—¿Dónde está, Juan? —preguntó Pedro, entrando en la casa de Paula seguido de Pablo y Leonardo.
—En la cocina —respondió el hombre, apartándose rápidamente para dejarle paso.
Pedro había recibido una llamada de Pamela para contarle lo ocurrido. Había saltado a la camioneta y salido inmediatamente del rancho seguido de Leonardo y Pablo. Según Pamela le había contado, alguien había lanzado una piedra a la ventana de Paula con una nota que decía: "Vuelve por donde viniste". La idea de que alguien hiciera tal cosa le indignaba. ¿Quién demonios haría algo así? Entró en la cocina y miró a su alrededor, desechando los recuerdos de la última vez que estuvo allí para centrar inmediatamente toda su atención en Paula. Estaba sentada en la mesa de la cocina hablando con Eduardo Higgins, que era uno de los ayudantes del sheriff y amigo de Leonardo. Todos alzaron la vista en cuanto entró, y la expresión del rostro de Paula fue para él como si le patearan el estómago. La encontró muy impresionada y a sus ojos asomaba un dolor que él no había visto nunca antes. Ardió de ira al pensar que alguien podía haberle hecho daño. La piedra no le había llegado a golpear, pero era como si le hubiese alcanzado. Quien fuese el que había lanzado la piedra por la ventana había logrado afectarle al ánimo y dejarla conmocionada.
—Pedro, Pablo y Leonardo—dijo Eduardo al verlos—. ¿Por qué no me sorprende encontrarme aquí con los tres?
Pedro no respondió, fue directamente hacia donde estaba Paula e, ignorando a los allí presentes, le acarició el cuello.
—¿Estás bien? —le susurró.
Ella le miró a los ojos y asintió lentamente.
—Sí, estoy bien. Bajaba por las escaleras cuando la piedra entró volando por la ventana. Más que nada ha sido el susto.
Miró la piedra que alguien había colocado sobre la mesa. Era grande, lo suficientemente grande como para herirla de haber estado en el salón cerca de la ventana. La idea de que alguien pudiese rozar un solo pelo de su cabeza lo puso furioso. Miró a Eduardo.
—¿Tienes idea de quién ha podido ser?
Eduardo negó con la cabeza.
—No, pero están buscando huellas en la piedra y en la nota. Espero que pronto sepamos algo. Le estaba preguntando a la señorita Chaves si conocía a alguien que quisiera echarla de su propiedad. Las únicas personas que se le venían a la cabeza eran sus padres y posiblemente Antonio Chaves.
—No creo que mis padres estén detrás de esto —dijo Paula en voz baja—. Y tampoco quiero pensar que el tío Kenneth sea capaz de hacer algo así. Sin embargo, quiere que me vaya de la finca porque sabe de alguien que quiere adquirirla.
Eduardo asintió.
—¿Y qué me dice de Pedro? Creo que todos sabemos que quiere la finca y también a Hercules —dijo el ayudante como si Pedro no estuviese allí escuchando todo lo que decía.
—No, él quiere que me quede —dijo suspirando.
Eduardo cerró su libreta de notas, decidido a no preguntarle por qué estaba tan segura.
—Bueno, con suerte tendremos algo en una semana si logran identificar las huellas —dijo.
—¿Y qué se supone que debe hacer entre tanto, Eduardo? —preguntó Pedro con frustración.
—Informar de cualquier cosa que le resulte sospechosa. Le pediré al sheriff que refuerce la seguridad en la zona.
—Gracias, ayudante Higgins —dijo Paula en voz baja—. Se lo agradezco enormemente. Juan va a arreglar el cristal de la ventana y yo dejaré las luces del jardín encendidas toda la noche.
—No hace falta —dijo Pedro—. Esta noche te quedas en mi casa.
Paula inclinó la cabeza hacia un lado y se encontró con la mirada intensa de Pedro.
—No puedo hacerlo. No podemos estar bajo el mismo techo.
Pedro se cruzó de brazos.
—¿Y por qué no?
Paula se ruborizó al darse cuenta de que Pedro no era la única persona que esperaba su respuesta.
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