jueves, 9 de noviembre de 2017

Propuesta: Capítulo 26

En  lugar  de  preguntarle,  asintió,  cerró  la  puerta  y  subió  por  las  escaleras.  Al  entrar  en  su  dormitorio  no  pudo  ignorar  lo  emocionada  que  estaba  ante  la  idea  de  montar a caballo con Pedro y conocer su trabajo.

Pedro acababa  de  recoger  el  sombrero  y  estaba  a  punto  de  salir por la  puerta  cuando le sonó el teléfono móvil. Se lo sacó del cinturón y vió que era Federico.

—Dime, Fede.

—Pame quería que te llamara para saber si Paula y tú van a venir a desayunar.

Pedro sonrió.

—Sí. De hecho estaba a punto de ensillar a una de las yeguas. He pensado que vamos a ir a caballo, así disfrutaremos de las vistas por el camino.

—Muy buena idea. ¿Todo bien por su casa?

—Sí,  por  el  momento,  sí.  El  sheriff  ha  aumentado  las  rondas  alrededor  de  la  zona, dale las gracias la próxima vez que juguen juntos al billar.

Federico rió entre dientes.

—Lo  haré.  No nos hagas esperar.  No empezaremos  a  desayunar  hasta  que  lleguen —dijo Federico.

—Llegaremos con tiempo, lo prometo —dijo él antes de colgar el teléfono.


Paula contempló  su  indumentaria  para  montar  y  sonrió.  Quería  estar  lista  cuando Pedro regresara.  Descolgó  el  sombrero  del  perchero,  se  lo  puso  y  abrió  la  puerta  para  salir  al  porche. Nicolás había salido de la camioneta y estaba reclinado sobre ella. La miró y sonrió.

 —Veo que ya estás lista para ir a montar —dijo.

—Sí, Pedro me dijo que estuviera lista. Vamos a desayunar con Federico y Pamela.

—Sí,  yo  pensaba  desayunar  con  ellos  también,  pero  tengo  una  reunión  en  la  oficina.

Paula asintió.

—¿Y qué es lo que haces exactamente en Blue Ridge?

—Pues... un poco de todo. Me gusta considerarme la mano derecha de Federico. Pero  me  dedico  sobre  todo  a  las  relaciones  públicas.  Tengo  que  asegurarme  de  que  Blue Ridge conserva una imagen estelar.

Paula siguió   hablando   con   Nicolás mientras  pensaba  que  era  otro  tipo  de   Alfonso.  Al  parecer,  todos  lo  eran.  Pero  había  escuchado  a  Romina comentar  más  de  una  vez  que  Nicolás era  también  un  rompecorazones,  y  no  lo  dudaba.  Como  Pedro, era extremadamente guapo.

—Nicolás, ¿Cuándo sentarás la cabeza y te casarás? —le preguntó, para ver qué le respondía.

—¿Casarme? ¿Yo? Jamás. Me gustan las cosas tal y como están. No soy del tipo de personas que se casan.

Paula sonrió,  preguntándose  si  Pedro tampoco  era  del  tipo  de  personas  que  se  casan a pesar de haberle pedido matrimonio. ¿Tanto deseaba apoderarse de la finca y de Hercules? Estaba claro que sí.

Pedro sonreía de camino a casa de Paula llevando un caballo que sabía que le iba encantar  montar.  Fancy  Free  era  una  yegua  tranquila.  Podía  verla   a  lo  lejos  esperándole  en  el  porche,  siempre  y  cuando  obviase  que  parecía  disfrutar  de  una  agradable conversación con Nicolás, quien a su vez parecía flirtear con ella. Apartó de su pensamiento los celos que le corroían. Pero era su hermano y, si no  puedes  confiar  en  tu  hermano,  ¿En  quién  podías  confiar?  Pero,  de  pronto,  se  le  ocurrió preguntarse si Abel había asumido lo mismo sobre Caín. Minutos  después  detuvo  su  caballo  al  borde  del  porche  de  Paula.  Se  echó  el  sombrero hacia atrás para descubrirse los ojos.

—Disculpen si interrumpo algo.

—No  hay  problema,  pero  llegas  veinte  minutos  tarde.  Da  gracias  a  que  estaba  disfrutando de la compañía de Paula.

 Pedro miró muy serio a su hermano. ç

—No lo dudo.

Luego desvió la mirada  hacia Paula.   Estaba  preciosa  con   sus   ajustados   pantalones  de  montar,  la  camisa  blanca  y  las  botas.  No  sólo  estaba  preciosa,  sino  terriblemente atractiva, y al mirar de reojo a su hermano se dioócuenta de que estaba disfrutando de las vistas tanto como él.

—¿No tenías que irte a trabajar, Nico?

—Supongo.  Llámame  si  necesitas  que  vuelva  a  ejercer  de  guardaespaldas  de  Paula—luego se metió en la camioneta y se fue.

Pedro contempló cómo se marchaba y luego centró su atención en Paula.

—¿Lista para montar, cariño?

Mientras Paula avanzaba con Pedro intentó concentrarse en la belleza del campo y no en el atractivo del hombre que cabalgaba a su lado. Él montaba a Hercules y ella comprobó  que  era  un  jinete  experto.  Entendió  por  qué  quería  a  aquel  semental.  Era  como si él y el caballo mantuviesen una relación personal. Era obvio que Hercules se había  alegrado  de  verle.  Con  Pedro se  mostraba  dócil,  mientras  que  a  los  demás  les  costaba grandes esfuerzos montarlo. Lo  primero  que  hicieron  fue  ir  a  desayunar  con  Federico y  Pamela.  Había  quedado  prendada  de  aquella  casa  desde  la  primera  vez  que  la  vió.  La  enorme  construcción victoriana tenía una entrada circular y estaba enclavada en una finca de ciento  veinte  hectáreas.  Pedro le  había  contado  por  el  camino  que  Federico,  al  ser  el  primo de mayor edad, había heredado el hogar familiar. Allí era donde solía reunirse la mayor parte de la familia. Había conocido en la cena a las tres hermanas menores de Pamela y volvió a disfrutar  de  su  compañía  durante  el  desayuno.  Todos  preguntaron  por  el  incidente  de  la  piedra  y  Federico,  que  conocía  personalmente  al  sheriff,  le  dijo  que  éste  acabaría  por descubrir al responsable o responsables del ataque.

Después  del  desayuno,  volvieron  a  subirse  a  los  caballos  y  fueron  a  casa  de  Pablo. Desde un asiento en primera fila vio cómo Pablo, Leonardo y Pedro entrenaban a varios de los caballos. Mariana  llegó a mediodía con fiambreras para todos y Paula no pudo evitar percatarse de lo enamorados que estaban los recién casados. Sabía que, si decidía  casarse  con  Pedro,  su  matrimonio  sería  distinto  al  de  Leonardo y  Mariana porque su unión iba a ser más que nada un acuerdo de negocios. Luego  cenaron  con  Diego y Nadia  y  se  lo  pasaron  muy  bien  con  ellos.  Después de la cena, Diego les estuvo contando anécdotas sobre la cría de ovejas y les  contó  cómo  decidió  dejar  de  ser  un  hombre  de  negocios  y  dedicarse  a  dirigir  un  rancho ovejero. Anochecía  cuando  ella  y Pedro volvieron  a  subir  a  los  caballos  para  regresar  a  casa.  Había  sido  un  día  repleto  de  actividades  y  ella  había  aprendido  muchísimo  sobre la doma de caballos y la cría de ovejas. Miró a  Pedro.  No  había  abierto  la  boca  desde  que  salieron  del  rancho  de  su  hermano  y  no  pudo  evitar  preguntarse  en  qué  estaría  pensando.  Tampoco  podía  evitar preguntarse si tenía intenciones de volver a pasar la noche en la camioneta.

—Me siento una aprovechada —dijo para romper el silencio que se había hecho entre ambos—. Tu familia me ha invitado hoy a desayunar, comer y cenar.

Él sonrió.

—Les gustas.

—Y ellos a mí.

Acababan  de  abandonar  los  límites  de  la  finca de Pedro y cabalgaban por la de ella cuando divisaron a lo lejos lo que parecía ser una bola roja que despedía humo. Ambos se percataron al mismo tiempo de lo que se trataba. Era fuego. Y procedía del rancho de Paula.

No hay comentarios:

Publicar un comentario