martes, 7 de noviembre de 2017

Propuesta: Capítulo 23

—Estás  muy  guapa.  Y  he  pensado  que  podríamos  ir  a  cenar  luego,  antes  de  traerte de vuelta a tu casa.

 A ella le brillaron los ojos de tal modo que a Pedro se le encogió el estómago.

—Me encantaría, Pedro.

Eran cerca de  las  diez  de  la  noche  cuando  Paula regresó   a   casa.   Pedro inspeccionó  el  interior,  encendiendo  las  luces  conforme  comprobaba  habitación  tras  habitación. A ella le hizo sentirse aún más segura ver que había un coche de policía estacionado a la salida de la finca.

—Parece que todo está en orden —dijo Pedro interrumpiendo sus pensamientos.

—Gracias. Te acompaño a la puerta —dijo ella rápidamente, dirigiéndose hacia las escaleras.

—¿Tienes prisa por echarme, Paula?

En ese momento a ella no le importaba lo que él pensara. Sólo necesitaba que se marchase para aclarar sus pensamientos, ya que las ocho horas que había pasado con él habían hecho mella tanto en su cuerpo como en su mente. Cada vez que él  la había  tocado,  incluso  al  hacer  algo  tan  sencillo  como  colocarle la mano en la espalda para entrar en el cine, le había afectado de tal modo que había pasado el resto de la noche excitada y preocupada.

—No, no quiero  apremiarte,  pero es que es  tarde  —le  dijo—.  Si  te  proponías  agotarme  esta  noche,  te  aseguro  que  lo  has  conseguido.  Quiero  darme  una  ducha  y  meterme en la cama.

Estaban  uno  rente  al  otro,  y  él  la rodeó  con  sus  brazos  y  la  apretó  contra  su  cuerpo. Ella pudo sentirlo desde el pecho hasta las rodillas, pero sobre todo sintió la erección que se alzaba a medio camino.

—Me encantaría ducharme contigo, mi vida —susurró él.

Ella no sabía qué era lo que pretendía, pero llevaba toda la noche susurrándole insinuaciones y cada una de ellas no habían hecho más que sumarse a su tormento.

—No estaría bien, y lo sabes.

Él rió entre dientes.

—Tampoco  está  bien  que  intentes  enviarme a mi casa a dormir en una cama vacía.  ¿Por  qué no aceptas  mi  proposición?  Podríamos casarnos  de  inmediato.  Sin esperar  más.  Y  entonces  —dijo,  inclinándose  para  mordisquearle  los  labios—...  podríamos dormir bajo el mismo techo. Piénsalo.

Paula gimió  ante  aquella   invasión de su boca.   Lo   estaba  pensando  e  imaginándoselo. Oh, ¡Menuda noche sería! Pero debía pensar además qué pasaría si él se cansaba de ella como su padre acabó cansándose de su madre. Y en la forma en que  su  madre  se  cansó  de  su  padre.  ¿Y  si  él  deseaba  una  relación  abierta?  ¿Y  si  le  decía después del primer año que quería el divorcio y ella estaba enamorada de él?

—¿Estás segura de que no quieres que me quede esta noche? Podría dormir en el sofá.

Ella  negó  con  la  cabeza.  Incluso  así  estaría  demasiado  cerca  como  para  que  estuviese tranquila.

—No, Pedro, estaré bien. Vete a casa.

—No sin  hacer esto  antes  —dijo,  atrapándole  la  boca  con  la  suya. 

Ella  no  tuvo  ningún  reparo  en  ofrecerle  lo  que  quería  y  él  tampoco  tuvo  reparos  a  la  hora  de  tomarlo.  La  besó  apasionadamente,  a  conciencia  y  sin  reservas  en  cuanto  a  hacerla  sentirse querida, necesitada y deseada. Ella sintió el calor que irradiaba el cuerpo de Pedro y  aquello  no  le  provocó  rechazo,  sino  que  encendió  en  ella  una  pasión  tan  acentuada  que  tuvo  que  luchar  por  mantener  la  cabeza  fría  y  no  arriesgarse  a  que  aquel beso les llevara a un lugar al que no estaba preparada para ir. Un  rato  después  fue  ella  la  que  interrumpió  el  beso.  Inspiró  profundamente,  desesperada  por  recuperar  el  aliento.  Pedro se limitó  a  quedarse  allí  mirándola  y  esperando, como si estuviese dispuesto para un segundo asalto. Paula supo que le estaba decepcionando cuando dió un paso atrás.

—Buenas noches, Pedro.

Él curvó los labios en una atractiva sonrisa.

—Dime  un solo beneficio  de  los  que  obtendrás  una  vez  haya  salido  por  esa  puerta.

No estaba segura de qué decir y en esos casos le habían enseñado que lo mejor era no decir nada en absoluto. En lugar de eso, repitió mientras giraba el pomo de la puerta para abrirla:

—Buenas noches, Pedro.

Él se inclinó, la besó suavemente en los labios y susurró:

—Buenas noches, Paula.

Paula no  sabía  qué  era  lo  que  la  había  despertado  a  mitad de  la  noche.  Miró  el  reloj  y  comprobó que eran  as dos  de la  mañana. Estaba inquieta,  acalorada.  Y  definitivamente seguía alterada. No sabía que el simple hecho de pasar el tiempo con un hombre podía poner a una mujer en semejante estado de excitación. Salió  de  la  cama  y  se  puso  la  bata  y  las  zapatillas.  La  luna  llena  brillaba  en  el  cielo y su luz se internaba en la habitación. Se asomó a la ventana y vio la forma de las montañas iluminadas por la luna. Por la noche resultaban tan imponentes como a la luz del día.

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