Pero hubo un tiempo en que sintió curiosidad y empezó a leer mucho. Sus padres se morirían de vergüenza si supiesen la cantidad de novelas rosas que Carla le había pasado a escondidas. Allí, en las páginas de esas novelas, es donde empezó a soñar, a fantasear y a desear enamorarse y vivir feliz para el resto de su vida como las mujeres sobre las que leía. Su deseo más ardiente era encontrar un hombre que le liberase sexualmente. Pero no forzaría su suerte y esperaría al amor. Tragó saliva con fuerza y miró a Pedro, sabiendo que esperaba una respuesta. En ese momento supo cuál sería.
—Sí, Pedro, estoy preparada.
Él se quedó en silencio durante un buen rato; limitándose a quedarse allí de pie mirándola. Hubo un momento en que Paula se preguntó si la había escuchado. Pero sus ojos ensombrecidos y el sonido de su respiración le indicaron que sí lo había hecho. Y entonces él paseó la vista por su cuello y ella notó que se estaba percatando de la palpitación alterada de su sexo. Entonces, antes de que pudiese parpadear siquiera, él inclinó la cabeza para besarla. Metió la lengua entre sus labios al tiempo que introducía la mano bajo su vestido. Mientras recorría incansable su boca con la lengua, empezó a acariciarle los muslos y el tacto de sus manos en esa parte de su cuerpo, un lugar que ningún otro hombre había tocado con anterioridad, desató algo en el interior de Bella que le hizo emitir un suspiro entrecortado. En ese momento notó que estaba excitada. Antes de que se diera cuenta, él la había hecho avanzar lentamente hacia atrás hasta que sus nalgas quedasen a la altura de la mesa. Dejó de besarla el tiempo suficiente para susurrarle:
—Estoy deseando introducir la lengua en tu interior.
Aquellas palabras provocaron todo tipo de sensaciones en su estómago y una punzada entre sus piernas. No sólo estaba excitada, estaba a punto de perder el control. Y la sensación fue en aumento conforme él trasladaba los dedos de sus muslos a sus braguitas. Cuando volvió a reclamar su boca, ella gimió por la forma en que la besaba, pensando que se le iría la cabeza de tantas sensaciones inundándola al mismo tiempo. Intentó mantenerse en pie mientras él barría su boca con la lengua. Cuando finalmente pensó que volvía a recuperar parte del control, él le demostró que se equivocaba abriéndose paso con los dedos por la cinturilla de sus braguitas y acariciándola hasta hacerle perder el sentido.
—Pedro...
Sintió que él la echaba suavemente sobre la mesa al tiempo que le levantaba el vestido hasta la cintura. Estaba tan plagada de sentimientos, envuelta en tal cantidad de sensaciones, que no se daba cuenta de lo que pretendía, pero se hizo una idea cuando él le bajó las braguitas, dejándola abierta y desnuda ante sus ojos. Y cuando la echó aún más hacia atrás y se colocó sus piernas alrededor de los hombros hasta casi envolverse el cuello, lo supo.
Paula respiró agitada al ver la sonrisa que rozó los labios de Pedro, una sonrisa que, como la anterior, no era depredatoria y esta vez ni siquiera una de «si de veras quieres saberlo...». Era una sonrisa que decía: «esto te va a gustar» y curvaba las comisuras de sus labios hasta marcar un hoyuelo en su mejilla derecha. Y antes de que ella pudiese exhalar la respiración, le levantó las caderas y enterró el rostro entre sus piernas. Bella se mordió la lengua para evitar gritar cuando deslizó la lengua caliente entre sus pliegues femeninos. Se retorció frenéticamente bajo su boca mientras él la enloquecía de pasión utilizando la lengua para conducirla con paciencia a un tipo de clímax que ella sólo había encontrado en los libros. Era del tipo que provocaba sensaciones preorgásmicas. Pedro le introdujo aún más la lengua con el fin de, más que probar su humedad, utilizar la punta de la lengua para lamerla con ansia. Ella echó hacia atrás la cabeza y cerró los ojos mientras él trazaba todo tipo de círculos en su interior, martirizando su carne, marcándola. No tenía intención de aflojar el ritmo y ella fue consciente de que iba a ser así. Sintió que aumentaba la tensión entre sus muslos, justo donde Jason tenía la boca. El placer y el calor empezaron a hacerse sentir. De pronto, su cuerpo convulsionó alrededor de la boca de Pedro y lanzó un gemido desde lo más profundo de la garganta mientras sacudidas de placer sexual se apoderaban de su cuerpo. Y gimió después de que esas sacudidas la hicieran temblar de forma descontrolada. Experimentaba algo insoportablemente erótico, era un placer tan grande que pensó que le haría perder el conocimiento. Pero no fue así, porque él siguió empujando con la lengua en su interior, obligándola a dar aún más. Y entonces alcanzó el clímax. Incapaz de seguir soportándolo, tensó las piernas alrededor del cuello de Pedro y gritó en éxtasis mientras turbulentas oleadas se apoderaban de ella. Sólo cuando el último espasmo hubo abandonado su cuerpo Pedro retiró la boca, le bajó las piernas, se inclinó y la besó para que probara de sus labios su esencia. Ella le succionó la lengua con fuerza, como si fuese una cuerda de salvamento, con la certeza de que él debía de ser el hombre más sensual y apasionado sobre la tierra. Le había hecho sentir cosas que nunca había sentido antes, mucho más de lo que había imaginado de cualquier novela romántica. Y supo que aquello no era más que el comienzo, una introducción a lo que podía venir después... Mientras sus lenguas se enredaban frenéticamente, supo que después de aquella noche no podrían vivir juntos sin que ella desease descubrir qué había más allá de aquello. ¿Hasta qué punto podía proporcionarle placer? Definitivamente iba a tener que pensarse seriamente la proposición.
Pedro volvió a bajarle el vestido y luego la levantó de la mesa hasta que quedó de pie. Contempló su rostro y le gustó lo que vio. Sus ojos brillaban, tenía los labios hinchados y parecía recién salida de un sueño reparador.
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