—Cuando me enteré de que te habías casado me pregunté por qué había sido todo tan rápido, pero después de conocer a Paula, lo entiendo perfectamente —le dijo Micaela a su hermano—. Es preciosa.
—Gracias —Pedro sonrió mientras contemplaba el enorme pabellón de invitados.
El tiempo había sido benévolo y los obreros habían conseguido transformar el rancho en un inmenso pabellón con quince habitaciones para la familia, los amigos y los socios de los Alfonso. Pedro miró al frente y vio a Federico hablando con Gabriel, que se había presentado sorprendiéndoles a todos. Era la primera vez que volvía a casa desde que se marchó hacía cerca de tres años. Ya no era el muchacho conflictivo de antaño. Al verle allí con el uniforme la familia no podía sentirse más orgullosa del hombre en que se había convertido. Pero aún había cierto dolor en la mirada de Gabriel. Aunque no había mencionado a Celina, todos sabían que la joven que había sido el primer amor de Gabriel, su fijación desde la pubertad, seguía en sus pensamientos y seguramente conservaba un lugar permanente en su corazón. Pedro imaginó la conversación que había entre Federico y Gabriel por la expresión de sus rostros.
—¿No has renunciado a Celina? —preguntó Federico a su hermano más pequeño.
Gabriel negó con la cabeza.
—No. Un hombre no debe renunciar nunca a la mujer que ama. La llevo dentro de mí y vaya donde vaya creo que ella también me llevará dentro —Gabriel se detuvo un momento—. Pero ahí radica mi problema. No tengo ni idea de dónde pueda estar.
—Cuando los Newsome se marcharon no dejaron a nadie una dirección de correo. Creo que querían poner tanta distancia entre tú y ellos como fuese posible. Pero creo que el tiempo que tú y Celina han pasado separados ha sido bueno para ambos. Ella era muy joven y tú también. Ambos estabais abocados a meteros en problemas y necesitabais madurar. Me siento orgulloso del hombre en que te has convertido.
—Gracias, pero un día, cuando disponga de tiempo, la buscaré, Fede, y nadie, ni sus padres ni nadie, podrán evitar que reclame lo que me pertenece.
Federico vió la intensidad de la mirada de Gabriel y esperó que dondequiera que Celina Newsome estuviese, amase a Gabriel tanto como él la seguía amando a ella. Pedro miró a Paula, que estaba hablando con sus padres. Los Chaves los habían sorprendido a todos acudiendo a la recepción, seguramente porque se habían quedado asombrados al ver que Pedro era pariente de Sergio Alfonso, una leyenda de las carreras de caballos; Ricardo Alfonso, también conocido como Rock Mason, escritor de gran éxito según el New York Times; Marcelo Alfonso, reputado abogado matrimonialista; el senador Ramiro Alfonso, y Federico, director ejecutivo de Blue Ridge. Incluso se quedaron boquiabiertos al saber que había un jeque en la familia.
Pedro se percató de que Paula estaba fingiendo que estaba pendiente de todo lo que decían sus padres. Sonrió en su interior al ver reflejado en el rostro de ella que necesitaba que la rescatasen.
—Discúlpame un momento, Mica, tengo que reclamar a mi esposa un segundo —Pedro cruzó el jardín y, como si Paula detectase su presencia, volvió la vista hacia él y sonrió.
Entonces se disculpó ante sus padres y fue a su encuentro. Llevaba un vestido precioso, que disimulaba su vientre abultado. El médico les había advertido que por la forma en que iba aumentando no debía sorprenderles que fuesen gemelos. Lo sabrían en un par de meses.
—¿Quieres ir algún sitio a tomar el té... y a mí? —le susurró Pedro al oído. Paula le sonrió.
—¿Crees que nos echarán de menos?
Pedro rió por lo bajo.
—Con tanto Alfonso por aquí, lo dudo. No creo que ni tus padres nos echen de menos. Están por allí, pendientes de cada una de las palabras del jeque Jamal Yasir. Vamos, demos un paseo por la finca.
Y la finca estaba preciosa, con el valle, las montañas, las flores y los lagos. Pedro ya podía imaginarse el montón de Alfonso que Paula y él engendrarían y que les ayudarían a cuidar de las tierras. Se sintió afortunado, y no por primera vez, por su riqueza. Una riqueza que no consistía en diner ni joyas, sino en l mujer que caminaba a su lado.
—Estaba pensando... —dijo.
—¿Qué?
Pedro se detuvo y se acercó para colocar la mano sobre el vientre de Paula.
—En tí, en mí y en nuestro hijo.
—Nuestros hijos. Piensa que quizá sean dos.
Él sonrió ante la perspectiva.
—Sí, nuestros hijos. Pero sobre todo en la proposición.
Ella asintió.
—¿Qué pasa con ella?
—Sugiero otra.
Ella se puso a reír.
—Ya no tengo más tierras, ni otro caballo con el que negociar.
—Eso es discutible, señora Alfonso. Esta vez la apuesta será más alta.
—¿Qué es lo que quieres?
—Que después de éste tengamos otro.
—¿No te han dicho que no se le debe hablar de tener más hijos a una mujer embarazada? Me alegra saber que quieres una casa llena de niños, porque yo también la quiero. Serás un padre maravilloso.
—Y tú una madre preciosa.
Entonces él la besó con todo el amor de su corazón, sellando otra proposición y sabiendo que la mujer que tenía entre sus brazos sería para siempre el amor de su vida.
FIN
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