Ella se echó hacia atrás al ver que él subía las escaleras con la mirada más predatoria que había visto jamás. Había un deseo tan profundo e intenso en esa mirada que el corazón de Paula se desbocó.
—Quítate la ropa, Pau—dijo en voz ronca y profunda.
Entonces ella le preguntó lo que algunos considerarían una pregunta estúpida.
—¿Por qué?
Él se fue acercando lentamente y fue como si ella estuviese pegada al suelo y no pudiera moverse. Cuando se detuvo frente a Paula, ella levantó la cabeza para mirarle y vió el deseo en sus ojos marrones. La intensidad de su mirada le provocó un escalofrío. Extendió los brazos y le sujetó el rostro con las manos. Luego bajó la cabeza levemente para susurrarle:
—He venido antes porque necesitaba hacerte el amor. Y necesito hacerlo ahora.
Y entonces atrapó la boca de Paula con la suya, besándola con la misma intensidad y deseo que ella había visto en sus ojos. Ella le devolvió el beso sin entender por qué necesitaba hacerle el amor y por qué en ese momento. Pero sabía que le daría lo que quisiera y de la forma en que él quisiera. Él le estaba devorando la boca, haciéndola gemir. La besaba como el que hace una afirmación y reclama algo al mismo tiempo. Bella no podía hacer nada más que aceptar todo lo que él le estaba dando, feliz de hacerlo y sin avergonzarse en absoluto. Pedro no sabía que ella le amaba. Ni lo que para ella significaban las últimas semanas que habían compartido. Entonces él apartó la boca y se quitó las botas a toda velocidad. Luego la llevó al despacho, la colocó junto a la mesa y empezó a desnudarla de forma frenética.
Por una parte, Paula quería decirle que fuese más despacio y asegurarle que no se iba a ir a ninguna parte. Pero por otra estaba tan ansiosa y excitada como él por el hecho de que la desnudase, y le insistió en que se diera prisa. En cuestión de minutos, por no decir segundos, se vio atrapada entre su cuerpo y la mesa, y completamente desnuda. El aire frío del climatizador recorrió su piel caliente y ella quiso taparse con las manos, pero él no lo permitió. Le agarró suavemente las muñecas y se las levantó hasta la cabeza, lo cual hizo que sus pechos se levantasen y quedasen a la altura perfecta para sus labios. Agarró un pezón con la boca, lo succionó y luego lamió el botón palpitante. Paula arqueó la espalda, sintió que él la dejaba con suavidad en la mesa y de pronto se dio cuenta de que estaba prácticamente allí subido con ella. La superficie de metal le enfriaba la espalda, pero el calor del cuerpo de Pedro le cubría el torso. Pedro bajó la mano hasta el sexo de ella y la caricia de sus dedos en los pliegues de sus labios la hizo emitir sonidos que no había hecho nunca antes. Normalmente, cuando hacían el amor, empezaban con suavidad y luego el ritmo se aceleraba. Pero en esa ocasión ella supo que sería salvaje desde el principio. Por la razón que fuese, él se veía impulsado a poseerla rápidamente, sin sutilezas de ningún tipo. Estaba provocando en ella un ansia que la llevaba a desear que la amase tan deprisa y con tanta rudeza como le fuese posible. Pedro se retiró un poco y rápidamente se quitó los pantalones y los calzoncillos. Cuando ella lo vió en todo su esplendor, un sonido de deseo incontenible escapó de su garganta. Él la estaba llevando a ese punto, a ese estado de ansia y necesidad alimentado por la pasión y el deseo.
—Quiero saber a qué sabes, mi amor.
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