martes, 14 de noviembre de 2017

Propuesta: Capítulo 31

A la mañana siguiente, después de desayunar en la cama, Paula pensó que era el momento de decirles a sus padres que era una mujer casada. Inspirando  con  fuerza  marcó el  número y  respondió  el  ama de llaves, quien  le  dijo que esperase a que se pusiera su padre.

—Paula. Espero que llames para decirme que has entrado en razón y te has comprado un billete de vuelta a casa.

Ella  frunció  el  ceño. Ni siquiera  se  tomaba  un  segundo  para  preguntarle  cómo  estaba.  Aunque  imaginaba  que  sus  padres  no  tenían  nada  que  ver  con  los  dos  incidentes ocurridos esa semana, decidió preguntar de todas formas.

—Dime  una  cosa,  papá.  ¿Acaso  tú  y  mamá  pensaban  que  asustándome  me  harías regresar a Savannah?

—¿De qué estás hablando?

—Hace  tres  días  alguien  arrojó  una  piedra  a  mi  salón  con  una  nota  intimidatoria  en  la  cual  se me  pedía  que  abandonase  la  ciudad,  y  dos  días  después  alguien prendió fuego a mi casa. Por suerte no estaba allí en ese momento.

—¿Que alguien ha incendiado la casa de papá?

Paula se  percató  de  su  tono  de  sorpresa,  pero  también  detectó  algo  más:  empatía. Era la primera vez que lo escuchaba referirse a Roberto como «papá».

—Sí.

—Yo no he tenido nada que  ver en  eso,  Paula.  Tu  madre  y  yo  jamás  te  pondríamos en peligro de ese modo. ¿Qué clase de padres crees que somos?

—Autoritarios. Pero no he llamado para discutir, papá. Sólo para comunicarles a tí y a mamá una buena noticia. Ayer me casé.

—¿Cómo?

 —Lo que oyes.  Me  he  casado  con  un  hombre  maravilloso  que  se  llama  Pedro Alfonso.

 —¿Alfonso?  Hubo  unos  Alfonso que  fueron  compañeros  míos  en  el colegio. Su finca estaba pegada a la nuestra.

—Seguramente eran sus padres. Ambos fallecieron.

—Lamento oír eso, pero espero que sepas las razones por las que ese hombre se ha casado   contigo.   Quiere  la  finca.  Pero no  te preocupes,  querida.   Se puede solucionar fácilmente una vez pidas la nulidad.

Ella negó con la cabeza. Sus padres no lo entendían.

—Pedro no me obligó a casarme con él, lo hice por propia voluntad.

—Escucha, Paula, no llevas ni un mes viviendo allí. No conoces a ese tipo y no permitiré que te cases con él.

—Papá, ya estoy casada y tengo intención de enviar a tu abogado una copia de la licencia para que levante el bloqueo a mi fondo fiduciario.

—Te crees muy lista, Paula. Sé lo que estás haciendo y no pienso permitirlo. No lo amas y él no te ama a tí.

—Se  parece mucho a  la  forma  en  que  tú  y  mamá  han  organizado  su matrimonio. Al mismo tipo de matrimonio que quieres que tenga con David, así que ¿Cuál  es  el  problema?  Yo no veo ninguno y me  niego a  seguir  hablando  contigo  del  tema. Adiós papá, da recuerdos a mamá —y colgó el teléfono.



—Imagino a tu padre no le ha sentado bien la noticia.

Ella miró a Pedro, que yacía tumbado a su lado, y le dedicó una leve sonrisa.

—¿De veras creías que iba a sentarle bien?

—No y no importa. Tendrán que asumirlo.

Ella se acurrucó junto a él.

—¿A qué hora tenemos que abandonar la habitación?

—A mediodía. Y entonces partiremos a la Casa de Pedro.

Paula tuvo  que  contener  la  felicidad  que  sentía al saber que irían  a  su  casa  y  viviría allí al menos durante los doce meses siguientes.

—¿Existen algunas normas que deba conocer? Sólo estaré un tiempo en esa casa y no quiero abusar de tu hospitalidad —podía jurar que había visto algo asomar a los ojos de Pedro, pero no estaba segura.

—No es así y no, para tí no hay normas, a menos que... Se te ocurra pintar mi dormitorio de color rosa.

Ella no pudo evitar echarse a reír.

—¿Y qué tal de amarillo? ¿Te gustaría?

 —No es uno de mis colores favoritos, pero supongo que valdría.

Paula sonrió  y  se  arrimó aún  más  a  él.  Estaba deseando  compartir  con  Pedro el  mismo techo.

—¿Pau?

 —¿Sí?

—La última vez que hicimos el amor no llevaba preservativo.

—Sí, lo sé.

—No fue a propósito.

—También  lo  sé  —dijo  ella  con  suavidad. 

Pedro no tenía razones para desear dejarla embarazada. Sólo sería un inconveniente para su acuerdo. Durante un momento, ambos guardaron silencio. Entonces él preguntó:

—¿Te gustan los niños?

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