—¿Y crees que los tendrás algún día?
¿Le preguntaba aquello porque le preocupaba que pudiese utilizarlos como una trampa para quedarse con él pasado un año? Pero se lo había preguntado y ella tenía que ser sincera.
—Sí, me encantaría.
—Creo que serías una madre maravillosa.
—Gracias por decirlo.
—De nada, pero es la verdad.
Paula inspiró hondo, y se preguntó cómo podía estar tan seguro. Siguió mirándole durante un rato. Sería un regalo para cualquier mujer y se había sacrificado al casarse con ella... sólo porque quería la finca y a Hércules. Sentía lástima al pensar lo que le había llevado a unirse a ella. Pedro le levantó la mano y miró el anillo que le había puesto. Paula también lo miró. Era precioso. Más de lo que ella había esperado.
—Llevas mi anillo —le dijo él en voz baja.
—Sí, llevo tu anillo. Y es precioso. Gracias.
Luego ella levantó la mano de él.
—Y tú llevas el mío.
Y entonces él la besó y ella supo que acabara como acabase su matrimonio, había tenido un comienzo maravilloso. Por segunda vez en dos días, Pedro cruzó un umbral llevando en brazos a la mujer que amaba. Pero esta vez se trataba del umbral de su propia casa.
—Bienvenida a la Casa de Pedro, cariño —dijo mientras la dejaba en el suelo.
Sin pensarlo siquiera la giró en sus brazos y la besó, porque necesitaba sentir cómo se unían sus bocas, sus cuerpos. El beso fue largo, profundo, la experiencia más satisfactoria que podía imaginar. Con ella, todas las experiencias eran satisfactorias. Y pretendía tener muchísimas más.
—¿No vas a trabajar hoy? —preguntó Paula al día siguiente mientras desayunaban.
Su madre la había llamado la noche anterior para convencerla de que había cometido un error. Le dijo que irían a Denver al cabo de unos días para hacerle entrar en razón. Cuando se lo había contado a Pedro, él se había limitado a encogerse de hombros y le había pedido que no se preocupara. Para él era fácil decirlo, porque todavía no conocía a sus padres.
—No, hoy no voy a trabajar. Estoy de luna de miel —dijo Pedro—, dime qué te apetece hacer y lo haremos.
—¿Quieres pasar más tiempo conmigo?
—Por supuesto. Pareces sorprendida.
Lo estaba. Pensaba que habían pasado tanto tiempo en el dormitorio que debía de estar cansado de ella. Estaba a punto de decir algo cuando sonó el teléfono de la casa. Él le sonrió:
—Discúlpame un segundo.
Poco después, Pedro colgó el teléfono.
—Era el sheriff Harper. Han arrestado a los nietos gemelos de tu tío Antonio.
Paula se llevó la mano al pecho.
—¡Pero si sólo tienen catorce años!
—Sí, pero las huellas que había en la ventana y las de la piedra son las de ellos. Por no decir que el queroseno que usaron para el incendio era el de sus padres. Es obvio que escucharon las quejas de su abuelo sobre tí y pensaron que le hacían un favor asustándote para que te marcharas.
—¿Y qué les va a pasar?
—Ahora están bajo la custodia de la policía. Un juez decidirá mañana si quedarán libres y a cargo de sus padres hasta que se fije la fecha del juicio. Si los declaran culpables, y es bastante posible dado que las pruebas en su contra son casi irrebatibles, pasarán uno o dos años en un centro de menores.
Paula negó tristemente con la cabeza.
—Me siento fatal con todo esto.
—Sé lo que estás pensando, cariño. Puedo leerlo en tu cara, te culpas por lo ocurrido y no es culpa tuya. No puedes asumir la responsabilidad de las acciones de otras personas. ¿Y si llegas a estar cerca de la ventana cuando lanzaron la piedra o a estar en la casa cuando le prendieron fuego? Si parezco enfadado, es porque lo estoy. Y lo estaré hasta que no se haga justicia.
Se quedó en silencio un momento y luego dijo:
—No quiero hablar sobre Antonio ni sobre sus nietos nunca más. Venga, vístete y vamos a montar a caballo.
Cuando regresaron, Paula comprobó el teléfono y vió que sus padres le habían dejado un mensaje en el cual le decían que habían cambiado de idea y no irían a Denver. No pudo evitar preguntarse el por qué, pero supuso que lo mejor que podía hacer era sentirse agradecida por lo que tenía y alegrarse de que hubiesen cambiado los planes. Pedro estaba fuera guardando los caballos y ella decidió darse una ducha y ponerse ropa más cómoda. Hasta entonces, aparte del sheriff, nadie les había llamado. Imaginó que la familia de Pedro les estaba dejando disfrutar de su luna de miel.
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