jueves, 2 de noviembre de 2017

Propuesta: Capítulo 18

Pero más que nada,  pensó  que  era  la  mujer  más  bella  que  había  visto  jamás.  Deseó haberle dado algo en lo que pensar, algo que anticipar, porque, por encima de todo, quería casarse con ella. Pretendía casarse con ella.

—Vamos,  acompáñame hasta la  puerta  —susurró—.  Te  prometo  que  esta  vez  me marcharé.

La tomó de la mano e ignoró las sensaciones que le producía tocarla.

—Ven a desayunar conmigo mañana.

Ella alzó la vista para mirarle.

—No piensas ponerme fácil la decisión, ¿Verdad?

Una risilla escapó de los labios de Pedro.

—No hay nada de malo en darte algo sobre lo que pensar. Algo que recordar. Y esperar. Sólo te ayudará a tomar la decisión adecuada sobre mi proposición.

Al llegar a la puerta, se inclinó y volvió a besarla. Ella abrió la boca para él, que la  besó  con  mayor  intensidad,  buscando  su  lengua  y  jugando  al  escondite  con  ella  para después liberarla con un gemido profundo, gutural.

—¿Qué tal un desayuno en mi casa mañana por la mañana?

—Pero  eso  será  todo,  ¿No?  ¿Desayuno  y  nada  más?  —preguntó  ella  en  apenas  un susurro.

Él le sonrió maliciosamente.

—Ya veremos.

—En ese caso, paso. Un poco de tí es demasiado, Pedro Alfonso.


Él se echó a reír al tiempo que la abrazaba con más fuerza.

—Cariño, si me dejas, uno de estos días te lo daré todo —supuso que ella sabía lo que quería decir, ya que clavaba en su vientre una erección palpitante.

Puede que ella tuviese razón y que desayunar juntos al día siguiente no fuese una buena idea. Se abalanzaría sobre ella antes incluso de que entrase en la casa.

—¿En otro momento, quizá? —la animó.

—Puede.

 Él alzó una ceja.

—¿No estarás intentando hacerte la dura conmigo?

Ella sonrió.

—¿Y me preguntas eso después de lo que acaba de ocurrir en la cocina? Pero te advierto  que  mi  intención  es  construir  cierto tipo de inmunidad a tus encantos para la próxima vez que te vea. Puedes llegar a resultar abrumador, Pedro.

Él volvió a reír, pensando que todavía no había visto nada. Volvió a agacharse para besarla en los labios.

—Piensa en mí esta noche, Pau.

Abrió la puerta y salió, pensando que los siete días siguientes iban a ser los más largos de su vida.

 Esa  noche  Paula no  consiguió  dormir.  Todo el cuerpo le hormigueaba debido a las  caricias  de  un  hombre,  pero  de  no  cualquier  hombre:  a  las  caricias  de  Pedro.  Cuando intentaba cerrar los ojos sólo podía ver lo sucedido en la cocina, el modo en que  Pedro la  había  tendido  sobre  la  mesa  y  disfrutado  de  ella  de  forma  tan  escandalosa.  A  las  monjas  de  su  colegio  les  hubiese  dado  un  ataque  al  corazón  si  supieran lo que le había sucedido... y lo mucho que había disfrutado. ¿Cómo podía estar tan mal algo que te hacía sentir tan bien? El  rubor  coloreó  sus  mejillas.  Necesitaba  confesarse  a  la  primera  oportunidad.  Esa  noche  había  caído  en  la  tentación  y  por  mucho  que  hubiese disfrutado  era  algo  que no podía repetirse. Ese tipo de actividades eran propias de personas casadas, y lo contrario  era  algo  indecoroso.  Iba  a  tener  que  asegurarse  de  que  ella  y  Pedro no  coincidieran  bajo  el  mismo  techo  durante  una  buena  temporada.  La  situación  se  les  podía  ir  de  las  manos.  Cuando  estaba  con él,  ella  se  convertía  en  un  pelele.  Podía  tentarla a hacer cosas que sabía que no debía hacer. Y el precio que estaba pagando por su pequeña indulgencia era el de perder el sueño.  Para  ella  no  cabía  duda:  la  boca  de  él debería  estar  proscrita.  Suspiró  internamente.  Le  iba  a  llevar  mucho  tiempo  borrar  aquellos  pensamientos  de  su  cabeza.

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