo ella.
En realidad, lo pasaba muy bien siempre que estaba con Pedro. Y cada vez le resultaba más difícil no confesarle que le amaba.
—Sí, ha sido un día muy divertido. No sabía que tu hermana iba a estar también en la fiesta.
—Sí, es amiga de Delfina. Gracias por llevarles a casa en el barco después de la fiesta, a pesar de que te sientes incómodo con ellos. A Joaquín le ha encantado.
—No ha sido nada.
—Ha sido mucho para Joaquín… y para Delfina.
—No sé, tengo la impresión de que no le caigo muy bien a tu hermana.
Paula lo sabía.
—Lo que pasa es que Delfina tiene miedo de que sufra —contestó ella.
Pedro apagó el televisor. Después de lo de Gustavo, comprendía que a Delfina le preocupara que alguien le hiciera daño a Paula. Y dado que él era consciente de los esfuerzos que estaba haciendo por evitar encariñarse demasiado con ella, reconocía que a Delfina quizá no le faltasen motivos de preocupación.
—¿Cómo podría yo hacerte sufrir?
—Pasamos mucho tiempo juntos, no tengo miedo a que tengas relaciones con otras mujeres a mis espaldas —contestó ella—. Además, te conozco lo suficiente para saber que, si te hubieras cansado de mí, me lo habrías dicho.
—Sí, así es. Todavía no sé qué es lo que hay entre nosotros, Paula. Esperaba que nos cansáramos el uno del otro, pero está ocurriendo todo lo contrario.
Las palabras de él le animaron y se dió cuenta de que iba a tener que confesarle lo que sentía por él. Decirle que le amaba. Y tenía el presentimiento de que Pedro le iba a confesar su amor también.
martes, 31 de julio de 2018
Pasión y Baile: Capítulo 31
Paula sacudió la cabeza. Gustavo se dió media vuelta y se alejó. Tan pronto como hubo salido del club, Pedro y los otros se acercaron a ella.
—Has estado estupenda —dijo Federico.
—¿Con lo que ha pasado se le puede arrestar ya? —preguntó Paula.
—No, no es suficiente. Tenemos que atraparle agarrando el dinero —dijo el detective Eider.
—Yo no tengo tanto dinero —interpuso Paula.
—Pero nosotros sí —respondió Nicolás— La policía le detendrá tan pronto como tome el dinero de tus manos.
—Estupendo —dijo ella. Quería que Gustavo fuera a la cárcel—. Así que… ¿Lo haremos mañana?
—Sí. Yo me encargaré del dinero —declaró Nicolás.
Nicolás y Federico se quedaron con los detectives mientras Pedro y ella volvían a la sala de ensayos.
—¿Cómo te encuentras? —le preguntó Pedro cuando se quedaron solos.
—Bien —respondió Paula, no quería hablar de lo mucho que le molestaba estar pagando aún por la equivocación de tener relaciones con Gustavo.
—Intenta no preocuparte. Le agarraremos, te lo prometo. Al oírle hablarte como lo ha hecho… No sé, me han dado ganas de estrangularle.
Paula sonrió.
—¿Por qué sonríes? —preguntó Pedro.
—Porque haces que me sienta protegida —admitió Paula.
—Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea —contestó Pedro.
—Lo sé. Aunque siento mucho que, por mi culpa, se ven metidos en esto.
—No lo sientas. Y nunca habría dejado que te enfrentaras a esto tú sola.
—Gracias —respondió Paula—. Bueno, dime, ¿Qué vas a hacer hoy?
—Tengo el torneo de golf de famosos —respondió Pedro—. ¿Vas a tener tiempo de cenar conmigo esta noche?
—No, no puedo. Sofía y yo vamos a estar con los bailarines del espectáculo para ensayar unos bailes nuevos.
—Bueno, intentaré venir al espectáculo esta noche.
—Me encantaría —dijo ella.
Cuando Pedro se marchó, tras acompañarla a la sala de ensayos, Paula cerró los ojos. La noche anterior había estado a punto de confesarle que le amaba. Sin embargo, no sabía si había llegado el momento de decírselo o si, por el contrario, ese momento no se presentaría nunca.
—Has venido pronto hoy —dijo Sofía, entrando en ese momento.
—No podía permitir que me ganaras siempre.
Sofía se echó a reír y continuaron bromeando mientras calentaban antes de la clase.
—Pareces de muy buen humor.
—Sí, lo estoy. La vida me va bien en este momento —respondió Paula.
—A mí también. Hoy he hablado con mi hermano.
—¿Cuándo se va a embarcar?
—Dentro de una semana. Vamos a hacer una fiesta en la casa de la playa este fin de semana. ¿Quieres venir?
—Es posible. ¿Podría ir acompañada?
—Sí, claro. ¿A quién quieres llevar?
—Estoy saliendo con un tipo —Paula no quería confesar que estaba saliendo con Pedro Alfonso. Hasta el momento, llevaban la relación con suma discreción.
—Bueno, cuando sepas si vienes o no, dímelo.
—Lo haré.Pasaron un rato repasando pasos de baile y también se grabaron en vídeo para que Tomás y Jesica se hicieran una idea de su estilo de baile.
Durante todo el tiempo, Paula intentó centrarse en el trabajo y no pensar en el hombre del que se estaba enamorando irremediablemente.
—Has estado estupenda —dijo Federico.
—¿Con lo que ha pasado se le puede arrestar ya? —preguntó Paula.
—No, no es suficiente. Tenemos que atraparle agarrando el dinero —dijo el detective Eider.
—Yo no tengo tanto dinero —interpuso Paula.
—Pero nosotros sí —respondió Nicolás— La policía le detendrá tan pronto como tome el dinero de tus manos.
—Estupendo —dijo ella. Quería que Gustavo fuera a la cárcel—. Así que… ¿Lo haremos mañana?
—Sí. Yo me encargaré del dinero —declaró Nicolás.
Nicolás y Federico se quedaron con los detectives mientras Pedro y ella volvían a la sala de ensayos.
—¿Cómo te encuentras? —le preguntó Pedro cuando se quedaron solos.
—Bien —respondió Paula, no quería hablar de lo mucho que le molestaba estar pagando aún por la equivocación de tener relaciones con Gustavo.
—Intenta no preocuparte. Le agarraremos, te lo prometo. Al oírle hablarte como lo ha hecho… No sé, me han dado ganas de estrangularle.
Paula sonrió.
—¿Por qué sonríes? —preguntó Pedro.
—Porque haces que me sienta protegida —admitió Paula.
—Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea —contestó Pedro.
—Lo sé. Aunque siento mucho que, por mi culpa, se ven metidos en esto.
—No lo sientas. Y nunca habría dejado que te enfrentaras a esto tú sola.
—Gracias —respondió Paula—. Bueno, dime, ¿Qué vas a hacer hoy?
—Tengo el torneo de golf de famosos —respondió Pedro—. ¿Vas a tener tiempo de cenar conmigo esta noche?
—No, no puedo. Sofía y yo vamos a estar con los bailarines del espectáculo para ensayar unos bailes nuevos.
—Bueno, intentaré venir al espectáculo esta noche.
—Me encantaría —dijo ella.
Cuando Pedro se marchó, tras acompañarla a la sala de ensayos, Paula cerró los ojos. La noche anterior había estado a punto de confesarle que le amaba. Sin embargo, no sabía si había llegado el momento de decírselo o si, por el contrario, ese momento no se presentaría nunca.
—Has venido pronto hoy —dijo Sofía, entrando en ese momento.
—No podía permitir que me ganaras siempre.
Sofía se echó a reír y continuaron bromeando mientras calentaban antes de la clase.
—Pareces de muy buen humor.
—Sí, lo estoy. La vida me va bien en este momento —respondió Paula.
—A mí también. Hoy he hablado con mi hermano.
—¿Cuándo se va a embarcar?
—Dentro de una semana. Vamos a hacer una fiesta en la casa de la playa este fin de semana. ¿Quieres venir?
—Es posible. ¿Podría ir acompañada?
—Sí, claro. ¿A quién quieres llevar?
—Estoy saliendo con un tipo —Paula no quería confesar que estaba saliendo con Pedro Alfonso. Hasta el momento, llevaban la relación con suma discreción.
—Bueno, cuando sepas si vienes o no, dímelo.
—Lo haré.Pasaron un rato repasando pasos de baile y también se grabaron en vídeo para que Tomás y Jesica se hicieran una idea de su estilo de baile.
Durante todo el tiempo, Paula intentó centrarse en el trabajo y no pensar en el hombre del que se estaba enamorando irremediablemente.
Pasión y Baile: Capítulo 30
—Por eso precisamente es por lo que yo tampoco podía dormir. Me gusta que merodeen tus brazos, Pedro, me he acostumbrado a estar contigo.
Pedro quería aconsejarle que no se apoyara en él. Que cuánto más sentían el uno por el otro, más miedo le daba no poder satisfacer las expectativas de ella. Pero no le dijo nada porque Paula eligió ese momento para abrazarle.
—¿Te apetece bailar conmigo a luz de la luna?
—No hay música —contestó Pedro.
—Da igual, cantaré yo.
—¿Sabes cantar?
—Más o menos.
Pedro lanzó una queda carcajada.
—Por si no lo sabías, tengo un equipo de música en el barco. ¿Qué música que apetece que ponga?
—¿Cuál es tu canción preferida? —le preguntó.
—Me encanta Dean Martin. Y sus canciones son perfectas para tener a una mujer en los brazos. Me gusta mucho Shine a Little Lave, de ELO.
—Jeff Lyne es el mejor. Pon algo de ELO para bailar.
—¿Ahora?
—Sí. Necesitamos algo que haga que nos olvidemos de todo. Ahí radica el poder del baile.
Y Paula comenzó a mover las caderas, tirando de él.Le acariciaba con cada movimiento que hacía, y él se sintió muy unido a ella. Cuando la canción terminó, le agarró una mano.
—Y ahora, vamos a bailar lento.
Pedro sintió las manos de ella debajo de la camisa; después, en la espalda. La sintió pegada a su cuerpo, moviéndose al ritmo de la brisa y del suave balanceo del barco. Y en ese momento supo que con quien quería estar era con ella. A pesar de los problemas y de las complicaciones que Paula le había acarreado, enriquecía su vida y le daba algo que jamás había creído poder encontrar.
—Gracias —dijo Pedro—. Por esta noche. Por bailar conmigo, aunque tienes motivos para no fiarte de ningún hombre después de lo que te ha hecho Gustavo.
Paula se puso de puntillas y le besó. Después, apoyó la cabeza en su hombro.
—Es fácil confiar en tí.
Pedro no quería defraudarle, pero tenía miedo de no ser el hombre que Paula necesitaba. Sin embargo, dejó de pensar en eso, la levantó en sus brazos, la llevó a suhabitación y la tumbó en la cama.
—¿Cansado de bailar? —le preguntó Paula.
—No. Pero quiero hacer el amor contigo.
—Me alegro.
La desnudó y se desnudó con lentitud. Le besó el cuerpo entero y la excitó hasta hacerla suplicarle que la penetrara. Estaba deseando poseerla, pero quería saborear el momento, procurar a ambos un extremo placer. Y lo logró. Cuando, por fin, la penetró, Paula alcanzó el orgasmo casi al momento y él unos pocos segundos después. Temió no poder recuperarse nunca, había sido muy intenso.Y abrazados, se sumieron en un profundo sueño.
Al día siguiente, mientras esperaba a Gustavo en la sala principal del club, Paula estaba sumamente nerviosa. Lo habían planeado todo y sabía que ella solo debía limitarse a dejar que Gustavo hablara. Pedro, Federico y Nicolás estaban muy cerca, acompañados de dosde los mejores detectives de Miami. Gracias al diseño del techo, si uno estaba en un extremo de la sala, se podía oír claramente lo que alguien decía desde el lado opuesto. Seguía el mismo principio que la galería de los susurros de la catedral de St. Paul, en Londres. La puerta se abrió y Gustavo hizo su aparición. Se acercó a ella con paso decidido.
—Ya veo que has cambiado de opinión —dijo Gustavo a modo de saludo.
—No, lo que pasa es que no estoy segura de haber entendido bien lo que me dijiste la otra noche. La música estaba demasiado alta.
—Vamos, no me vengas con esas. Sabes perfectamente lo que dije. Si no aceptas mis condiciones, les hablaré a tus jefes de tu pasado y, además, les echaré la culpa, a tí y al club, de no poder trabajar como profesor en la Pequeña Habana.
—¿Qué condiciones son esas?
—Ya que no pareces dispuesta, o no puedes, ayudarme a conseguir un trabajo de profesor en la escuela de baile, me conformaré con cien mil dólares.
—¿Qué? Yo no tengo ese dinero.
—No, pero tus jefes sí lo tienen. Y se rumorea que estás saliendo con uno de ellos…con Pedro. Aunque la otra noche, cuando vine, debería haberme dado cuenta de inmediato.
—Eso es una locura, Gustavo. No voy a poder convencer a Pedro de que me dé ese dinero.
—Espero que lo hagas —dijo Gustavo—. Por tu culpa perdí mi trabajo y mi reputación se vió dañada, Paula.
—Eso no es verdad. Tú tienes la culpa de la mala fama que te has ganado. Fuiste tú quien me invitó a salir y, sin embargo, fui yo quien cargó con toda la culpa.
—La junta directiva decidió que yo también había actuado mal. Me rebajaron de categoría, limitándome a los circuitos regionales. Yo no estoy hecho para vivir en Indiana, Paula.
—Lo siento —respondió ella con sinceridad.
—¿Y si pudiera ayudarte a conseguir un trabajo de profesor aquí?
—Es demasiado tarde. No quiero dar clases de baile. Espero que me entregues el dinero mañana.
—Intentaré…
—Paula, no lo estropees, o lo sentirás.
Pedro quería aconsejarle que no se apoyara en él. Que cuánto más sentían el uno por el otro, más miedo le daba no poder satisfacer las expectativas de ella. Pero no le dijo nada porque Paula eligió ese momento para abrazarle.
—¿Te apetece bailar conmigo a luz de la luna?
—No hay música —contestó Pedro.
—Da igual, cantaré yo.
—¿Sabes cantar?
—Más o menos.
Pedro lanzó una queda carcajada.
—Por si no lo sabías, tengo un equipo de música en el barco. ¿Qué música que apetece que ponga?
—¿Cuál es tu canción preferida? —le preguntó.
—Me encanta Dean Martin. Y sus canciones son perfectas para tener a una mujer en los brazos. Me gusta mucho Shine a Little Lave, de ELO.
—Jeff Lyne es el mejor. Pon algo de ELO para bailar.
—¿Ahora?
—Sí. Necesitamos algo que haga que nos olvidemos de todo. Ahí radica el poder del baile.
Y Paula comenzó a mover las caderas, tirando de él.Le acariciaba con cada movimiento que hacía, y él se sintió muy unido a ella. Cuando la canción terminó, le agarró una mano.
—Y ahora, vamos a bailar lento.
Pedro sintió las manos de ella debajo de la camisa; después, en la espalda. La sintió pegada a su cuerpo, moviéndose al ritmo de la brisa y del suave balanceo del barco. Y en ese momento supo que con quien quería estar era con ella. A pesar de los problemas y de las complicaciones que Paula le había acarreado, enriquecía su vida y le daba algo que jamás había creído poder encontrar.
—Gracias —dijo Pedro—. Por esta noche. Por bailar conmigo, aunque tienes motivos para no fiarte de ningún hombre después de lo que te ha hecho Gustavo.
Paula se puso de puntillas y le besó. Después, apoyó la cabeza en su hombro.
—Es fácil confiar en tí.
Pedro no quería defraudarle, pero tenía miedo de no ser el hombre que Paula necesitaba. Sin embargo, dejó de pensar en eso, la levantó en sus brazos, la llevó a suhabitación y la tumbó en la cama.
—¿Cansado de bailar? —le preguntó Paula.
—No. Pero quiero hacer el amor contigo.
—Me alegro.
La desnudó y se desnudó con lentitud. Le besó el cuerpo entero y la excitó hasta hacerla suplicarle que la penetrara. Estaba deseando poseerla, pero quería saborear el momento, procurar a ambos un extremo placer. Y lo logró. Cuando, por fin, la penetró, Paula alcanzó el orgasmo casi al momento y él unos pocos segundos después. Temió no poder recuperarse nunca, había sido muy intenso.Y abrazados, se sumieron en un profundo sueño.
Al día siguiente, mientras esperaba a Gustavo en la sala principal del club, Paula estaba sumamente nerviosa. Lo habían planeado todo y sabía que ella solo debía limitarse a dejar que Gustavo hablara. Pedro, Federico y Nicolás estaban muy cerca, acompañados de dosde los mejores detectives de Miami. Gracias al diseño del techo, si uno estaba en un extremo de la sala, se podía oír claramente lo que alguien decía desde el lado opuesto. Seguía el mismo principio que la galería de los susurros de la catedral de St. Paul, en Londres. La puerta se abrió y Gustavo hizo su aparición. Se acercó a ella con paso decidido.
—Ya veo que has cambiado de opinión —dijo Gustavo a modo de saludo.
—No, lo que pasa es que no estoy segura de haber entendido bien lo que me dijiste la otra noche. La música estaba demasiado alta.
—Vamos, no me vengas con esas. Sabes perfectamente lo que dije. Si no aceptas mis condiciones, les hablaré a tus jefes de tu pasado y, además, les echaré la culpa, a tí y al club, de no poder trabajar como profesor en la Pequeña Habana.
—¿Qué condiciones son esas?
—Ya que no pareces dispuesta, o no puedes, ayudarme a conseguir un trabajo de profesor en la escuela de baile, me conformaré con cien mil dólares.
—¿Qué? Yo no tengo ese dinero.
—No, pero tus jefes sí lo tienen. Y se rumorea que estás saliendo con uno de ellos…con Pedro. Aunque la otra noche, cuando vine, debería haberme dado cuenta de inmediato.
—Eso es una locura, Gustavo. No voy a poder convencer a Pedro de que me dé ese dinero.
—Espero que lo hagas —dijo Gustavo—. Por tu culpa perdí mi trabajo y mi reputación se vió dañada, Paula.
—Eso no es verdad. Tú tienes la culpa de la mala fama que te has ganado. Fuiste tú quien me invitó a salir y, sin embargo, fui yo quien cargó con toda la culpa.
—La junta directiva decidió que yo también había actuado mal. Me rebajaron de categoría, limitándome a los circuitos regionales. Yo no estoy hecho para vivir en Indiana, Paula.
—Lo siento —respondió ella con sinceridad.
—¿Y si pudiera ayudarte a conseguir un trabajo de profesor aquí?
—Es demasiado tarde. No quiero dar clases de baile. Espero que me entregues el dinero mañana.
—Intentaré…
—Paula, no lo estropees, o lo sentirás.
Pasión y Baile: Capítulo 29
Después de esbozar unplan que requería que ella llamara a Gustavo al día siguiente por la mañana, los hermanos de Pedro se habían ido. Pasaban unos minutos de las dos de la madrugada y Pedro no daba muestras de cansancio.
—¿Quieres pasar la noche aquí, en el barco, o prefieres que te lleve a tu casa?
—Me gustaría quedarme contigo esta noche —contestó Paula.
—A mí también —contestó Pedro, ofreciéndole otra copa de vino—. ¿Has llamado a tu hermana para contarle lo que pasa?
—No, era muy tarde ya. Aunque le he enviado un mensaje para decirle dónde estoy y evitar que se preocupe.
—Mis hermanos se enfadarían si me pasara algo y no se lo dijera —comentó Pedro.
—Mi hermana también, pero justo en este momento no puede hacer nada ynecesita dormir. Mañana se va a enfrentar al padre de Joaquín en un juicio. Y cada vez que se enfrenta a él, intenta hacer lo posible por ganar el juicio.
Pedro sacudió la cabeza.
—Lo entiendo. Debe ser duro para ella estar viéndole constantemente.
Paula asintió.
—Y lo peor es que él sigue queriendo estar con ella, lo que le pasa es que no quiere ser padre. Es difícil de entender, ¿no te parece?
—Sí, claro que me parece —contestó Pedro.
—Hablando de otra cosa, ¿Te ha llamado Gabriel para lo de la fiesta del aniversario?
—Sí. Va a venir este fin de semana, así que ya le conocerás y podrás hablar con él.
—Se me han ocurrido algunas cosas que creo que le gustarán. He estado oyendo su música.
—Bien. Pero Paula… no tenemos que hablar del club —le dijo Pedro.
—Perdona. Solo quería que supieras que, a pesar de estos problemas que tengo, quiero hacer mi trabajo bien.
Pedro se acercó a ella y le besó la frente.
—Lo sé.
—Ha sido un día muy raro. No se me había pasado por la cabeza que Gustavo pudiera presentarse en el club.
Pedro bebió otro sorbo de vino y, después, se tumbó en el banco; a continuación, la hizo tumbarse a su lado.
—¿Estás cómoda?
—Sí.
—Bien. Y volviendo a lo que has dicho, es difícil saber cómo va a reaccionar la gente. A mí me pasó algo parecido con Candela.
Paula alzó la cabeza ligeramente y le lanzó una significativa mirada.
—Candela era mi prometida.
—No sabía que hubieras estado casado…
—No llegamos a casarnos. Candela quería un jugador de los Yankees que no estuviera lesionado; por eso, cuando me lesioné, se fue con otro.
Paula sacudió la cabeza.
—Estás mejor sin ella, Pedro. No te merecía.
Pedro sonrió y la abrazó.
—No, no me merecía, pero me costó comprenderlo. Casi todos pasamos por tener relaciones así.
Paula se quedó pensativa. Incluso Delfina, con lo inteligente que era, se había enamorado de un tipo que no era como había creído que era.
—¿Por qué lo hacemos?
—No sé, aunque tengo una teoría. Que conocemos a esa gente cuando losnecesitamos en nuestras vidas. En lo que a mí se refiere, necesitaba a Candela cuando empecé a jugar porque ella me daba un motivo para que el béisbol no me absorbiera por completo. Me enseñó a relajarme y a disfrutar la vida.
Paula pensó en Gustavo.
—Gustavo hizo que viera lo que podía ser mi vida después de dejar el baile.
—Pero no has acabado de profesora de niños —dijo Pedro.
—No, he acabado de profesora de baile de ricos y famosos, no muy diferentes a los niños.
—Vaya, creo que se lo diré a Gabriel cuando vaya a recogerle al aeropuerto.
—No, por favor, no se lo digas. No creo que quisiera trabajar conmigo si se enterase de que le he llamado niño.
Pedro se echó a reír.
—Le hará gracia. Gabriel es un buen tipo, no se toma a sí mismo demasiado en serio.
—¿Cómo le conociste?
—Le conocí cuando éramos pequeños, pero dejemos eso —dijo Pedro.
—No, sigue hablando, por favor. Lo de Gustavo me ha dejado muy deprimida, me gustaría que me contaras cosas.
—De acuerdo.
Abrazándola y acariciándole el cabello, Pedro le habló de Gabriel Damien y del internado, y de los líos en los que se metieron juntos. Y ella se lo agradeció. La llevó a la cama y luego volvió a cubierta. Necesitaba estar solo un rato y pensar. Le preocupaba haber pensado en serio tener una confrontación física con Gustavo.
—¿Pedro?
Al volverse, vió a Paula apoyada en el marco de la puerta, con el cabello suelto mirándole.
—¿Sí?
—¿Por qué no vienes a la cama? —le preguntó ella al tiempo que se le acercaba.
—No podía dormir y no quería molestarte —contestó Pedro.
—¿Quieres pasar la noche aquí, en el barco, o prefieres que te lleve a tu casa?
—Me gustaría quedarme contigo esta noche —contestó Paula.
—A mí también —contestó Pedro, ofreciéndole otra copa de vino—. ¿Has llamado a tu hermana para contarle lo que pasa?
—No, era muy tarde ya. Aunque le he enviado un mensaje para decirle dónde estoy y evitar que se preocupe.
—Mis hermanos se enfadarían si me pasara algo y no se lo dijera —comentó Pedro.
—Mi hermana también, pero justo en este momento no puede hacer nada ynecesita dormir. Mañana se va a enfrentar al padre de Joaquín en un juicio. Y cada vez que se enfrenta a él, intenta hacer lo posible por ganar el juicio.
Pedro sacudió la cabeza.
—Lo entiendo. Debe ser duro para ella estar viéndole constantemente.
Paula asintió.
—Y lo peor es que él sigue queriendo estar con ella, lo que le pasa es que no quiere ser padre. Es difícil de entender, ¿no te parece?
—Sí, claro que me parece —contestó Pedro.
—Hablando de otra cosa, ¿Te ha llamado Gabriel para lo de la fiesta del aniversario?
—Sí. Va a venir este fin de semana, así que ya le conocerás y podrás hablar con él.
—Se me han ocurrido algunas cosas que creo que le gustarán. He estado oyendo su música.
—Bien. Pero Paula… no tenemos que hablar del club —le dijo Pedro.
—Perdona. Solo quería que supieras que, a pesar de estos problemas que tengo, quiero hacer mi trabajo bien.
Pedro se acercó a ella y le besó la frente.
—Lo sé.
—Ha sido un día muy raro. No se me había pasado por la cabeza que Gustavo pudiera presentarse en el club.
Pedro bebió otro sorbo de vino y, después, se tumbó en el banco; a continuación, la hizo tumbarse a su lado.
—¿Estás cómoda?
—Sí.
—Bien. Y volviendo a lo que has dicho, es difícil saber cómo va a reaccionar la gente. A mí me pasó algo parecido con Candela.
Paula alzó la cabeza ligeramente y le lanzó una significativa mirada.
—Candela era mi prometida.
—No sabía que hubieras estado casado…
—No llegamos a casarnos. Candela quería un jugador de los Yankees que no estuviera lesionado; por eso, cuando me lesioné, se fue con otro.
Paula sacudió la cabeza.
—Estás mejor sin ella, Pedro. No te merecía.
Pedro sonrió y la abrazó.
—No, no me merecía, pero me costó comprenderlo. Casi todos pasamos por tener relaciones así.
Paula se quedó pensativa. Incluso Delfina, con lo inteligente que era, se había enamorado de un tipo que no era como había creído que era.
—¿Por qué lo hacemos?
—No sé, aunque tengo una teoría. Que conocemos a esa gente cuando losnecesitamos en nuestras vidas. En lo que a mí se refiere, necesitaba a Candela cuando empecé a jugar porque ella me daba un motivo para que el béisbol no me absorbiera por completo. Me enseñó a relajarme y a disfrutar la vida.
Paula pensó en Gustavo.
—Gustavo hizo que viera lo que podía ser mi vida después de dejar el baile.
—Pero no has acabado de profesora de niños —dijo Pedro.
—No, he acabado de profesora de baile de ricos y famosos, no muy diferentes a los niños.
—Vaya, creo que se lo diré a Gabriel cuando vaya a recogerle al aeropuerto.
—No, por favor, no se lo digas. No creo que quisiera trabajar conmigo si se enterase de que le he llamado niño.
Pedro se echó a reír.
—Le hará gracia. Gabriel es un buen tipo, no se toma a sí mismo demasiado en serio.
—¿Cómo le conociste?
—Le conocí cuando éramos pequeños, pero dejemos eso —dijo Pedro.
—No, sigue hablando, por favor. Lo de Gustavo me ha dejado muy deprimida, me gustaría que me contaras cosas.
—De acuerdo.
Abrazándola y acariciándole el cabello, Pedro le habló de Gabriel Damien y del internado, y de los líos en los que se metieron juntos. Y ella se lo agradeció. La llevó a la cama y luego volvió a cubierta. Necesitaba estar solo un rato y pensar. Le preocupaba haber pensado en serio tener una confrontación física con Gustavo.
—¿Pedro?
Al volverse, vió a Paula apoyada en el marco de la puerta, con el cabello suelto mirándole.
—¿Sí?
—¿Por qué no vienes a la cama? —le preguntó ella al tiempo que se le acercaba.
—No podía dormir y no quería molestarte —contestó Pedro.
jueves, 26 de julio de 2018
Pasión y Baile: Capítulo 28
—¿Qué ha pasado? —preguntó Federico.
—¿Podrías venir a mi barco para hablar? —preguntó Pedro.
—Sí. Dentro de tres cuartos de hora estaré allí.
—Bien. Paula está conmigo. Gracias, Fede.
—¿Quieres que llame a Nico para contárselo o prefieres hacerlo tú? —preguntó Federico.
—Le llamaré yo —respondió Pedro—. Hasta dentro de un rato.
Cortó la comunicación y se volvió a Paula.
—Fede se va a reunir con nosotros dentro de cuarenta y cinco minutos en el barco.
—¿A quién más tienes que llamar?
—A Nico—contestó Pedro.
—Van a hacerse una mala opinión de mí —comentó ella—. Sé que lo que hice…
—Nadie te va a juzgar, Pau. Gustavo te ha chantajeado y ha amenazado al club, y eso no tiene nada que ver con lo que hiciste cuando bailabas.
—Siento haberte puesto en esta situación —dijo Paula—. La relación con Gustavo me salió muy cara. No quiero tener que dejar el trabajo en el Luna Azul, pero lo haré si crees que es lo mejor.
—No, no vas a dejar el club, Pau—declaró Pedro—. No te preocupes, todo se va a arreglar, ya lo verás.
Paula trató de calmarse mientras esperaban a Nicolás. Pedro le había dado una copa de vino y estaba sentada en la cubierta del barco, contemplando las estrellas, mientras Pedro y Federico hablaban. Pronto se reunieron con ella y se sentaron a su lado.
—Cuéntamelo todo, desde el principio —le dijo Federico—. Dime por qué crees que Gustavo piensa que te puede chantajear. ¿Qué tiene en contra tuya?
—¿No deberíamos esperar a que venga Nicolás? No me apetece repetirlo una y otra vez.
—No. A Nico solo le interesará saber qué vamos a hacer —respondió Federico.
Pedro se acercó más a ella y le agarró la mano en muestra de apoyo.
—Gustavo y yo tuvimos relaciones cuando yo estaba en un tour y él era juez. Pero nunca hablamos de los concursos y él jamás fue juez en ninguno de los que yo participaba.
—¿Cómo empezaron a tener relaciones? —preguntó Federico.
—¿Qué importancia tiene eso? —preguntó Pedro.
—¿Por qué no te vas a llamar a Nico? Está tardando mucho —le dijo Federico.
—No. Está bien, mantendré la boca cerrada. Pero no la machaques —dijo Pedro.
—No es eso lo que estoy haciendo —contestó Federico—. Sigue, Paula.
—Nos conocimos en una clase de baile para niños. El tour patrocina talleres de baile en las ciudades por las que pasa para despertar interés en los niños. Nos pusieron de pareja en unos talleres que duraban cinco días. Después del primer día, me invitó a cenar y descubrimos que teníamos muchas cosas en común.
—¿Cuánto duró su relación?
—Tres semanas —respondió Paula—. Tan pronto como volví a la competición, después de acostarme con él, me dí cuenta de que lo que había hecho estaba mal. Se lo dije y, a la semana siguiente, se presentó delante del comité de jueces para decirles que nos habíamos acostado y que le había seducido con el fin de conseguir una puntuación más favorable.
—¿Y qué hizo el comité?
—Nos suspendió a los dos. A Gustavo le bajaron de categoría, de juez internacional pasó a juez regional. Yo creía que podíamos presentar un recurso conjunto, y fui a hablar con él para pedirle que se retractara y que intercediera por mí… creía que era por eso por lo que había venido al club esta noche.
—Pero no es ese el caso —interpuso Pedro—. Quiere que Pau le ayude.
—Deja que lo cuente ella —dijo Federico a Pedro—. ¿Qué es lo que quiere de tí?
—No lo ha dicho. En realidad, se supone que tengo que reunirme con él dentro de dos días para comunicarle mi decisión. Quiere un trabajo en la escuela de baile de su mercado. Quiero que yo los presione para que le recomienden. Ha insinuado que si no le ayudo nos pedirá dinero a cambio.
—¿Con qué ha amenazado? —preguntó Federico.
—Ha amenazado con dañar la reputación del club en el vecindario. Si no le ayudo o no le doy dinero, va a darle mala publicidad al club.
—De acuerdo —dijo Federico—. Necesito pensar qué vamos a hacer. Dime, Paula, ¿Sabe alguien más lo de sus relaciones?
—Mi compañero de baile, Iván.
—¿Los vió juntos alguna vez? —preguntó Federico.
—Una noche que Gustavo me invitó, cenó con nosotros.
—¿Por qué no le pediste a Iván que atestiguara en tu favor? —le preguntó Federico.
—Lo hice. Y escribió una carta, pero le dijeron que, como era mi pareja de baile, su testimonio no era fiable —respondió Paula—. Iván estaba muy disgustado porque, al suspenderme a mí, se quedó sin pareja. Esa fue otra razón por la que el comité no admitió que testificara, dijeron que lo más posible era que mintiera con el fin de continuar en la competición.
Federico asintió.
—Pero los tribunales de justicia son distintos. Voy a necesitar que Iván testifique por escrito. ¿Crees que lo hará?
—Sí, estoy segura de ello —respondió Paula.
—También quiero hablar con todos los implicados en el taller de baile en el que participaste.
—Te puedo dar una lista con los nombres, pero solo disponemos de dos días — contestó ella.
—Esto no nos va a llevar nada de tiempo. Me gustaría hablar con la policía para tenderle una trampa y hacer que arresten a Gustavo por intento de chantaje —Paula se recostó en el asiento y lanzó una rápida mira a Pedro.
—¿Qué opinas tú de eso?
—Creo que es perfecto. Acabaremos con Gustavo y limpiaremos tu nombre.
—Exacto —añadió Federico—. Una vez que llegue Nico, quiero ver si está dispuesto a dejarnos poner el cebo para atraparlo en el club. Así lo controlaremos mucho mejor.
—¿Controlar, qué? —preguntó Paula.
—Alguien que sea testigo de que te está amenazando —contestó Federico.
—¿Quién está amenazando a Paula? —preguntó Nicolás, apareciendo de repente.
—Gustavo Alvarez. Y también ha amenazado al club —contestó Federico—. Voy a ponerte al corriente de lo que pasa.
—Ven conmigo a la cocina, necesito una copa —dijo Nicolás a Federico—. Pedro, no te importa, ¿Verdad?
—No, en absoluto.
Los hermanos de Pedro desaparecieron en el interior del barco y ella le miró fijamente.
—Gracias por todo lo que estás haciendo por mí.
Una vez que se quedó a solas con él, Paula no sabía qué decir.
—¿Podrías venir a mi barco para hablar? —preguntó Pedro.
—Sí. Dentro de tres cuartos de hora estaré allí.
—Bien. Paula está conmigo. Gracias, Fede.
—¿Quieres que llame a Nico para contárselo o prefieres hacerlo tú? —preguntó Federico.
—Le llamaré yo —respondió Pedro—. Hasta dentro de un rato.
Cortó la comunicación y se volvió a Paula.
—Fede se va a reunir con nosotros dentro de cuarenta y cinco minutos en el barco.
—¿A quién más tienes que llamar?
—A Nico—contestó Pedro.
—Van a hacerse una mala opinión de mí —comentó ella—. Sé que lo que hice…
—Nadie te va a juzgar, Pau. Gustavo te ha chantajeado y ha amenazado al club, y eso no tiene nada que ver con lo que hiciste cuando bailabas.
—Siento haberte puesto en esta situación —dijo Paula—. La relación con Gustavo me salió muy cara. No quiero tener que dejar el trabajo en el Luna Azul, pero lo haré si crees que es lo mejor.
—No, no vas a dejar el club, Pau—declaró Pedro—. No te preocupes, todo se va a arreglar, ya lo verás.
Paula trató de calmarse mientras esperaban a Nicolás. Pedro le había dado una copa de vino y estaba sentada en la cubierta del barco, contemplando las estrellas, mientras Pedro y Federico hablaban. Pronto se reunieron con ella y se sentaron a su lado.
—Cuéntamelo todo, desde el principio —le dijo Federico—. Dime por qué crees que Gustavo piensa que te puede chantajear. ¿Qué tiene en contra tuya?
—¿No deberíamos esperar a que venga Nicolás? No me apetece repetirlo una y otra vez.
—No. A Nico solo le interesará saber qué vamos a hacer —respondió Federico.
Pedro se acercó más a ella y le agarró la mano en muestra de apoyo.
—Gustavo y yo tuvimos relaciones cuando yo estaba en un tour y él era juez. Pero nunca hablamos de los concursos y él jamás fue juez en ninguno de los que yo participaba.
—¿Cómo empezaron a tener relaciones? —preguntó Federico.
—¿Qué importancia tiene eso? —preguntó Pedro.
—¿Por qué no te vas a llamar a Nico? Está tardando mucho —le dijo Federico.
—No. Está bien, mantendré la boca cerrada. Pero no la machaques —dijo Pedro.
—No es eso lo que estoy haciendo —contestó Federico—. Sigue, Paula.
—Nos conocimos en una clase de baile para niños. El tour patrocina talleres de baile en las ciudades por las que pasa para despertar interés en los niños. Nos pusieron de pareja en unos talleres que duraban cinco días. Después del primer día, me invitó a cenar y descubrimos que teníamos muchas cosas en común.
—¿Cuánto duró su relación?
—Tres semanas —respondió Paula—. Tan pronto como volví a la competición, después de acostarme con él, me dí cuenta de que lo que había hecho estaba mal. Se lo dije y, a la semana siguiente, se presentó delante del comité de jueces para decirles que nos habíamos acostado y que le había seducido con el fin de conseguir una puntuación más favorable.
—¿Y qué hizo el comité?
—Nos suspendió a los dos. A Gustavo le bajaron de categoría, de juez internacional pasó a juez regional. Yo creía que podíamos presentar un recurso conjunto, y fui a hablar con él para pedirle que se retractara y que intercediera por mí… creía que era por eso por lo que había venido al club esta noche.
—Pero no es ese el caso —interpuso Pedro—. Quiere que Pau le ayude.
—Deja que lo cuente ella —dijo Federico a Pedro—. ¿Qué es lo que quiere de tí?
—No lo ha dicho. En realidad, se supone que tengo que reunirme con él dentro de dos días para comunicarle mi decisión. Quiere un trabajo en la escuela de baile de su mercado. Quiero que yo los presione para que le recomienden. Ha insinuado que si no le ayudo nos pedirá dinero a cambio.
—¿Con qué ha amenazado? —preguntó Federico.
—Ha amenazado con dañar la reputación del club en el vecindario. Si no le ayudo o no le doy dinero, va a darle mala publicidad al club.
—De acuerdo —dijo Federico—. Necesito pensar qué vamos a hacer. Dime, Paula, ¿Sabe alguien más lo de sus relaciones?
—Mi compañero de baile, Iván.
—¿Los vió juntos alguna vez? —preguntó Federico.
—Una noche que Gustavo me invitó, cenó con nosotros.
—¿Por qué no le pediste a Iván que atestiguara en tu favor? —le preguntó Federico.
—Lo hice. Y escribió una carta, pero le dijeron que, como era mi pareja de baile, su testimonio no era fiable —respondió Paula—. Iván estaba muy disgustado porque, al suspenderme a mí, se quedó sin pareja. Esa fue otra razón por la que el comité no admitió que testificara, dijeron que lo más posible era que mintiera con el fin de continuar en la competición.
Federico asintió.
—Pero los tribunales de justicia son distintos. Voy a necesitar que Iván testifique por escrito. ¿Crees que lo hará?
—Sí, estoy segura de ello —respondió Paula.
—También quiero hablar con todos los implicados en el taller de baile en el que participaste.
—Te puedo dar una lista con los nombres, pero solo disponemos de dos días — contestó ella.
—Esto no nos va a llevar nada de tiempo. Me gustaría hablar con la policía para tenderle una trampa y hacer que arresten a Gustavo por intento de chantaje —Paula se recostó en el asiento y lanzó una rápida mira a Pedro.
—¿Qué opinas tú de eso?
—Creo que es perfecto. Acabaremos con Gustavo y limpiaremos tu nombre.
—Exacto —añadió Federico—. Una vez que llegue Nico, quiero ver si está dispuesto a dejarnos poner el cebo para atraparlo en el club. Así lo controlaremos mucho mejor.
—¿Controlar, qué? —preguntó Paula.
—Alguien que sea testigo de que te está amenazando —contestó Federico.
—¿Quién está amenazando a Paula? —preguntó Nicolás, apareciendo de repente.
—Gustavo Alvarez. Y también ha amenazado al club —contestó Federico—. Voy a ponerte al corriente de lo que pasa.
—Ven conmigo a la cocina, necesito una copa —dijo Nicolás a Federico—. Pedro, no te importa, ¿Verdad?
—No, en absoluto.
Los hermanos de Pedro desaparecieron en el interior del barco y ella le miró fijamente.
—Gracias por todo lo que estás haciendo por mí.
Una vez que se quedó a solas con él, Paula no sabía qué decir.
Pasión y Baile: Capítulo 27
—¿Qué ha ocurrido? Andrea, la camarera, me ha dicho que parecías estar teniendo una discusión con Gustavo. Le había pedido que te echara un ojo por si tenías problemas y necesitabas ayuda. No me fiaba del tal Gustavo. Dime, ¿Qué quería?
—No puedo hablar aquí —insistió Paula.
—Entonces, vámonos —dijo él.
Salieron del club y Pedro la condujo a su coche.
—Vamos a la playa.
—Me parece bien —respondió Paula.
Necesitaba tiempo para pensar en qué le iba a contar y cómo le iba a explicar que su pasado podía afectar el futuro de él.
—¿Quieres contármelo por el camino? —preguntó Pedro.
—No. Necesito tiempo para pensar.
—¿Tan terrible es?
—Todavía no lo sé —respondió Paula, y sacudió la cabeza.
La situación parecía bastante complicada. Andaban por la playa agarrados de la mano. Pedro esperaba que ella se diera cuenta de que estaba de su lado, quería que comprendiera que no iba a permitir que nadie le amenazara.
—¿Qué era lo que Gustavo quería?
—Creo que un trabajo y dinero, aunque no me ha dicho cuánto.
Pedro no había esperado eso. Había creído que se trataba de que Gustavo quería que Paula volviera al mundo del baile de competición.
—Vayamos por partes. ¿Qué trabajo?
—Un trabajo en la escuela de baile del mercado que ustedes han comprado.
—No vamos a tirar de nuestros contactos para que le contraten.
—Si no lo hacen, va a chantajearme con algo referente al pasado.
—¿Cómo? —preguntó Pedro.
Paula se mordió el labio inferior y apartó el rostro de él.
—No es fácil decirte esto, Pedro, pero voy a intentarlo. Hace años, cometí el error de tener relaciones con Gustavo, cuando él era juez de la Federación Internacional de Baile de Competición. Por eso es por lo que me echaron del tour que estaba haciendo y me prohibieron volver a competir.
—¿Qué?
Ella se rodeó la cintura con los brazos y continuó en voz baja:
—Sé que fue una estupidez, pero jamás le pedí ningún favor ni que hiciera trampa. Creía que teníamos mucho en común y que éramos amigos.
Pedro la estrechó contra sí, a pesar de que no le gustaba lo que estaba oyendo.
—¿Tuviste relaciones con Gustavo?
—Sí. Al verle esta noche, tenía la esperanza de que hubiera venido para ayudarme a limpiar mi nombre.
—Sin embargo, en vez de a eso, ha ido al club a pedirte dinero, ¿Es eso?
—Ha dicho que los líderes de la comunidad están en contra del club y que si no le ayudamos conseguirá haceros daño en lo que al club se refiere.
Pedro estaba enfadado. Gustavo era un idiota si pensaba que podía intimidar a una empleada del Luna Azul.
—Está bien, te diré lo que vamos a hacer… Federico no es solo un genio de las finanzas, también es abogado, el abogado de la empresa, y es muy bueno. Voy a llamarle y, con su ayuda, vamos a pararle los pies a Gustavp.
Paula se apartó de él.
—No quiero que todo el mundo se entere de que tuve relaciones con él.
—A parte de Fede, no veo por qué se va a enterar nadie más —dijo Pedro, acordándose de que Federico había ayudado a Nicolás en el pasado en un caso de acusación falsa de paternidad—. Deja que le llame. Tú no vas a ayudar a Gustavo ni a entregarle un solo céntimo, y vamos a conseguir limpiar tu nombre.
—No quiero causar ningún daño al club —dijo ella.
—No lo harás —le aseguró Pedro—. ¿Qué plazo te ha dado?
—No me ha dado un plazo. Me ha dicho que me reúna con él en el baile de competición de Hallandale y que entonces le comunique mi decisión.Eso no les dejaba mucho tiempo.
—Tenemos que reunimos con Fede lo antes posible y ver qué opina de todo esto. La verdad es que lo primero que se me ocurre es ir a buscar al tal Gutavo y darle unapaliza de muerte. Me sentiría mucho mejor, aunque no creo que arreglara nada.
Paula le sonrió.
—¿Le pegarías por mi?
—Por supuesto. No me gustan los tipos que amenazan a las mujeres.
Paula se inclinó hacia él y le besó.
—Gracias. Me has enternecido.
—De nada, cielo —contestó Pedro—. Y ahora, voy a llamar a Fede.
Paula asintió.
—Si crees que es lo mejor, adelante.
—Creo que es la única solución. Los chantajistas solo se salen con la suya cuando la víctima del chantaje se muestra dispuesta a pagarles. Tenemos que parar esto antes deque escape a nuestro control.
—Estoy de acuerdo. No quiero volver a tener nada que ver con él, no quiero verle nunca más. Estoy harta de que me fastidie.
—No te preocupes, nos encargaremos de ello —le aseguró Pedro.
Llamó a Federico por el móvil y su hermano contestó a la primera llamada.
—Tenemos que hablar.
—¿Ahora? —preguntó Federico.
—Sí. A Paula acaban de amenazarle y quiero solucionar el tema inmediatamente.
—No puedo hablar aquí —insistió Paula.
—Entonces, vámonos —dijo él.
Salieron del club y Pedro la condujo a su coche.
—Vamos a la playa.
—Me parece bien —respondió Paula.
Necesitaba tiempo para pensar en qué le iba a contar y cómo le iba a explicar que su pasado podía afectar el futuro de él.
—¿Quieres contármelo por el camino? —preguntó Pedro.
—No. Necesito tiempo para pensar.
—¿Tan terrible es?
—Todavía no lo sé —respondió Paula, y sacudió la cabeza.
La situación parecía bastante complicada. Andaban por la playa agarrados de la mano. Pedro esperaba que ella se diera cuenta de que estaba de su lado, quería que comprendiera que no iba a permitir que nadie le amenazara.
—¿Qué era lo que Gustavo quería?
—Creo que un trabajo y dinero, aunque no me ha dicho cuánto.
Pedro no había esperado eso. Había creído que se trataba de que Gustavo quería que Paula volviera al mundo del baile de competición.
—Vayamos por partes. ¿Qué trabajo?
—Un trabajo en la escuela de baile del mercado que ustedes han comprado.
—No vamos a tirar de nuestros contactos para que le contraten.
—Si no lo hacen, va a chantajearme con algo referente al pasado.
—¿Cómo? —preguntó Pedro.
Paula se mordió el labio inferior y apartó el rostro de él.
—No es fácil decirte esto, Pedro, pero voy a intentarlo. Hace años, cometí el error de tener relaciones con Gustavo, cuando él era juez de la Federación Internacional de Baile de Competición. Por eso es por lo que me echaron del tour que estaba haciendo y me prohibieron volver a competir.
—¿Qué?
Ella se rodeó la cintura con los brazos y continuó en voz baja:
—Sé que fue una estupidez, pero jamás le pedí ningún favor ni que hiciera trampa. Creía que teníamos mucho en común y que éramos amigos.
Pedro la estrechó contra sí, a pesar de que no le gustaba lo que estaba oyendo.
—¿Tuviste relaciones con Gustavo?
—Sí. Al verle esta noche, tenía la esperanza de que hubiera venido para ayudarme a limpiar mi nombre.
—Sin embargo, en vez de a eso, ha ido al club a pedirte dinero, ¿Es eso?
—Ha dicho que los líderes de la comunidad están en contra del club y que si no le ayudamos conseguirá haceros daño en lo que al club se refiere.
Pedro estaba enfadado. Gustavo era un idiota si pensaba que podía intimidar a una empleada del Luna Azul.
—Está bien, te diré lo que vamos a hacer… Federico no es solo un genio de las finanzas, también es abogado, el abogado de la empresa, y es muy bueno. Voy a llamarle y, con su ayuda, vamos a pararle los pies a Gustavp.
Paula se apartó de él.
—No quiero que todo el mundo se entere de que tuve relaciones con él.
—A parte de Fede, no veo por qué se va a enterar nadie más —dijo Pedro, acordándose de que Federico había ayudado a Nicolás en el pasado en un caso de acusación falsa de paternidad—. Deja que le llame. Tú no vas a ayudar a Gustavo ni a entregarle un solo céntimo, y vamos a conseguir limpiar tu nombre.
—No quiero causar ningún daño al club —dijo ella.
—No lo harás —le aseguró Pedro—. ¿Qué plazo te ha dado?
—No me ha dado un plazo. Me ha dicho que me reúna con él en el baile de competición de Hallandale y que entonces le comunique mi decisión.Eso no les dejaba mucho tiempo.
—Tenemos que reunimos con Fede lo antes posible y ver qué opina de todo esto. La verdad es que lo primero que se me ocurre es ir a buscar al tal Gutavo y darle unapaliza de muerte. Me sentiría mucho mejor, aunque no creo que arreglara nada.
Paula le sonrió.
—¿Le pegarías por mi?
—Por supuesto. No me gustan los tipos que amenazan a las mujeres.
Paula se inclinó hacia él y le besó.
—Gracias. Me has enternecido.
—De nada, cielo —contestó Pedro—. Y ahora, voy a llamar a Fede.
Paula asintió.
—Si crees que es lo mejor, adelante.
—Creo que es la única solución. Los chantajistas solo se salen con la suya cuando la víctima del chantaje se muestra dispuesta a pagarles. Tenemos que parar esto antes deque escape a nuestro control.
—Estoy de acuerdo. No quiero volver a tener nada que ver con él, no quiero verle nunca más. Estoy harta de que me fastidie.
—No te preocupes, nos encargaremos de ello —le aseguró Pedro.
Llamó a Federico por el móvil y su hermano contestó a la primera llamada.
—Tenemos que hablar.
—¿Ahora? —preguntó Federico.
—Sí. A Paula acaban de amenazarle y quiero solucionar el tema inmediatamente.
Pasión y Baile: Capítulo 26
Una vez que acabaron el baile de flamenco, Paula se quitó el traje y se despidió de Sofía. Tenía ganas de hablar con Gustavo. Esperaba que él, por fin, hubiera dejado de decir que ella se había acostado con él para conseguir mejor puntuación cuando él formaba parte del jurado en los concursos en los que ella participaba. No estaba segura de querer volver al mundo del baile de competición, pero quería que sureputación volviera a estar intacta. Y Gustavo era la única persona que podía ayudarla a lograrlo. Tras enterarse de que sus relaciones eran del domino público, había ido a hablar con los jueces sin decírselo a ella. Les había dicho que el sentimiento de culpa no le dejaba continuar la relación. Y aunque Gustavo no había formado parte del jurado en ninguno de los concursos enlos que ella había participado, la duda estaba sembrada. A Gustavo le habían bajado de categoría como castigo, de juez internacional habíapasado a ser juez regional. Pero había podido continuar trabajando en el baile decompetición, algo que a ella le habían vetado. Y ahora… ¿a qué había ido a verla?
Se recogió el pelo en un moño y se maquilló. Se había vestido con unos vaqueros ceñidos, sandalias y una blusa atada a la cintura. Pedro le había prometido llevarla a navegar a la bahía Vizcaína, y estaba deseando salir. Si Gustavo había ido a darle una buena noticia, podría hablarle a Pedro sobre su pasado. Salió del vestuario y se dirigió al club del ático, a la mesa en la que Gustavo estaba sentado. Éste se levantó al verla y ella le sonrió.
—Buenas noches, Gustavo. Qué sorpresa verte por aquí.
Gustavo se sentó de nuevo y ella hizo lo mismo.
—Dime, ¿A qué se debe tu visita? —preguntó Paula.
—El concurso ha venido a la ciudad.
—Pero tú no estás de juez, ¿No?
—No, no estoy de juez. He oído que presentaste un recurso contra la sentencia.
—Sí, así es. Quiero limpiar mi nombre.
—Y yo te pido que lo dejes —dijo Gustavo.
—¿Por qué? Tú no perdiste nada, pero yo sí. Quiero recuperar mi buena reputación.
—No lo vas a conseguir —repuso Gustavo—. Deberías cejar en el empeño.
—Puede que tengas razón. Pero dime, ¿A qué has venido realmente?
—Necesito tu ayuda —contestó Gustavo—. Me debes un favor.
Paula no comprendía qué inducía a Gustavo a creer que le debía nada.
—¿En qué quieres que te ayude?
—Necesito que me recomiendes como profesor de baile en la escuela de la Calle Ocho.
—¿Por qué me lo pides a mí?
—Tus jefes son los dueños del mercado donde está la escuela de baile. Si me recomiendas, no volveré a molestarte.
—¿Contarás a los miembros de la junta directiva lo que pasó realmente?
—Dejemos eso —contestó Gustavo—. Tú ya no puedes volver. El pasado te está impidiendo concentrarte en el futuro.
Eso no era verdad. Ella había cambiado de vida, pero seguía con la idea de limpiarsu nombre.
—Veré lo que puedo hacer, aunque no sé si podré ayudarte.
—Puedo hacértelo pasar mal, Paula. Podría contarle a Pedro por qué tuviste que dejar el baile de competición.
Paula negó con la cabeza.
—A Pedro no le interesa el baile.
—En fin, hazme este favor, Paula, y te dejaré en paz.
Paula lo dudaba.
—Bueno, ya veremos.
—Hazlo, Paula. Sabes que el Luna Azul tiene problemas con los líderes de la comunidad, y a mí no me da miedo acudir a mis contactos para complicarles la vida.
A Paula le pareció ridículo que Gustavo le amenazara. Podía dejar de trabajar en el club para evitar que les hiciera daño.
—Veré lo que puedo hacer.
—Haz lo que te he pedido o te pondré las cosas muy difíciles. Si no me consigues ese trabajo…
—¡Qué! No puedo garantizar que te lo den.
—Será mejor que lo consigas. Si no, vas a necesitar mucho dinero para hacer que mantenga la boca cerrada.
Gustavo se levantó de la mesa y ella se lo quedó mirando mientras se alejaba,preguntándose por qué se le había ocurrido tener relaciones con un hombre así. Carecía de principios. Pero eso no significaba que pudiera ignorar sus amenazas. Sabía que tenía que contárselo no solo a Pedro, sino también a Nicolás. El móvil le vibró en el bolsillo y, al mirar la pequeña pantalla, vió que era un mensaje de Pedro. Quería saber si estaba bien. Tragó saliva. No le apetecía contarle lo de Gustavo, pero no tenía alternativa. Le envió un mensaje diciéndole que Gustavo se había marchado y que iba a reunirse con él en el club.
—No hace falta, estoy aquí —dijo Pedro, a sus espaldas—. ¿En serio estás bien? Te veo un poco pálida.
—Mmm. ¿Podríamos ir a alguna parte a hablar?
—Sí, claro. Pero… ¿Por qué no aquí?
—Porque el club no es el lugar adecuado para hablar.
Se recogió el pelo en un moño y se maquilló. Se había vestido con unos vaqueros ceñidos, sandalias y una blusa atada a la cintura. Pedro le había prometido llevarla a navegar a la bahía Vizcaína, y estaba deseando salir. Si Gustavo había ido a darle una buena noticia, podría hablarle a Pedro sobre su pasado. Salió del vestuario y se dirigió al club del ático, a la mesa en la que Gustavo estaba sentado. Éste se levantó al verla y ella le sonrió.
—Buenas noches, Gustavo. Qué sorpresa verte por aquí.
Gustavo se sentó de nuevo y ella hizo lo mismo.
—Dime, ¿A qué se debe tu visita? —preguntó Paula.
—El concurso ha venido a la ciudad.
—Pero tú no estás de juez, ¿No?
—No, no estoy de juez. He oído que presentaste un recurso contra la sentencia.
—Sí, así es. Quiero limpiar mi nombre.
—Y yo te pido que lo dejes —dijo Gustavo.
—¿Por qué? Tú no perdiste nada, pero yo sí. Quiero recuperar mi buena reputación.
—No lo vas a conseguir —repuso Gustavo—. Deberías cejar en el empeño.
—Puede que tengas razón. Pero dime, ¿A qué has venido realmente?
—Necesito tu ayuda —contestó Gustavo—. Me debes un favor.
Paula no comprendía qué inducía a Gustavo a creer que le debía nada.
—¿En qué quieres que te ayude?
—Necesito que me recomiendes como profesor de baile en la escuela de la Calle Ocho.
—¿Por qué me lo pides a mí?
—Tus jefes son los dueños del mercado donde está la escuela de baile. Si me recomiendas, no volveré a molestarte.
—¿Contarás a los miembros de la junta directiva lo que pasó realmente?
—Dejemos eso —contestó Gustavo—. Tú ya no puedes volver. El pasado te está impidiendo concentrarte en el futuro.
Eso no era verdad. Ella había cambiado de vida, pero seguía con la idea de limpiarsu nombre.
—Veré lo que puedo hacer, aunque no sé si podré ayudarte.
—Puedo hacértelo pasar mal, Paula. Podría contarle a Pedro por qué tuviste que dejar el baile de competición.
Paula negó con la cabeza.
—A Pedro no le interesa el baile.
—En fin, hazme este favor, Paula, y te dejaré en paz.
Paula lo dudaba.
—Bueno, ya veremos.
—Hazlo, Paula. Sabes que el Luna Azul tiene problemas con los líderes de la comunidad, y a mí no me da miedo acudir a mis contactos para complicarles la vida.
A Paula le pareció ridículo que Gustavo le amenazara. Podía dejar de trabajar en el club para evitar que les hiciera daño.
—Veré lo que puedo hacer.
—Haz lo que te he pedido o te pondré las cosas muy difíciles. Si no me consigues ese trabajo…
—¡Qué! No puedo garantizar que te lo den.
—Será mejor que lo consigas. Si no, vas a necesitar mucho dinero para hacer que mantenga la boca cerrada.
Gustavo se levantó de la mesa y ella se lo quedó mirando mientras se alejaba,preguntándose por qué se le había ocurrido tener relaciones con un hombre así. Carecía de principios. Pero eso no significaba que pudiera ignorar sus amenazas. Sabía que tenía que contárselo no solo a Pedro, sino también a Nicolás. El móvil le vibró en el bolsillo y, al mirar la pequeña pantalla, vió que era un mensaje de Pedro. Quería saber si estaba bien. Tragó saliva. No le apetecía contarle lo de Gustavo, pero no tenía alternativa. Le envió un mensaje diciéndole que Gustavo se había marchado y que iba a reunirse con él en el club.
—No hace falta, estoy aquí —dijo Pedro, a sus espaldas—. ¿En serio estás bien? Te veo un poco pálida.
—Mmm. ¿Podríamos ir a alguna parte a hablar?
—Sí, claro. Pero… ¿Por qué no aquí?
—Porque el club no es el lugar adecuado para hablar.
Pasión y Baile: Capítulo 25
Ella apoyó la cabeza en su pecho, justo sobre su corazón, y lo oyó latir. Pedro le pasó las manos por la espalda, de arriba abajo, hasta posarlas en suscaderas. Sintió la erección de él, pulsante, contra su sexo. Alzó la mirada, Pedro bajó lacabeza y la besó. La lengua de él saboreó la suya, y Paula se olvidó de todo lo demás. Los brazos de Pedro volvían a rodearla, tal y como había soñado que ocurriera desde cuando sedespidieron a la entrada de su casa.
Pedro se apoyó en la mesa del despacho y tiró de ella hacia sí mientras continuabaacariciándole el cuerpo. Ella le devolvió las caricias, sin conseguir saciarse. Quería más. Quería desnudarse, sentir la piel de él… Bajó una mano y le acarició el miembro por encima de los pantalones y, entonces,le cubrió con la mano. Él separó las piernas. Ella jugueteó con él, acariciándole con una mano sola; porfin, ayudándose de la otra, le bajó la cremallera. Le subió la falda por las piernas, despacio; después, le agarró las nalgas y se lasacarició por encima de las bragas.
Después de haberle abierto la bragueta, Jen le acarició el duro miembro, queendureció aún más con las caricias. Pedro se volvió, la levantó y la sentó en el escritorio, tirando sin querer un bote de lápices y bolígrafos. Paula le miró fijamente a los ojos y vió que el deseo le había dilatado las pupilas. También estaba sonrojado mientras le subía la blusa. Sintió las manos de él en el vientre y más arriba, en los pechos. Paula se agachó para terminar de bajarle los pantalones y los calzoncillos. Después,acarició el duro y engordado miembro.
Pedro le susurró su pasión, lo mucho que la deseaba. Y, entonces, le sintió entre las piernas. Le rodeó la cintura con un brazo y la levantó ligeramente para bajarle las bragas. Después, con impaciencia, le puso las manos en los muslos y le separó las piernas… La penetró hasta dentro. La poseyó completamente, con frenéticos empellones. Al alcanzar el clímax, ella abrió la boca para pronunciar el nombre de Pedro, pero él la besó, capturando el sonido. Le embistió un par de veces más y se corrió, llenándola con su esencia. Ella se abrazó a él y apoyó la cabeza en su hombro.
—¡Menudo beso nos hemos dado! —exclamó Pedro con ironía.
Paula le sonrió.
—Esa puerta da a un baño, por si quieres.
—Con otro hombre, ahora tendría vergüenza.
—¿Pero conmigo no?
Paula sacudió la cabeza.
—Contigo, todo parece de lo más natural.
—Me alegro —respondió Pedro, asintiendo.
Paula fue al cuarto de baño y se secó con la toalla de las manos. Tenía el cabello revuelto y los labios hinchados. A pesar de haberse estirado la ropa, no se necesitaba ser un genio para adivinar lo que había estado haciendo en el despacho. Pero no le importaba.
Pedro era un hombre que vivía la vida con pasión. Durante mucho tiempo, ella había dedicado toda la energía que poseía al baile, pero había llegado el momento de vivir en el mundo real. Las semanas siguientes se le pasaron volando. No se arrepentía de estar saliendo con Paula; en realidad, estaba resultando ser una de las mejores decisiones que habíatomado en su vida. Estaba descubriendo que no necesitaba salir con mujeres famosaspara que su foto apareciera en las revistas. De hecho, empezaba a darse cuenta de que muchos de sus famosos amigos se habían casado y no echaban de menos la vida de solteros. Le gustaba estar con ella , aunque pensar en el futuro seguía poniéndole un poco nervioso. Y aún no sabía por qué Paula había tenido que dejar el baile de competición. Por eso, cuando Gustavo Alvarez apareció un día a primeras horas de la tarde en el Luna Azul y preguntó por Paula, a él le pareció estar cerca de descubrir lo que había pasado.
—Está dando clase ahora —dijo Pedro bajo el cielo de cristal de Chihuly.
—Esperaré entonces —respondió Gustavo.
Gustavo no era muy alto, pero sí delgado. Iba bien vestido y parecía tener unos cuarenta y pocos años.
—Subamos al club del ático. Paula va a salir ahí con su grupo dentro de un rato.
—¿Quién es usted?
—Soy Pedro Alfonso, este club es de mis hermanos y mío. ¿Y usted es…?
—Gustavo Alvarez. Bailarín de fama mundial.
Y sumamente presumido, pensó Pedro.
—Por eso conoce a Paula, ¿No?
—Sí, del baile. ¿Ha oído hablar de mí?
Pedro negó con la cabeza.
—No sé gran cosa del baile de competición. A mí me tira más el deporte.
Tras una leve mueca de desagrado, Gustavo dijo:
—Está bien, iré con usted a esperar a Paula.
Pedro le guió hasta el club del ático y tomaron asiento.
—¿Le apetece algo de beber?
—Un whisky con hielo.
Pedro, con un gesto, llamó la atención de una camarera y le pidió las bebidas.
—¿Vive usted aquí?
—No. He venido para participar en un concurso de baile y se me ha ocurrido pasarme a saludar a Paula.
Pedro se alegró al oír los familiares acordes de Mambo número cinco y, al momento,vió a Paula y a sus alumnos saliendo a la pista de baile. Miró en su dirección; pero al ver con quién estaba, se le desvaneció la sonrisa. Pedro miró a Gustavo y notó su expresión de satisfacción. Y tuvo la impresión de que se había propuesto disgustar a Paula y le alegraba haberlo conseguido. Contuvo las ganas de dar un puñetazo a ese hombre.
—¿A qué ha venido? —le preguntó Pedro.
—Ya se lo he dicho, a ver a Paula. Tenemos un asunto pendiente —contestó Gustavo.
—Me parece que no. De hecho, sé que Paula ha dejado ese mundo atrás, definitivamente.
—¿En serio? ¿No será, por el contrario, que ese mundo la ha dejado a ella? — respondió Gustavo.
—Sea como sea, Paula ya no tiene nada que ver con todo eso —declaró Pedro—. Me parece que debería marcharse.
—Antes tengo que hablar con ella —respondió Gustavo—. Váyase y déjeme solo si quiere.
Y eso fue lo que Pedro hizo. Se acercó a la pista de baile y esperó a que Paula acabara su clase. Sabía que, en poco tiempo, Paula tenía que ir a cambiarse, a ponerse el vestido de flamenco para el espectáculo con Sofía; sin embargo, aquello no podía esperar,tenía que hablar con ella. Cuando acabó la clase, fue rápidamente al vestuario.
—¿Quién es Gustavo y qué significa para tí? —le preguntó Pedro, ya que estaban solos.
—Era… ahora no puedo hablar de ello, no tengo tiempo para explicártelo. Digamos que es por él por lo que no puedo participar en el baile de competición.
—Voy a llamar a los de seguridad para que le echen —declaró Pedro.
Pedro se volvió para ir a ver a Javier, pero Paula le puso una mano en el brazo para retenerle.
—Espera. Quiero saber a qué ha venido. Quizá pueda ayudarme a que revoquen la sentencia.
A Pedrono le gustaba que Paula hablara con ese hombre, tampoco le gustaba que Gustavo pudiera ayudarla ni que ella volviera al mundo del baile de competición.
—Creía que estabas contenta con el cambio de vida.
—Y así es. Pero quiero ver qué quiere decirme.
—De acuerdo. Avísame si me necesitas. Voy a bajar al club principal.
—Pedro, no tienes de qué preocuparte. Solo quiero saber a qué ha venido, nada más.
Él asintió.
—Lo comprendo. Envíame un mensaje cuando se haya marchado y me reuniré contigo.
—Lo haré —respondió Paula, y le dió un beso.
Pedro se apoyó en la mesa del despacho y tiró de ella hacia sí mientras continuabaacariciándole el cuerpo. Ella le devolvió las caricias, sin conseguir saciarse. Quería más. Quería desnudarse, sentir la piel de él… Bajó una mano y le acarició el miembro por encima de los pantalones y, entonces,le cubrió con la mano. Él separó las piernas. Ella jugueteó con él, acariciándole con una mano sola; porfin, ayudándose de la otra, le bajó la cremallera. Le subió la falda por las piernas, despacio; después, le agarró las nalgas y se lasacarició por encima de las bragas.
Después de haberle abierto la bragueta, Jen le acarició el duro miembro, queendureció aún más con las caricias. Pedro se volvió, la levantó y la sentó en el escritorio, tirando sin querer un bote de lápices y bolígrafos. Paula le miró fijamente a los ojos y vió que el deseo le había dilatado las pupilas. También estaba sonrojado mientras le subía la blusa. Sintió las manos de él en el vientre y más arriba, en los pechos. Paula se agachó para terminar de bajarle los pantalones y los calzoncillos. Después,acarició el duro y engordado miembro.
Pedro le susurró su pasión, lo mucho que la deseaba. Y, entonces, le sintió entre las piernas. Le rodeó la cintura con un brazo y la levantó ligeramente para bajarle las bragas. Después, con impaciencia, le puso las manos en los muslos y le separó las piernas… La penetró hasta dentro. La poseyó completamente, con frenéticos empellones. Al alcanzar el clímax, ella abrió la boca para pronunciar el nombre de Pedro, pero él la besó, capturando el sonido. Le embistió un par de veces más y se corrió, llenándola con su esencia. Ella se abrazó a él y apoyó la cabeza en su hombro.
—¡Menudo beso nos hemos dado! —exclamó Pedro con ironía.
Paula le sonrió.
—Esa puerta da a un baño, por si quieres.
—Con otro hombre, ahora tendría vergüenza.
—¿Pero conmigo no?
Paula sacudió la cabeza.
—Contigo, todo parece de lo más natural.
—Me alegro —respondió Pedro, asintiendo.
Paula fue al cuarto de baño y se secó con la toalla de las manos. Tenía el cabello revuelto y los labios hinchados. A pesar de haberse estirado la ropa, no se necesitaba ser un genio para adivinar lo que había estado haciendo en el despacho. Pero no le importaba.
Pedro era un hombre que vivía la vida con pasión. Durante mucho tiempo, ella había dedicado toda la energía que poseía al baile, pero había llegado el momento de vivir en el mundo real. Las semanas siguientes se le pasaron volando. No se arrepentía de estar saliendo con Paula; en realidad, estaba resultando ser una de las mejores decisiones que habíatomado en su vida. Estaba descubriendo que no necesitaba salir con mujeres famosaspara que su foto apareciera en las revistas. De hecho, empezaba a darse cuenta de que muchos de sus famosos amigos se habían casado y no echaban de menos la vida de solteros. Le gustaba estar con ella , aunque pensar en el futuro seguía poniéndole un poco nervioso. Y aún no sabía por qué Paula había tenido que dejar el baile de competición. Por eso, cuando Gustavo Alvarez apareció un día a primeras horas de la tarde en el Luna Azul y preguntó por Paula, a él le pareció estar cerca de descubrir lo que había pasado.
—Está dando clase ahora —dijo Pedro bajo el cielo de cristal de Chihuly.
—Esperaré entonces —respondió Gustavo.
Gustavo no era muy alto, pero sí delgado. Iba bien vestido y parecía tener unos cuarenta y pocos años.
—Subamos al club del ático. Paula va a salir ahí con su grupo dentro de un rato.
—¿Quién es usted?
—Soy Pedro Alfonso, este club es de mis hermanos y mío. ¿Y usted es…?
—Gustavo Alvarez. Bailarín de fama mundial.
Y sumamente presumido, pensó Pedro.
—Por eso conoce a Paula, ¿No?
—Sí, del baile. ¿Ha oído hablar de mí?
Pedro negó con la cabeza.
—No sé gran cosa del baile de competición. A mí me tira más el deporte.
Tras una leve mueca de desagrado, Gustavo dijo:
—Está bien, iré con usted a esperar a Paula.
Pedro le guió hasta el club del ático y tomaron asiento.
—¿Le apetece algo de beber?
—Un whisky con hielo.
Pedro, con un gesto, llamó la atención de una camarera y le pidió las bebidas.
—¿Vive usted aquí?
—No. He venido para participar en un concurso de baile y se me ha ocurrido pasarme a saludar a Paula.
Pedro se alegró al oír los familiares acordes de Mambo número cinco y, al momento,vió a Paula y a sus alumnos saliendo a la pista de baile. Miró en su dirección; pero al ver con quién estaba, se le desvaneció la sonrisa. Pedro miró a Gustavo y notó su expresión de satisfacción. Y tuvo la impresión de que se había propuesto disgustar a Paula y le alegraba haberlo conseguido. Contuvo las ganas de dar un puñetazo a ese hombre.
—¿A qué ha venido? —le preguntó Pedro.
—Ya se lo he dicho, a ver a Paula. Tenemos un asunto pendiente —contestó Gustavo.
—Me parece que no. De hecho, sé que Paula ha dejado ese mundo atrás, definitivamente.
—¿En serio? ¿No será, por el contrario, que ese mundo la ha dejado a ella? — respondió Gustavo.
—Sea como sea, Paula ya no tiene nada que ver con todo eso —declaró Pedro—. Me parece que debería marcharse.
—Antes tengo que hablar con ella —respondió Gustavo—. Váyase y déjeme solo si quiere.
Y eso fue lo que Pedro hizo. Se acercó a la pista de baile y esperó a que Paula acabara su clase. Sabía que, en poco tiempo, Paula tenía que ir a cambiarse, a ponerse el vestido de flamenco para el espectáculo con Sofía; sin embargo, aquello no podía esperar,tenía que hablar con ella. Cuando acabó la clase, fue rápidamente al vestuario.
—¿Quién es Gustavo y qué significa para tí? —le preguntó Pedro, ya que estaban solos.
—Era… ahora no puedo hablar de ello, no tengo tiempo para explicártelo. Digamos que es por él por lo que no puedo participar en el baile de competición.
—Voy a llamar a los de seguridad para que le echen —declaró Pedro.
Pedro se volvió para ir a ver a Javier, pero Paula le puso una mano en el brazo para retenerle.
—Espera. Quiero saber a qué ha venido. Quizá pueda ayudarme a que revoquen la sentencia.
A Pedrono le gustaba que Paula hablara con ese hombre, tampoco le gustaba que Gustavo pudiera ayudarla ni que ella volviera al mundo del baile de competición.
—Creía que estabas contenta con el cambio de vida.
—Y así es. Pero quiero ver qué quiere decirme.
—De acuerdo. Avísame si me necesitas. Voy a bajar al club principal.
—Pedro, no tienes de qué preocuparte. Solo quiero saber a qué ha venido, nada más.
Él asintió.
—Lo comprendo. Envíame un mensaje cuando se haya marchado y me reuniré contigo.
—Lo haré —respondió Paula, y le dió un beso.
martes, 24 de julio de 2018
Pasión y Baile: Capítulo 24
En el momento de verle, Paula le había deseado. El hecho de que Pedro no hubiera dejado de mirarla durante la reunión, no había ayudado. Creía haber visto arrepentimiento y deseo en la mirada de él, aunque sabía que eso solo se debía a que era lo que quería ver, nada más. Se estaba engañando a sí misma. Era su imaginación. ¿Acaso no había aprendido la lección, después de que su relación con Gustavo hubiera sido la causa de que le prohibieran volver a participar en el baile de competición? ¿Iba a ser una de esas mujeres que siempre se equivocaban en lo tocante a loshombres?
—Gracias por acceder a reunirte conmigo —dijo él.
—¿Tenía otra alternativa?—preguntó Paula.
Pedro arqueó una ceja, mirándola.
—Sí, la tenías.
—Lo sé. Es que hoy no estoy en mis cabales. Dime qué clase de baile crees que deberíamos montar para acompañar a Gabriel. Solo he oído un par de canciones de él por la radio, no estoy familiarizada con su música. ¿Crees que podríamos conseguir que viniera a ensayar con nosotros?
—Antes de hablar del trabajo, preferiría que habláramos de nosotros.
—¿Qué es lo que tenemos que hablar? Nos enrollamos una noche y salimos un día,ya está.
Pedro sacudió la cabeza.
—No nos enrollamos solamente. Lo que hay entre nosotros no es tan superficial y tú no eres la clase de chica que se enrolla y ya está.
—Eso no importa, lo que importa es que tú sí eres esa clase de hombre.
—Has visto la foto de Analía y yo, ¿Verdad?
—Sí, la he visto. Pero no me ha sorprendido, sé muy bien la clase de relaciones que tú tienes.
Pedro se acercó a la ventana.
—No quiero que pienses que no significas nada para mí —dijo él, sin saber qué estaba viendo realmente, pero consciente de que, en esos momentos, no quería mirarla a la cara.
—No lo hago. Creo que, la otra noche, no nos comportamos como solemos hacerlo y por eso pudimos conectar. Pero… no quiero que, por tí, tenga que irme de este lugar.Vivo aquí, estoy empezando una nueva vida y me gusta y necesito el trabajo quetengo.
Pedro se volvió de cara a ella.
—Entendido. Hoy, durante la reunión, me he dado cuenta de que quiero de tí másde lo que suponía. Bueno, no, la verdad es que lo sé desde el principio, pero tenía miedo de que no fueras la mujer que creía que eras.
—¿Cómo crees que soy?
—Creo que eres una persona que se preocupa de la gente que le rodea. Sé que, laotra noche, no estabas conmigo por mis amigos ni mis contactos. Y eso es algo a lo que no estoy acostumbrado.
—Eso lo entiendo, Pedro. Pero no estoy segura de lo que quieres de mí —dijo ella.
—Quiero salir contigo. Quiero conocerte mejor y ver si hay algo más entre los dos,a parte de la atracción sexual.
Paula asintió.
—Te agradezco la sinceridad.
—No voy a mentirte, Paula. Sé que habrá momentos en los que tenga que salir con otras mujeres y que nuestras fotos aparecerán en las revistas, pero eso son gajes del oficio, publicidad que el club necesita. ¿Podrás soportarlo?
Paula ladeó la cabeza y se lo quedó mirando.
—Puede que sí. No me importa que salgas con otras por esos motivos, pero no quiero que me tomes el pelo. Si vamos a salir juntos, para mí es imprescindible que seas monógamo. No estoy dispuesta a formar parte de tu harén.
Pedro la sorprendió al lanzar una carcajada.
—No tengo un harén, Pau. Nunca he tenido un harén. Lo único que he querido ha sido divertirme, y creo que tú y yo podemos divertirnos mucho juntos.
—De acuerdo —dijo ella—. Yo tampoco estoy en un momento como para tener relaciones serias, pero me gustas.
Pedro se acercó a ella.
—Perfecto. ¿Sellamos el trato?
—¿Qué? ¿Cómo?
—Con un beso —respondió él.
Paula le sonrió y, por primera vez ese día, se sintió feliz. Había temido no volver a encontrarse en los brazos de Pedro y se alegraba de estar ahí otra vez.
—Gracias por acceder a reunirte conmigo —dijo él.
—¿Tenía otra alternativa?—preguntó Paula.
Pedro arqueó una ceja, mirándola.
—Sí, la tenías.
—Lo sé. Es que hoy no estoy en mis cabales. Dime qué clase de baile crees que deberíamos montar para acompañar a Gabriel. Solo he oído un par de canciones de él por la radio, no estoy familiarizada con su música. ¿Crees que podríamos conseguir que viniera a ensayar con nosotros?
—Antes de hablar del trabajo, preferiría que habláramos de nosotros.
—¿Qué es lo que tenemos que hablar? Nos enrollamos una noche y salimos un día,ya está.
Pedro sacudió la cabeza.
—No nos enrollamos solamente. Lo que hay entre nosotros no es tan superficial y tú no eres la clase de chica que se enrolla y ya está.
—Eso no importa, lo que importa es que tú sí eres esa clase de hombre.
—Has visto la foto de Analía y yo, ¿Verdad?
—Sí, la he visto. Pero no me ha sorprendido, sé muy bien la clase de relaciones que tú tienes.
Pedro se acercó a la ventana.
—No quiero que pienses que no significas nada para mí —dijo él, sin saber qué estaba viendo realmente, pero consciente de que, en esos momentos, no quería mirarla a la cara.
—No lo hago. Creo que, la otra noche, no nos comportamos como solemos hacerlo y por eso pudimos conectar. Pero… no quiero que, por tí, tenga que irme de este lugar.Vivo aquí, estoy empezando una nueva vida y me gusta y necesito el trabajo quetengo.
Pedro se volvió de cara a ella.
—Entendido. Hoy, durante la reunión, me he dado cuenta de que quiero de tí másde lo que suponía. Bueno, no, la verdad es que lo sé desde el principio, pero tenía miedo de que no fueras la mujer que creía que eras.
—¿Cómo crees que soy?
—Creo que eres una persona que se preocupa de la gente que le rodea. Sé que, laotra noche, no estabas conmigo por mis amigos ni mis contactos. Y eso es algo a lo que no estoy acostumbrado.
—Eso lo entiendo, Pedro. Pero no estoy segura de lo que quieres de mí —dijo ella.
—Quiero salir contigo. Quiero conocerte mejor y ver si hay algo más entre los dos,a parte de la atracción sexual.
Paula asintió.
—Te agradezco la sinceridad.
—No voy a mentirte, Paula. Sé que habrá momentos en los que tenga que salir con otras mujeres y que nuestras fotos aparecerán en las revistas, pero eso son gajes del oficio, publicidad que el club necesita. ¿Podrás soportarlo?
Paula ladeó la cabeza y se lo quedó mirando.
—Puede que sí. No me importa que salgas con otras por esos motivos, pero no quiero que me tomes el pelo. Si vamos a salir juntos, para mí es imprescindible que seas monógamo. No estoy dispuesta a formar parte de tu harén.
Pedro la sorprendió al lanzar una carcajada.
—No tengo un harén, Pau. Nunca he tenido un harén. Lo único que he querido ha sido divertirme, y creo que tú y yo podemos divertirnos mucho juntos.
—De acuerdo —dijo ella—. Yo tampoco estoy en un momento como para tener relaciones serias, pero me gustas.
Pedro se acercó a ella.
—Perfecto. ¿Sellamos el trato?
—¿Qué? ¿Cómo?
—Con un beso —respondió él.
Paula le sonrió y, por primera vez ese día, se sintió feliz. Había temido no volver a encontrarse en los brazos de Pedro y se alegraba de estar ahí otra vez.
Pasión y Baile: Capítulo 23
Emma comenzó a esbozar el plan de acción, pero Pedro no tardó en dejar de escuchar y concentrarse únicamente en Paula: Paula tomando notas, Paula bebiendo un sorbo de agua, lanzándole una mirada asesina…
No lo comprendía, pero no quería dejar de estar con ella. Sin embargo, Paula se merecía hacer realidad sus sueños y él no era la clase de hombre con la que podía lograrlo. Pero la deseaba y, en esos momentos, lo que más le habría gustado era estar a solas con ella y hacerle el amor ahí mismo, encima de la mesa. Le atraía como no le atraía ninguna otra mujer, le despertaba una gran pasión. Pero tenía miedo de que, si se entregaba a esa pasión, acabara sintiendo algo más profundo por ella. La miró fijamente y vió los reflejos del sol en sus oscuros cabellos, y recordó la imagen de Paula en el barco. Quería volver a verla allí. No quería seguir los consejos de Nicolás, que le habían hecho creer que ella necesitaba algo más de la vida de lo que él podía ofrecerle. No era la clase de hombre que renunciaba a lo que quería y no iba a renunciar a Paula. No, de ninguna manera.
—¿Pedro?
—¿Sí?
—Emma ha preguntado quién va aparecer en el escenario principal —dijo Nicolás.
—Gabriel Damien. Va a montar un espectáculo de rap y supongo que querrá hablar con Paula para que sus bailarines formen parte de su función. Podríamos reunirnos después para hablar de esto.
Gabriel sería un éxito. Se le había comparado con Will Smith.
—Bien —contestó Nicolás—. ¿Quién más?
—Tomás Bolson y su esposa, Jesica McGree, van a venir también y van a cantar. Tienen mucho éxito en el mundo de la música country. También van a venir mis antiguos compañeros de los Yankees para montar una competición de lanzamiento de pelota.
—Estupendo —dijo Emma—. En mi opinión, como el centro de atención va a ser el Luna Azul, creo que los conciertos deberían tener lugar en el club, aunque quizá loscantantes podrían cantar una o dos canciones en la calle. Podríamos montar un escenario en la calle, si es que les parece que la comunidad nos lo permitiría.
—Federico estaba en ello —Nicolás dijo.
—He asistido a una reunión de los líderes de la comunidad y voy a tener otra con ellos hoy. Por el momento, no parecen apoyarnos en nada. Incluso han solicitado un requerimiento judicial para impedirnos reconstruir el mercado que hemos adquirido.Tengo una cita con su abogado para hablar de ello precisamente.
—Gracias, Fede—dijo Nicolás—. Javier, en cuanto al tema de seguridad, ¿Qué aconsejas?
Continuaron discutiendo temas relevantes durante un rato más. Por fin, cuando la reunión llegó a su fin y Pedro vió a Paula recoger sus papeles, se dió cuenta de que iba a marcharse a toda prisa de allí.
—Paula, ¿Tienes tiempo para hablar conmigo de la fiesta? —le preguntó Pedro—. Mi despacho está al final del pasillo.
Ella le miró y asintió.
—Buena idea —interpuso Nicolás—. Dentro de una semana, a la misma hora, quiero a todo el mundo de vuelta aquí. A partir de este momento y hasta el día de la fiesta, nos reuniremos aquí semanalmente. Gracias.
Todos se marcharon, menos Paula y él.
—No sé dónde está tu despacho —le dijo Paula, a la espera.
—Lo sé. Vamos.
Pedro la condujo a su despacho, al final del pasillo. Su secretaria les ofreció bebidas, pero Paula rechazó la invitación y él cerró la puerta.
—Se te da muy bien.
—¿El qué? —preguntó él.
—Se te da muy bien hacerle pasar un buen rato a una chica… y se acabó.
No lo comprendía, pero no quería dejar de estar con ella. Sin embargo, Paula se merecía hacer realidad sus sueños y él no era la clase de hombre con la que podía lograrlo. Pero la deseaba y, en esos momentos, lo que más le habría gustado era estar a solas con ella y hacerle el amor ahí mismo, encima de la mesa. Le atraía como no le atraía ninguna otra mujer, le despertaba una gran pasión. Pero tenía miedo de que, si se entregaba a esa pasión, acabara sintiendo algo más profundo por ella. La miró fijamente y vió los reflejos del sol en sus oscuros cabellos, y recordó la imagen de Paula en el barco. Quería volver a verla allí. No quería seguir los consejos de Nicolás, que le habían hecho creer que ella necesitaba algo más de la vida de lo que él podía ofrecerle. No era la clase de hombre que renunciaba a lo que quería y no iba a renunciar a Paula. No, de ninguna manera.
—¿Pedro?
—¿Sí?
—Emma ha preguntado quién va aparecer en el escenario principal —dijo Nicolás.
—Gabriel Damien. Va a montar un espectáculo de rap y supongo que querrá hablar con Paula para que sus bailarines formen parte de su función. Podríamos reunirnos después para hablar de esto.
Gabriel sería un éxito. Se le había comparado con Will Smith.
—Bien —contestó Nicolás—. ¿Quién más?
—Tomás Bolson y su esposa, Jesica McGree, van a venir también y van a cantar. Tienen mucho éxito en el mundo de la música country. También van a venir mis antiguos compañeros de los Yankees para montar una competición de lanzamiento de pelota.
—Estupendo —dijo Emma—. En mi opinión, como el centro de atención va a ser el Luna Azul, creo que los conciertos deberían tener lugar en el club, aunque quizá loscantantes podrían cantar una o dos canciones en la calle. Podríamos montar un escenario en la calle, si es que les parece que la comunidad nos lo permitiría.
—Federico estaba en ello —Nicolás dijo.
—He asistido a una reunión de los líderes de la comunidad y voy a tener otra con ellos hoy. Por el momento, no parecen apoyarnos en nada. Incluso han solicitado un requerimiento judicial para impedirnos reconstruir el mercado que hemos adquirido.Tengo una cita con su abogado para hablar de ello precisamente.
—Gracias, Fede—dijo Nicolás—. Javier, en cuanto al tema de seguridad, ¿Qué aconsejas?
Continuaron discutiendo temas relevantes durante un rato más. Por fin, cuando la reunión llegó a su fin y Pedro vió a Paula recoger sus papeles, se dió cuenta de que iba a marcharse a toda prisa de allí.
—Paula, ¿Tienes tiempo para hablar conmigo de la fiesta? —le preguntó Pedro—. Mi despacho está al final del pasillo.
Ella le miró y asintió.
—Buena idea —interpuso Nicolás—. Dentro de una semana, a la misma hora, quiero a todo el mundo de vuelta aquí. A partir de este momento y hasta el día de la fiesta, nos reuniremos aquí semanalmente. Gracias.
Todos se marcharon, menos Paula y él.
—No sé dónde está tu despacho —le dijo Paula, a la espera.
—Lo sé. Vamos.
Pedro la condujo a su despacho, al final del pasillo. Su secretaria les ofreció bebidas, pero Paula rechazó la invitación y él cerró la puerta.
—Se te da muy bien.
—¿El qué? —preguntó él.
—Se te da muy bien hacerle pasar un buen rato a una chica… y se acabó.
Pasión y Baile: Capítulo 22
Paula se despertó cuando Joaquín y Delfina se preparaban para salir. Una de las ventajas de su trabajo era no tener que madrugar. Se levantó, se puso la bata y bajó las escaleras. No había tenido noticias de Pedro el día anterior, pero no le había extrañado.Ninguno de los dos sabía muy bien qué clase de relación era la suya, si se podía llamar relación.
—Buenos días, tía Pau—dijo Joaquín, y le dió un abrazo.
—Buenos días, Joaquín.
—Mamá, ya estoy listo.
—Estupendo. Ve al coche y espérame ahí, tengo que hablar un momento con la tía Pau.
Joaquín asintió y salió de la casa. Delfina se quedó en el umbral de la puerta para abrir el coche con el control remoto y poder vigilar a su hijo.
—Te he dejado el periódico para que le eches un ojo.
—Sabes que no leo el periódico —contestó Paula mirando a su hermana.
—Hoy, sí. Hay una foto de Pedro con una mujer, me parece que es alguna princesa española…
Paula asintió. Aunque sabía que no debía hacerse ilusiones respecto a él, le dolió.
—Da igual, solo somos amigos.
Delfina la abrazó.
—Si quieres que hablemos, podría volver después de dejar a Joaquín. Hoy no tengo ningún juicio.
—No, gracias. Tengo una reunión a las once en el club para hablar de la fiesta del décimo aniversario. Además, solo he salido con él una vez.
Paula no quería hablar de eso. Quería estar sola y averiguar por qué se sentía tan dolida cuando era perfectamente consciente de que Pedro no iba a dejar su vida por ella.
—No te preocupes por mí, estoy bien —añadió Paula—. Que pases un buen día.
Delfina apretó los labios.
—Sé que esto te va a doler. Es lo último que necesitabas en estos momentos —dijo Delfina disgustada.
—Delfi, déjalo. Estoy haciendo lo que puedo por mantener la calma, no me lo pongas más difícil. No quiero echarme a llorar.
Su hermana volvió a abrazarla y luego se dió media vuelta para marcharse.
—Llámame si me necesitas para algo.
—Lo haré, no te preocupes.
Paula cerró la puerta y se apoyó en ella. No quería ver la foto de Pedro con otra mujer. No quería ver la prueba de que la noche siguiente de estar con ella la había pasado con otra mujer. Pero no era una cobarde, por lo que se dirigió a la cocina y vió la taza que suhermana le había dejado al lado del periódico. Se sirvió café en la taza y, con el periódico en la mano, salió al jardín. Se sentó allado de la fuente y se llenó los pulmones con el aroma del jazmín y el hibisco. Bebió un sorbo de café, dejó la taza en el suelo y abrió el periódico…
En la foto, Pedro tenía un brazo sobre los hombros de una mujer, que reía y lemiraba como ella misma lo había hecho. Y el dolor que sintió fue profundo. Dejó el periódico y agarró la taza de café. Se puso a pasear por el jardín mientras sepreguntaba qué iba a hacer. Sofía le había dicho que los hombres divertidos soloquerían divertirse, que la única forma de enfocar la relación con ellos era reconocerque solo se trataba de divertirse, nada más. Y eso no era culpa de Pedro. Era ella quien había actuado impulsivamente. Bebió un sorbo de café. No podía dejar el trabajo y buscarse otro, no había muchos clubs de primera que necesitaran bailarinas. Y tampoco quería marcharse de Miami.
El día anterior, mientras cuidaba de Joaquín, había estado pensando que quizá abandonar el baile de competición había sido una buena cosa. Había llegado la hora de sentar la cabeza y pensar en formar una familia. Debía dejar de soñar con que Pedro iba a dejar su estilo de vida y se iba a casar con ella. Era hora de enfrentarse a la realidad y dejar de refugiarse en casa de su hermana.Debía buscar una casa y empezar a vivir su vida. Y no quería empezar una nueva vida en un lugar en el que no tenía raíces ni familiani amigos. Se negaba a que Pedro Alfonso la hiciera dejar el trabajo y su ciudad.
La noche anterior, después de la reunión con sus hermanos, Pedro había pensado en llamar a Paula, pero al final no lo hizo. Tras pensarlo mucho, había llegado a la conclusión de que tenía que romper con ella y, realmente, solo sabía una forma de hacerlo… La condesa Analía de Puaron y Bautista de la Cruz era hermana de uno de sus mejores amigos, el conde español Guillermo. Gui y unos amigos más eran propietarios de una cadena de clubs nocturnos europeos llamados Seconds. Salir con su hermana había sido algo natural, eran casi como de la familia. Sabía que no era el hombre adecuado para Paula. Ella se merecía a alguien que pudiera ofrecerle más de lo que él podía ofrecerla. Y ahí estaba, en otra reunión en la que no quería estar, tratando de comprender por qué Paula ni siquiera le miraba. Se encontraban en la sala de reuniones de las oficinas del club en el centro de Miami. Federico estaba sentado en un extremo de lamesa con su ayudante, el chef Antonio Caruso estaba sentado al otro lado de él, y eljefe de seguridad, Javier Pallson, al lado de Caruso. Había dos sillas de separación entre Paula y Javier, al otro lado de la mesa de donde se encontraba él. Conocía lo suficiente a las mujeres para saber que ella estaba enfadada con él. Y aunque era eso lo que había esperado que ocurriera al salir con Analía la noche anterior y asegurarse de que salían en los periódicos, no le gustó.
—Bueno, empecemos la reunión —dijo Nicolás al entrar en la sala.
Su ayudante, Diana, y una mujer a la que Pedro no conocía, le siguieron.
—Esta es Emma Nelson, la planificadora a la que he contratado para que nos ayude a organizar la fiesta —anunció Nicolás.
Después, le presentó a Emma a todos los allí reunidos.
—Buenos días, tía Pau—dijo Joaquín, y le dió un abrazo.
—Buenos días, Joaquín.
—Mamá, ya estoy listo.
—Estupendo. Ve al coche y espérame ahí, tengo que hablar un momento con la tía Pau.
Joaquín asintió y salió de la casa. Delfina se quedó en el umbral de la puerta para abrir el coche con el control remoto y poder vigilar a su hijo.
—Te he dejado el periódico para que le eches un ojo.
—Sabes que no leo el periódico —contestó Paula mirando a su hermana.
—Hoy, sí. Hay una foto de Pedro con una mujer, me parece que es alguna princesa española…
Paula asintió. Aunque sabía que no debía hacerse ilusiones respecto a él, le dolió.
—Da igual, solo somos amigos.
Delfina la abrazó.
—Si quieres que hablemos, podría volver después de dejar a Joaquín. Hoy no tengo ningún juicio.
—No, gracias. Tengo una reunión a las once en el club para hablar de la fiesta del décimo aniversario. Además, solo he salido con él una vez.
Paula no quería hablar de eso. Quería estar sola y averiguar por qué se sentía tan dolida cuando era perfectamente consciente de que Pedro no iba a dejar su vida por ella.
—No te preocupes por mí, estoy bien —añadió Paula—. Que pases un buen día.
Delfina apretó los labios.
—Sé que esto te va a doler. Es lo último que necesitabas en estos momentos —dijo Delfina disgustada.
—Delfi, déjalo. Estoy haciendo lo que puedo por mantener la calma, no me lo pongas más difícil. No quiero echarme a llorar.
Su hermana volvió a abrazarla y luego se dió media vuelta para marcharse.
—Llámame si me necesitas para algo.
—Lo haré, no te preocupes.
Paula cerró la puerta y se apoyó en ella. No quería ver la foto de Pedro con otra mujer. No quería ver la prueba de que la noche siguiente de estar con ella la había pasado con otra mujer. Pero no era una cobarde, por lo que se dirigió a la cocina y vió la taza que suhermana le había dejado al lado del periódico. Se sirvió café en la taza y, con el periódico en la mano, salió al jardín. Se sentó allado de la fuente y se llenó los pulmones con el aroma del jazmín y el hibisco. Bebió un sorbo de café, dejó la taza en el suelo y abrió el periódico…
En la foto, Pedro tenía un brazo sobre los hombros de una mujer, que reía y lemiraba como ella misma lo había hecho. Y el dolor que sintió fue profundo. Dejó el periódico y agarró la taza de café. Se puso a pasear por el jardín mientras sepreguntaba qué iba a hacer. Sofía le había dicho que los hombres divertidos soloquerían divertirse, que la única forma de enfocar la relación con ellos era reconocerque solo se trataba de divertirse, nada más. Y eso no era culpa de Pedro. Era ella quien había actuado impulsivamente. Bebió un sorbo de café. No podía dejar el trabajo y buscarse otro, no había muchos clubs de primera que necesitaran bailarinas. Y tampoco quería marcharse de Miami.
El día anterior, mientras cuidaba de Joaquín, había estado pensando que quizá abandonar el baile de competición había sido una buena cosa. Había llegado la hora de sentar la cabeza y pensar en formar una familia. Debía dejar de soñar con que Pedro iba a dejar su estilo de vida y se iba a casar con ella. Era hora de enfrentarse a la realidad y dejar de refugiarse en casa de su hermana.Debía buscar una casa y empezar a vivir su vida. Y no quería empezar una nueva vida en un lugar en el que no tenía raíces ni familiani amigos. Se negaba a que Pedro Alfonso la hiciera dejar el trabajo y su ciudad.
La noche anterior, después de la reunión con sus hermanos, Pedro había pensado en llamar a Paula, pero al final no lo hizo. Tras pensarlo mucho, había llegado a la conclusión de que tenía que romper con ella y, realmente, solo sabía una forma de hacerlo… La condesa Analía de Puaron y Bautista de la Cruz era hermana de uno de sus mejores amigos, el conde español Guillermo. Gui y unos amigos más eran propietarios de una cadena de clubs nocturnos europeos llamados Seconds. Salir con su hermana había sido algo natural, eran casi como de la familia. Sabía que no era el hombre adecuado para Paula. Ella se merecía a alguien que pudiera ofrecerle más de lo que él podía ofrecerla. Y ahí estaba, en otra reunión en la que no quería estar, tratando de comprender por qué Paula ni siquiera le miraba. Se encontraban en la sala de reuniones de las oficinas del club en el centro de Miami. Federico estaba sentado en un extremo de lamesa con su ayudante, el chef Antonio Caruso estaba sentado al otro lado de él, y eljefe de seguridad, Javier Pallson, al lado de Caruso. Había dos sillas de separación entre Paula y Javier, al otro lado de la mesa de donde se encontraba él. Conocía lo suficiente a las mujeres para saber que ella estaba enfadada con él. Y aunque era eso lo que había esperado que ocurriera al salir con Analía la noche anterior y asegurarse de que salían en los periódicos, no le gustó.
—Bueno, empecemos la reunión —dijo Nicolás al entrar en la sala.
Su ayudante, Diana, y una mujer a la que Pedro no conocía, le siguieron.
—Esta es Emma Nelson, la planificadora a la que he contratado para que nos ayude a organizar la fiesta —anunció Nicolás.
Después, le presentó a Emma a todos los allí reunidos.
Pasión y Baile: Capítulo 21
—Gracias, chicos. Gracias por hacer tiempo para reuniros conmigo —dijo Nicolás alllegar a la sala VIP, en el primer piso al fondo, donde le esperaban Pedro y Federico.
El club estaba vacío, a excepción de los empleados. Aún faltaba una hora para abrir.
—Nada, no te preocupes. ¿Qué pasa?
—Tenemos que empezar a preparar la celebración, en mayo, del décimo aniversario. Fede, me gustaría que fueras a hablar con los representantes de lacomunidad local y les convencieras para que participen en esto. Han contratado losservicios de un abogado de Maniatan para oponerse a una expansión excesiva, así quete agradecería que te asegurases de que no nos van a crear problemas.
—Enseguida me pondré con ello, hermano. Va a haber una reunión esta noche, iréy veré qué se traen entre manos.
—Estupendo. Y en cuanto a tí, Pedro, quiero que consigas que se apunte a la fiesta el mayor número posible de famosos. Pero no solo que se pasen por aquí, sino que se unan a la fiesta en la calle.
—Me pondré a llamar a gente de inmediato. ¿Qué quieres que hagan? Estoy seguro de que Gabriel vendrá y hará un número rap, pero… ¿Qué más se te ocurre?
—Le he pedido a Paula Chaves que prepare la coreografía de un baile espectáculo durante toda la noche del sábado. Quiero exhibir todo lo que el club puede ofrecer.
—De acuerdo, no hay problema —dijo Pedro—. Dentro de unos días te diré quién viene.
Continuaron hablando un rato y Pedro, de repente, se dóo cuenta de que no quería que acabara la reunión, quería hablar con sus hermanos… de su madre. Por primera vez en mucho tiempo. Por primera vez en mucho tiempo, quería contrastar la opinión que tenía de ella con las de sus hermanos. Federico se levantó para marcharse, pero Pedro le detuvo.
—Yo… anoche salí con Paula.
—¿Nuestra empleada? —preguntó Nicolás arrugando el ceño, con expresión de censura.
—Sí. No he hecho nada malo, como amenazarle con echarla del trabajo, así que tranquilízate.
Nicolás se puso en pie y se inclinó sobre la mesa.
—¿Te has acostado con ella?
Pedro no respondió. Lo que había entre Paula y él era un asunto privado.
—Eso no está abierto a discusión. Solo quería decíroslo porque puede que vuelva a salir con ella.
Quería explicarles que Paula era diferente y ver si a sus hermanos se les ocurría alguna explicación de por qué esa mujer en concreto le hacía reaccionar de forma diferente a las demás. Pero no podía preguntárselo, eso era algo de lo que los hombres no hablaban.
—Felicidades —dijo Federico—. No la conozco bien, pero si te apetece salir con ella, adelante.
Pedro lanzó una penetrante mirada a su hermano. De los tres, Federico era el que más se parecía a su madre físicamente.
—Así que… ¿No tienen ninguna objeción?
—Siempre y cuando no pongas en peligro el trabajo de ella, adelante. Si te parece,podría redactar un contrato, que firmen los dos, en virtud del cual…
Pedro sacudió la cabeza.
—No, no me gusta la idea. Paula es diferente. Vive con su hermana y con su sobrino.
Nicolás rodeó la mesa y se sentó en la silla que Federico había dejado vacante.
—La familia es importante para Paula. No es como las chicas con las que estás acostumbrado a salir, Pedro.
—Lo sé —respondió Pedro.
Nicolás estaba asumiendo el papel de hermano mayor, le daba igual que Federico y él fueran ya dos hombres, Nicolás seguía tratando de cuidarles y darles consejos. Federico asintió.
—No te preocupes, Nico, Pedro ya es un hombre.
Nicolás sacudió la cabeza.
—Eso me da igual. Lo que me preocupa es la posibilidad de perder una empleada muy valiosa. Paula ha obrado milagros a la hora de desarrollar mis planes respecto a las actividades del club del piso de arriba.
—Eso lo hiciste tú solo —le recordó Pedro—. Lo que pasa con Paula es que tiene el talento suficiente para hacer que la gente se levante de la silla y se ponga a bailar.
—Y es precisamente por eso por lo que el club tiene tanto éxito, Pedro. Así que ten cuidado con ella, no me gustaría tener que ponerme a buscar una sustituta.
Nicolás se marchó antes de que él pudiera decir nada más. Federico se quedó allí, a la espera, pero él se levantó y también se fue. Salió del club y comenzó a recorrer la Calle Ocho. Se detuvo en la esquina, se volvió y se quedó contemplando su club, el LunaAzul. No iba a hacer nada que pusiera en peligro el éxito que había conseguido ahí, con el club. Era demasiado mayor para cambiar de profesión y, además, le gustaba mucho lo que hacía. Y tampoco estaba dispuesto a ser la causa de que Paula perdiera su trabajo. Sabía lo mucho que le había afectado tener que dejar el baile de competición y era consciente de que ella estaba haciendo un gran esfuerzo por rehacer su vida. Lo último que necesitaba en esos momentos era un hombre que sólo quisiera divertirse con ella. Por mucho que quisiera ser algo más que un amante temporal, sabía que no podía ser nada más. Porque aunque lo que sentía por ella era intenso, sabía que acabaría disipándose y se separarían.
El club estaba vacío, a excepción de los empleados. Aún faltaba una hora para abrir.
—Nada, no te preocupes. ¿Qué pasa?
—Tenemos que empezar a preparar la celebración, en mayo, del décimo aniversario. Fede, me gustaría que fueras a hablar con los representantes de lacomunidad local y les convencieras para que participen en esto. Han contratado losservicios de un abogado de Maniatan para oponerse a una expansión excesiva, así quete agradecería que te asegurases de que no nos van a crear problemas.
—Enseguida me pondré con ello, hermano. Va a haber una reunión esta noche, iréy veré qué se traen entre manos.
—Estupendo. Y en cuanto a tí, Pedro, quiero que consigas que se apunte a la fiesta el mayor número posible de famosos. Pero no solo que se pasen por aquí, sino que se unan a la fiesta en la calle.
—Me pondré a llamar a gente de inmediato. ¿Qué quieres que hagan? Estoy seguro de que Gabriel vendrá y hará un número rap, pero… ¿Qué más se te ocurre?
—Le he pedido a Paula Chaves que prepare la coreografía de un baile espectáculo durante toda la noche del sábado. Quiero exhibir todo lo que el club puede ofrecer.
—De acuerdo, no hay problema —dijo Pedro—. Dentro de unos días te diré quién viene.
Continuaron hablando un rato y Pedro, de repente, se dóo cuenta de que no quería que acabara la reunión, quería hablar con sus hermanos… de su madre. Por primera vez en mucho tiempo. Por primera vez en mucho tiempo, quería contrastar la opinión que tenía de ella con las de sus hermanos. Federico se levantó para marcharse, pero Pedro le detuvo.
—Yo… anoche salí con Paula.
—¿Nuestra empleada? —preguntó Nicolás arrugando el ceño, con expresión de censura.
—Sí. No he hecho nada malo, como amenazarle con echarla del trabajo, así que tranquilízate.
Nicolás se puso en pie y se inclinó sobre la mesa.
—¿Te has acostado con ella?
Pedro no respondió. Lo que había entre Paula y él era un asunto privado.
—Eso no está abierto a discusión. Solo quería decíroslo porque puede que vuelva a salir con ella.
Quería explicarles que Paula era diferente y ver si a sus hermanos se les ocurría alguna explicación de por qué esa mujer en concreto le hacía reaccionar de forma diferente a las demás. Pero no podía preguntárselo, eso era algo de lo que los hombres no hablaban.
—Felicidades —dijo Federico—. No la conozco bien, pero si te apetece salir con ella, adelante.
Pedro lanzó una penetrante mirada a su hermano. De los tres, Federico era el que más se parecía a su madre físicamente.
—Así que… ¿No tienen ninguna objeción?
—Siempre y cuando no pongas en peligro el trabajo de ella, adelante. Si te parece,podría redactar un contrato, que firmen los dos, en virtud del cual…
Pedro sacudió la cabeza.
—No, no me gusta la idea. Paula es diferente. Vive con su hermana y con su sobrino.
Nicolás rodeó la mesa y se sentó en la silla que Federico había dejado vacante.
—La familia es importante para Paula. No es como las chicas con las que estás acostumbrado a salir, Pedro.
—Lo sé —respondió Pedro.
Nicolás estaba asumiendo el papel de hermano mayor, le daba igual que Federico y él fueran ya dos hombres, Nicolás seguía tratando de cuidarles y darles consejos. Federico asintió.
—No te preocupes, Nico, Pedro ya es un hombre.
Nicolás sacudió la cabeza.
—Eso me da igual. Lo que me preocupa es la posibilidad de perder una empleada muy valiosa. Paula ha obrado milagros a la hora de desarrollar mis planes respecto a las actividades del club del piso de arriba.
—Eso lo hiciste tú solo —le recordó Pedro—. Lo que pasa con Paula es que tiene el talento suficiente para hacer que la gente se levante de la silla y se ponga a bailar.
—Y es precisamente por eso por lo que el club tiene tanto éxito, Pedro. Así que ten cuidado con ella, no me gustaría tener que ponerme a buscar una sustituta.
Nicolás se marchó antes de que él pudiera decir nada más. Federico se quedó allí, a la espera, pero él se levantó y también se fue. Salió del club y comenzó a recorrer la Calle Ocho. Se detuvo en la esquina, se volvió y se quedó contemplando su club, el LunaAzul. No iba a hacer nada que pusiera en peligro el éxito que había conseguido ahí, con el club. Era demasiado mayor para cambiar de profesión y, además, le gustaba mucho lo que hacía. Y tampoco estaba dispuesto a ser la causa de que Paula perdiera su trabajo. Sabía lo mucho que le había afectado tener que dejar el baile de competición y era consciente de que ella estaba haciendo un gran esfuerzo por rehacer su vida. Lo último que necesitaba en esos momentos era un hombre que sólo quisiera divertirse con ella. Por mucho que quisiera ser algo más que un amante temporal, sabía que no podía ser nada más. Porque aunque lo que sentía por ella era intenso, sabía que acabaría disipándose y se separarían.
jueves, 19 de julio de 2018
Pasión y Baile: Capítulo 20
Pedro había insistido en ir a la tienda de deportes de la zona para comprar un bate,una pelota y guantes de béisbol con el fin de poder ir a jugar un rato al parque. Joaquín estaba entusiasmado y no dejaba de subrayar que, evidentemente, era un hombre que sabía que la vida no se limitaba al trabajo. Pedro fue muy paciente con el niño señándole a lanzar la pelota de béisbol.
—Lo haces muy bien.
—Ahora te toca a tí, tía.
—A mí no se me da tan bien como a tí —le dijo ella a su sobrino, y se lo demostró con un lanzamiento terrible.
Joaquín sacudió la cabeza.
—¡Qué mal lo has hecho!
—Soy bailarina, no una jugadora de béisbol —repuso ella.
—Creo que hoy vas a ser las dos cosas —le informó Joaquín.
—Sí, tienes razón.
—Vamos, prepárate para lanzar otra vez —le dijo Pedro—. No olvides mover el brazo como te he enseñado —entonces, se dirigió al pequeño—. ¿Listo, Joaquín?
—Estoy listo, Pedro.
Continuaron así durante un buen rato. Ella empezó a mejorar sus lanzamientos y se lo estaba pasando tan bien que olvidó que tenía que tener cuidado de no enamorarse de Pedro. El teléfono móvil sonó y vió que era Delfina.
—Hola —dijo Paula contestando la llamada.
—Hola. ¿Dónde están? He visto tu coche, pero no a ustedes.
—Estamos en el parque jugando al béisbol.
—¿Jugando tú al béisbol? Pero si se te da fatal.
—Eso era antes, he mejorado mucho.
—¿Está Pedro con ustedes?
—Sí. Ha venido a almorzar con nosotros y luego quería traer a Joaquín aquí a jugar.
—¿En serio? No parece tratarse del mismo hombre que conocí anoche —comentó Delfina—. En fin, gracias por encargarte de Joaquín.
—Lo estoy pasando muy bien. Ya sabes que le adoro.
—Sí, lo sé. De todos modos, gracias.
Cuando Paula colgó el teléfono, Pedro se le acercó.
—¿Hablabas con tu hermana?
—Sí —entonces, se volvió a su sobrino—. Joaquín, mamá ya está en casa. ¿Nos vamos ya?
—¡Sí! Quiero enseñarle cómo lanzo.
—La vas a dejar impresionada —le dijo Paula.
—Pedro, ¿vienes a casa conmigo para tirar la pelota? Se te da mejor que a la tía Paula—Joaquín miró fijamente.
—Me encantaría, pero no puedo quedarme mucho tiempo, tengo una noche muy ocupada.
—¿Trabajas por la noche? —le preguntó Joaquín.
—Sí, es cuando abre el club.
—¿Trabajas con mi tía Paula? ¿Eres bailarín también? —preguntó el niño.
Pedro se echó a reír.
—No, no. Mis hermanos y yo somos los dueños del club.
—Parece un buen trabajo —comentó Joaquín, asintiendo con la cabeza.
Pedro dió al niño una palmada en el hombro.
—Está muy bien, pero no me queda tiempo para jugar al béisbol ni para ir a pescar.
—Pero eres el jefe —interpuso Joaquín—. Deberías cambiar las reglas.
Paula se echó a reír por la forma como su sobrino había hablado.
—Sí, tienes razón, debería hacer eso —concedió Pedro.
Pedro les acompañó hasta la puerta de la casa. El niño entró y ella se quedó fuera para despedirlo, que tenía las llaves del coche en la mano y parecía ansioso por marcharse.
—Pedro…
—¿Sí?
—Gracias por haber tenido tanta paciencia.
—No hay de qué. Creo que es el único chico con el que he tratado desde que me hice mayor —comentó él.
—Mi vida es muy distinta a la tuya —dijo ella, consciente de que pertenecían a dos mundos distintos.
—Sí, lo es. Bueno, tengo que marcharme ya, Paula.
—Adiós.
Mientras le veía alejarse, Paula pensó en lo bien que se le daba a Pedro adaptarse a cualquier situación.
—Lo haces muy bien.
—Ahora te toca a tí, tía.
—A mí no se me da tan bien como a tí —le dijo ella a su sobrino, y se lo demostró con un lanzamiento terrible.
Joaquín sacudió la cabeza.
—¡Qué mal lo has hecho!
—Soy bailarina, no una jugadora de béisbol —repuso ella.
—Creo que hoy vas a ser las dos cosas —le informó Joaquín.
—Sí, tienes razón.
—Vamos, prepárate para lanzar otra vez —le dijo Pedro—. No olvides mover el brazo como te he enseñado —entonces, se dirigió al pequeño—. ¿Listo, Joaquín?
—Estoy listo, Pedro.
Continuaron así durante un buen rato. Ella empezó a mejorar sus lanzamientos y se lo estaba pasando tan bien que olvidó que tenía que tener cuidado de no enamorarse de Pedro. El teléfono móvil sonó y vió que era Delfina.
—Hola —dijo Paula contestando la llamada.
—Hola. ¿Dónde están? He visto tu coche, pero no a ustedes.
—Estamos en el parque jugando al béisbol.
—¿Jugando tú al béisbol? Pero si se te da fatal.
—Eso era antes, he mejorado mucho.
—¿Está Pedro con ustedes?
—Sí. Ha venido a almorzar con nosotros y luego quería traer a Joaquín aquí a jugar.
—¿En serio? No parece tratarse del mismo hombre que conocí anoche —comentó Delfina—. En fin, gracias por encargarte de Joaquín.
—Lo estoy pasando muy bien. Ya sabes que le adoro.
—Sí, lo sé. De todos modos, gracias.
Cuando Paula colgó el teléfono, Pedro se le acercó.
—¿Hablabas con tu hermana?
—Sí —entonces, se volvió a su sobrino—. Joaquín, mamá ya está en casa. ¿Nos vamos ya?
—¡Sí! Quiero enseñarle cómo lanzo.
—La vas a dejar impresionada —le dijo Paula.
—Pedro, ¿vienes a casa conmigo para tirar la pelota? Se te da mejor que a la tía Paula—Joaquín miró fijamente.
—Me encantaría, pero no puedo quedarme mucho tiempo, tengo una noche muy ocupada.
—¿Trabajas por la noche? —le preguntó Joaquín.
—Sí, es cuando abre el club.
—¿Trabajas con mi tía Paula? ¿Eres bailarín también? —preguntó el niño.
Pedro se echó a reír.
—No, no. Mis hermanos y yo somos los dueños del club.
—Parece un buen trabajo —comentó Joaquín, asintiendo con la cabeza.
Pedro dió al niño una palmada en el hombro.
—Está muy bien, pero no me queda tiempo para jugar al béisbol ni para ir a pescar.
—Pero eres el jefe —interpuso Joaquín—. Deberías cambiar las reglas.
Paula se echó a reír por la forma como su sobrino había hablado.
—Sí, tienes razón, debería hacer eso —concedió Pedro.
Pedro les acompañó hasta la puerta de la casa. El niño entró y ella se quedó fuera para despedirlo, que tenía las llaves del coche en la mano y parecía ansioso por marcharse.
—Pedro…
—¿Sí?
—Gracias por haber tenido tanta paciencia.
—No hay de qué. Creo que es el único chico con el que he tratado desde que me hice mayor —comentó él.
—Mi vida es muy distinta a la tuya —dijo ella, consciente de que pertenecían a dos mundos distintos.
—Sí, lo es. Bueno, tengo que marcharme ya, Paula.
—Adiós.
Mientras le veía alejarse, Paula pensó en lo bien que se le daba a Pedro adaptarse a cualquier situación.
Pasión y Baile: Capítulo 19
Pedro le saludó cuando se abrió la puerta. La música se oía en el recibidor y Paula,detrás de su sobrino, reía y se movía al ritmo de la música. Y, de inmediato, se dió cuenta de que tía y sobrino se llevaban muy bien.
—Hola, Pedro—dijo Joaquín al tiempo que le daba la mano.
Paula puso un brazo sobre los hombros de su sobrino mientras él le estrechaba lamano.
—Encantado de conocerte, Joaquín.
—La tía y yo estábamos bailando nuestra canción.
—¿Cuál es su canción? —preguntó Pedro.
—Rhythm Is Gonna Get You —respondió Paula—. ¿La conoces?
—Sí, me gusta —dijo Pedro.
—Sí, a mí me encanta. Hemos estado bailando en la cocina —explicó Joaquín—. ¿Quieres venir conmigo a jugar con la videoconsola mientras la tía Pau termina de hacer la comida?
El niño miró a Paula.
—Sé que has venido porque te había prometido los mejores sándwiches a la plancha del mundo. ¿Te importa…?
Pedro sacudió la cabeza.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó él.
—No. Lo tendré todo listo en un cuarto de hora.
Paula se fue a la cocina mientras Joaquín le llevaba al cuarto de estar. Tenían un televisor de plasma y un sofá de cuero italiano muy cómodo. Joaquín se sentó en el suelo,encima de un cojín, y le ofreció otro a él.
—Hace mucho que no juego a esto —y no era eso lo que había imaginado que haría.
Demasiado hogareño para su gusto, el instinto le decía que saliera de allí a toda velocidad.
—No te preocupes, tendré paciencia contigo —le dijo Joaquín.
Pedro agarró los mandos y jugó con el niño, pero no lograba concentrarse con el juego. Mirando a su alrededor, se dió cuenta de que aquella era una casa acogedora. En una de las paredes había fotos de Paula y de su hermana a lo largo de los años. En una,aparecía Jen vestida con un traje de baile sujetando un trofeo. Vió a Delfina en la escalinata de un juzgado con una cartera y sonriendo a la cámara. Había otra foto de Paula en el hospital con su sobrino en los brazos, junto a la cama en la que estaba su hermana. Se dejó hundir en el cómodo sofá, dándose cuenta de que no le resultaría nada difícil sentirse cómodo allí. No solo en la casa, sino llevando esa clase de vida. Pero no,no era su vida. No quería intentar ser alguien que no era.
—Has perdido —le informó Joaquín.
—Sí, eso parece. Paula me ha dicho que tienes un atún disecado en tu habitación.
—Sí —el niño se levantó de un salto—. Pero tenemos que recoger antes de que ir a mi cuarto para que lo veas. Si dejo los mandos por aquí tirados, no me dejarán jugar en una semana.
Pedro asintió y ayudó al pequeño a recoger los cojines y a guardar la videoconsola. Después, Joaquín le condujo escaleras arriba, a su dormitorio. El atún era el objeto dominante en la habitación.
—Cuando lo pesqué, no me lo podía creer. No pude meterlo en el barco solo, me tuvieron que ayudar —dijo Joaquín—. ¿Te gusta pescar?
—Sí, aunque no voy a pescar con frecuencia —contestó Pedro.
La última vez que lo había hecho había sido con Nicolás.
—¿Por qué no?
—El trabajo no me deja tiempo para ir a pescar.
Joaquín sacudió la cabeza.
—No entiendo por qué los mayores trabajan tanto. Mi madre también trabaja mucho y le gusta su trabajo. ¿A tí también te gusta el tuyo?
—Sí, me gusta. ¿Y tú, crees que te gustará trabajar cuando seas mayor?
—Yo voy a ser capitán de barco y me voy a pasar todo el tiempo pescando — contestó Joaquín.
—Buena idea.
—¿Siempre has trabajado en cosas de negocios? —le preguntó Joaquín.
—No. Antes era jugador de béisbol.
—¿En serio? No lo sabía. ¿Por qué ya no juegas?
—Vamos a bajar y te lo cuento, ¿Te parece?
—Vale. ¿Juegas de vez en cuando?
—No, ya no juego nunca, Joaquín. Sufrí una lesión y tuve que cambiar de trabajo.
Joaquín se detuvo en las escaleras y se lo quedó mirando.
—Pues yo sería muy desgraciado si no pudiera pescar.
Pedro le revolvió el cabello.
—Puedo jugar por diversión, pero no lo hago porque no tengo tiempo.
—Al padre de mi mejor amigo, Bruno, le pasa lo mismo. Por eso es por lo que se ha hecho entrenador de nuestro equipo de futbol, para poder jugar y relajarse…Bueno, eso es lo que dice Lorena.
—¿Quién es Lorena?
—La madre de Bruno y mi niñera. Mamá y la tía Paula no pueden estar en casa todo el tiempo.
—¿Por el trabajo? —preguntó Pedro, dándose cuenta de que, en opinión de Joaquín,tanto su madre como su tía trabajaban demasiado.
—Sí. Pero sé que es porque no podríamos vivir si no trabajaran, así que no digas que me he quejado, ¿Vale?
Pedro asintió. Y, en ese momento, Paula les llamó para que fueran a almorzar.
—Hola, Pedro—dijo Joaquín al tiempo que le daba la mano.
Paula puso un brazo sobre los hombros de su sobrino mientras él le estrechaba lamano.
—Encantado de conocerte, Joaquín.
—La tía y yo estábamos bailando nuestra canción.
—¿Cuál es su canción? —preguntó Pedro.
—Rhythm Is Gonna Get You —respondió Paula—. ¿La conoces?
—Sí, me gusta —dijo Pedro.
—Sí, a mí me encanta. Hemos estado bailando en la cocina —explicó Joaquín—. ¿Quieres venir conmigo a jugar con la videoconsola mientras la tía Pau termina de hacer la comida?
El niño miró a Paula.
—Sé que has venido porque te había prometido los mejores sándwiches a la plancha del mundo. ¿Te importa…?
Pedro sacudió la cabeza.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó él.
—No. Lo tendré todo listo en un cuarto de hora.
Paula se fue a la cocina mientras Joaquín le llevaba al cuarto de estar. Tenían un televisor de plasma y un sofá de cuero italiano muy cómodo. Joaquín se sentó en el suelo,encima de un cojín, y le ofreció otro a él.
—Hace mucho que no juego a esto —y no era eso lo que había imaginado que haría.
Demasiado hogareño para su gusto, el instinto le decía que saliera de allí a toda velocidad.
—No te preocupes, tendré paciencia contigo —le dijo Joaquín.
Pedro agarró los mandos y jugó con el niño, pero no lograba concentrarse con el juego. Mirando a su alrededor, se dió cuenta de que aquella era una casa acogedora. En una de las paredes había fotos de Paula y de su hermana a lo largo de los años. En una,aparecía Jen vestida con un traje de baile sujetando un trofeo. Vió a Delfina en la escalinata de un juzgado con una cartera y sonriendo a la cámara. Había otra foto de Paula en el hospital con su sobrino en los brazos, junto a la cama en la que estaba su hermana. Se dejó hundir en el cómodo sofá, dándose cuenta de que no le resultaría nada difícil sentirse cómodo allí. No solo en la casa, sino llevando esa clase de vida. Pero no,no era su vida. No quería intentar ser alguien que no era.
—Has perdido —le informó Joaquín.
—Sí, eso parece. Paula me ha dicho que tienes un atún disecado en tu habitación.
—Sí —el niño se levantó de un salto—. Pero tenemos que recoger antes de que ir a mi cuarto para que lo veas. Si dejo los mandos por aquí tirados, no me dejarán jugar en una semana.
Pedro asintió y ayudó al pequeño a recoger los cojines y a guardar la videoconsola. Después, Joaquín le condujo escaleras arriba, a su dormitorio. El atún era el objeto dominante en la habitación.
—Cuando lo pesqué, no me lo podía creer. No pude meterlo en el barco solo, me tuvieron que ayudar —dijo Joaquín—. ¿Te gusta pescar?
—Sí, aunque no voy a pescar con frecuencia —contestó Pedro.
La última vez que lo había hecho había sido con Nicolás.
—¿Por qué no?
—El trabajo no me deja tiempo para ir a pescar.
Joaquín sacudió la cabeza.
—No entiendo por qué los mayores trabajan tanto. Mi madre también trabaja mucho y le gusta su trabajo. ¿A tí también te gusta el tuyo?
—Sí, me gusta. ¿Y tú, crees que te gustará trabajar cuando seas mayor?
—Yo voy a ser capitán de barco y me voy a pasar todo el tiempo pescando — contestó Joaquín.
—Buena idea.
—¿Siempre has trabajado en cosas de negocios? —le preguntó Joaquín.
—No. Antes era jugador de béisbol.
—¿En serio? No lo sabía. ¿Por qué ya no juegas?
—Vamos a bajar y te lo cuento, ¿Te parece?
—Vale. ¿Juegas de vez en cuando?
—No, ya no juego nunca, Joaquín. Sufrí una lesión y tuve que cambiar de trabajo.
Joaquín se detuvo en las escaleras y se lo quedó mirando.
—Pues yo sería muy desgraciado si no pudiera pescar.
Pedro le revolvió el cabello.
—Puedo jugar por diversión, pero no lo hago porque no tengo tiempo.
—Al padre de mi mejor amigo, Bruno, le pasa lo mismo. Por eso es por lo que se ha hecho entrenador de nuestro equipo de futbol, para poder jugar y relajarse…Bueno, eso es lo que dice Lorena.
—¿Quién es Lorena?
—La madre de Bruno y mi niñera. Mamá y la tía Paula no pueden estar en casa todo el tiempo.
—¿Por el trabajo? —preguntó Pedro, dándose cuenta de que, en opinión de Joaquín,tanto su madre como su tía trabajaban demasiado.
—Sí. Pero sé que es porque no podríamos vivir si no trabajaran, así que no digas que me he quejado, ¿Vale?
Pedro asintió. Y, en ese momento, Paula les llamó para que fueran a almorzar.
Pasión y Baile: Capítulo 18
Pedro la llevó al club para recoger su coche, pero ella no tenía ganas de separarse deél.
—¿Te apetece venir a mi casa a almorzar? Desde luego, mi casa no tiene una vista como la tuya, pero preparo los mejores sándwiches a la plancha del mundo —dijo Paula.
De pie junto a su coche, al lado de Pedro, se sintió sumamente vulnerable. Ahí, a laluz del día, de vuelta al mundo real, se dio cuenta de lo pasajero de su relación con él.
—¿Los mejores del mundo? ¿Cómo no voy a probarlos?
—Estupendo. ¿Quieres seguirme en tu coche?
—Tengo que ir a la oficina un momento por si mis hermanos necesitan algo. Dame tu dirección y estaré ahí dentro de una hora.
Jen le dio la dirección y luego intercambiaron los números de sus móviles.
—Para poder ponernos en contacto en caso de que sea necesario.
Pedro le dió un beso y le sostuvo la puerta del coche para que entrara. Mientras se alejaba, le miró por el espejo retrovisor. Él aún estaba donde le había dejado cuando dobló la esquina de la calle. Paula trató de no pensar en por qué le había invitado a comer. Delfina estaba en laoficina y Joaquín solía jugar al fútbol a esas horas. Pero cuando entró en la casa, oyó voces de niños y se dió cuenta de que su sobrino estaba en casa.
—¡Tía Pau, hemos ganado el partido! —gritó el niño corriendo al recibidor para saludarla—. Lorena nos ha traído a casa y nos ha dado pasteles y refrescos.
—Estupendo. Es la mejor forma de celebrarlo —dijo Paula.
Paula siguió a su sobrino por el pasillo hasta la cocina, donde estaban Lorena, la niñera de Joaquín, y el hijo de ella, Bruno; ambos sentados a la mesa.
—No sabía que ibas a estar en casa a estas horas.
—Ya, pues aquí estoy. Si tienes cosas que hacer y quieres marcharte, puedo encargarme de Joaquín hasta que venga mi hermana.
—La verdad es que sí, me vendría bien.
—En ese caso, puedes irte ya si quieres —dijo Paula.
—Todavía no —interpuso Joaquín—. Bruno y yo tenemos que cambiar unos cromos.
—Pues haganlo, pero rápido —dijo Lorena.
—Cuando vine esta mañana, creía que iba a encontrarte en casa —dijo Lorena después de que los niños salieran de la cocina.
—He pasado la noche fuera —contestó Paula.
—¿En serio? Enhorabuena. Pasas todo el tiempo trabajando o en casa.
Paula asintió. Bruno y Joaquín volvieron en ese momento, charlando sobre los cromos que habían intercambiado.
—Venga, Bruno, tenemos que irnos ya.
A Joaquín no le hacía gracia que su amigo se fuera, pero se le pasó pronto el disgusto. Se puso a hablar sin parar sobre el partido. Ella le escuchó, pensando que vivir con su sobrino era una de las mejores experiencias de su vida.
—¿Y tú qué has hecho hoy? —le preguntó Joaquín.
Paula agrandó los ojos al responder.
—He ido a navegar en un yate.
—¿En serio?
—Sí. ¿Quieres ver unas fotos?
—Claro —respondió el niño.
Paula le enseñó las fotos que había tomado en el barco y la foto de Pedro y ella. Por supuesto, Joaquín le preguntó quién era él.
—Se llama Pedro. Es un amigo, el dueño del yate.
—¿Crees que yo también podría ir en su barco?
—No lo sé, Joaquín. Pero se lo preguntaré.
—Gracias, tía Pau. ¿Quieres jugar conmigo?
—No, ahora no, cielo —respondió Paula—. ¿Por qué no vas a jugar tú un rato solo mientras yo preparo la comida? Pedro va a venir ahora.
Joaquín se fue al cuarto de estar a jugar y ella encendió la radio y miró a su alrededor.La cocina era agradable y acogedora. Vivía en esa casa desde que regresó a Miami, después de que la echaran del tourde baile de competición. Delfina la había invitado a vivir con ella y, entre las dos,habían hecho un hogar de la vivienda. En un rincón de la cocina había una puerta decristal que daba al porche cubierto, y por la puerta del porche se salía al jardín, en elque había una portería de fútbol, y una fuente que había hecho ella misma. Le gustaba esa casa, pero no tenía intención de vivir allí toda la vida. Se sentó delante del mostrador y se dió cuenta de que no tenía ni idea de quéhacer, con su vida. Se encontraba en medio de una crisis. El futuro era un misterio en ese momento. Pensó en llamar a Pedro para cancelar la cita al darse cuenta de que no quería que fuera a esa casa. No quería que viera cómo vivía, que se diera cuenta de que aquello no era para él. En ese momento, sonó una canción de Gloria Estefan: Rhythm Is Gonna Get You. Se levantó y se puso a bailar.
—¡Tía, es nuestra canción! —gritó Joaquín al tiempo que entraba en la cocina.
Paula se echó a reír y el niño se puso a bailar a su alrededor, tal y como ella le había enseñado. Estaban riendo, dando palmas y bailando cuando sonó el timbre, y Paula se dió cuenta de que el baile seguía siendo su vida, solo que ahora era diferente.
—¿Te apetece venir a mi casa a almorzar? Desde luego, mi casa no tiene una vista como la tuya, pero preparo los mejores sándwiches a la plancha del mundo —dijo Paula.
De pie junto a su coche, al lado de Pedro, se sintió sumamente vulnerable. Ahí, a laluz del día, de vuelta al mundo real, se dio cuenta de lo pasajero de su relación con él.
—¿Los mejores del mundo? ¿Cómo no voy a probarlos?
—Estupendo. ¿Quieres seguirme en tu coche?
—Tengo que ir a la oficina un momento por si mis hermanos necesitan algo. Dame tu dirección y estaré ahí dentro de una hora.
Jen le dio la dirección y luego intercambiaron los números de sus móviles.
—Para poder ponernos en contacto en caso de que sea necesario.
Pedro le dió un beso y le sostuvo la puerta del coche para que entrara. Mientras se alejaba, le miró por el espejo retrovisor. Él aún estaba donde le había dejado cuando dobló la esquina de la calle. Paula trató de no pensar en por qué le había invitado a comer. Delfina estaba en laoficina y Joaquín solía jugar al fútbol a esas horas. Pero cuando entró en la casa, oyó voces de niños y se dió cuenta de que su sobrino estaba en casa.
—¡Tía Pau, hemos ganado el partido! —gritó el niño corriendo al recibidor para saludarla—. Lorena nos ha traído a casa y nos ha dado pasteles y refrescos.
—Estupendo. Es la mejor forma de celebrarlo —dijo Paula.
Paula siguió a su sobrino por el pasillo hasta la cocina, donde estaban Lorena, la niñera de Joaquín, y el hijo de ella, Bruno; ambos sentados a la mesa.
—No sabía que ibas a estar en casa a estas horas.
—Ya, pues aquí estoy. Si tienes cosas que hacer y quieres marcharte, puedo encargarme de Joaquín hasta que venga mi hermana.
—La verdad es que sí, me vendría bien.
—En ese caso, puedes irte ya si quieres —dijo Paula.
—Todavía no —interpuso Joaquín—. Bruno y yo tenemos que cambiar unos cromos.
—Pues haganlo, pero rápido —dijo Lorena.
—Cuando vine esta mañana, creía que iba a encontrarte en casa —dijo Lorena después de que los niños salieran de la cocina.
—He pasado la noche fuera —contestó Paula.
—¿En serio? Enhorabuena. Pasas todo el tiempo trabajando o en casa.
Paula asintió. Bruno y Joaquín volvieron en ese momento, charlando sobre los cromos que habían intercambiado.
—Venga, Bruno, tenemos que irnos ya.
A Joaquín no le hacía gracia que su amigo se fuera, pero se le pasó pronto el disgusto. Se puso a hablar sin parar sobre el partido. Ella le escuchó, pensando que vivir con su sobrino era una de las mejores experiencias de su vida.
—¿Y tú qué has hecho hoy? —le preguntó Joaquín.
Paula agrandó los ojos al responder.
—He ido a navegar en un yate.
—¿En serio?
—Sí. ¿Quieres ver unas fotos?
—Claro —respondió el niño.
Paula le enseñó las fotos que había tomado en el barco y la foto de Pedro y ella. Por supuesto, Joaquín le preguntó quién era él.
—Se llama Pedro. Es un amigo, el dueño del yate.
—¿Crees que yo también podría ir en su barco?
—No lo sé, Joaquín. Pero se lo preguntaré.
—Gracias, tía Pau. ¿Quieres jugar conmigo?
—No, ahora no, cielo —respondió Paula—. ¿Por qué no vas a jugar tú un rato solo mientras yo preparo la comida? Pedro va a venir ahora.
Joaquín se fue al cuarto de estar a jugar y ella encendió la radio y miró a su alrededor.La cocina era agradable y acogedora. Vivía en esa casa desde que regresó a Miami, después de que la echaran del tourde baile de competición. Delfina la había invitado a vivir con ella y, entre las dos,habían hecho un hogar de la vivienda. En un rincón de la cocina había una puerta decristal que daba al porche cubierto, y por la puerta del porche se salía al jardín, en elque había una portería de fútbol, y una fuente que había hecho ella misma. Le gustaba esa casa, pero no tenía intención de vivir allí toda la vida. Se sentó delante del mostrador y se dió cuenta de que no tenía ni idea de quéhacer, con su vida. Se encontraba en medio de una crisis. El futuro era un misterio en ese momento. Pensó en llamar a Pedro para cancelar la cita al darse cuenta de que no quería que fuera a esa casa. No quería que viera cómo vivía, que se diera cuenta de que aquello no era para él. En ese momento, sonó una canción de Gloria Estefan: Rhythm Is Gonna Get You. Se levantó y se puso a bailar.
—¡Tía, es nuestra canción! —gritó Joaquín al tiempo que entraba en la cocina.
Paula se echó a reír y el niño se puso a bailar a su alrededor, tal y como ella le había enseñado. Estaban riendo, dando palmas y bailando cuando sonó el timbre, y Paula se dió cuenta de que el baile seguía siendo su vida, solo que ahora era diferente.
Pasión y Baile: Capítulo 17
En la cubierta del barco, la brisa del mar le revolvió el cabello. Llevaba unas gafas de sol color cereza que combinaban muy bien con el vestido que él le había comprado,un vestido azul marino con escote de pico. También le había regalado un jersey fino, yaque la brisa era fresca. Paula estaba sentada en la popa y él la observaba desde la cabina de mandos.Normalmente, un equipo se encargaba de dirigir el barco, pero ese día quería estar a solas con ella, sin nadie. Sabía que era el único día que podrían pasar juntos, solos, en un tiempo. Tenía una agenda muy apretada y, para el club, era importante que él saliera constantemente en las revistas. Desgraciadamente, Paula no era famosa y, por lo tanto, la prensa del corazón noestaba interesada en ella. Pero ese día les pertenecía a los dos y lo iba a disfrutar al máximo.
—Esto es maravilloso. Es la primera vez que voy en un yate.
—¿Te gusta el mar? —preguntó él.
—Sí, mucho. Gracias, Pedro.
Pedro se acercó a ella y se sentó a su lado.
—De nada.
—¿Por qué me has traído aquí? —le preguntó Paula.
—Quería estar a solas contigo, lejos del club y de la cotidianidad de nuestras vidas.
Paula asintió y él se preguntó qué estaría pensando. No podía verle los ojos, ocultos tras los oscuros cristales de las gafas. Y cuando ella callaba, le daba la impresión de que se había refugiado en algún lugar al que él no tenía acceso.
—He visto una foto tuya en este yate… aquí sentado. Creo que era en la revistaYachting Magazine.
Pedro asintió.
—Sí, con la condesa De Moreny. Ella quería comprar uno de estos barcos y le dejé que probara el mío.
—Parecías tener una relación… muy íntima —comentó Paula.
—Así es. Me gusta Mariana. ¿Tiene eso algo de malo?
Paula se encogió de hombros.
—No, nada. Solo que no debo olvidar que estás acostumbrado a salir con muchas mujeres y que yo no soy nadie de quien te vas a enamorar. Por favor, no permitas que lo olvide.
Pedro sabía que Jen no estaba acostumbrada al mundo en el que él se movía, y sabía que eso era, en parte, el motivo por el que le resultaba tan atractiva. Pero no quería tener que recordarle nada. Quería ser importante para ella. Quería que pensara en él todo el tiempo y que, cuando estuvieran separados,hiciera lo posible por volver con él. Y también sabía que eso no era justo.
—No estoy jugando contigo, Paula—dijo Pedro por fin.
—Eso no se me ha pasado por la cabeza. Para mí, esto que estoy haciendo contigo es algo extraordinario; sin embargo, para tí es algo normal, algo que haces casi a diario. Tú te acuestas con una mujer diferente cada noche y, para tí, es una diversión.Yo no debo olvidar que, fundamentalmente, somos muy distintos —Paula se subió lasgafas y se las sujetó en la cabeza.
Pedro vió miedo en su mirada y se dió cuenta de que Paula le había hablado con toda honestidad. Quería evitar sufrir y él no quería hacerla sufrir.
—No haré nada que te pueda hacer daño —declaró Pedro.
—Intencionadamente, sé que no —contestó Paula al tiempo que se ponía en pie—.Bueno, enséñame tu lujoso yate. Quiero impresionar a mi sobrino mañana.
Pedro le permitió cambiar de conversación porque nada que él pudiera decir cambiaría lo que ella pensaba. Se limitaría a hacer lo que fuera necesario para hacerle ver lo importante que era para él.
—¿Le gusta a Joaquín el mar?
—Le vuelve loco. Le encanta la pesca de alta mar; y, para tener solo siete años, nose le da nada mal. Delfina y yo le llevamos de viajes de pesca al menos una vez al mes—contestó ella.
—¿Qué ha pescado?
—La última vez que le llevamos, pescó un atún de cuatro kilos. El capitán tuvo que ayudarle a meterlo en el barco. ¿Quieres ver la foto?
—Sí, claro.
Paula se sacó el móvil y, después de apretar unas teclas, le enseñó la pantalla, en la que salía un niño al lado de un atún casi más alto que él. El niño tenía oscuros cabellos y los mismos ojos que ella.
—Se le ve muy orgulloso de sí mismo —comentó él.
—Lo estaba. Delfina lo llevó a disecar y a enmarcar y ahora cuelga de una pared en la habitación de Joaquín. Pero no creo que tenga una foto de la habitación de mi sobrino.
Pedro le echó un brazo por el hombro y le agarró el móvil.
—¿Qué te parece si nos sacamos una foto para que se la enseñes a tu sobrino?
—Estaría bien —respondió ella.
Pedro le rodeó la cintura con un brazo, ella descansó la cabeza en su hombro, él alargó la mano con el móvil y disparó.Vieron la foto después de sacarla y decidieron que había salido muy bien.Mirándole fijamente, Paula dijo:
—Este tipo de cosas hacen que quisiera que fueras otro hombre.
Pedro no supo qué responder. Sabía lo que Paula quería, un compromiso; o, al menos,la promesa de ir en esa dirección. Pero era algo que no podía hacer. Se había prometido a sí mismo que nunca se casaría, que no sentaría la cabeza porque su padre había dicho que los hombres Alfonso no estaban hechos para el matrimonio. Y después del fracaso de su noviazgo, estaba convencido de que su padre había tenido razón. Por eso, se mantenía apartado de mujeres como Paula, mujeres que hacían algo más que divertirle y pasar el rato.
—¿Por qué no sacas fotos del interior del yate para enseñárselas a Joaquín mientras yo me encargo de echar un vistazo al radar y de cambiar el rumbo para volver?
Paula no dijo nada, solo se dió media vuelta y se alejó. Y él sabía que eso era lo mejor para los dos. Sabía que debían distanciarse y seguir sus caminos por separado.
—Esto es maravilloso. Es la primera vez que voy en un yate.
—¿Te gusta el mar? —preguntó él.
—Sí, mucho. Gracias, Pedro.
Pedro se acercó a ella y se sentó a su lado.
—De nada.
—¿Por qué me has traído aquí? —le preguntó Paula.
—Quería estar a solas contigo, lejos del club y de la cotidianidad de nuestras vidas.
Paula asintió y él se preguntó qué estaría pensando. No podía verle los ojos, ocultos tras los oscuros cristales de las gafas. Y cuando ella callaba, le daba la impresión de que se había refugiado en algún lugar al que él no tenía acceso.
—He visto una foto tuya en este yate… aquí sentado. Creo que era en la revistaYachting Magazine.
Pedro asintió.
—Sí, con la condesa De Moreny. Ella quería comprar uno de estos barcos y le dejé que probara el mío.
—Parecías tener una relación… muy íntima —comentó Paula.
—Así es. Me gusta Mariana. ¿Tiene eso algo de malo?
Paula se encogió de hombros.
—No, nada. Solo que no debo olvidar que estás acostumbrado a salir con muchas mujeres y que yo no soy nadie de quien te vas a enamorar. Por favor, no permitas que lo olvide.
Pedro sabía que Jen no estaba acostumbrada al mundo en el que él se movía, y sabía que eso era, en parte, el motivo por el que le resultaba tan atractiva. Pero no quería tener que recordarle nada. Quería ser importante para ella. Quería que pensara en él todo el tiempo y que, cuando estuvieran separados,hiciera lo posible por volver con él. Y también sabía que eso no era justo.
—No estoy jugando contigo, Paula—dijo Pedro por fin.
—Eso no se me ha pasado por la cabeza. Para mí, esto que estoy haciendo contigo es algo extraordinario; sin embargo, para tí es algo normal, algo que haces casi a diario. Tú te acuestas con una mujer diferente cada noche y, para tí, es una diversión.Yo no debo olvidar que, fundamentalmente, somos muy distintos —Paula se subió lasgafas y se las sujetó en la cabeza.
Pedro vió miedo en su mirada y se dió cuenta de que Paula le había hablado con toda honestidad. Quería evitar sufrir y él no quería hacerla sufrir.
—No haré nada que te pueda hacer daño —declaró Pedro.
—Intencionadamente, sé que no —contestó Paula al tiempo que se ponía en pie—.Bueno, enséñame tu lujoso yate. Quiero impresionar a mi sobrino mañana.
Pedro le permitió cambiar de conversación porque nada que él pudiera decir cambiaría lo que ella pensaba. Se limitaría a hacer lo que fuera necesario para hacerle ver lo importante que era para él.
—¿Le gusta a Joaquín el mar?
—Le vuelve loco. Le encanta la pesca de alta mar; y, para tener solo siete años, nose le da nada mal. Delfina y yo le llevamos de viajes de pesca al menos una vez al mes—contestó ella.
—¿Qué ha pescado?
—La última vez que le llevamos, pescó un atún de cuatro kilos. El capitán tuvo que ayudarle a meterlo en el barco. ¿Quieres ver la foto?
—Sí, claro.
Paula se sacó el móvil y, después de apretar unas teclas, le enseñó la pantalla, en la que salía un niño al lado de un atún casi más alto que él. El niño tenía oscuros cabellos y los mismos ojos que ella.
—Se le ve muy orgulloso de sí mismo —comentó él.
—Lo estaba. Delfina lo llevó a disecar y a enmarcar y ahora cuelga de una pared en la habitación de Joaquín. Pero no creo que tenga una foto de la habitación de mi sobrino.
Pedro le echó un brazo por el hombro y le agarró el móvil.
—¿Qué te parece si nos sacamos una foto para que se la enseñes a tu sobrino?
—Estaría bien —respondió ella.
Pedro le rodeó la cintura con un brazo, ella descansó la cabeza en su hombro, él alargó la mano con el móvil y disparó.Vieron la foto después de sacarla y decidieron que había salido muy bien.Mirándole fijamente, Paula dijo:
—Este tipo de cosas hacen que quisiera que fueras otro hombre.
Pedro no supo qué responder. Sabía lo que Paula quería, un compromiso; o, al menos,la promesa de ir en esa dirección. Pero era algo que no podía hacer. Se había prometido a sí mismo que nunca se casaría, que no sentaría la cabeza porque su padre había dicho que los hombres Alfonso no estaban hechos para el matrimonio. Y después del fracaso de su noviazgo, estaba convencido de que su padre había tenido razón. Por eso, se mantenía apartado de mujeres como Paula, mujeres que hacían algo más que divertirle y pasar el rato.
—¿Por qué no sacas fotos del interior del yate para enseñárselas a Joaquín mientras yo me encargo de echar un vistazo al radar y de cambiar el rumbo para volver?
Paula no dijo nada, solo se dió media vuelta y se alejó. Y él sabía que eso era lo mejor para los dos. Sabía que debían distanciarse y seguir sus caminos por separado.
martes, 17 de julio de 2018
Pasión y Baile: Capítulo 16
No le pesaba. Trataba de no arrepentirse de nada porque Delfina decía que el arrepentimiento no servía para nada, a menos que uno aprendiera alguna lección. Le sonó el móvil, indicándole que tenía un mensaje… de su hermana: «¿Estás bien?». Paula respiró hondo y le contestó con otro mensaje: "Sí, estoy bien. Estoy en casa de Pedro. Perdona por no haberte llamado antes". No obtuvo respuesta por mensaje y, entonces, el teléfono sonó.
—Hola, Delfi.
—Pau, ¿Qué demonios estás haciendo?
Paula se había hecho esa misma pregunta más de una vez y seguía sin conocer la respuesta.
—No lo sé. Lo único que sé es que mi vida está patas arriba y estoy intentando empezar de nuevo.
Delfina suspiró.
—Cariño, ten cuidado. Los cambios pueden ser más difíciles de lo que parecen a primera vista.
—¿Eso es lo que a tí te pasó?
—¿Cuando nació Joaquín?
—Sí —dijo Paula.
—Más o menos. Antes de que naciera, sabía que iba a criarle sola, y esa no es la situación ideal.
—Sí, lo sé. Pero Joaquín es un chico fantástico —le recordó Paula a su hermana.
—Cierto, pero mi trabajo me ha costado. Pero volviendo a tí… este cambio en tu vida, este empezar de nuevo… ¿Qué piensas hacer?
—Quiero tomar las riendas de mi vida —contestó Paula—. Ayer, cuando recibí la carta en la que se rechaza mi recurso y me dí cuenta de que mi vida como bailarina de competición había llegado a su fin… Bueno, he pensado que ha llegado el momento de averiguar quién soy realmente.
—¿Y estar con Pedro te va a ayudar a averiguarlo? —le preguntó Delfina.
—No tengo ni idea. Pero, por primera vez en la vida, he actuado impulsivamente. Sabes perfectamente que desde que empecé con el baile no he hecho nada que no fuera dirigido a avanzar en mi carrera profesional. Delfi, no recuerdo ningúnmomento en mi vida en el que el baile no fuera lo más importante.
—Sí, tienes razón. Yo también me acuerdo de que tú y tu baile eran lo único que importaba en casa.
—Lo siento —dijo Paula—. Debió ser injusto para tí.
—Tienes talento, hermana. Hace mucho tiempo que te perdoné que fueras tan buena bailarina.
—Gracias —contestó Paula riendo.
—¿Por perdonarte?
—No, por ser mi hermana mayor y por quererme.
—De nada. ¿Dónde está Pedro? —preguntó Delfina.
—En la ducha. Yo estoy en su terraza, que da a la bahía Vizcaína. La vista es increíble.
Paula se levantó del asiento, rodeó la piscina y se sentó en una de las tumbonas allado del agua.
—Es como no estar en la ciudad —añadió Paula.
—Bueno, pásatelo bien, pero no olvides que actuar impulsivamente tiene sus consecuencias —dijo Delfina—. Y, al final, tendrás que volver a poner los pies en la tierra.
—Lo haré. Hoy entro a trabajar a las cinco, pero estaré en casa a eso de las diez.
—Hasta entonces. ¿Tienes el día libre mañana?
—Sí. ¿Porqué?
—Joaquín quiere ir al parque con su tía preferida.
—Dile que tenemos una cita —respondió Paula, y colgó.
—¿Con quién tienes una cita? —preguntó Pedro, saliendo a la terraza.
Paula volvió la cabeza y le miró.
—Con Joaquín, mi sobrino. Los domingos solemos ir al parque. Salimos por la mañana y dejamos a mi hermana en la cama, es el único día de la semana que no tiene que madrugar.
—Háblame de tu familia —dijo Pedro.
La señora Cushing les llevó el desayuno, lo dejó en una mesa y se marchó. Cuando se sentaron a la mesa, Pedro sirvió el café.
—¿A qué se dedica tu hermana? —preguntó Pedro.
—Es abogada.
—Así que es tan lista como tú, ¿Eh? —comentó Pedro—. ¿Qué rama de la abogacía es su especialidad?
—Asuntos familiares: divorcios, custodia de los hijos… esas cosas. Le encanta su trabajo. Pero siempre está muy ocupada, el trabajo es muy exigente y luego está Joaquín,así que no tiene tiempo libre.
—¿Dónde está el padre de Joaquín? —preguntó Pedro.
—No sé; desde luego, no forma parte de sus vidas. No quería tener hijos ni familia. Pero Delfi sí, así que cada uno fue por su lado.
Pedro dejó el tenedor en el plato.
—No comprendo a esa clase de hombres, aunque he conocido a bastantes. No comprendo cómo pueden ignorar a sus hijos. Los hijos son parte de uno mismo.
A Paula le sorprendió oírle decir eso. Le sorprendió que la familia pareciera ser tan importante para él.
—La familia es importante para tí, ¿Verdad? —preguntó Paula.
—Claro que lo es. Cuando sufrí la lesión y me ví obligado a dejar el béisbol, muchos de mis supuestos amigos me dieron la espalda. Pero mis hermanos… En fin, mis hermanos me dijeron que volviera a casa y que no me preocupara, que haríamos algo juntos. Algo que iba a resultar ser una aventura mayor que jugar al béisbol.
—¿Te has arrepentido del cambio alguna vez? —preguntó ella.
—No, nunca. Ahora no estaría aquí, contigo, de no haber sido por la lesión.
A Paula se le derritió el corazón. Ahora comprendía la advertencia de Delfina respecto a las consecuencias de sus actos, a las consecuencias de haberse acostado con Pedro. Sabía que acabaría olvidando que su relación solo era pasajera, que solo se estaban divirtiendo, y terminaría enamorándose.
—Hola, Delfi.
—Pau, ¿Qué demonios estás haciendo?
Paula se había hecho esa misma pregunta más de una vez y seguía sin conocer la respuesta.
—No lo sé. Lo único que sé es que mi vida está patas arriba y estoy intentando empezar de nuevo.
Delfina suspiró.
—Cariño, ten cuidado. Los cambios pueden ser más difíciles de lo que parecen a primera vista.
—¿Eso es lo que a tí te pasó?
—¿Cuando nació Joaquín?
—Sí —dijo Paula.
—Más o menos. Antes de que naciera, sabía que iba a criarle sola, y esa no es la situación ideal.
—Sí, lo sé. Pero Joaquín es un chico fantástico —le recordó Paula a su hermana.
—Cierto, pero mi trabajo me ha costado. Pero volviendo a tí… este cambio en tu vida, este empezar de nuevo… ¿Qué piensas hacer?
—Quiero tomar las riendas de mi vida —contestó Paula—. Ayer, cuando recibí la carta en la que se rechaza mi recurso y me dí cuenta de que mi vida como bailarina de competición había llegado a su fin… Bueno, he pensado que ha llegado el momento de averiguar quién soy realmente.
—¿Y estar con Pedro te va a ayudar a averiguarlo? —le preguntó Delfina.
—No tengo ni idea. Pero, por primera vez en la vida, he actuado impulsivamente. Sabes perfectamente que desde que empecé con el baile no he hecho nada que no fuera dirigido a avanzar en mi carrera profesional. Delfi, no recuerdo ningúnmomento en mi vida en el que el baile no fuera lo más importante.
—Sí, tienes razón. Yo también me acuerdo de que tú y tu baile eran lo único que importaba en casa.
—Lo siento —dijo Paula—. Debió ser injusto para tí.
—Tienes talento, hermana. Hace mucho tiempo que te perdoné que fueras tan buena bailarina.
—Gracias —contestó Paula riendo.
—¿Por perdonarte?
—No, por ser mi hermana mayor y por quererme.
—De nada. ¿Dónde está Pedro? —preguntó Delfina.
—En la ducha. Yo estoy en su terraza, que da a la bahía Vizcaína. La vista es increíble.
Paula se levantó del asiento, rodeó la piscina y se sentó en una de las tumbonas allado del agua.
—Es como no estar en la ciudad —añadió Paula.
—Bueno, pásatelo bien, pero no olvides que actuar impulsivamente tiene sus consecuencias —dijo Delfina—. Y, al final, tendrás que volver a poner los pies en la tierra.
—Lo haré. Hoy entro a trabajar a las cinco, pero estaré en casa a eso de las diez.
—Hasta entonces. ¿Tienes el día libre mañana?
—Sí. ¿Porqué?
—Joaquín quiere ir al parque con su tía preferida.
—Dile que tenemos una cita —respondió Paula, y colgó.
—¿Con quién tienes una cita? —preguntó Pedro, saliendo a la terraza.
Paula volvió la cabeza y le miró.
—Con Joaquín, mi sobrino. Los domingos solemos ir al parque. Salimos por la mañana y dejamos a mi hermana en la cama, es el único día de la semana que no tiene que madrugar.
—Háblame de tu familia —dijo Pedro.
La señora Cushing les llevó el desayuno, lo dejó en una mesa y se marchó. Cuando se sentaron a la mesa, Pedro sirvió el café.
—¿A qué se dedica tu hermana? —preguntó Pedro.
—Es abogada.
—Así que es tan lista como tú, ¿Eh? —comentó Pedro—. ¿Qué rama de la abogacía es su especialidad?
—Asuntos familiares: divorcios, custodia de los hijos… esas cosas. Le encanta su trabajo. Pero siempre está muy ocupada, el trabajo es muy exigente y luego está Joaquín,así que no tiene tiempo libre.
—¿Dónde está el padre de Joaquín? —preguntó Pedro.
—No sé; desde luego, no forma parte de sus vidas. No quería tener hijos ni familia. Pero Delfi sí, así que cada uno fue por su lado.
Pedro dejó el tenedor en el plato.
—No comprendo a esa clase de hombres, aunque he conocido a bastantes. No comprendo cómo pueden ignorar a sus hijos. Los hijos son parte de uno mismo.
A Paula le sorprendió oírle decir eso. Le sorprendió que la familia pareciera ser tan importante para él.
—La familia es importante para tí, ¿Verdad? —preguntó Paula.
—Claro que lo es. Cuando sufrí la lesión y me ví obligado a dejar el béisbol, muchos de mis supuestos amigos me dieron la espalda. Pero mis hermanos… En fin, mis hermanos me dijeron que volviera a casa y que no me preocupara, que haríamos algo juntos. Algo que iba a resultar ser una aventura mayor que jugar al béisbol.
—¿Te has arrepentido del cambio alguna vez? —preguntó ella.
—No, nunca. Ahora no estaría aquí, contigo, de no haber sido por la lesión.
A Paula se le derritió el corazón. Ahora comprendía la advertencia de Delfina respecto a las consecuencias de sus actos, a las consecuencias de haberse acostado con Pedro. Sabía que acabaría olvidando que su relación solo era pasajera, que solo se estaban divirtiendo, y terminaría enamorándose.
Pasión y Baile: Capítulo 15
La luz de la mañana se filtró por la persiana. Normalmente, no le gustaba que las mujeres se quedaran hasta bien entrada la mañana en su casa, pero con Paula era diferente, no tenía prisa de que se fuera. Ella estaba acurrucada junto a él, con la cabeza sobre su hombro y rodeándole la cintura con un brazo.
La respiración de ella le acariciaba el pecho y sintió una extraña satisfacción.¿Qué iba a hacer con Paula?Debería hacer que se levantara; sin embargo, quería abrazarla y quedarse así con ella hasta que despertara. Después, le gustaría volver a hacer el amor y pasar el día entero con ella. Mientras la miraba, se preguntó qué la hacía diferente. En parte, se debía al hecho de que Paula no formaba parte de su círculo de amistades y no parecía necesitar sus contactos. Era la primera mujer que conocía que no necesitaba nada de él.
—¿Por qué me estás mirando? —le preguntó ella volviéndose para tumbarse boca arriba.
—Eres increíblemente bonita —contestó Pedro.
Cuanto más tiempo pasaba con ella, más bonita le parecía.
—Soy una auténtica Mona Lisa —dijo ella.
—Eres una mujer muy interesante, Paula—comentó Pedro, inclinándose para darle un beso—. Podría pasarme el día entero mirándote.
—No sé si…
—No lo pienses —dijo él, sellándole los labios con un dedo—. Pasemos el día juntos.
—¿Haciendo qué? —preguntó Paula—. Entro a trabajar a las cinco.
—Y yo —dijo Pedro.
Pedro se volvió y agarró el teléfono móvil, que estaba encima de la mesilla de noche. Entonces, miró en Internet el informe meteorológico y vió que era un día perfecto para navegar.
—¿Quieres salir a dar una vuelta en yate?
Paula se echó a reír.
—¿Se lo dices a todas las mujeres con las que sales?
—Sí.
—Me encantaría, pero no tengo la ropa adecuada para navegar —comentó Paula.
—En el vestíbulo de este edificio hay una boutique. ¿Cuál es tu talla?
—La seis.
—Llamaré por teléfono para que te suban algo de ropa.
—No, no es necesario. Iré a casa, me daré una ducha y me cambiaré. Podemos reunimos luego en el embarcadero.
Pedro sacudió la cabeza.
—No. Quiero pasar el día entero contigo.
—¿Y siempre consigues lo que quieres? —preguntó Paula.
—Si —mintió Pedro.
—¿Por qué tengo que quedarme? —preguntó ella.
—Porque te he pedido que lo hagas. Quiero conocerte mejor —replicó Pedro.
—En ese caso, no puedo oponerme.
—Me alegra oírtelo decir. La mujer que viene a limpiar está a punto de llegar. ¿Qué te apetece desayunar?
—Suelo tomar desayunos ligeros.
—¿Qué te parece un croissant y fruta? —sugirió Pedro.
—Bien.
—Estupendo. Y ahora, si quieres, ve a ducharte mientras yo me encargo de organizar el día. Puedes ponerte mi albornoz mientras esperamos a que te traigan la ropa.
—Gracias.
Pedro la besó y ella fue al cuarto de baño.Tan pronto como se quedó solo, él comenzó los preparativos para ese día. Se mantuvo ocupado con el fin de no pensar en hacer el amor con Paula otra vez. Se sentía más unido a ella, algo peligroso. Se puso unos pantalones deportivos y una camiseta, y se dirigió a la zona de estar de la casa. El sol iluminaba la bahía Vizcaína y se reflejaba en la superficie de la piscinade la terraza.
—Buenos días, señor —dijo la señora Gushing al entrar en el cuarto de estar.
—Buenos días, señora Gushing. Tengo una invitada y nos gustaría desayunar algo ligero: fruta, croissants, café y zumo. ¿Dentro de media hora, en la terraza?
—Muy bien, señor.
—Ah, y estoy esperando que me envíen unos paquetes los de la boutique de abajo.¿Le importaría asegurarse de que estén aquí antes del desayuno?
—Muy bien. ¿Algo más, señor?
—Una vez que hayamos desayunado, no voy a necesitarla, así que espero que disfrute de tener el resto del sábado libre.
—Gracias —dijo ella.
—De nada —repuso Pedro.
Mientras Pedro se duchaba, Paula se sentó en la terraza, al lado de la piscina con vistas a la bahía Vizcaína. La vista de aquel ático era espectacular, pero no tanto como Pedro Alfonso. El día anterior había recibido un duro golpe: la Federación Internacional de Baile de Salón había rechazado su recurso. No volvería a participar en el baile de competición. Sin embargo, haber ido a esa casa y haber pasado la noche con Pedro… ¿Por qué lo había hecho?
La respiración de ella le acariciaba el pecho y sintió una extraña satisfacción.¿Qué iba a hacer con Paula?Debería hacer que se levantara; sin embargo, quería abrazarla y quedarse así con ella hasta que despertara. Después, le gustaría volver a hacer el amor y pasar el día entero con ella. Mientras la miraba, se preguntó qué la hacía diferente. En parte, se debía al hecho de que Paula no formaba parte de su círculo de amistades y no parecía necesitar sus contactos. Era la primera mujer que conocía que no necesitaba nada de él.
—¿Por qué me estás mirando? —le preguntó ella volviéndose para tumbarse boca arriba.
—Eres increíblemente bonita —contestó Pedro.
Cuanto más tiempo pasaba con ella, más bonita le parecía.
—Soy una auténtica Mona Lisa —dijo ella.
—Eres una mujer muy interesante, Paula—comentó Pedro, inclinándose para darle un beso—. Podría pasarme el día entero mirándote.
—No sé si…
—No lo pienses —dijo él, sellándole los labios con un dedo—. Pasemos el día juntos.
—¿Haciendo qué? —preguntó Paula—. Entro a trabajar a las cinco.
—Y yo —dijo Pedro.
Pedro se volvió y agarró el teléfono móvil, que estaba encima de la mesilla de noche. Entonces, miró en Internet el informe meteorológico y vió que era un día perfecto para navegar.
—¿Quieres salir a dar una vuelta en yate?
Paula se echó a reír.
—¿Se lo dices a todas las mujeres con las que sales?
—Sí.
—Me encantaría, pero no tengo la ropa adecuada para navegar —comentó Paula.
—En el vestíbulo de este edificio hay una boutique. ¿Cuál es tu talla?
—La seis.
—Llamaré por teléfono para que te suban algo de ropa.
—No, no es necesario. Iré a casa, me daré una ducha y me cambiaré. Podemos reunimos luego en el embarcadero.
Pedro sacudió la cabeza.
—No. Quiero pasar el día entero contigo.
—¿Y siempre consigues lo que quieres? —preguntó Paula.
—Si —mintió Pedro.
—¿Por qué tengo que quedarme? —preguntó ella.
—Porque te he pedido que lo hagas. Quiero conocerte mejor —replicó Pedro.
—En ese caso, no puedo oponerme.
—Me alegra oírtelo decir. La mujer que viene a limpiar está a punto de llegar. ¿Qué te apetece desayunar?
—Suelo tomar desayunos ligeros.
—¿Qué te parece un croissant y fruta? —sugirió Pedro.
—Bien.
—Estupendo. Y ahora, si quieres, ve a ducharte mientras yo me encargo de organizar el día. Puedes ponerte mi albornoz mientras esperamos a que te traigan la ropa.
—Gracias.
Pedro la besó y ella fue al cuarto de baño.Tan pronto como se quedó solo, él comenzó los preparativos para ese día. Se mantuvo ocupado con el fin de no pensar en hacer el amor con Paula otra vez. Se sentía más unido a ella, algo peligroso. Se puso unos pantalones deportivos y una camiseta, y se dirigió a la zona de estar de la casa. El sol iluminaba la bahía Vizcaína y se reflejaba en la superficie de la piscinade la terraza.
—Buenos días, señor —dijo la señora Gushing al entrar en el cuarto de estar.
—Buenos días, señora Gushing. Tengo una invitada y nos gustaría desayunar algo ligero: fruta, croissants, café y zumo. ¿Dentro de media hora, en la terraza?
—Muy bien, señor.
—Ah, y estoy esperando que me envíen unos paquetes los de la boutique de abajo.¿Le importaría asegurarse de que estén aquí antes del desayuno?
—Muy bien. ¿Algo más, señor?
—Una vez que hayamos desayunado, no voy a necesitarla, así que espero que disfrute de tener el resto del sábado libre.
—Gracias —dijo ella.
—De nada —repuso Pedro.
Mientras Pedro se duchaba, Paula se sentó en la terraza, al lado de la piscina con vistas a la bahía Vizcaína. La vista de aquel ático era espectacular, pero no tanto como Pedro Alfonso. El día anterior había recibido un duro golpe: la Federación Internacional de Baile de Salón había rechazado su recurso. No volvería a participar en el baile de competición. Sin embargo, haber ido a esa casa y haber pasado la noche con Pedro… ¿Por qué lo había hecho?
Pasión y Baile: Capítulo 14
—Sí, mucho. ¿Quieres desnudarte? —preguntó él con una sonrisa traviesa.
—Más de lo que puedes imaginar, pero creía que querías esperar.
—Touché —dijo Pedro al tiempo que le pasaba la mano por la espalda y le desabrochaba el sujetador. Después de quitárselo, la hizo apartarse de él—. No puedo verte con esta luz.
Pedro se levantó y encendió la lámpara de la mesilla de noche.
—Quítate la blusa —le ordenó él.
Paula se quitó la blusa y el sujetador mientras Pedro se despojaba de la camisa. Los músculos de su torso eran pronunciados. También tenía una mata de vello clarocubriéndole el pecho, el bello se estrechaba en línea descendente hasta desaparecerpor la cinturilla de los pantalones. Paula se puso en pie, colocándose al lado de Pedro. Le acarició el pecho, los pezones,más abajo…
Pedro se quedó quieto, dejándose acariciar. Y a ella le gustó la sensación del vello de él en la palma de su mano. Le gustó el calor de ese cuerpo viril y su fuerza. Inclinándose sobre él, le besó la nuca. Él le acarició la espalda. Después, le sintió boyarle la cremallera lateral de la falda y, al momento, ésta cayó a sus pies. Le tomó las manos y, apartándose de ella, se la quedó mirando.
—Algún día te pediré que bailes para mí… a solas —dijo Pedro.
—Puede que lo haga —contestó ella—. Pero a condición de que tú hagas otra cosa por mí.
Pedro asintió y se llevó las manos al cinturón. Despacio, se desabrochó el cinturón yse bajó los pantalones.
—Ven aquí.
—No, ven tú aquí —dijo ella.
Pedro arqueó una ceja, mirándola, y se le acercó. Ella le empujó hasta tumbarle en la cama; después, se colocó encima de él, con las piernas a sus costados y las manos ensus hombros. Se frotó el sexo con el de Pedro y le sintió moverse.
—¿Te gusta esto? —preguntó Paula.
—Sí.
Paula le agarró las caderas y la hizo frotarse contra su pene. Ella echó la cabeza hacia atrás, disfrutando aquella sensación que se le extendió por el cuerpo. La piel sele erizó y los pezones se le irguieron. Pedro se incorporó en la cama y le chupó los pezones.
—Te deseo —dijo él.
—Lo sé —susurró Paula inclinándose sobre él, frotándose contra él.
—¿Por qué no nos hemos desnudado del todo? —preguntó Pedro.
—Yo… no lo sé. Creía que querías desnudarme.
Tiró de ella hasta que ambos quedaron tumbados de costado. Entonces, le puso una mano en las caderas, tiró del elástico de las bragas y se las bajó. Ella se alzó ligeramente para facilitarle la tarea y Pedro tiró las bragas al suelo.
—Túmbate bocarriba —dijo él—. Quiero grabar en mi mente la forma como te ves en mi cama.
A Paula le gustó la idea.
—¿Cómo me veo en tu cama?
—Como una sirena, hermosa y tentadora. Incitándome a adentrarme en aguas peligrosas.
Paula levantó una rodilla y separó las piernas.
—Yo no soy peligrosa, Pedro.
Él sacudió la cabeza.
—Eres la clase de peligro que me gusta, y sumamente adictiva.
Pedro se quitó la ropa interior y, completamente desnudo, se quedó de pie junto a la cama. Su erección era larga y ancha, y Jen se mordió los labios al pensar que iba a tenerle dentro. Paula alargó una mano y le tocó la punta del miembro, y éste engordó aún más. Pasó un dedo por el borde y luego lo rodeó con la mano entera. Pedro avanzó una cadera hacia ella. Tenía una rodilla en la cama y las manos en sus muslos cuando, de repente, retrocedió.
—Maldición. ¿Estás tomando la píldora?
—Sí —respondió Paula—. Soy bailarina, no puedo permitirme el lujo de quedarme embarazada.
—Estupendo. En ese caso, no es necesario que me ponga un condón —dijo Pedro.
—La verdad es que… quiero que te pongas un condón —interpuso Paula—. Vas con bastantes mujeres.
Le dolía decir eso, pero no iba a correr riesgos con su salud.
—Supongo que tienes razón. Espera un segundo.
Pedro se alejó de la cama, pero volvió en menos de un minuto. Entonces, se colocó encima de ella, pero, al principio, apoyó el peso en los codos y las rodillas. La besó de la garganta al pecho; después, le mordisqueó el ombligo.
El sexo se le humedeció. Quería a Pedro dentro de su cuerpo, no quería esperar un segundo más; pero también le gustaba lo que él le estaba haciendo y no quería pedirleque lo dejara. Pedro se deslizó hacia abajo, entre los muslos de ella, y comenzó a acariciarle elclítoris con la lengua. Sus caricias íntimas la dejaron sin aire. Era la primera vez que un hombre le hacía eso. Le agarró la cabeza con las manos para sujetarle. Estaba tan próxima al orgasmo que no quería que él se moviera… todavía, no. Pedro le introdujo un dedo y ella gimió. Movió las piernas, le rodeó con ellas la cabeza. Y cuando le metió otro dedo y continuó acariciándola dentro, el placer le resultó insoportable.
—Voy a correrme —dijo Paula.
Pedro levantó la cabeza y la miró.
—Hazlo.
Pedro volvió a bajar la cabeza y la mordisqueó íntimamente. Ella se puso tensa y el clímax la sacudió. Agarró la cabeza de él y la apretó contra sí mientras levantaba las caderas de la cama. Continuó presa de los espasmos y Pedro, mientras subía por la cama, mantuvo los dedos dentro de ella. Entonces, colocó el miembro en el umbral de su cuerpo y esperó un minuto. Sentir la punta de su miembro renovó su deseo. Paula arqueó las caderas en un intento por facilitarle la entrada, pero él sacudió lacabeza.
—Quiero ir despacio.
—Y yo te quiero dentro, Pedro. Ya.
Pedro se tomó su tiempo; por fin, una vez dentro, comenzó a moverse despacio. La sensación de estar en el cuerpo de ella era maravillosa. Se movió con más rapidez mientras le agarraba las caderas con fuerza. Bajó la cabeza y le besó la garganta, le susurró palabras de pasión al oído y la llevó, una vez más, al borde del clímax. Paula le agarró las nalgas, tirando de él hacia sí. Pedro pronunció su nombre con ungemido en el momento en que ella tenía otro orgasmo. Esta vez, el orgasmo fue mucho más intenso. Él se movió dentro de ella con frenesí y gritó su nombre justo en el momento en que alcanzó el clímax. Cuando pudo moverse, se tumbó de costado con los brazos alrededor de ella.
Una vez que el sudor de sus cuerpos se hubo secado, Paula le miró a la luz de la lámpara de la mesilla de noche. Había sido la experiencia más intensa de su vida. Sin embargo, Pedro Alfonso no solo era, prácticamente, un desconocido, sino también su jefe. ¿Qué había hecho?
—Más de lo que puedes imaginar, pero creía que querías esperar.
—Touché —dijo Pedro al tiempo que le pasaba la mano por la espalda y le desabrochaba el sujetador. Después de quitárselo, la hizo apartarse de él—. No puedo verte con esta luz.
Pedro se levantó y encendió la lámpara de la mesilla de noche.
—Quítate la blusa —le ordenó él.
Paula se quitó la blusa y el sujetador mientras Pedro se despojaba de la camisa. Los músculos de su torso eran pronunciados. También tenía una mata de vello clarocubriéndole el pecho, el bello se estrechaba en línea descendente hasta desaparecerpor la cinturilla de los pantalones. Paula se puso en pie, colocándose al lado de Pedro. Le acarició el pecho, los pezones,más abajo…
Pedro se quedó quieto, dejándose acariciar. Y a ella le gustó la sensación del vello de él en la palma de su mano. Le gustó el calor de ese cuerpo viril y su fuerza. Inclinándose sobre él, le besó la nuca. Él le acarició la espalda. Después, le sintió boyarle la cremallera lateral de la falda y, al momento, ésta cayó a sus pies. Le tomó las manos y, apartándose de ella, se la quedó mirando.
—Algún día te pediré que bailes para mí… a solas —dijo Pedro.
—Puede que lo haga —contestó ella—. Pero a condición de que tú hagas otra cosa por mí.
Pedro asintió y se llevó las manos al cinturón. Despacio, se desabrochó el cinturón yse bajó los pantalones.
—Ven aquí.
—No, ven tú aquí —dijo ella.
Pedro arqueó una ceja, mirándola, y se le acercó. Ella le empujó hasta tumbarle en la cama; después, se colocó encima de él, con las piernas a sus costados y las manos ensus hombros. Se frotó el sexo con el de Pedro y le sintió moverse.
—¿Te gusta esto? —preguntó Paula.
—Sí.
Paula le agarró las caderas y la hizo frotarse contra su pene. Ella echó la cabeza hacia atrás, disfrutando aquella sensación que se le extendió por el cuerpo. La piel sele erizó y los pezones se le irguieron. Pedro se incorporó en la cama y le chupó los pezones.
—Te deseo —dijo él.
—Lo sé —susurró Paula inclinándose sobre él, frotándose contra él.
—¿Por qué no nos hemos desnudado del todo? —preguntó Pedro.
—Yo… no lo sé. Creía que querías desnudarme.
Tiró de ella hasta que ambos quedaron tumbados de costado. Entonces, le puso una mano en las caderas, tiró del elástico de las bragas y se las bajó. Ella se alzó ligeramente para facilitarle la tarea y Pedro tiró las bragas al suelo.
—Túmbate bocarriba —dijo él—. Quiero grabar en mi mente la forma como te ves en mi cama.
A Paula le gustó la idea.
—¿Cómo me veo en tu cama?
—Como una sirena, hermosa y tentadora. Incitándome a adentrarme en aguas peligrosas.
Paula levantó una rodilla y separó las piernas.
—Yo no soy peligrosa, Pedro.
Él sacudió la cabeza.
—Eres la clase de peligro que me gusta, y sumamente adictiva.
Pedro se quitó la ropa interior y, completamente desnudo, se quedó de pie junto a la cama. Su erección era larga y ancha, y Jen se mordió los labios al pensar que iba a tenerle dentro. Paula alargó una mano y le tocó la punta del miembro, y éste engordó aún más. Pasó un dedo por el borde y luego lo rodeó con la mano entera. Pedro avanzó una cadera hacia ella. Tenía una rodilla en la cama y las manos en sus muslos cuando, de repente, retrocedió.
—Maldición. ¿Estás tomando la píldora?
—Sí —respondió Paula—. Soy bailarina, no puedo permitirme el lujo de quedarme embarazada.
—Estupendo. En ese caso, no es necesario que me ponga un condón —dijo Pedro.
—La verdad es que… quiero que te pongas un condón —interpuso Paula—. Vas con bastantes mujeres.
Le dolía decir eso, pero no iba a correr riesgos con su salud.
—Supongo que tienes razón. Espera un segundo.
Pedro se alejó de la cama, pero volvió en menos de un minuto. Entonces, se colocó encima de ella, pero, al principio, apoyó el peso en los codos y las rodillas. La besó de la garganta al pecho; después, le mordisqueó el ombligo.
El sexo se le humedeció. Quería a Pedro dentro de su cuerpo, no quería esperar un segundo más; pero también le gustaba lo que él le estaba haciendo y no quería pedirleque lo dejara. Pedro se deslizó hacia abajo, entre los muslos de ella, y comenzó a acariciarle elclítoris con la lengua. Sus caricias íntimas la dejaron sin aire. Era la primera vez que un hombre le hacía eso. Le agarró la cabeza con las manos para sujetarle. Estaba tan próxima al orgasmo que no quería que él se moviera… todavía, no. Pedro le introdujo un dedo y ella gimió. Movió las piernas, le rodeó con ellas la cabeza. Y cuando le metió otro dedo y continuó acariciándola dentro, el placer le resultó insoportable.
—Voy a correrme —dijo Paula.
Pedro levantó la cabeza y la miró.
—Hazlo.
Pedro volvió a bajar la cabeza y la mordisqueó íntimamente. Ella se puso tensa y el clímax la sacudió. Agarró la cabeza de él y la apretó contra sí mientras levantaba las caderas de la cama. Continuó presa de los espasmos y Pedro, mientras subía por la cama, mantuvo los dedos dentro de ella. Entonces, colocó el miembro en el umbral de su cuerpo y esperó un minuto. Sentir la punta de su miembro renovó su deseo. Paula arqueó las caderas en un intento por facilitarle la entrada, pero él sacudió lacabeza.
—Quiero ir despacio.
—Y yo te quiero dentro, Pedro. Ya.
Pedro se tomó su tiempo; por fin, una vez dentro, comenzó a moverse despacio. La sensación de estar en el cuerpo de ella era maravillosa. Se movió con más rapidez mientras le agarraba las caderas con fuerza. Bajó la cabeza y le besó la garganta, le susurró palabras de pasión al oído y la llevó, una vez más, al borde del clímax. Paula le agarró las nalgas, tirando de él hacia sí. Pedro pronunció su nombre con ungemido en el momento en que ella tenía otro orgasmo. Esta vez, el orgasmo fue mucho más intenso. Él se movió dentro de ella con frenesí y gritó su nombre justo en el momento en que alcanzó el clímax. Cuando pudo moverse, se tumbó de costado con los brazos alrededor de ella.
Una vez que el sudor de sus cuerpos se hubo secado, Paula le miró a la luz de la lámpara de la mesilla de noche. Había sido la experiencia más intensa de su vida. Sin embargo, Pedro Alfonso no solo era, prácticamente, un desconocido, sino también su jefe. ¿Qué había hecho?
Pasión y Baile: Capítulo 13
—Comprendo lo que dices. A mí me encanta bailar y puedo hacerlo todas las noches.
La mirada de Paula se perdió y él se dió cuenta de que ella no le había contado todo.
—Supongo que había llegado tan lejos como me era posible en esa dirección — añadió Paula—. Un buen momento para cambiar.
—Y ahora, además, vas a pasar una mañana conmigo —dijo él.
—¡Pedro, no te vendas tan barato! —exclamó ella con una carcajada.
—Eso nunca —dijo él, y la besó.
El consejo que Pedro le había dado tenía sentido y le gustaba la forma como lo había hecho, sin dárselas de saberlo todo. Llevaba sorprendiéndola toda la noche.
—La verdad es que no tengo hambre —dijo ella.
No había ido a casa de Pedro para comer y ambos lo sabían.
—Yo tampoco.
Pedro rodeó el mostrador y la hizo ponerse en pie.
—¿Quieres ver el resto de la casa?—Sí.La llevó por el pasillo, en dirección a su dormitorio.
En las paredes colgaban exquisitas pinturas de vivos colores que la hicieron pensar en México. La casa de Pedro era muy moderna. Pero no era fría, sino cálida y acogedora, y le sorprendió sentirsetan cómoda allí. Señaló una foto suya con la gorra de los Yankees.
—¿Cuándo te sacaron esta foto?
—La primera temporada que jugué. Mi padre quería… estaba orgulloso de que me hubiera hecho profesional. Siempre que podía, que él no jugaba, venía a verme. Esta foto estaba colgada en su habitación en nuestra casa de Fisher Island.
—¿Cuándo murió tu padre?
—Dos semanas después de que yo me lesionara. Me alegro de que no se enterase de que yo no iba a volver a jugar al béisbol.
—Creo que se sentiría orgulloso de tí —dijo ella.
Sabía que, al margen de lo que hubiera hecho, sus padres se habrían sentido orgullosos de ella. Delfina siempre decía que lo único que los padres querían era quesus hijos fueran felices; por supuesto, se refería a sí misma y a su hijo de siete años, Joaquín.
—No sé por qué te estoy contando todo esto. ¿Por qué? —preguntó Pedro.
—La gente suele contarme cosas —respondió Paula—. Supongo que me ven como una chica tranquila, que no supone ninguna amenaza para nadie. Ya sabes, alguien a quien se le puede contar un secreto.
—Te has llamado «chica» a tí misma.
En broma, Paula le dió un puñetazo en el hombro.
—Una cosa es que lo haga yo y otra muy distinta es que lo haga un hombre.
Pedro sonrió.
—Cuando creo que empiezo a conocerte, vas y me sorprendes con algo que no esperaba de tí.
—Espero no ser demasiado fácil de comprender —dijo ella.
—No, no lo eres. Eres muy complicada —Pedro la rodeó con los brazos—. Y muy hermosa.
Se inclinó sobre ella y, al oído, le susurró lo sensual que era, lo atractiva que la encontraba y lo mucho que la deseaba. El aliento de Pedro era cálido y le gustaba lo que le estaba diciendo. La hacía sentirse como si no estuviera incompleta. Y era eso, pensó. Desde querechazaron su recurso, se había sentido destrozada; pero ahora, en sus brazos ,eso había dejado de importarle. Le echó los brazos al cuello y se puso de puntillas para besarle. Pedro le devoró laboca con la suya y ella se sintió perdida. Las manos de él le acariciaron la espalda y sedetuvieron en las caderas. Tiró de ella hacia sí. Los fuertes brazos de él, rodeándola, la hicieron sentirse delicada y femenina. Ningún hombre la había hecho sentir lo que sentía con él. Sabía que tenía el control de la situación y se lo permitió. Por fin, Pedro la levantó del suelo.
—Rodéame con las piernas y los brazos —dijo él.
Paula se aferró a él y, por fin, entraron en el dormitorio. Pedro se sentó en el borde dela cama de matrimonio. Mientras ella le miraba, él le acarició la espalda. Bajó la cabeza y la besó. Había pasión en el beso, pero también ternura, y fue la ternura lo que le llegó al corazón. Le agarró el rostro con ambas manos y le penetróla boca con la lengua. Pedro respondió al instante, enterrando los dedos de una manoen sus cabellos. La estrechó con fuerza mientras la pasión se apoderaba de ella.
Pedro se echó en la cama, tirando de ella, que acabó encima. Le acarició los pechos. Ella le desabrochó la camisa y él, despacio, le subió la blusa. Se quedó quieta, echóla cabeza hacia atrás y disfrutó el momento.
Las manos de Pedro eran cálidas, le dejó colgando la blusa. Sus grandes manos le ciñeron la cintura y tiraron de ella hacia abajo, hacia él. Sintió su aliento en el pezón; después, la boca entera. Le agarró la cabeza mientras él la chupaba a través del tejido del sujetador. Todos los músculos de su cuerpo se tensaron. Paula trató de desabrocharse el sujetador, pero Pedro le sujetó las muñecas.
—No, todavía no. Quiero hacerlo así.
—¿En serio?
Pedro asintió. Paula bajó la mano, entre los cuerpos de ambos, y encontró el bulto de la erección de él. Le acarició por encima de los pantalones.
—¿Te gusta esto? —preguntó ella mientras Pedro arqueaba la espalda y subía las caderas.
La mirada de Paula se perdió y él se dió cuenta de que ella no le había contado todo.
—Supongo que había llegado tan lejos como me era posible en esa dirección — añadió Paula—. Un buen momento para cambiar.
—Y ahora, además, vas a pasar una mañana conmigo —dijo él.
—¡Pedro, no te vendas tan barato! —exclamó ella con una carcajada.
—Eso nunca —dijo él, y la besó.
El consejo que Pedro le había dado tenía sentido y le gustaba la forma como lo había hecho, sin dárselas de saberlo todo. Llevaba sorprendiéndola toda la noche.
—La verdad es que no tengo hambre —dijo ella.
No había ido a casa de Pedro para comer y ambos lo sabían.
—Yo tampoco.
Pedro rodeó el mostrador y la hizo ponerse en pie.
—¿Quieres ver el resto de la casa?—Sí.La llevó por el pasillo, en dirección a su dormitorio.
En las paredes colgaban exquisitas pinturas de vivos colores que la hicieron pensar en México. La casa de Pedro era muy moderna. Pero no era fría, sino cálida y acogedora, y le sorprendió sentirsetan cómoda allí. Señaló una foto suya con la gorra de los Yankees.
—¿Cuándo te sacaron esta foto?
—La primera temporada que jugué. Mi padre quería… estaba orgulloso de que me hubiera hecho profesional. Siempre que podía, que él no jugaba, venía a verme. Esta foto estaba colgada en su habitación en nuestra casa de Fisher Island.
—¿Cuándo murió tu padre?
—Dos semanas después de que yo me lesionara. Me alegro de que no se enterase de que yo no iba a volver a jugar al béisbol.
—Creo que se sentiría orgulloso de tí —dijo ella.
Sabía que, al margen de lo que hubiera hecho, sus padres se habrían sentido orgullosos de ella. Delfina siempre decía que lo único que los padres querían era quesus hijos fueran felices; por supuesto, se refería a sí misma y a su hijo de siete años, Joaquín.
—No sé por qué te estoy contando todo esto. ¿Por qué? —preguntó Pedro.
—La gente suele contarme cosas —respondió Paula—. Supongo que me ven como una chica tranquila, que no supone ninguna amenaza para nadie. Ya sabes, alguien a quien se le puede contar un secreto.
—Te has llamado «chica» a tí misma.
En broma, Paula le dió un puñetazo en el hombro.
—Una cosa es que lo haga yo y otra muy distinta es que lo haga un hombre.
Pedro sonrió.
—Cuando creo que empiezo a conocerte, vas y me sorprendes con algo que no esperaba de tí.
—Espero no ser demasiado fácil de comprender —dijo ella.
—No, no lo eres. Eres muy complicada —Pedro la rodeó con los brazos—. Y muy hermosa.
Se inclinó sobre ella y, al oído, le susurró lo sensual que era, lo atractiva que la encontraba y lo mucho que la deseaba. El aliento de Pedro era cálido y le gustaba lo que le estaba diciendo. La hacía sentirse como si no estuviera incompleta. Y era eso, pensó. Desde querechazaron su recurso, se había sentido destrozada; pero ahora, en sus brazos ,eso había dejado de importarle. Le echó los brazos al cuello y se puso de puntillas para besarle. Pedro le devoró laboca con la suya y ella se sintió perdida. Las manos de él le acariciaron la espalda y sedetuvieron en las caderas. Tiró de ella hacia sí. Los fuertes brazos de él, rodeándola, la hicieron sentirse delicada y femenina. Ningún hombre la había hecho sentir lo que sentía con él. Sabía que tenía el control de la situación y se lo permitió. Por fin, Pedro la levantó del suelo.
—Rodéame con las piernas y los brazos —dijo él.
Paula se aferró a él y, por fin, entraron en el dormitorio. Pedro se sentó en el borde dela cama de matrimonio. Mientras ella le miraba, él le acarició la espalda. Bajó la cabeza y la besó. Había pasión en el beso, pero también ternura, y fue la ternura lo que le llegó al corazón. Le agarró el rostro con ambas manos y le penetróla boca con la lengua. Pedro respondió al instante, enterrando los dedos de una manoen sus cabellos. La estrechó con fuerza mientras la pasión se apoderaba de ella.
Pedro se echó en la cama, tirando de ella, que acabó encima. Le acarició los pechos. Ella le desabrochó la camisa y él, despacio, le subió la blusa. Se quedó quieta, echóla cabeza hacia atrás y disfrutó el momento.
Las manos de Pedro eran cálidas, le dejó colgando la blusa. Sus grandes manos le ciñeron la cintura y tiraron de ella hacia abajo, hacia él. Sintió su aliento en el pezón; después, la boca entera. Le agarró la cabeza mientras él la chupaba a través del tejido del sujetador. Todos los músculos de su cuerpo se tensaron. Paula trató de desabrocharse el sujetador, pero Pedro le sujetó las muñecas.
—No, todavía no. Quiero hacerlo así.
—¿En serio?
Pedro asintió. Paula bajó la mano, entre los cuerpos de ambos, y encontró el bulto de la erección de él. Le acarició por encima de los pantalones.
—¿Te gusta esto? —preguntó ella mientras Pedro arqueaba la espalda y subía las caderas.
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