—Eras la más rápida: catorce segundos la última vez que te ví.
—Después no volví a competir.
—¿Por qué? Eras muy buena.
—No tenía el apoyo de mi padre —dijo frunciendo el ceño. Aquel gesto indicaba que había otras razones, pero se cerró en banda—. Me sorprende que te acuerdes de mis marcas.
Él no estaba menos sorprendido. A pesar suyo, todos los recuerdos de aquella época estaban volviendo.
—Tu tiempo era igual que tu edad —dijo él.
—Estoy impresionada. Memoria asociativa; es una buena técnica.
—¿Me estás halagando?
—¡Cielos! Tu ego es el doble del tamaño de Texas.
Él se rió. Le gustaba su sinceridad; le habían hecho demasiados cumplidos falsos a lo largo de su vida.
—Volviendo al rodeo...
Ella se apoyó en la encimera.
—¿Te dijo Marcos que yo estaba interesada?
—Me contó que tienes un proyecto en marcha, y que el campeonato te vendría bien para financiarlo —dijo él.
La verdad es que cuando se enteró, había sentido verdadera curiosidad.
—Si ya conoces el rancho —dijo ella—, ¿Por qué tienes que inspeccionarlo?
Era una buena pregunta. La primera reacción de Pedro había sido buscar otro sitio, pero los participantes se merecían el mejor sitio para demostrar su talento.
—Mis recuerdos del rancho son de hace diez años. Tengo que comprobar que reúne condiciones para los espectadores y los animales, y que las instalaciones son adecuadas. Hay muchas cosas a tener en cuanta además de programar la fecha y la hora: el equipo necesario, los vendedores, los suministros... y eso sin mencionar el presupuesto.
Ella sonrió.
—Hablas como un auténtico hombre de negocios.
Él se encogió de hombros. Aquella sonrisa iluminó la cara de Paula, y Pedro se sorprendió por su propia reacción. Hasta aquel día ella había sido la vecina de al lado, la hermana pequeña, pero ahora tenía algo diferente a lo que él recordaba. La miró más detenidamente. Sus ojos castaños eran acogedores y cálidos, y parecían más grandes y más bonitos; su cara era la de una mujer, al igual que su cuerpo. Seguía siendo menuda, pero tenía unas perfectas proporciones y la camisa de algodón que llevaba resaltaba la forma y el tamaño de su pecho. No era como las admiradoras que lo habían perseguido en el circuito, pero se amoldaría perfectamente a las manos de un hombre. A sus manos... Apartó aquel pensamiento rápidamente; no quería saber cómo se adaptaría a sus manos. Pero no podía apartar su mirada de ella, y bajó la vista hasta su delgada cintura. Los pantalones ciclistas de color caqui que llevaba dejaban a la vista las estilizadas piernas, y Pedro se preguntó qué aspecto tendría con unos vaqueros viejos lo suficientemente suaves como para acariciar su trasero como si fuese la mano de un amante. Apostaría cualquier cosa a que podría dejar a todos los hombres del público con la boca abierta. Pero se dijo que aquella era solo una observación imparcial e impersonal en la que no encajaba ningún sentimiento suyo. Nada más. Ella era una mujer por la que cualquier hombre se sentiría orgulloso de tener a su lado. Cualquier hombre menos él.
—¿Quieres que te enseñe el lugar o prefieres ir tú solo? —le preguntó.
Después de los pensamientos que acababa de tener, estaría loco si aceptaba su oferta. El sentido común le decía que fuese solo, como hacía siempre.
—Sería una ayuda si me lo enseñas tú —dijo antes de darse cuenta.
¿A quién ayudaría? Desde luego a él no. Las mujeres lo habían estado traicionando desde que tenía diez años. Habría preferido hacer negocios con el padre de Paula; al menos con él habría sabido a qué atenerse, sin sorpresas. Pedro odiaba las sorpresas.
—De acuerdo —dijo ella—. Mi furgoneta está detrás.
—Vamos en la mía —replicó él.
—¿No serás uno de esos hombres que tienen prejuicios hacia las mujeres conductoras? —le preguntó enarcando una ceja.
Él atrapó su mirada y vió un brillo en sus ojos. Sonrió de forma burlona; su sangre se estaba calentando al calor del fuego de ella.
—¿Qué pasa si lo soy?
—Pue que tendremos más problemas que el de qué furgoneta llevar —dijo ella.
—¿Por qué?
—Me apellido Chaves, estoy al cargo de esto y vas a tener que hacer negocios conmigo.
—No tengo ningún problema con eso.
—¿Estás seguro? —le preguntó como si hubiese algo que él debiera saber.
—Completamente —contestó él.
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