martes, 14 de noviembre de 2017

Propuesta: Capítulo 32

—Sí, me gustan.

—¿Y crees que los tendrás algún día?

¿Le preguntaba aquello porque le preocupaba que pudiese utilizarlos como una trampa para quedarse con él pasado un año? Pero se lo había preguntado y ella tenía que ser sincera.

—Sí, me encantaría.

—Creo que serías una madre maravillosa.

—Gracias por decirlo.

—De nada, pero es la verdad.

Paula inspiró  hondo,  y  se  preguntó  cómo  podía  estar  tan  seguro. Siguió mirándole   durante un rato.  Sería un  regalo para  cualquier mujer y  se  había  sacrificado  al  casarse  con  ella...  sólo  porque  quería  la  finca  y  a  Hércules. Sentía  lástima al pensar lo que le había llevado a unirse a ella. Pedro le levantó  la mano  y miró  el  anillo que le  había  puesto.  Paula también  lo  miró. Era precioso. Más de lo que ella había esperado.

—Llevas mi anillo —le dijo él en voz baja.

—Sí, llevo tu anillo. Y es precioso. Gracias.

Luego ella levantó la mano de él.

—Y tú llevas el mío.

Y entonces  él la  besó  y  ella  supo  que  acabara como  acabase  su  matrimonio,  había tenido un comienzo maravilloso. Por  segunda  vez  en  dos  días,  Pedro cruzó  un  umbral  llevando  en  brazos  a  la  mujer que amaba. Pero esta vez se trataba del umbral de su propia casa.

—Bienvenida a la Casa de Pedro, cariño —dijo mientras la dejaba en el suelo.

Sin  pensarlo  siquiera  la  giró  en  sus  brazos  y  la  besó,  porque  necesitaba  sentir  cómo se unían sus bocas, sus cuerpos. El beso fue largo, profundo, la experiencia más satisfactoria  que  podía  imaginar.  Con  ella,  todas  las  experiencias  eran  satisfactorias.  Y pretendía tener muchísimas más.


 —¿No vas a trabajar hoy?   —preguntó  Paula al  día  siguiente   mientras  desayunaban. 

Su  madre la  había  llamado  la noche anterior para convencerla de que había cometido un error. Le dijo que irían a Denver al cabo de unos días para hacerle entrar en razón.  Cuando   se  lo  había  contado  a  Pedro,  él  se  había  limitado  a  encogerse  de  hombros  y  le  había  pedido  que  no  se  preocupara.  Para  él  era  fácil  decirlo,  porque  todavía no conocía a sus padres.

—No, hoy no voy a trabajar. Estoy de luna de miel —dijo Pedro—, dime qué te apetece hacer y lo haremos.


—¿Quieres pasar más tiempo conmigo?

—Por supuesto. Pareces sorprendida.

Lo estaba. Pensaba que habían pasado tanto tiempo en el dormitorio que debía de estar cansado de ella. Estaba a punto de decir algo cuando sonó el teléfono de la casa. Él le sonrió:

—Discúlpame un segundo.

Poco después, Pedro colgó el teléfono.

—Era el sheriff Harper. Han arrestado a los nietos gemelos de tu tío Antonio.

Paula se llevó la mano al pecho.

—¡Pero si sólo tienen catorce años!

—Sí, pero las huellas que había en la ventana y las de la piedra son las de ellos. Por  no  decir  que  el queroseno  que  usaron  para  el  incendio  era  el  de  sus  padres.  Es  obvio  que  escucharon  las  quejas  de  su  abuelo  sobre  tí  y pensaron  que  le  hacían  un  favor asustándote para que te marcharas.

—¿Y qué les va a pasar?

—Ahora  están  bajo  la  custodia  de  la  policía.  Un  juez  decidirá  mañana  si  quedarán  libres  y  a  cargo  de  sus  padres  hasta  que  se  fije  la  fecha  del  juicio.  Si  los  declaran culpables, y es bastante posible dado que las pruebas en su contra son casi irrebatibles, pasarán uno o dos años en un centro de menores.

Paula negó tristemente con la cabeza.

—Me siento fatal con todo esto.

—Sé  lo  que  estás  pensando,  cariño.  Puedo leerlo en  tu  cara,  te culpas  por  lo  ocurrido y no es culpa tuya. No puedes asumir la responsabilidad de las acciones de otras personas. ¿Y si llegas a estar cerca de la ventana cuando lanzaron la piedra o a estar en la casa cuando le prendieron fuego? Si parezco enfadado, es porque lo estoy. Y lo estaré hasta que no se haga justicia.

 Se quedó en silencio un momento y luego dijo:

—No quiero hablar sobre Antonio ni sobre sus nietos nunca más. Venga, vístete y vamos a montar a caballo.

Cuando  regresaron,  Paula comprobó  el  teléfono  y  vió  que sus  padres le habían dejado  un  mensaje en  el  cual  le  decían  que  habían  cambiado de idea  y  no  irían  a Denver. No pudo evitar preguntarse el por qué, pero supuso que lo mejor que podía hacer era sentirse agradecida por lo que tenía y alegrarse de que hubiesen cambiado los planes. Pedro estaba  fuera  guardando  los  caballos  y  ella  decidió  darse  una  ducha  y  ponerse ropa más cómoda. Hasta entonces, aparte del sheriff, nadie les había llamado. Imaginó que la familia de Pedro les estaba dejando disfrutar de su luna de miel.

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