—¿No te contó Camila por qué rompimos? —preguntó Pedro.
—No supe nada hasta que se fugaron —dijo ella, y sus ojos reflejaban tristeza y furia al mismo tiempo.
—¿Cómo se lo tomó tu padre?
—Mejor de lo que esperaba.
—Así que no signifiqué mucho ni para el padre ni para la hija.
Ella lo miró fijamente.
—No lo planeó, Pedro. Simplemente ocurrió, se enamoró y...
—Y pasó por encima del que se pusiese en su camino —interrumpió él.
Ya no sentía ningún interés por Camila, así que, ¿Por qué estaba reviviendo aquello? ¿Para apartar de sí a Paula? No tenía necesidad, ya que ella pertenecía a la familia fundadora de Destiny y su padre había dejado claro que lo odiaba. O al menos que a su hija le gustase. Y Paula probablemente compartía aquel sentimiento de su padre y tenía mala opinión de él.
—Camila nunca te habría traicionado deliberadamente —dijo ella, y una sombra nubló su cara—. Creo que todo ocurrió muy deprisa y no quería hacerte daño. Conozco a mi hermana y sé lo mal que se sentía.
—Pues entonces me cuesta creer que no supieses nada. «Y que no me lo dijeses» añadió para sí.
—¿Me estás llamando mentirosa?
—¿Te apellidas Chaves?
—Nadie quiso ponerte en ridículo a propósito, Pedro.
La creyese o no, el hecho era que aquello ocurrió hacía diez años. Hacía mucho tiempo que no pensaba en Camila, ¿Por qué salía todo de nuevo a la luz al volver a Destiny?
—Tienes razón. Lo siento —dijo él pasándose la mano por la nuca.
—Aquel primer año en el circuito de rodeo debió de ser duro para tí —dijo Paula—, pues tenías que ver a Camila y a Diego todo el tiempo.
Lo último que Pedro quería era su compasión.
—Solo fue duro porque quedé segundo.
Paula iba a decir algo, pero él siguió hablando del campeonato.
—La competición fue buena para la publicidad. La aprovecharon al máximo.
—Hasta que Diego se mató —dijo ella—. ¿Estabas allí?
—En aquella ocasión no participé —dijo él negando con la cabeza—, tenía un tirón.
Pero se había enterado, e intentó contactar con Camila. Sin embargo, o no la localizó o ella no quiso hablar con él. De cualquier modo, había pasado mucho tiempo.
—Camila rehízo su vida y siguió adelante —dijo Paula suspirando—. Pero fue injusto, disfrutaron muy poco tiempo juntos.
¿Injusto? Desde luego. Pero él también sabía algo sobre la injusticia. La mujer que creía suya lo dejó por su rival, y él lo uperó. Solo en otra ocasión se volvió a arriesgar y resultó ser otro gran error. Había decidido no volver a bajar la guardia con ninguna mujer, y no iba a dejar de hacerlo en aquel momento. Miró alrededor y se dió cuenta de que había toques femeninos por todas partes, toques caseros. Una sensación de vacío se apoderó de él.
—Aprendí también otra cosa —dijo él con más aspereza de la que pretendía.
—¿Qué?
—Que la vida no es justa, y que a las personas no les importa mucho la justicia. Se forman una opinión sobre algo y no hay forma de cambiarlo. Por ejemplo, dan por supuesto siempre que, de tal palo, tal astilla. Tu padre me lo recordaba constantemente.
—Sí. Pero yo sé que no eres precisamente una astilla —dijo ella y se mordió el labio para contener una sonrisa.
A Pedro se le había olvidado que Paula ya era capaz de ironizar de aquella forma cuando tenía catorce años. Ahora se le daba mucho mejor; con pocas palabras le había dicho que se estaba excediendo y al mismo tiempo lo había hecho sonreír.
—Tienes razón sobre mi padre —dijo—pero no creo que sirva de nada decirte que lo siento.
—Fue hace mucho tiempo —dijo él cruzando los brazos—. Es agua pasada.
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