—En su momento me pareció lo más adecuado —dijo él frunciendo el ceño, y aquel gesto le hizo recordar aquella noche junto a la piscina.
Paula quiso morderse la lengua. Nunca había podido pensar con claridad cuando estaba cerca de él. Se pasó un mechón de pelo por detrás de la oreja con gesto nervioso.
—¿Vamos a la cocina? ¿Quieres un vaso de té helado?
—Sí, gracias.
Ella lo invitó a que pasara delante, y Pedro encontró la cocina con la misma facilidad que si hubiese estado allí el día anterior. Paula pensó que de espaldas era casi tan atractivo como de frente, y se odió a sí misma por fijarse en aquello: una espalda ancha que se iba estrechando hasta su esbelta cintura. Su trasero, recogido en los gastados vaqueros, era casi una obra de arte, aunque se dijo que aquella era una observación puramente objetiva, porque no sentía nada por él. Cuando sus hormonas se apaciguaron, se dió cuenta de que Pedro cojeaba ligeramente. Recordó vagamente haber leído algo sobre un accidente, pero no en la prensa sensacionalista, que solo se dedicaba a equiparar sus conquistas amorosas con sus impresionantes demostraciones de rodeo. Probablemente había mucho más en su vida y el hecho de que fuese presidente de la asociación de rodeo era una pista. La cocina tenía forma de «U», parte de la cual era una barra con banquetas. En vez de sentarse en una de ellas, como siempre había hecho, Pedro pasó al otro lado de la barra y se apoyó en la encimera de azulejos color beige. Paula podía sentir su mirada sobre ella mientras sacaba la jarra de té helado de la nevera y abría el armario para sacar un vaso. Los recuerdos la invadieron mientras servía la bebida con manos temblorosas; le había servido té helado siempre que le había hecho compañía mientras él esperaba a que Camila bajase. Intentó no pensar en ello, pero no conseguía olvidar cómo años atrás había suspirado por él, fantaseando con que ocurriera un milagro y se fijase en ella y esperando que un día fuese a ella a quien él esperase.
—¿Cómo has llegado a ser presidente de la asociación de rodeo? —preguntó Paula—. ¿Tiene que ver con que fuiste campeón del estado?
—¿Te acuerdas de eso?
—Sí.
Pedro apretó las mandíbulas antes de contestar.
—Como has dicho antes, renuncié a la beca para entrar en el circuito del rodeo. El primer año me fue bien; me presenté al campeonato nacional en Wyoming. Tenía diecinueve años, así que aproveché el momento.
—¿Y qué pasó?
—Fui campeón durante dos o tres años, hasta que... —parecía como si no quisiese proseguir.
—¿Hasta qué?
—Tuve un par de accidentes —dijo él como si no quisiese darle importancia.
Paula decidió utilizar su mismo tono de voz y quitar dramatismo a la conversación.
—¿De verdad? No parece que montar sobre un par de toneladas de toro enfurecido sea mucho más complicado que montar en los caballitos de feria —se burló.
Pedro hizo un mohín.
—Todos los golpes fueron en la pierna derecha. El tercero fue el peor; el médico dijo que uno más y quizá no hubiese vuelto a caminar.
Aquellas palabras ablandaron el corazón de Paula, a pesar de todos sus esfuerzos por endurecerlo. Sabía lo mucho que el rodeo había significado para él. Era lo único de lo que hablaba.
—No tenía ni idea. Siento haberte hecho una broma tan estúpida.
—No te preocupes, lo he asumido —dijo él sonriendo.
Su sonrisa hizo que las mariposas empezaran a revolotear de nuevo en el estómago de Paula.
—¿Qué hiciste después? —preguntó.
—Volví a la universidad.
—¿Y la beca?
—No la necesitaba —dijo él negando con la cabeza—. No como en...
Aunque no continuó, Paula sabía lo que había estado a punto de decir: en la época de instituto era un niño sin recursos que vivió con una familia de acogida hasta que cumplió los dieciocho años. Desde entonces estuvo solo, y necesitaba la beca para poder ir a la universidad. Aquélla era la razón por la que Taylor se sorprendió tanto cuando renunció a ella.
—Entonces, ¿Fuiste a la universidad? —preguntó ella apoyándose en la encimera y cruzando los brazos.
Había bastante espacio entre ellos, pero no el suficiente para amortiguar la fuerza de su atracción, la forma en que él despertaba sus emociones sin tan siquiera intentarlo.
—Sí —dijo Pedro dejando el vaso en la encimera—. Me licencié en Económicas en Ucla. Después puse en marcha la empresa Desarrollos R&R.
—He oído hablar de ella —dijo Paula; lo que no había oído es que él era el dueño.
—¿Sí?
Paula asintió.
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