martes, 21 de noviembre de 2017

Propuesta: Capítulo 40

Pedro no  volvió  a  caballo  a  casa  tras  la  conversación  con  Leonardo.  Tomó  prestada  la  camioneta  de  Pablo y  regresó  a  toda  velocidad.  Cuando  llegó,  descubrió  que  Paula no  estaba  allí.  Ella  no  le  había  mencionado  en  el  desayuno  que  pensaba  salir, así que ¿dónde estaba? Inspiró  hondo.  ¿Y  si  las  sospechas  de  las  mujeres  eran  ciertas  y  Paula estaba embarazada?  ¿Y si las sospechas de  Leonardo  eran  ciertas  y  ella  le  amaba?  Dios,  si  ambas cosas eran  ciertas, entre  ambos  había  un  gravísimo  problema  de comunicación. Y estaba dispuesto a ponerle remedio en cuanto ella regresara a casa. Entró en la cocina y, de todas las cosas que podía prepararse, escogió una taza de  té.  ¡Caray!,  Paula había  acabado  por  aficionarle.  ¿Y  si  era  verdad  que  estaba  embarazada?  La  idea  de  que  su  barriga  creciese  porque  llevaba  dentro  un  hijo  suyo  lo  dejó  casi  sin  aliento.  Además,  recordaba  perfectamente  cuándo  había  empezado  todo. Debió  de  ser  durante  la  noche  de  bodas,  en  la  suite  del  Four  Seasons.  Y  así  lo  esperaba.  La  idea  de  que  ella  tuviese  un  hijo  suyo  era  su  deseo  más  ferviente.  Y  pensara  lo  que  ella  pensase,  él  le  proporcionaría  a  Bella  y  a  su  hijo  un  verdadero  hogar. Oyó  que  se  abría  la  puerta  de  la  casa  y  se  contuvo  un  momento  para  no  salir  corriendo  a  recibirla.  Tenían  que  hablar  y  debía  crear  un  ambiente  cómodo  para  hacerlo. Tomada  esa  decisión,  dejó  la  taza  de  té  sobre  la  encimera  y  salió  a  recibir  a  su esposa.

—Pau. Has llegado.

Ella salió de sus pensamientos al oír la voz de Pedro. Enseguida se le aceleró el pulso  y  se  preguntó  si  siempre  tendría  ese  efecto sobre ella.  Tardó  uno o  dos segundos en recomponerse antes de contestar.

—Sí, ya estoy aquí. Veo que tienes compañía.

—¿Compañía?

 —Sí. Está fuera la camioneta de Pablo—respondió.

—La tomé prestada. Él no está.

 —Oh  —eso quería decir que  estaban solos. 

Bajo el mismo  techo.  Y  no  habían  hecho el amor casi en una semana. Sus  miradas  se  encontraron  y  algo  parecido  a  una  fuerte  consciencia  sexual  se  transmitió  entre  ambos,  cargando  el  aire  y  electrificando  el  momento.  Paula podía  sentirla  y  estaba  segura  de  que  él  la  sentía  también.  Estudió  su  rostro  y  supo  que  quería que su hijo o su hija se pareciesen a él. Tenía  que  romper  la  tensión  sexual  entre  ambos  y  subir  a  las  habitaciones,  porque  si  no,  se  iba  a  sentir  tentada  de  cometer  una  locura  como  la  de  arrojarse  en  sus  brazos  y  rogarle  que  la  deseara,  que  la  amara,  que  aceptara  al  hijo  que  habían  concebido juntos.

—Subiré arriba un momento y...

—¿Podemos hablar un segundo, Pau?

 —Claro  —dijo  en  voz  baja. 

Entonces le siguió  hasta  la  cocina.  Viéndole  la  espalda,  sólo  podía  pensar  en  lo  atractivo  que  era  el  hombre  con  quien  se  había  casado. Pedro no estaba seguro de por dónde empezar, pero sabía que debían empezar por algún sitio.

—Estaba a punto de tomar un té. ¿Te apetece?

 Se preguntó si  ella  se  daría cuenta  de  que eran  las  mismas  palabras  que  había  pronunciado  la  primera  vez  que  lo  invitó  a entrar  en  su  casa.  Él no  las  había  olvidado. Y a juzgar por la sonrisa divertida que esbozaron los labios de Paula, supo que ella tampoco.

—Sí, me encantaría. Gracias.

 Ambos bebieron en silencio.

—¿Y de qué querías que habláramos, Pedro?

—¿No quieres seguir casada conmigo?

Ella apartó la mirada de sus ojos y se puso a examinar la decoración de la taza.

—¿Qué te hace pensar así?

—¿Quieres que te haga un listado?

 Ella volvió a mirarle de frente.

—Pensaba que no te darías cuenta.

—¿Se trata de eso, Pau, de que no te presto atención?

 Paula negó rápidamente con la cabeza.

—No, no es eso —respondió ella mordiéndose nerviosa el labio inferior.

—¿Entonces qué es, cariño?  ¿Qué es lo que necesitas que no te esté  dando?  ¿Qué puedo hacer para que seas feliz? Necesito saberlo porque que me abandones no es opción. Te quiero demasiado como para dejarte marchar.

 La taza se detuvo a mitad  de  camino  hacia  los  labios de Paula. Lo  miró  sorprendida.

—¿Qué es lo que has dicho?

—He dicho que te quiero demasiado como para dejarte marchar. Últimamente me  has  estado recordando el  año que mencioné  en  mi proposición,  pero no se  trata  de  un  esquema  temporal  fijo,  Pau.  Se  me  ocurrió  como  un  periodo  de  adaptación  para que no te asustases. Nunca tuve intención de poner fin a nuestra relación.

Pedro vió que una lágrima escapaba de los ojos de Paula.

—¿De verdad?

—No. Te quiero demasiado como para dejarte ir. Mira, lo he vuelto a decir y lo seguiré diciendo hasta que me escuches. Créelo. Acéptalo.

—No sabía que me amabas, Pedro. Yo también te amo. Creo que me enamoré de tí la primera vez que te ví en el baile de beneficencia.

—Es allí donde yo también creo que me enamoré de tí —dijo él, echando la silla hacia atrás para levantarse de la mesa—. Supe que algo pasaba porque cada vez que nos rozábamos mi alma se estremecía, mi corazón se derretía y te deseaba más y más.

—Creí que sólo se trataba de sexo.

—No.  Creo que  el sexo era  tan  bueno,  tan  excitante entre  nosotros porque estaba impulsado por el amor más intenso que pueda existir. He querido decirte más de  una  vez  que te quería,  pero no estaba  seguro de si estabas preparada  para  escucharlo. No quería que salieses corriendo.

—Cuando todo lo que necesitaba  escuchar  era  que me  amabas  —dijo ella,  poniéndose   en   pie—.   Nunca pensé  que nadie  pudiese  quererme  y  deseaba  muchísimo que tú lo hicieses.

—Amor mío, te amo.

—Oh, Pepe.

 Se echó sobre  él  y  Pedro la  rodeó  con  sus  brazos  para  abrazarla  con  fuerza.  Y  cuando inclinó la cabeza para besarla, la boca de Paula estaba preparada, dispuesta y ansiosa. Se hizo evidente en la intensidad con que se unieron sus lenguas.

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