martes, 28 de noviembre de 2017

Irresistible: Capítulo 3

—En  su  momento  me  pareció  lo  más  adecuado  —dijo  él  frunciendo  el  ceño,  y  aquel gesto le hizo recordar aquella noche junto a la piscina.

Paula quiso  morderse  la  lengua.  Nunca  había  podido  pensar  con  claridad  cuando estaba cerca de él. Se pasó un mechón de pelo por detrás de la oreja con gesto nervioso.

—¿Vamos a la cocina? ¿Quieres un vaso de té helado?

—Sí, gracias.

Ella lo  invitó  a  que  pasara delante,  y  Pedro encontró  la  cocina  con  la  misma  facilidad que si hubiese estado allí el día anterior. Paula pensó que de espaldas era casi tan atractivo como de frente, y se odió a sí  misma  por  fijarse  en  aquello:  una  espalda  ancha  que  se  iba  estrechando  hasta  su  esbelta  cintura.  Su  trasero,  recogido  en  los  gastados  vaqueros,  era  casi  una  obra  de  arte, aunque se dijo que aquella era una observación puramente objetiva, porque no sentía nada por él. Cuando  sus  hormonas  se  apaciguaron,  se  dió cuenta  de  que  Pedro cojeaba  ligeramente.  Recordó  vagamente  haber  leído  algo sobre un accidente, pero no en la prensa sensacionalista, que solo se dedicaba a equiparar sus conquistas amorosas con sus impresionantes demostraciones de rodeo. Probablemente había mucho más en su vida y el hecho de que fuese presidente de la asociación de rodeo era una pista. La cocina tenía forma de «U», parte de la cual era una barra con banquetas. En vez  de  sentarse  en  una  de  ellas,  como  siempre  había  hecho,  Pedro pasó  al  otro  lado  de  la  barra  y  se  apoyó  en  la  encimera  de  azulejos  color  beige.  Paula podía  sentir  su  mirada sobre ella mientras sacaba la jarra de té helado de la nevera y abría el armario para sacar un vaso. Los  recuerdos  la  invadieron  mientras  servía  la  bebida  con  manos  temblorosas;  le había servido té helado siempre que le había hecho compañía mientras él esperaba a  que  Camila bajase.  Intentó  no  pensar  en  ello,  pero  no  conseguía  olvidar  cómo  años  atrás había suspirado por él, fantaseando con que ocurriera un milagro y se fijase en ella y esperando que un día fuese a ella a quien él esperase.

—¿Cómo  has llegado a  ser presidente  de  la  asociación  de rodeo?  —preguntó  Paula—. ¿Tiene que ver con que fuiste campeón del estado?

—¿Te acuerdas de eso?

—Sí.

Pedro apretó las mandíbulas antes de contestar.

—Como has dicho antes, renuncié a la beca para entrar en el circuito del rodeo. El primer año me fue bien; me presenté al campeonato nacional en Wyoming. Tenía diecinueve años, así que aproveché el momento.

—¿Y qué pasó?

—Fui  campeón  durante  dos  o  tres  años,  hasta  que...  —parecía  como  si  no  quisiese proseguir.

—¿Hasta qué?

—Tuve un par de accidentes —dijo él como si no quisiese darle importancia.

Paula decidió  utilizar  su  mismo  tono  de  voz  y  quitar  dramatismo  a  la  conversación.

 —¿De  verdad?  No  parece  que  montar  sobre  un  par  de  toneladas  de  toro  enfurecido  sea  mucho  más  complicado  que  montar  en  los  caballitos  de  feria  —se  burló.

 Pedro hizo un mohín.

—Todos los golpes fueron en la pierna derecha. El tercero fue el peor; el médico dijo que uno más y quizá no hubiese vuelto a caminar.

Aquellas  palabras  ablandaron  el  corazón  de  Paula,  a  pesar  de  todos  sus  esfuerzos por endurecerlo. Sabía lo mucho que el rodeo había significado para él. Era lo único de lo que hablaba.

—No tenía ni idea. Siento haberte hecho una broma tan estúpida.

—No te preocupes, lo he asumido —dijo él sonriendo.

Su  sonrisa  hizo  que  las  mariposas  empezaran  a  revolotear  de  nuevo  en  el  estómago de Paula.

—¿Qué hiciste después? —preguntó.

—Volví a la universidad.

—¿Y la beca?

—No la necesitaba —dijo él negando con la cabeza—. No como en...

Aunque  no  continuó,  Paula sabía  lo  que  había  estado  a  punto  de  decir:  en  la  época  de  instituto  era  un  niño  sin  recursos  que  vivió  con  una  familia  de  acogida  hasta  que  cumplió  los  dieciocho  años.  Desde  entonces  estuvo  solo,  y  necesitaba  la  beca para poder ir a la universidad. Aquélla era la razón por la que Taylor se sorprendió tanto cuando renunció a ella.

—Entonces,  ¿Fuiste  a  la  universidad?   —preguntó ella  apoyándose  en  la  encimera y cruzando los brazos.

Había  bastante  espacio  entre  ellos,  pero  no  el  suficiente  para  amortiguar  la  fuerza de su atracción, la forma en que él despertaba sus emociones sin tan siquiera intentarlo.

—Sí —dijo Pedro dejando el vaso en la encimera—. Me licencié en Económicas en Ucla. Después puse en marcha la empresa Desarrollos R&R.

—He oído hablar de ella  —dijo Paula;  lo  que no  había  oído  es  que  él  era  el  dueño.

—¿Sí?

Paula asintió.

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