martes, 31 de octubre de 2017

Propuesta: Capítulo 16

Reconocía  su  mirada.  Una  mirada  enigmática  y  ansiosa  que  sugería  que  la  deseaba y que, si se le diese la oportunidad, la tomaría allí mismo, sobre la mesa de la cocina, en un acto que entrañaría algo más que besos. Tragando saliva con dificultad, Paula apartó la mirada y pensó que sería buena idea  cambiar  de  tema.  Hablar  de  un  posible  casamiento  entre  ambos  no  era  lo  más  adecuado en ese momento.

—Al  menos  he  pagado  los  electrodomésticos  que  me  traerán  la  semana  que  viene. Creo que esta cocina y esta nevera estaban ya en la casa cuando mi padre vivía aquí.

—Seguramente.

—Así que hacían falta nuevos, ¿No te parece?

 Durante  los  diez  minutos  siguientes  estuvieron  hablando  de  asuntos  triviales.  Cualquier otra cosa podía levantar chispas e incendiarse en Dios sabe qué.

—¿Pau?

—¿Sí?

—Esto no funciona.

 Entendió  lo  que  Pedro quería  decir.  La  conversación  había  derivado  de  los  electrodomésticos  a  las  tazas  rotas,  de  que  él  no  quería  cerveza  a  los  muebles  del  salón  y  a  la  película  más  taquillera  de  la  semana  anterior,  pero  todo  como  si  a  ninguno de los dos les importara lo más mínimo.

—¿No?

 —No. Está bien que sintamos lo que estamos sintiendo en este momento, tomes la  decisión que tomes dentro de  una  semana.  Y  precisamente  por  eso  —dijo,  levantándose—,  si  estás  segura  de  que  no  quieres  que  te  ayude  a  retirar  las  tazas  rotas, será mejor que me vaya antes de que...

—¿Antes de qué? —preguntó ella al ver que dudaba a la hora de acabar la frase.

—Antes de que te coma viva.

Ella  inspiró  de  forma  rápida  al  imaginarse  la  escena.  Y  entonces,  en  vez  de  dejarlo estar, preguntó algo realmente estúpido:

—¿Y por qué querrías hacer algo así?

 Pedro sonrió. Y la forma en que lo hizo aceleró rápidamente el pulso de Paula en varias partes de su cuerpo. No fue una sonrisa depredadora, sino una que decía: «Si de veras quieres saberlo...».

—La  razón  por  la  que  te  comería  viva  es  que  el  otro  día  sólo  tuve  ocasión  de  probarte  un  poco.  Pero  lo  suficiente  como  para  haber  perdido  el  sueño  desde  entonces.  Y  he  descubierto  que  me  muero  por  conocer  a  qué  sabes.  Así  que,  si  no  estás preparada para que eso ocurra, acompáñame hasta la puerta.

Francamente, en ese instante ella no estaba segura de para qué estaba preparada   y   pensó   que  ese  grado  de  duda  era  razón  suficiente  como  para  acompañarle hasta la puerta. Tenía muchas cosas que pensar y que solucionar en su cabeza, y tan sólo una semana para hacerlo. Se  levantó  y  rodeó  la  mesa.  Cuando  él  le  tendió  la  mano,  ella  supo  que,  si  se  tocaban,  se  desataría  una  cadena  de  sensaciones  y  acontecimientos  para  lo  que  no  estaba  segura  de  estar  preparada. Trasladó  la  mirada  de  su  mano  a  su  rostro  y  vio  que él también lo sabía. ¿Se suponía que aquello era un desafío? ¿O sencillamente era una forma de enfrentarla a lo que sería vivir con él bajo el mismo techo? Podía  haber  ignorado  su  mano  extendida,  pero  habría  sido  de  muy  mala  educación  y  ella  no  era  una  persona  maleducada.

 Pedro la  estaba  observando.  Esperando a que ella diera el paso siguiente. Así que lo dió, colocando su mano en la de él. Y en cuanto se tocaron ella lo notó. El calor de su cuerpo se extendió por el de ella y en lugar de resistirlo se sumergió más y más en él. Antes  de  que  detectara sus intenciones,  Pedro le  soltó  la  mano  y  le  deslizó  los  dedos  por  el  brazo  arriba  y  abajo,  en una  caricia  tan  suave  y  sensual  que  ella  tuvo  que cerrar la boca con fuerza para no gemir. La miraba con intensidad, y ella se dio cuenta en ese momento de que la caricia no era lo único que la estaba desarmando. El olor de su cuerpo la impregnaba y atraía de tal forma que se le humedecieron las braguitas. «Dios mío».

—Puede  que  me  equivoque,  Pau—dijo  Pedro con  voz  grave  y  susurrante  mientras  seguía  acariciándole  los  brazos—.  Puede  que  estés  preparada  para  que  te  saboree entera, deslice la lengua por tu piel, te deguste en mi boca y me dé un festín de  ti  con  la  terrible  ansia  que  necesito  saciar.  Y  puede  que  también  estés  preparada  para  que,  mientras  su  sabor  delicioso  se  interna  en  mi  boca,  use  la  lengua  para  mantenerte  en  vilo  una  y  otra  vez  y  te  suma  en  un  deseo  que  tengo  intención  de  satisfacer.

 Sus  palabras  ya  la  estaban  excitando  tanto  como  sus  caricias.  Le  hacían  sentir  cosas.  Desear  cosas.  Y  aumentaban  su  deseo  de  explorar.  Experimentar.  Ejercitar  su  libertad de esa manera.

—Dime  que  estás  preparada  —le  urgió  en  voz  baja—.  Me  excito  y  me  caliento  sólo con mirarte. Por favor, dime que estás preparada para mí.

Paula pensó que aquél era el susurro más ronco que había escuchado jamás, y le afectó  tanto  física  como  mentalmente.  Le  empujó a desear  lo  que  fuese  que  él  le  ofrecía. Lo que fuese aquello para lo que supuestamente estaba preparada. Como  para  otras  mujeres,  el  sexo  no  era  para  ella  un  gran  misterio.  Al  menos  desde que, cuando tenía doce años, vió a Carla, el ama de llaves de sus padres, con el jardinero. Entonces no había entendido el por qué de aquellos gemidos y gruñidos y  por  qué  tenían  que  estar  desnudos.  Conforme  crecía,  la  habían  protegido  de  cualquier  encuentro  con  el  sexo  opuesto  y  nunca  había  tenido  tiempo  de  pensar en ello.

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