jueves, 9 de noviembre de 2017

Propuesta: Capítulo 25

Bostezó al sentir que el sueño la vencía. Aunque lamentaba que Pedro estuviese durmiendo  en  la  camioneta,  sabía  que  podía  dormir  mucho más  tranquila  sabiendo  que era él quien la estaba protegiendo. Despertó al oír que alguien llamaba a la puerta y descubrió que ya era de día. Salió rápidamente de la cama y se puso la bata y las zapatillas.

—¡Ya voy! —gritó mientras corría hacia la puerta.

Se asomó por la mirilla y vió que era Pedro. El corazón empezó a latirle con fuerza al verle tan guapo y sin afeitar, con el sombrero calado hasta las cejas. ¡Dios mío! Respiró hondo y abrió la puerta.

—Buenos días, Pedro.

—Buenos  días,  Paula.  Quería  que  supieras  que  me  voy  a  casa  a  asearme,  pero  Nicolás se quedará aquí.

—¿Tu hermano Nicolás? —preguntó ella, y lo vió por encima del hombro de Pedro sentado en otra camioneta estacionada junto a la de éste. La saludó con la mano y ella le devolvió el saludo. Lo recordaba de la noche de la cena. Pedro era dos años y medio mayor que él.

—Sí, mi hermano Nicolás.

Paula estaba desconcertada.

—¿Por qué ha venido?

—Porque voy a asearme —levantó la cabeza y le sonrió—. ¿Estás despierta?

—Sí,  estoy  despierta  y sé que  has  dicho  que  vas  a  casa  a  cambiarte,  pero  ¿Por  qué  tiene  que  quedarse  Nicolás?  No  necesito  un  guardaespaldas  ni  nada  por  el  estilo.  Sólo han arrojado una piedra a mi ventana, Pedro, no se trataba de un misil.

Él se limitó a apoyarse en el umbral conservando la sonrisa. Y entonces dijo:

—¿Te han dicho alguna vez lo bonita que estás por la mañana?

 Ella se quedó  inmóvil  y  lo  miró  fijamente.  Le  había  pillado  desprevenida  su  cambio de conversación, y más aún que le dijese algo tan agradable sobre su aspecto. Podía  devolverle  el  favor  y  preguntarle  si  alguna  vez  le  habían  dicho  lo  guapo  que  estaba por la mañana, pero estaba segura de que muchas mujeres lo habían hecho ya.

Así que le respondió con sinceridad.

—Nunca me lo habían dicho.

Se  preguntó  qué  pensaría  al  saber  que  había  pasado  la  noche  anterior   recordándole. Seguramente había suspirado en sueños mientras evocaba la boca de él sobre su cuerpo.

—¿Es  que  Nicolás no  tiene  que  trabajar  hoy?  —preguntó  al  recordar  que  él  le  había dicho que trabajaba en Blue Ridge Management.

—Sí, pero irá en cuanto yo vuelva.

Ella se cruzó de brazos.

—¿Y tú qué? ¿No tienes que ocuparte de tus caballos?

—Tu seguridad es más importante.

—Sí, claro.

Él alzó una ceja.

—¿Es que no  me  crees?  ¿Después de haber pasado  la  noche  entera  en  la  camioneta?

—Estabas protegiendo tus intereses.

—Y éstos se centran en tu persona, mi amor.

«No  entres  al  trapo».  Paula pensó  que  era  hora  de  acabar  la  conversación.  Si  seguía hablando más tiempo con él, acabaría convenciéndola de que decía la verdad.

—¿Me darás una respuesta dentro de cuatro días?

—Eso pretendo.

—Bien.  Cuando  vuelva  ya  estarás  vestida  y  podremos  desayunar  con  Federico y  Pamela. Luego quisiera enseñarte cómo me gano la vida. Antes de que ella pudiese responder, se inclinó y la besó en los labios.

—Te veré en una hora. Vístete para montar.

Ella  inspiró  con  fuerza  y  lo  vió  atravesar  el  porche,  meterse  en  la  camioneta  y  partir. Aquel hombre era todo un personaje. Miró de reojo hacia donde Nicolás estaba sentado  en  su  camioneta  con  una  taza  de  café.  Sin  duda, había  visto  cómo  la  besaba su hermano, así que se imaginó lo que estaría pensando. Decidió que lo mínimo que podía hacer era invitarle, así que lo llamó.

—Puedes  entrar  en  la  casa, eres  bienvenido, Nicolás—le  dijo  con  una  amplia  sonrisa.

Él le sonrió de igual modo y se asomó levemente por la ventanilla del vehículo para decirle:

—Gracias, pero Pepe me ha dicho que no entre. Estoy bien.

 «¿Que  Pedro le  ha  dicho  que  no  entre?».  Sin  duda  se  trataba  de  una  broma,  aunque parecía hablar muy en serio.

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