martes, 28 de noviembre de 2017

Irresistible: Capítulo 4

—Leo la  ección de  finanzas  del  periódico  todos  los  días.  Tu  empresa  ha  sido  mencionada  un  par  de  veces  en  relación  con  unos  proyectos  aquí  en  Texas.  Desde  luego, es una empresa a la que merece la pena seguir de cerca.

—Eso intento —dijo él—. Pero echaba de menos el rodeo.

—¿Y quién no? Todo el mundo debería caer en el barro empujado por un toro furioso al menos una vez al día.

Los dos se rieron. Así  es  como  Paula se  sentía  diez  años  atrás,  antes de que  todo  se  estropease.  Como arcilla  entre sus  manos.  Pero  inmediatamente  sofocó  aquella  sensación.  No  quería  volver  a  sentirla,  no  quería  volver a  amar a un  hombre  enamorado  de  otra  mujer.

—¿Cómo te convencieron para que te presentases a presidente de la asociación? —le preguntó.

—Marcos Hart me llamó.

—¿De verdad?

Marcos tenía  un  rancho  en  Destiny,  y  se  había  hecho  cargo  del  negocio  de  su  padre.  Suministraba  animales  a  los  rodeos  de  todo  el  país.  Pedro y  él  habían  participado en rodeos juntos en el instituto.

—Sí.  Hemos  mantenido  en  contacto.  La  asociación  estaba  en  apuros  cuando  dimitió  el  presidente;  puso  como  excusa  el  trabajo  y  las  obligaciones  familiares.  Como  yo  no  tengo  obligaciones  familiares  —dijo dejando la frase en el  aire—  Marcos pensó que podría ayudar, porque además tengo negocios en esta zona.

¡Así que no estaba casado! Paula  sintió alegría.

—¿Y?  —dijo,  segura de que había  una  razón  más  importante para que Pedro hubiese aceptado.

—Me  ofreció  el  puesto.  Es  solo  temporal;  no  hubiese  aceptado  un  cargo  permanente.

—Marcos debía saber que por alguna razón, lo considerarías —dijo ella.

—Sí.

—¿Qué fue?

 —Sabía que el rodeo me había salvado la vida.

Pedro no estaba seguro de por qué había dicho aquello, sobre todo al ver la cara de sorpresa de Paula. Ella intentó disimular y a él le pareció increíblemente atractivo verla intentarlo. Sintió que había algo especial en estar de vuelta en Destiny, y más aún en estar  de nuevo con Paula Chaves en aquella  habitación.  Había dicho la verdad  cuando al llegar le dijo que casi no la había reconocido. Ella había cambiado: el pelo castaño  claro  con  mechas doradas le llegaba por los hombros, y sus  ojos  marrones,  llenos de vida e inteligencia, lo retaban. Era una niña la última vez que la vió, pero aquella noche... Cuanto más tiempo pasaba en aquella cocina hablando con la hermana pequeña de  Camila,  más   cosas  recordaba.   Se  dejó  llevar  por  los  sentimientos:   frustración,   añoranza y enfado, que se convertían en ira e impotencia.

—¿Por qué dices que te salvó la vida?

—Ya sabes que yo era un niño al que nadie quería —dijo, y pensó: «ni siquiera tu hermana»—. Podría haber tomado cualquier camino en la vida.

—Conozco los antecedentes —dijo ella.

—Esa es una forma amable de decir que mi padre se marchó antes de que yo naciese y que mi madre se fugó con un trabajador de la construcción cuando yo tenía diez años.

¿Por qué se empeñaba Paula en hablar de algo que ya sabía?  pensó furioso.  Algo que él llevaba toda la vida intentando olvidar. No tenía ningún sentido.

—Bueno, es agua pasada —dijo ella sin ningún tipo de emoción en la voz.

Pedro estuvo a punto de sonreír.

—Para mí no, pero lo he asumido —dijo mintiendo a medias—. El caso es que por aquel entonces el rodeo era lo único que tenía y que se me daba bien.

—Eras la única persona  más malvada y  más loca que los propios toros  —dijo  ella.

—Tenía razones para  ello  —dijo haciendo una  mueca—.  Pero  aprendí  unas  lecciones importantes.

 —¿Cuáles? —preguntó ella en vista de que él no continuaba.

—No asentir con la cabeza a no ser que sea en serio.

—Solías decir que esa era la regla número uno para montar sobre un toro.

—Me sorprende que lo recuerdes.

—Tengo buena memoria —dijo ella.

«No  como  yo»  pensó  Pedro.  No  había  muchas  cosas  buenas  que  recordar  de  aquella época.

—Pero me dí cuenta de que hay algo más importante que eso —dijo recordando otra regla de oro.

—¿Qué es?

—No cuentes con nadie más que contigo mismo.

Pedro vió la sombra que cruzó  la  bonita  cara  de  Paula y  se  preguntó  a  qué  podría deberse, pero no dijo nada.

—Creo que  aprendiste  una  lección  equivocada  —dijo  ella—.  ¿Quién  te  la  enseñó?

—Tu  hermana.  En  el  campeonato  de  rodeo,  la  noche  en  que  la  encontré  acostada con Diego Adams.

—No sabía que te habías enterado de lo suyo de esa forma —dijo ella abriendo los ojos de par en par.

Pedro miró a todas partes excepto a Paula. Cuando por fin la miró a los ojos, la irritación  que sentía se  disolvió  y  se sintió  ligeramente  culpable,  pues  se  dio  cuenta  de  que  su  intención  había  sido  conmocionarla.  ¿Por qué?  ¿Porque ella  le hacía  recordar todo lo que intentaba olvidar? Parecía una mujer franca, pero también había pensado  lo  mismo  de  su  hermana  y  ella  lo  había  dejado  por  otro.  ¿Por  qué  iba  ser  Paula distinta?  De  todos modos,  le  daba  igual, pues no andaba en busca de pareja, pero algo en ella lo atraía, y por aquella sola razón, se dijo a sí mismo, debía andarse con cuidado. Además,  le  resultaba  difícil  creer  que  Paula no  sabía  que  había  encontrado  a  los amantes en el coche de Diego, porque las dos hermanas siempre fueron como uña y carne. No obstante, aunque no recordaba muchas cosas de Paula, sí recordaba que era incapaz de fingir.


No hay comentarios:

Publicar un comentario