—No me pareció buena idea porque últimamente está lloviendo mucho. No es buena época para iniciar ningún tipo de construcción. Además, no es que te vayas a mudar a la casa ni nada de eso.
—Eso tú no lo sabes.
Pedro detuvo la camioneta ante la casa y giró la llave para detener el motor. Se volvió a mirarla.
—¿No? Pensaba que sí. ¿Por qué tendrías que volver a tu casa?
En lugar de mirarle a los ojos, Paula miró por la ventanilla hacia la casa de Pedro, que él consideraba la casa de ambos.
—Se supone que nuestro matrimonio sólo durará un año y voy a necesitar un lugar donde vivir cuando finalmente acabe.
Sus palabras fueron como una patada en el estómago. ¿Estaba ya pensando en el momento en que iba a dejarle? ¿Por qué? Creía que las cosas entre los dos iban maravillosamente bien.
—¿Qué es lo que pasa, Paula?
—No pasa nada. Pero tengo que ser realista y recordar que, aunque nos gusta compartir la cama, la razón por la que nos casamos deriva de tu proposición, la cual acepté conociendo bien las condiciones. Y son condiciones que no debemos olvidar.
Pedro se limitó a mirarla mientras juraba por lo bajo. ¿Pensaba que lo único que había entre ambos era el hecho de compartir la cama?
—Gracias por recordármelo, Paula—entonces salió de la camioneta.
Aquélla fue la primera noche que compartieron la cama sin hacer el amor. Paula se sentía herida y no estaba segura de qué debía hacer. Estaba intentando proteger su corazón, sobre todo después de los resultados de la prueba de embarazo que se había hecho hacía unos días. Pedro era un hombre honrado. El tipo de hombre que se quedaría con ella porque era la madre de su hijo. Y ella no estaba pensando en sí misma, sino en el niño. Se había criado en una casa sin amor y se negaba a someter a su hijo a algo parecido. Pedro nunca llegaría a entenderlo porque sus padres se habían querido y habían sido un ejemplo a seguir para sus hijos. Se veía en el modo en el cual sus primos y hermanos trataban a sus esposas. Se veía claramente que eran relaciones llenas de amor, del tipo que duran toda la vida. Pero no esperaba un compromiso semejante de él. No entraba en sus planes y ésa no había sido su proposición. Sabía que él estaba despierto por el sonido de su respiración, pero estaban tumbados dándose la espalda. Se habían acostado sin intercambiar palabra. De hecho, él apenas la había mirado antes de meterse bajo las mantas. La cama se movió y ella contuvo la respiración deseando que, a pesar de lo que le había recordado, él todavía la quisiera. Pero él truncó sus esperanzas cuando, en lugar acercarse a ella, salió de la cama y abandonó la habitación. ¿Pensaba regresar a la cama o se iría a dormir a algún otro sitio? ¿En el sofá? ¿En su camioneta? No pudo evitar que las lágrimas se derramasen por su rostro. Ella era la única culpable. Nadie le pidió que se enamorase. No debería haber puesto su corazón en ello. Pero lo había hecho y estaba pagando el precio.
—Muy bien ¿Qué demonios te pasa, Pedro? No te pega cometer un error tan estúpido y el que has cometido es garrafal —dijo Pablo—. Es el caballo más preciado del jeque y lo que has hecho podía haberle costado una pata.
Pedro se enfadó.
—Maldita sea, Pablo, sé lo que he hecho. No hace falta que me lo recuerdes. Luego miró a Leonardo y esperó a escuchar lo que tuviese que decir. Agradeció que no dijera una sola palabra.
—Miren, chicos. Lamento mi error. Tengo muchas cosas en la cabeza. Creo que me tomaré el día libre antes de provocar un desastre mayor —y se encaminó al granero de Pablo.
Estaba ensillando su caballo para marcharse cuando apareció Leonardo.
—Eh, tío, ¿quieres que hablemos?
—No.
—Vamos, Pepe, está claro que hay problemas en el paraíso de la Casa de Pedro. No me considero un experto en estas cosas, pero sabes que Mariana y yo atravesamos muchas dificultades antes de casarnos.
—¿Y después de casarte?
Leonardo se echó a reír.
—¿Quieres que te haga una lista? Lo más importante a tener en cuenta es que son dos personas con personalidades diferentes y que eso ya de por sí puede ser fuente de conflictos. La solución más efectiva es una comunicación abierta y sincera. Nosotros hablamos abiertamente y luego hacemos el amor. Siempre funciona. Ah, y recuerda que de vez en cuando tienes que recordarle lo mucho que la quieres.
—Puedo manejarme con las dos primeras cosas que has dicho, pero con la última no.
—¿Cómo? ¿No puedes decirle a tu esposa que la quieres?
Pedro suspiró.
—No, no puedo hacerlo.
Leonardo se le quedó mirando un rato y luego dijo:
—Creo que lo mejor será que empieces desde el principio.
En menos de diez minutos, Pedro le contó todo a Leonardo, básicamente porque su primo se limitó a escucharle sin preguntar nada. Pero una vez que hubo acabado, comenzaron las preguntas y los comentarios.
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