jueves, 30 de noviembre de 2017

Irresistible: Capítulo 7

—Eras la más rápida: catorce segundos la última vez que te ví.

 —Después no volví a competir.

 —¿Por qué? Eras muy buena.

—No tenía el  apoyo de mi padre  —dijo frunciendo el ceño.  Aquel  gesto  indicaba  que  había otras razones, pero se cerró en banda—.  Me sorprende  que  te  acuerdes de mis marcas.

Él no estaba  menos  sorprendido.  A  pesar  suyo,  todos  los  recuerdos  de  aquella  época estaban volviendo.

—Tu tiempo era igual que tu edad —dijo él.

—Estoy impresionada. Memoria asociativa; es una buena técnica.

—¿Me estás halagando?

—¡Cielos! Tu ego es el doble del tamaño de Texas.

Él  se  rió.  Le  gustaba  su  sinceridad;  le  habían  hecho  demasiados  cumplidos  falsos a lo largo de su vida.

—Volviendo al rodeo...

Ella se apoyó en la encimera.

—¿Te dijo Marcos que yo estaba interesada?

 —Me contó que tienes un proyecto en marcha, y que el campeonato te vendría bien  para  financiarlo  —dijo  él. 

La  verdad  es  que cuando  se  enteró,  había sentido  verdadera curiosidad.

—Si ya conoces el rancho —dijo ella—, ¿Por qué tienes que inspeccionarlo?

 Era  una  buena  pregunta.  La primera  reacción  de  Pedro había  sido  buscar  otro  sitio, pero los participantes se merecían el mejor sitio para demostrar su talento.

 —Mis  recuerdos  del  rancho  son  de  hace  diez  años.  Tengo  que  comprobar  que  reúne  condiciones  para  los  espectadores  y  los  animales,  y  que  las  instalaciones  son  adecuadas.  Hay  muchas  cosas  a  tener  en  cuanta  además  de  programar  la  fecha  y  la  hora:  el  equipo  necesario,  los  vendedores,  los  suministros...  y  eso  sin  mencionar  el  presupuesto.

 Ella sonrió.

—Hablas como un auténtico hombre de negocios.

Él se encogió de hombros. Aquella sonrisa iluminó la cara de Paula, y Pedro se sorprendió por su propia reacción.  Hasta  aquel  día ella  había  sido  la  vecina  de  al  lado,  la  hermana  pequeña,  pero ahora tenía algo diferente a lo que él recordaba. La  miró  más  detenidamente.  Sus  ojos  castaños  eran  acogedores  y  cálidos,  y  parecían  más  grandes  y  más  bonitos;  su  cara  era  la  de  una  mujer,  al  igual  que  su  cuerpo. Seguía siendo menuda, pero tenía unas perfectas proporciones y la camisa de algodón  que  llevaba  resaltaba  la  forma  y  el  tamaño  de  su  pecho.  No era  como  las  admiradoras  que  lo    habían perseguido en  el  circuito,   pero se amoldaría perfectamente a las manos de un hombre. A sus manos... Apartó aquel  pensamiento  rápidamente;  no  quería  saber  cómo  se  adaptaría  a  sus manos. Pero no podía apartar su mirada de ella, y bajó la vista hasta su delgada cintura. Los  pantalones  ciclistas  de  color  caqui  que  llevaba  dejaban  a  la  vista  las  estilizadas  piernas,  y  Pedro se  preguntó  qué  aspecto  tendría  con  unos  vaqueros  viejos  lo  suficientemente  suaves  como  para  acariciar  su  trasero  como  si  fuese  la  mano de  un  amante. Apostaría cualquier cosa a que podría dejar a todos los hombres del público con la  boca  abierta.  Pero se  dijo  que  aquella  era  solo  una  observación  imparcial  e  impersonal en la que no encajaba ningún sentimiento suyo. Nada más. Ella era una mujer por la que cualquier hombre se sentiría orgulloso de tener a su lado. Cualquier hombre menos él.

—¿Quieres que te enseñe el lugar o prefieres ir tú solo? —le preguntó.

Después  de  los  pensamientos  que  acababa  de  tener,  estaría  loco  si  aceptaba  su  oferta. El sentido común le decía que fuese solo, como hacía siempre.

—Sería una ayuda si me lo enseñas tú —dijo antes de darse cuenta.

¿A  quién  ayudaría?  Desde luego a  él  no.   Las  mujeres lo  habían  estado  traicionando desde que tenía diez años. Habría preferido hacer negocios con el padre de Paula; al menos con él habría sabido a qué atenerse, sin sorpresas. Pedro odiaba las sorpresas.

—De acuerdo —dijo ella—. Mi furgoneta está detrás.

—Vamos en la mía —replicó él.

—¿No  serás  uno  de  esos  hombres  que  tienen  prejuicios  hacia  las  mujeres  conductoras? —le preguntó enarcando una ceja.

 Él  atrapó  su  mirada  y  vió  un  brillo  en  sus  ojos.  Sonrió  de  forma  burlona;  su  sangre se estaba calentando al calor del fuego de ella.

—¿Qué pasa si lo soy?

—Pue  que tendremos  más  problemas que el de  qué furgoneta  llevar  —dijo  ella.

—¿Por qué?

—Me  apellido  Chaves, estoy  al cargo  de  esto  y  vas  a  tener  que  hacer  negocios  conmigo.

—No tengo ningún problema con eso.

—¿Estás seguro? —le preguntó como si hubiese algo que él debiera saber.

 —Completamente —contestó él.

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