jueves, 9 de noviembre de 2017

Propuesta: Capítulo 27

Al  entrar  en  lo  que  antes  era  su  salón,  Paula miró  a  su  alrededor  e  intentó  contener las lágrimas. Más de la mitad de la casa había desaparecido, destruida por el fuego. Y según el jefe de bomberos, había sido un incendio intencionado. De no ser por la rápida reacción de sus hombres, que sofocaron las llamas con mangueras, toda la casa se habría desvanecido. Se  sentía  apesadumbrada.  Agobiada.  Rota.  Su  única  intención  al  abandonar Savannah  había  sido  empezar  allí  una  nueva  vida.  Pero  al  parecer  no  iba  a  ser  así.  Alguien quería que se marchara. ¿Quién codiciaba de tal manera su finca? Notó que alguien le tocaba el brazo y, sin levantar la vista, supo que era Pedro. Era capaz de reconocer sus caricias. Él no se había separado de ella ni un segundo mientras veían arder parte de la casa y la abrazó cuando ella no pudo soportarlo más y  enterró  la  cabeza  en  su  pecho,  aferrándose  a  él.  En  ese  momento  él  se  había  convertido  en  lo  único  inquebrantable  en  un  mundo  que  se  derrumbaba  a  su  alrededor; destruido deliberadamente por alguien decidido a arrebatarle la felicidad y la alegría. Pero él la había abrazado y le había susurrado una y otra vez que todo se iba a arreglar. El sheriff Harper la había interrogado, con preguntas parecidas a las que Pete le había hecho el día anterior cuando arrojaron la piedra a su ventana.

—¿Paula?

Ella alzó la vista hacia Pedro.

—¿Sí?

—Venga, vamos. Aquí ya no hay nada que podamos hacer esta noche.

Se encogió de hombros con tristeza, reprimiendo los sollozos.

—¿Ir? ¿Adónde, Pedro? Mira a tu alrededor. Yo ya no tengo casa.

No  pudo  contener  la  lágrima  que  rodó  por  su  mejilla.  En  lugar  de  responder,  Pedro le enjugó la lágrima con el pulgar y entrelazó sus dedos con los de ella. Luego la  guió  hacia  el  granero  para  que  tuvieran  un  momento  de  intimidad.  Allí  la  giró  hacia él y le apartó los rizos de la cara.

—Mientras  yo  tenga  casa,  tú  también  la  tendrás.  No  permitas  que  la  persona  que ha hecho esto te venza. Es la finca que te dejó tu abuelo y tienes derecho a estar aquí si ése es tu deseo.

—¿Pero  qué  puedo  hacer,  Pedro?  Hace  falta  dinero  para  reconstruirlo  todo  y  gracias a mis padres mi cuenta está bloqueada.

 Se detuvo un momento y luego añadió:

—Ya no tengo nada. El rancho estaba asegurado, pero la reconstrucción llevará tiempo.

—Me  tienes  a  mí,  Pau.  Mi  proposición  sigue  en  pie  y  ahora  más  que  nunca  deberías   aceptarla.   Si  nos  casamos, ambos  obtendremos lo  que  queremos  y  demostraremos  a  la  persona  que  hizo  esto  que  no  piensas  ir  a  ninguna  parte.  Les  demostrará que no ganaron después de todo y que tarde o temprano los apresarán.

 Pedro bajó la vista al suelo por un instante y luego volvió a mirarla.

—Estoy  más  que  enfadado,  Paula,  Estoy  tan  lleno  de  rabia  que  podría  hacer  daño  a  alguien  por  hacerte  pasar  por  esto.  Quien  quiera  que  esté  detrás  de  lo  ocurrido seguramente pensó que estarías en la casa. ¿Y si llegas a estar dentro? ¿Y si no llegas a pasar el día conmigo?

Paula inspiró con fuerza. Eso eran unos «y si» en los que ella no quería pensar. Lo  único  que  quería  plantearse  en  ese  momento  era  la  proposición,  la  que  Pedro le  había hecho y todavía quería que aceptase. Y en ese instante decidió que lo haría. Se  arriesgaría  a  lo  que  pudiera  o  no  pudiera  pasar  durante  el  año  estipulado.  Sería  la  mejor  esposa  posible  y,  con  suerte,  si  él  quería  divorciarse  pasado  un  año,  podrían seguir siendo amigos.

—¿Qué  me  dices,  Paula?  ¿Vas  a  demostrar  al  que  te  hizo  esto  que  eres  una  luchadora y que conservarás lo que es tuyo? ¿Te casarás conmigo para que hagamos esto juntos?

Ella le miró a los ojos y exhaló con fuerza.

—Sí, me casaré contigo, Pedro.

Paula pensó  que  la  sonrisa  que  Pedro esbozó  no  tenía  precio  y  tuvo  que  recordarse que él no era feliz porque fuese a casarse con ella, sino porque al hacerlo se convertiría en copropietario de la finca y dueño de Hercules. Y que gracias a aquel matrimonio  ella  recuperaría  su  dinero  y  así  haría  saber  a  quien  estuviese  detrás  de  las amenazas que perdía el tiempo y que no pensaba marcharse a ninguna otra parte. Él se inclinó para besarla en los labios y le apretó la mano con fuerza.

—Venga. Vamos a contarle a la familia la buena noticia.

Los hermanos y primos de Pedro no expresaron sorpresa alguna ante el anuncio.  Probablemente  porque estuvieron  muy  ocupados  felicitándoles  y haciendo planes para la boda.  Pedro  y ella habían decidido  que  la  verdadera  naturaleza  de  su matrimonio  quedase  entre  ellos.  Los  Alfonso ni  se  inmutaron  cuando  Pedro les dijo  a continuación que se casarían lo antes posible. Al día siguiente, de hecho. Les aseguró que más adelante organizarían una recepción. Paula decidió llamar a sus padres después de la boda. Llamaron a un juez amigo de  los  Alfonso e  inmediatamente  accedió  a  celebrar  la  ceremonia  civil  en  su  despacho  sobre  las  tres  de  la  tarde.  Federico y  Nicolás sugirieron  que  la  familia  celebrase el enlace con una cena en un restaurante del centro tras la ceremonia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario