jueves, 23 de noviembre de 2017

Propuesta: Epílogo

—Cuando me enteré  de  que te  habías casado me pregunté  por qué había sido todo tan rápido, pero después de conocer a Paula, lo entiendo perfectamente —le dijo Micaela a su hermano—. Es preciosa.

—Gracias —Pedro sonrió  mientras  contemplaba  el  enorme  pabellón  de  invitados. 

 El tiempo había  sido  benévolo  y  los  obreros habían  conseguido  transformar  el  rancho  en  un  inmenso  pabellón  con  quince  habitaciones  para  la  familia, los amigos y los socios de los Alfonso. Pedro miró al frente y vio a Federico hablando con Gabriel, que se había presentado sorprendiéndoles a todos. Era la primera vez que volvía a casa desde que se marchó hacía cerca de tres años.  Ya no era el  muchacho  conflictivo  de  antaño.  Al verle  allí  con  el  uniforme  la  familia  no  podía  sentirse  más  orgullosa  del  hombre  en  que  se  había convertido. Pero aún había cierto dolor en la mirada de Gabriel. Aunque no había mencionado  a  Celina,  todos  sabían  que  la  joven  que  había  sido  el  primer  amor  de  Gabriel, su fijación desde la pubertad,  seguía  en  sus  pensamientos  y  seguramente  conservaba un lugar permanente en su corazón.  Pedro imaginó  la  conversación  que  había entre Federico y Gabriel por la expresión de sus rostros.

—¿No has renunciado a Celina?   —preguntó   Federico a  su  hermano  más  pequeño.

Gabriel negó con la cabeza.

—No. Un hombre no debe renunciar nunca a la mujer que ama. La llevo dentro de mí y vaya donde vaya creo que ella también me llevará dentro —Gabriel se detuvo un momento—. Pero ahí radica mi problema. No tengo ni idea de dónde pueda estar.

—Cuando  los  Newsome  se  marcharon  no  dejaron  a  nadie  una  dirección  de  correo.  Creo  que  querían  poner  tanta  distancia  entre  tú  y  ellos  como  fuese  posible.  Pero creo que el tiempo que tú y Celina han pasado separados ha sido bueno para ambos.  Ella  era  muy  joven  y  tú  también.  Ambos  estabais  abocados  a  meteros  en  problemas  y  necesitabais  madurar.  Me siento orgulloso  del  hombre  en que te has convertido.

—Gracias, pero un día, cuando disponga de tiempo, la buscaré, Fede, y nadie, ni sus padres ni nadie, podrán evitar que reclame lo que me pertenece.

Federico vió  la  intensidad  de  la  mirada  de Gabriel y  esperó  que  dondequiera  que  Celina Newsome estuviese, amase a Gabriel  tanto como él la seguía amando a ella. Pedro miró a Paula, que estaba hablando con sus padres. Los Chaves los habían sorprendido  a  todos  acudiendo  a  la  recepción,  seguramente  porque  se  habían  quedado  asombrados  al  ver  que  Pedro era  pariente  de  Sergio Alfonso,  una  leyenda  de  las  carreras  de  caballos;  Ricardo  Alfonso,  también  conocido  como  Rock  Mason,  escritor  de  gran  éxito  según  el  New  York  Times;  Marcelo  Alfonso,  reputado   abogado   matrimonialista;   el   senador  Ramiro  Alfonso,  y  Federico,  director  ejecutivo  de  Blue  Ridge.  Incluso  se  quedaron  boquiabiertos  al  saber  que  había un jeque en la familia.

Pedro se percató de que Paula  estaba fingiendo que estaba pendiente de todo lo que decían sus padres. Sonrió en su interior al ver reflejado en el rostro de ella que necesitaba que la rescatasen.

—Discúlpame un momento, Mica, tengo que reclamar a mi esposa un segundo —Pedro cruzó el jardín y, como si Paula  detectase su presencia, volvió la vista hacia él y sonrió.

Entonces se disculpó ante sus padres y fue a su encuentro. Llevaba un vestido precioso, que disimulaba su vientre abultado. El médico les había advertido que por la forma en que iba aumentando no debía sorprenderles que fuesen gemelos. Lo sabrían en un par de meses.

 —¿Quieres ir algún sitio a tomar el té... y a mí? —le susurró Pedro al oído. Paula le sonrió.

—¿Crees que nos echarán de menos?

 Pedro rió por lo bajo.

—Con  tanto  Alfonso por  aquí,  lo  dudo.  No creo que ni tus padres nos  echen  de  menos.  Están por allí,  pendientes  de  cada  una  de  las  palabras  del  jeque  Jamal Yasir. Vamos, demos un paseo por la finca.

Y la finca estaba preciosa, con el valle, las montañas, las flores y los lagos. Pedro ya podía imaginarse el montón de Alfonso que Paula y él engendrarían y que les ayudarían a cuidar de las tierras. Se sintió afortunado, y no por primera vez, por su  riqueza.  Una riqueza  que  no consistía en diner  ni  joyas, sino en l  mujer que caminaba a su lado.

—Estaba pensando... —dijo.

—¿Qué?

Pedro se detuvo y se acercó para colocar la mano sobre el vientre de Paula.

—En tí, en mí y en nuestro hijo.

—Nuestros hijos. Piensa que quizá sean dos.

Él sonrió ante la perspectiva.

—Sí, nuestros hijos. Pero sobre todo en la proposición.

 Ella asintió.

—¿Qué pasa con ella?

—Sugiero otra.

Ella se puso a reír.

 —Ya no tengo más tierras, ni otro caballo con el que negociar.

—Eso es discutible, señora Alfonso. Esta vez la apuesta será más alta.

—¿Qué es lo que quieres?

—Que después de éste tengamos otro.

—¿No  te  han  dicho  que  no  se  le  debe  hablar  de  tener  más  hijos  a  una  mujer  embarazada? Me alegra  saber que  quieres  una  casa  llena  de  niños,  porque  yo  también la quiero. Serás un padre maravilloso.

—Y tú una madre preciosa.

Entonces él la besó con todo el amor de su corazón, sellando otra proposición y sabiendo  que  la  mujer  que  tenía  entre  sus  brazos  sería  para  siempre  el  amor  de  su  vida.



FIN

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