jueves, 30 de noviembre de 2017

Irresistible: Capítulo 8

Era  la  verdad.  Por  mucho  que  deseara  lo  contrario,  tenía  ganas  de  hacer  negocios con ella, más de las que había tenido por algo en mucho tiempo.

 —Bien —dijo ella asintiendo—. Déjame decirte que conozco esto como la palma de mi mano, y si yo conduzco tú podrás ver más cosas.

—De  acuerdo.  Y nada  me  gustaría  más  que  tener  a  una  mujer  guapa  como  chófer.

 —¿Qué te parece? —le preguntó ella.

—¿Que qué me parece? —musitó él.

Paula había estacionado la furgoneta junto al granero y fueron andando hasta los corrales. Estaban de pie uno al lado del otro con los brazos apoyados en lo alto de la valla;  él  estaba  sobre  la  tierra  y  ella  en  el primer  barrote,  por lo que tenían los hombros a la  misma  altura y el ocasional  roce  de  sus  brazos  generaba  unas  chispas  que  amenazaban  con  incendiar  el  agostado  corazón  de  Paula.  ¿Qué  ocurriría  si  dejaba que las chispas se convirtiesen en llamas?

Paula intentó con todas sus fuerzas no notar la sutil fragancia de su loción de afeitado,  o  el  calor  de  su  cuerpo.  Intentó  apartar  de  su  mente  todas  aquellas  sensaciones;  tenía  cosas  más  importantes  en  las  que  pensar,  como  conseguir  el  contrato para el campeonato u olvidar que él no era el hombre enfadado que le había dicho que besaba como una niña pequeña. Él era ahora un hombre de verdad, y ella una  mujer  que  estaba  lo  suficientemente  cerca  como  para  sentir  los  desenfrenados  efectos de su masculinidad. Se  quedó  sin  aliento  cuando  sus  miradas  se  encontraron  y no pudo  evitar preguntarse qué estaría pasando por la mente de él.

—¿Qué te parece? —repitió ella.

 —El rancho tiene buen aspecto —dijo él con cuidado—, incluso mejor de lo que yo recordaba. Has cambiado algunas cosas. ¿Me vas a hablar del proyecto en el que estás trabajando?

Quería  decirle que  no.  La  asustaba que  él  se  diese  cuenta  de  lo  mucho  que  lo  necesitaba;  ya  era  suficientemente  malo  cuando  solo  tenía  que  preocuparse  por  los  recuerdos  que  él  pudiera  tener  de  lo que  ella  hizo.  Pero  ahora  sabía  cómo  había  averiguado  él que  la chica  a  la  que  amaba,  amaba  a  otra  persona,  y  ella  sabía  mejor  que nadie lo que dolía aquello. Si  él  estuviese esperando para vengarse, en aquel   momento  tenía  la  oportunidad  perfecta:  lo  único  que  tenía  que  hacer  era  celebrar  el  rodeo  en  otro  lugar. Los planes de Paula no fallarían, pero le llevaría mucho más tiempo llevarlos a cabo, y el tiempo era su enemigo. La publicidad que le brindaría el rodeo le sería de mucha ayuda. Quizá pudiese evitar la pregunta.

—¿Qué es lo que buscas para celebrar el rodeo? —le preguntó.

Pedro se alzó el sombrero ligeramente.

 —Lo primero, muchas tierras. Hace falta sitio para un estacionamiento, además de sitio para caravanas y campistas. No estás demasiado lejos de la carretera, así que eso es una ventaja.

—¿Qué más?

—Espacio  para  tribunas  portátiles  y  casetas  de  comida,  y  un  corral  lo   suficientemente grande para celebrar los torneos.

—Lo  tengo todo  —dijo  señalando  las  zonas  delimitadas  por  las  vallas—.  Hay  tres ruedos, y uno es lo suficientemente grande como para albergar tres de los eventos.

—Ya me he dado cuenta. Lo que quiero saber es por qué.

—¿Qué? —preguntó ella.

—¿Por qué tienes tres? ¿Para qué los necesitas y por qué está la tierra tan blanda y removida? —dijo él mirándola de nuevo—. ¿Qué tienes guardado en la manga? —le preguntó.

—Haces que parezca que estoy intentando conseguir dinero rápido.

 —No quería  decir eso  —dijo  él,  se  dió  la  vuelta  para  apoyarse  en  la  valla  y  cruzó los brazos sobre su impresionante pecho.

 Para  apartar  sus  pensamientos  de  aquella  masculina  pose,  Paula sostuvo  su  mirada. Después, se bajó de la valla y se irguió.

—Estoy preparando el rancho para abrirlo al público —le dijo.

 —¿No te referirás a un rancho de vacaciones? —dijo con la misma expresión de sorpresa que cuando se cayó a la piscina.

Ella asintió.

 —Los rodeos  son  para  distintas  actividades:  montar  a  caballo,  enlazar.  Si  un  principiante se cae, es mejor que lo haga sobre tierra blanda.

—¿Por qué?

—Porque es más blanda y...

Pedro negó con la cabeza.

—Lo que quiero decir es: ¿Por qué dejar de ser un rancho de trabajo?

—Seguirá siendo un rancho de trabajo; mientras a mí me quede aliento, yo haré ese tipo de trabajo. Pero es algo que siempre he querido hacer, enseñarles lo que es el silencio  a  las  personas  que  viven  un  ritmo  de  vida  acelerado.  Dejar  que  saboreen  el  auténtico estilo de vida del oeste.

—¿Y qué más?

Ella no quería aparentar que no lo había entendido; cualquiera en Destiny podía contárselo si preguntaba.

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