Al entrar en lo que antes era su salón, Paula miró a su alrededor e intentó contener las lágrimas. Más de la mitad de la casa había desaparecido, destruida por el fuego. Y según el jefe de bomberos, había sido un incendio intencionado. De no ser por la rápida reacción de sus hombres, que sofocaron las llamas con mangueras, toda la casa se habría desvanecido. Se sentía apesadumbrada. Agobiada. Rota. Su única intención al abandonar Savannah había sido empezar allí una nueva vida. Pero al parecer no iba a ser así. Alguien quería que se marchara. ¿Quién codiciaba de tal manera su finca? Notó que alguien le tocaba el brazo y, sin levantar la vista, supo que era Pedro. Era capaz de reconocer sus caricias. Él no se había separado de ella ni un segundo mientras veían arder parte de la casa y la abrazó cuando ella no pudo soportarlo más y enterró la cabeza en su pecho, aferrándose a él. En ese momento él se había convertido en lo único inquebrantable en un mundo que se derrumbaba a su alrededor; destruido deliberadamente por alguien decidido a arrebatarle la felicidad y la alegría. Pero él la había abrazado y le había susurrado una y otra vez que todo se iba a arreglar. El sheriff Harper la había interrogado, con preguntas parecidas a las que Pete le había hecho el día anterior cuando arrojaron la piedra a su ventana.
—¿Paula?
Ella alzó la vista hacia Pedro.
—¿Sí?
—Venga, vamos. Aquí ya no hay nada que podamos hacer esta noche.
Se encogió de hombros con tristeza, reprimiendo los sollozos.
—¿Ir? ¿Adónde, Pedro? Mira a tu alrededor. Yo ya no tengo casa.
No pudo contener la lágrima que rodó por su mejilla. En lugar de responder, Pedro le enjugó la lágrima con el pulgar y entrelazó sus dedos con los de ella. Luego la guió hacia el granero para que tuvieran un momento de intimidad. Allí la giró hacia él y le apartó los rizos de la cara.
—Mientras yo tenga casa, tú también la tendrás. No permitas que la persona que ha hecho esto te venza. Es la finca que te dejó tu abuelo y tienes derecho a estar aquí si ése es tu deseo.
—¿Pero qué puedo hacer, Pedro? Hace falta dinero para reconstruirlo todo y gracias a mis padres mi cuenta está bloqueada.
Se detuvo un momento y luego añadió:
—Ya no tengo nada. El rancho estaba asegurado, pero la reconstrucción llevará tiempo.
—Me tienes a mí, Pau. Mi proposición sigue en pie y ahora más que nunca deberías aceptarla. Si nos casamos, ambos obtendremos lo que queremos y demostraremos a la persona que hizo esto que no piensas ir a ninguna parte. Les demostrará que no ganaron después de todo y que tarde o temprano los apresarán.
Pedro bajó la vista al suelo por un instante y luego volvió a mirarla.
—Estoy más que enfadado, Paula, Estoy tan lleno de rabia que podría hacer daño a alguien por hacerte pasar por esto. Quien quiera que esté detrás de lo ocurrido seguramente pensó que estarías en la casa. ¿Y si llegas a estar dentro? ¿Y si no llegas a pasar el día conmigo?
Paula inspiró con fuerza. Eso eran unos «y si» en los que ella no quería pensar. Lo único que quería plantearse en ese momento era la proposición, la que Pedro le había hecho y todavía quería que aceptase. Y en ese instante decidió que lo haría. Se arriesgaría a lo que pudiera o no pudiera pasar durante el año estipulado. Sería la mejor esposa posible y, con suerte, si él quería divorciarse pasado un año, podrían seguir siendo amigos.
—¿Qué me dices, Paula? ¿Vas a demostrar al que te hizo esto que eres una luchadora y que conservarás lo que es tuyo? ¿Te casarás conmigo para que hagamos esto juntos?
Ella le miró a los ojos y exhaló con fuerza.
—Sí, me casaré contigo, Pedro.
Paula pensó que la sonrisa que Pedro esbozó no tenía precio y tuvo que recordarse que él no era feliz porque fuese a casarse con ella, sino porque al hacerlo se convertiría en copropietario de la finca y dueño de Hercules. Y que gracias a aquel matrimonio ella recuperaría su dinero y así haría saber a quien estuviese detrás de las amenazas que perdía el tiempo y que no pensaba marcharse a ninguna otra parte. Él se inclinó para besarla en los labios y le apretó la mano con fuerza.
—Venga. Vamos a contarle a la familia la buena noticia.
Los hermanos y primos de Pedro no expresaron sorpresa alguna ante el anuncio. Probablemente porque estuvieron muy ocupados felicitándoles y haciendo planes para la boda. Pedro y ella habían decidido que la verdadera naturaleza de su matrimonio quedase entre ellos. Los Alfonso ni se inmutaron cuando Pedro les dijo a continuación que se casarían lo antes posible. Al día siguiente, de hecho. Les aseguró que más adelante organizarían una recepción. Paula decidió llamar a sus padres después de la boda. Llamaron a un juez amigo de los Alfonso e inmediatamente accedió a celebrar la ceremonia civil en su despacho sobre las tres de la tarde. Federico y Nicolás sugirieron que la familia celebrase el enlace con una cena en un restaurante del centro tras la ceremonia.
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