Bostezó al sentir que el sueño la vencía. Aunque lamentaba que Pedro estuviese durmiendo en la camioneta, sabía que podía dormir mucho más tranquila sabiendo que era él quien la estaba protegiendo. Despertó al oír que alguien llamaba a la puerta y descubrió que ya era de día. Salió rápidamente de la cama y se puso la bata y las zapatillas.
—¡Ya voy! —gritó mientras corría hacia la puerta.
Se asomó por la mirilla y vió que era Pedro. El corazón empezó a latirle con fuerza al verle tan guapo y sin afeitar, con el sombrero calado hasta las cejas. ¡Dios mío! Respiró hondo y abrió la puerta.
—Buenos días, Pedro.
—Buenos días, Paula. Quería que supieras que me voy a casa a asearme, pero Nicolás se quedará aquí.
—¿Tu hermano Nicolás? —preguntó ella, y lo vió por encima del hombro de Pedro sentado en otra camioneta estacionada junto a la de éste. La saludó con la mano y ella le devolvió el saludo. Lo recordaba de la noche de la cena. Pedro era dos años y medio mayor que él.
—Sí, mi hermano Nicolás.
Paula estaba desconcertada.
—¿Por qué ha venido?
—Porque voy a asearme —levantó la cabeza y le sonrió—. ¿Estás despierta?
—Sí, estoy despierta y sé que has dicho que vas a casa a cambiarte, pero ¿Por qué tiene que quedarse Nicolás? No necesito un guardaespaldas ni nada por el estilo. Sólo han arrojado una piedra a mi ventana, Pedro, no se trataba de un misil.
Él se limitó a apoyarse en el umbral conservando la sonrisa. Y entonces dijo:
—¿Te han dicho alguna vez lo bonita que estás por la mañana?
Ella se quedó inmóvil y lo miró fijamente. Le había pillado desprevenida su cambio de conversación, y más aún que le dijese algo tan agradable sobre su aspecto. Podía devolverle el favor y preguntarle si alguna vez le habían dicho lo guapo que estaba por la mañana, pero estaba segura de que muchas mujeres lo habían hecho ya.
Así que le respondió con sinceridad.
—Nunca me lo habían dicho.
Se preguntó qué pensaría al saber que había pasado la noche anterior recordándole. Seguramente había suspirado en sueños mientras evocaba la boca de él sobre su cuerpo.
—¿Es que Nicolás no tiene que trabajar hoy? —preguntó al recordar que él le había dicho que trabajaba en Blue Ridge Management.
—Sí, pero irá en cuanto yo vuelva.
Ella se cruzó de brazos.
—¿Y tú qué? ¿No tienes que ocuparte de tus caballos?
—Tu seguridad es más importante.
—Sí, claro.
Él alzó una ceja.
—¿Es que no me crees? ¿Después de haber pasado la noche entera en la camioneta?
—Estabas protegiendo tus intereses.
—Y éstos se centran en tu persona, mi amor.
«No entres al trapo». Paula pensó que era hora de acabar la conversación. Si seguía hablando más tiempo con él, acabaría convenciéndola de que decía la verdad.
—¿Me darás una respuesta dentro de cuatro días?
—Eso pretendo.
—Bien. Cuando vuelva ya estarás vestida y podremos desayunar con Federico y Pamela. Luego quisiera enseñarte cómo me gano la vida. Antes de que ella pudiese responder, se inclinó y la besó en los labios.
—Te veré en una hora. Vístete para montar.
Ella inspiró con fuerza y lo vió atravesar el porche, meterse en la camioneta y partir. Aquel hombre era todo un personaje. Miró de reojo hacia donde Nicolás estaba sentado en su camioneta con una taza de café. Sin duda, había visto cómo la besaba su hermano, así que se imaginó lo que estaría pensando. Decidió que lo mínimo que podía hacer era invitarle, así que lo llamó.
—Puedes entrar en la casa, eres bienvenido, Nicolás—le dijo con una amplia sonrisa.
Él le sonrió de igual modo y se asomó levemente por la ventanilla del vehículo para decirle:
—Gracias, pero Pepe me ha dicho que no entre. Estoy bien.
«¿Que Pedro le ha dicho que no entre?». Sin duda se trataba de una broma, aunque parecía hablar muy en serio.
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