martes, 21 de noviembre de 2017

Propuesta: Capítulo 38

—No me pareció buena idea porque últimamente está lloviendo mucho. No es buena época para iniciar ningún tipo de construcción. Además, no es que te vayas a mudar a la casa ni nada de eso.

—Eso tú no lo sabes.

Pedro detuvo la camioneta ante la casa y giró la llave para detener el motor. Se volvió a mirarla.

—¿No? Pensaba que sí. ¿Por qué tendrías que volver a tu casa?

 En lugar de mirarle a los ojos, Paula miró por la ventanilla hacia la casa de Pedro, que él consideraba la casa de ambos.

—Se  supone  que  nuestro  matrimonio sólo durará  un  año y voy  a  necesitar  un  lugar donde vivir cuando finalmente acabe.

Sus palabras fueron como una patada en el estómago. ¿Estaba ya pensando en el  momento  en que iba a dejarle?  ¿Por qué?  Creía que las cosas  entre  los dos iban maravillosamente bien.

 —¿Qué es lo que pasa, Paula?

—No  pasa  nada.  Pero  tengo  que  ser  realista  y  recordar  que,  aunque  nos  gusta  compartir la cama, la razón por la que nos casamos deriva de tu proposición, la cual acepté conociendo bien las condiciones. Y son condiciones que no debemos olvidar.

Pedro se limitó a mirarla mientras juraba por lo bajo. ¿Pensaba que lo único que había entre ambos era el hecho de compartir la cama?

—Gracias por recordármelo, Paula—entonces salió de la camioneta.

Aquélla fue la primera noche que compartieron la cama sin hacer el amor. Paula se sentía herida y no estaba segura de qué debía hacer. Estaba intentando proteger su corazón, sobre todo después de los resultados de la prueba de embarazo que se había hecho hacía unos días. Pedro era un  hombre  honrado.  El tipo de  hombre  que  se  quedaría  con  ella  porque era la madre de su hijo. Y ella no estaba  pensando en sí  misma,  sino en el  niño.  Se  había criado  en  una  casa  sin  amor  y  se  negaba  a  someter a  su  hijo  a  algo  parecido.  Pedro  nunca  llegaría  a  entenderlo  porque sus  padres se  habían  querido  y  habían  sido  un  ejemplo  a  seguir  para  sus  hijos.  Se  veía  en  el  modo  en  el  cual  sus  primos  y  hermanos  trataban  a  sus  esposas.  Se  veía  claramente  que  eran  relaciones  llenas  de  amor,  del  tipo  que  duran  toda  la  vida.  Pero  no  esperaba  un  compromiso  semejante de él. No entraba en sus planes y ésa no había sido su proposición. Sabía  que  él  estaba  despierto  por  el  sonido  de  su  respiración,  pero  estaban  tumbados  dándose  la  espalda.  Se  habían  acostado  sin  intercambiar  palabra.  De  hecho, él apenas la había mirado antes de meterse bajo las mantas. La cama se movió y ella contuvo la respiración deseando que, a pesar de lo que le  había  recordado,  él  todavía  la  quisiera.  Pero  él  truncó  sus  esperanzas  cuando,  en  lugar acercarse a ella, salió de la cama y abandonó la habitación. ¿Pensaba regresar a la cama o se iría a dormir a algún otro sitio? ¿En el sofá? ¿En su camioneta?  No  pudo  evitar  que  las  lágrimas  se  derramasen por su rostro. Ella era la única culpable.  Nadie  le  pidió  que  se  enamorase.  No  debería  haber  puesto  su  corazón  en  ello. Pero lo había hecho y estaba pagando el precio.


—Muy bien ¿Qué demonios te pasa, Pedro?  No  te  pega  cometer  un  error  tan  estúpido y el que has cometido es garrafal —dijo Pablo—. Es el caballo más preciado del jeque y lo que has hecho podía haberle costado una pata.

Pedro se enfadó.

—Maldita sea, Pablo, sé lo que he hecho. No hace falta que me lo recuerdes. Luego miró a Leonardo y esperó a escuchar lo que tuviese que decir. Agradeció que no dijera una sola palabra.

—Miren, chicos. Lamento mi error. Tengo muchas cosas en la cabeza. Creo que me  tomaré  el  día  libre  antes  de  provocar un desastre  mayor  —y  se encaminó  al  granero de Pablo.

Estaba ensillando su caballo para marcharse cuando apareció Leonardo.

—Eh, tío, ¿quieres que hablemos?

—No.

—Vamos,  Pepe, está claro  que  hay  problemas  en  el  paraíso  de  la  Casa de Pedro.  No  me  considero  un  experto  en  estas  cosas,  pero  sabes  que  Mariana y  yo  atravesamos  muchas dificultades antes de casarnos.

—¿Y después de casarte?

Leonardo se echó a reír.

—¿Quieres que te haga una lista?  Lo  más importante  a  tener  en  cuenta  es  que  son  dos  personas  con  personalidades  diferentes  y  que  eso  ya  de  por  sí  puede  ser  fuente de conflictos. La solución más efectiva es una comunicación abierta y sincera. Nosotros hablamos abiertamente y luego hacemos el amor. Siempre funciona. Ah, y recuerda que de vez en cuando tienes que recordarle lo mucho que la quieres.

—Puedo  manejarme  con  las  dos  primeras  cosas  que  has  dicho,  pero  con  la  última no.

—¿Cómo? ¿No puedes decirle a tu esposa que la quieres?

Pedro suspiró.

—No, no puedo hacerlo.

Leonardo se le quedó mirando un rato y luego dijo:

—Creo que lo mejor será que empieces desde el principio.

 En menos de diez minutos, Pedro le contó todo a Leonardo, básicamente porque su  primo  se  limitó a  escucharle  sin  preguntar  nada.  Pero una  vez que  hubo acabado,  comenzaron las preguntas y los comentarios.

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