Era la verdad. Por mucho que deseara lo contrario, tenía ganas de hacer negocios con ella, más de las que había tenido por algo en mucho tiempo.
—Bien —dijo ella asintiendo—. Déjame decirte que conozco esto como la palma de mi mano, y si yo conduzco tú podrás ver más cosas.
—De acuerdo. Y nada me gustaría más que tener a una mujer guapa como chófer.
—¿Qué te parece? —le preguntó ella.
—¿Que qué me parece? —musitó él.
Paula había estacionado la furgoneta junto al granero y fueron andando hasta los corrales. Estaban de pie uno al lado del otro con los brazos apoyados en lo alto de la valla; él estaba sobre la tierra y ella en el primer barrote, por lo que tenían los hombros a la misma altura y el ocasional roce de sus brazos generaba unas chispas que amenazaban con incendiar el agostado corazón de Paula. ¿Qué ocurriría si dejaba que las chispas se convirtiesen en llamas?
Paula intentó con todas sus fuerzas no notar la sutil fragancia de su loción de afeitado, o el calor de su cuerpo. Intentó apartar de su mente todas aquellas sensaciones; tenía cosas más importantes en las que pensar, como conseguir el contrato para el campeonato u olvidar que él no era el hombre enfadado que le había dicho que besaba como una niña pequeña. Él era ahora un hombre de verdad, y ella una mujer que estaba lo suficientemente cerca como para sentir los desenfrenados efectos de su masculinidad. Se quedó sin aliento cuando sus miradas se encontraron y no pudo evitar preguntarse qué estaría pasando por la mente de él.
—¿Qué te parece? —repitió ella.
—El rancho tiene buen aspecto —dijo él con cuidado—, incluso mejor de lo que yo recordaba. Has cambiado algunas cosas. ¿Me vas a hablar del proyecto en el que estás trabajando?
Quería decirle que no. La asustaba que él se diese cuenta de lo mucho que lo necesitaba; ya era suficientemente malo cuando solo tenía que preocuparse por los recuerdos que él pudiera tener de lo que ella hizo. Pero ahora sabía cómo había averiguado él que la chica a la que amaba, amaba a otra persona, y ella sabía mejor que nadie lo que dolía aquello. Si él estuviese esperando para vengarse, en aquel momento tenía la oportunidad perfecta: lo único que tenía que hacer era celebrar el rodeo en otro lugar. Los planes de Paula no fallarían, pero le llevaría mucho más tiempo llevarlos a cabo, y el tiempo era su enemigo. La publicidad que le brindaría el rodeo le sería de mucha ayuda. Quizá pudiese evitar la pregunta.
—¿Qué es lo que buscas para celebrar el rodeo? —le preguntó.
Pedro se alzó el sombrero ligeramente.
—Lo primero, muchas tierras. Hace falta sitio para un estacionamiento, además de sitio para caravanas y campistas. No estás demasiado lejos de la carretera, así que eso es una ventaja.
—¿Qué más?
—Espacio para tribunas portátiles y casetas de comida, y un corral lo suficientemente grande para celebrar los torneos.
—Lo tengo todo —dijo señalando las zonas delimitadas por las vallas—. Hay tres ruedos, y uno es lo suficientemente grande como para albergar tres de los eventos.
—Ya me he dado cuenta. Lo que quiero saber es por qué.
—¿Qué? —preguntó ella.
—¿Por qué tienes tres? ¿Para qué los necesitas y por qué está la tierra tan blanda y removida? —dijo él mirándola de nuevo—. ¿Qué tienes guardado en la manga? —le preguntó.
—Haces que parezca que estoy intentando conseguir dinero rápido.
—No quería decir eso —dijo él, se dió la vuelta para apoyarse en la valla y cruzó los brazos sobre su impresionante pecho.
Para apartar sus pensamientos de aquella masculina pose, Paula sostuvo su mirada. Después, se bajó de la valla y se irguió.
—Estoy preparando el rancho para abrirlo al público —le dijo.
—¿No te referirás a un rancho de vacaciones? —dijo con la misma expresión de sorpresa que cuando se cayó a la piscina.
Ella asintió.
—Los rodeos son para distintas actividades: montar a caballo, enlazar. Si un principiante se cae, es mejor que lo haga sobre tierra blanda.
—¿Por qué?
—Porque es más blanda y...
Pedro negó con la cabeza.
—Lo que quiero decir es: ¿Por qué dejar de ser un rancho de trabajo?
—Seguirá siendo un rancho de trabajo; mientras a mí me quede aliento, yo haré ese tipo de trabajo. Pero es algo que siempre he querido hacer, enseñarles lo que es el silencio a las personas que viven un ritmo de vida acelerado. Dejar que saboreen el auténtico estilo de vida del oeste.
—¿Y qué más?
Ella no quería aparentar que no lo había entendido; cualquiera en Destiny podía contárselo si preguntaba.
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