Estaba a punto de apartarse de la ventana cuando bajó la vista casualmente y vió una camioneta aparcada en el jardín de entrada. Frunció el ceño y acercó aún más el rostro al cristal para intentar adivinar de quién era el vehículo, extrañándose al ver que se trataba del de Pedro. ¿Qué hacía su camioneta en el jardín a las dos de la mañana? ¿Estaría él dentro? Bajó rápidamente las escaleras. No podía estar en la camioneta frente a su casa a las dos de la mañana. ¿Qué pensaría Juan? ¿Y qué pensarían los policías que recorrían la zona? ¿Y su familia? Cuando llegó al salón, abrió lentamente la puerta y salió sigilosamente. Luego exhaló un suspiro de indignación al ver que Pedro estaba sentado en la camioneta. Había reclinado el asiento, pero debía de estar muy incómodo. En cuanto ella se acercó a la camioneta y dió unos golpecitos en el cristal, Pedro se despertó como si estuviese durmiendo con un ojo abierto y otro cerrado. Lentamente, se echó el sombrero hacia atrás para descubrirse los ojos.
—¿Sí, Paula?
—¿Qué haces aquí? ¿Por qué has vuelto?
—No me he ido.
Ella parpadeó, desconcertada.
—¿Qué no te has ido? ¿Quieres decir que has estado en el coche desde que te acompañé a la puerta?
Él esbozó su encantadora sonrisa.
—Sí, llevo aquí desde que me acompañaste a la puerta.
—¿Pero, por qué?
—Para protegerte.
Aquella simple afirmación la desinfló por un instante. Pero sólo por un instante.
—No puedes quedarte aquí, Pedro. No está bien. ¿Qué pensaría tu familia si viesen tu coche estacionado frente a mi puerta a estas horas? ¿Qué pensarían los policías? ¿Qué...?
—Sinceramente, Paula, me importa un pimiento lo que piensen los demás. Me niego a dejarte en tu casa si no estoy cerca para asegurarme de que estás bien. No has querido que duerma en el granero y aquí es donde estoy y no me pienso mover.
Ella frunció el ceño.
—Eres imposible.
—No, me estoy comportando como un hombre que cuida de la mujer que quiere. Ahora vuelve y cierra la puerta con llave. Has interrumpido mi sueño.
Ella lo miró fijamente durante un buen rato y luego dijo:
—Vale, tú ganas. Entra en la casa.
Él le devolvió la mirada.
—No se trata de eso, Paula. Asumo tanto como tú que no debemos estar solos bajo el mismo techo. No me importa pasar la noche aquí fuera.
—Pues a mí sí me importa.
—Pues lo siento, pero no puedes hacer nada al respecto.
Ella lo miró y se percató de que se proponía comportarse como un terco, así que alzó las manos, se metió en la casa y luego cerró la puerta con llave. Pedro oyó el sonido de la cerradura y pudo jurar que también la oía a ella bufando escaleras arriba. Podía bufar todo lo que quisiera, pero él no se iría. Llevaba cuatro horas allí sentado pensando, y cuanto más lo meditaba, más consciente era de algo de vital importancia para él. Y era algo que no podía negar ni ignorar: se había enamorado de Paula. Y la aceptación de esos sentimientos otorgaba mucho más sentido a la proposición que le había hecho.
Una hora más tarde, Paula estaba tumbada en la cama mirando al techo, todavía indignada. ¿Cómo se atrevía Pedro a ponerle en aquella situación tan comprometida? Nadie pensaría que él estaba durmiendo dentro del vehículo. Todos asumirían que eran amantes y que estaba durmiendo en su cama, yaciendo con ella entre sábanas de seda con los brazos y las piernas entrelazados y las bocas fundidas mientras hacían el amor de forma ardiente y apasionada. Empezaron a temblarle los muslos y a dolerle el nexo entre las piernas ante la idea de cómo sería compartir cama con él. Primero la acariciaría hasta dejarla sin sentido en su zona más íntima y se tomaría su tiempo para prepararla para la siguiente fase de lo que le iba a hacer. Se tumbó de lado y apretó los muslos a la espera de que remitiese el dolor. Nunca había deseado antes a ningún hombre y deseaba a Pedro con todas sus fuerzas, y más aún desde que él la disfrutara en aquella casa. Sólo tenía que cerrar los ojos para recordarse tumbada en la cocina con la cabeza de él entre las piernas y cómo la había lamido hasta hacerle perder la consciencia. El recuerdo provocaba en su cuerpo sacudidas de electricidad que hicieron que sus pezones se irguieran contra el camisón. Y el hombre que le causaba tanto tormento y placer estaba allí abajo durmiendo en una camioneta para protegerla. No podía evitar que su actitud le conmoviese. Había renunciado a una cama confortable y dormía en una postura incómoda con el sombrero sobre los ojos para protegerse de las luces del jardín. ¿Por qué? ¿Es que protegerla era algo tan importante para él? ¿Y de ser así, cuál era la razón? En el fondo, ella sabía el por qué: se debía a su deseo de conseguir la finca y a Hercules. Lo había dejado claro desde el principio. Y lo había respetado por ello y por aceptar que la decisión debía tomarla ella. Así que, en otras palabras, no la estaba protegiendo a ella de por sí, sino a sus intereses, o lo que esperaba fuesen sus intereses. Y aquello tenía sentido, pero...
¿Estaría Paula protegiendo sus intereses si aceptaba la proposición que Pedro había puesto sobre la mesa? ¿Tenía otras opciones para levantar el bloqueo a su fondo fiduciario? ¿Quería realmente unirse legalmente a Pedro durante un periodo mínimo de un año? ¿Realmente lo mejor para ella era dormir bajo el mismo techo que él y compartir el lecho? ¿Era lo que deseaba hacer, aun sabiendo que al cabo de un año él se podría marchar sin mirar atrás, sabiendo que pasado ese tiempo él sería libre de casarse con otra o libre de hacer el amor a otra persona del mismo modo en que se lo habría hecho a ella? Y luego estaba la cuestión de quién había arrojado la piedra. ¿Por qué intentaban asustarla? Aunque lo dudaba, se preguntaba si serían sus padres en un intento por hacerla regresar a casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario