En lugar de preguntarle, asintió, cerró la puerta y subió por las escaleras. Al entrar en su dormitorio no pudo ignorar lo emocionada que estaba ante la idea de montar a caballo con Pedro y conocer su trabajo.
Pedro acababa de recoger el sombrero y estaba a punto de salir por la puerta cuando le sonó el teléfono móvil. Se lo sacó del cinturón y vió que era Federico.
—Dime, Fede.
—Pame quería que te llamara para saber si Paula y tú van a venir a desayunar.
Pedro sonrió.
—Sí. De hecho estaba a punto de ensillar a una de las yeguas. He pensado que vamos a ir a caballo, así disfrutaremos de las vistas por el camino.
—Muy buena idea. ¿Todo bien por su casa?
—Sí, por el momento, sí. El sheriff ha aumentado las rondas alrededor de la zona, dale las gracias la próxima vez que juguen juntos al billar.
Federico rió entre dientes.
—Lo haré. No nos hagas esperar. No empezaremos a desayunar hasta que lleguen —dijo Federico.
—Llegaremos con tiempo, lo prometo —dijo él antes de colgar el teléfono.
Paula contempló su indumentaria para montar y sonrió. Quería estar lista cuando Pedro regresara. Descolgó el sombrero del perchero, se lo puso y abrió la puerta para salir al porche. Nicolás había salido de la camioneta y estaba reclinado sobre ella. La miró y sonrió.
—Veo que ya estás lista para ir a montar —dijo.
—Sí, Pedro me dijo que estuviera lista. Vamos a desayunar con Federico y Pamela.
—Sí, yo pensaba desayunar con ellos también, pero tengo una reunión en la oficina.
Paula asintió.
—¿Y qué es lo que haces exactamente en Blue Ridge?
—Pues... un poco de todo. Me gusta considerarme la mano derecha de Federico. Pero me dedico sobre todo a las relaciones públicas. Tengo que asegurarme de que Blue Ridge conserva una imagen estelar.
Paula siguió hablando con Nicolás mientras pensaba que era otro tipo de Alfonso. Al parecer, todos lo eran. Pero había escuchado a Romina comentar más de una vez que Nicolás era también un rompecorazones, y no lo dudaba. Como Pedro, era extremadamente guapo.
—Nicolás, ¿Cuándo sentarás la cabeza y te casarás? —le preguntó, para ver qué le respondía.
—¿Casarme? ¿Yo? Jamás. Me gustan las cosas tal y como están. No soy del tipo de personas que se casan.
Paula sonrió, preguntándose si Pedro tampoco era del tipo de personas que se casan a pesar de haberle pedido matrimonio. ¿Tanto deseaba apoderarse de la finca y de Hercules? Estaba claro que sí.
Pedro sonreía de camino a casa de Paula llevando un caballo que sabía que le iba encantar montar. Fancy Free era una yegua tranquila. Podía verla a lo lejos esperándole en el porche, siempre y cuando obviase que parecía disfrutar de una agradable conversación con Nicolás, quien a su vez parecía flirtear con ella. Apartó de su pensamiento los celos que le corroían. Pero era su hermano y, si no puedes confiar en tu hermano, ¿En quién podías confiar? Pero, de pronto, se le ocurrió preguntarse si Abel había asumido lo mismo sobre Caín. Minutos después detuvo su caballo al borde del porche de Paula. Se echó el sombrero hacia atrás para descubrirse los ojos.
—Disculpen si interrumpo algo.
—No hay problema, pero llegas veinte minutos tarde. Da gracias a que estaba disfrutando de la compañía de Paula.
Pedro miró muy serio a su hermano. ç
—No lo dudo.
Luego desvió la mirada hacia Paula. Estaba preciosa con sus ajustados pantalones de montar, la camisa blanca y las botas. No sólo estaba preciosa, sino terriblemente atractiva, y al mirar de reojo a su hermano se dioócuenta de que estaba disfrutando de las vistas tanto como él.
—¿No tenías que irte a trabajar, Nico?
—Supongo. Llámame si necesitas que vuelva a ejercer de guardaespaldas de Paula—luego se metió en la camioneta y se fue.
Pedro contempló cómo se marchaba y luego centró su atención en Paula.
—¿Lista para montar, cariño?
Mientras Paula avanzaba con Pedro intentó concentrarse en la belleza del campo y no en el atractivo del hombre que cabalgaba a su lado. Él montaba a Hercules y ella comprobó que era un jinete experto. Entendió por qué quería a aquel semental. Era como si él y el caballo mantuviesen una relación personal. Era obvio que Hercules se había alegrado de verle. Con Pedro se mostraba dócil, mientras que a los demás les costaba grandes esfuerzos montarlo. Lo primero que hicieron fue ir a desayunar con Federico y Pamela. Había quedado prendada de aquella casa desde la primera vez que la vió. La enorme construcción victoriana tenía una entrada circular y estaba enclavada en una finca de ciento veinte hectáreas. Pedro le había contado por el camino que Federico, al ser el primo de mayor edad, había heredado el hogar familiar. Allí era donde solía reunirse la mayor parte de la familia. Había conocido en la cena a las tres hermanas menores de Pamela y volvió a disfrutar de su compañía durante el desayuno. Todos preguntaron por el incidente de la piedra y Federico, que conocía personalmente al sheriff, le dijo que éste acabaría por descubrir al responsable o responsables del ataque.
Después del desayuno, volvieron a subirse a los caballos y fueron a casa de Pablo. Desde un asiento en primera fila vio cómo Pablo, Leonardo y Pedro entrenaban a varios de los caballos. Mariana llegó a mediodía con fiambreras para todos y Paula no pudo evitar percatarse de lo enamorados que estaban los recién casados. Sabía que, si decidía casarse con Pedro, su matrimonio sería distinto al de Leonardo y Mariana porque su unión iba a ser más que nada un acuerdo de negocios. Luego cenaron con Diego y Nadia y se lo pasaron muy bien con ellos. Después de la cena, Diego les estuvo contando anécdotas sobre la cría de ovejas y les contó cómo decidió dejar de ser un hombre de negocios y dedicarse a dirigir un rancho ovejero. Anochecía cuando ella y Pedro volvieron a subir a los caballos para regresar a casa. Había sido un día repleto de actividades y ella había aprendido muchísimo sobre la doma de caballos y la cría de ovejas. Miró a Pedro. No había abierto la boca desde que salieron del rancho de su hermano y no pudo evitar preguntarse en qué estaría pensando. Tampoco podía evitar preguntarse si tenía intenciones de volver a pasar la noche en la camioneta.
—Me siento una aprovechada —dijo para romper el silencio que se había hecho entre ambos—. Tu familia me ha invitado hoy a desayunar, comer y cenar.
Él sonrió.
—Les gustas.
—Y ellos a mí.
Acababan de abandonar los límites de la finca de Pedro y cabalgaban por la de ella cuando divisaron a lo lejos lo que parecía ser una bola roja que despedía humo. Ambos se percataron al mismo tiempo de lo que se trataba. Era fuego. Y procedía del rancho de Paula.
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