jueves, 16 de noviembre de 2017

Propuesta: Capítulo 35

Ella  se  echó  hacia  atrás  al  ver que  él  subía  las escaleras  con  la  mirada  más  predatoria  que  había  visto  jamás.  Había un deseo  tan  profundo e intenso en  esa  mirada que el corazón de Paula se desbocó.

—Quítate la ropa, Pau—dijo en voz ronca y profunda.

Entonces ella le preguntó lo que algunos considerarían una pregunta estúpida.

—¿Por qué?

Él se fue acercando lentamente y fue como si ella estuviese pegada al suelo y no pudiera moverse. Cuando se detuvo frente a Paula, ella levantó la cabeza para mirarle y  vió  el  deseo  en  sus  ojos  marrones.  La  intensidad  de  su  mirada  le  provocó  un  escalofrío. Extendió  los  brazos  y  le  sujetó el rostro con  las  manos.  Luego bajó la cabeza  levemente para susurrarle:

—He venido antes porque necesitaba hacerte el amor. Y necesito hacerlo ahora.

Y entonces  atrapó  la  boca  de  Paula con  la  suya,  besándola  con  la  misma  intensidad  y  deseo  que  ella  había  visto  en  sus  ojos.  Ella le  devolvió  el  beso  sin  entender  por  qué  necesitaba  hacerle  el  amor  y  por  qué  en  ese  momento.  Pero sabía  que le daría lo que quisiera y de la forma en que él quisiera. Él le estaba devorando la boca, haciéndola gemir. La besaba como el que hace una afirmación y reclama algo al mismo tiempo. Bella no podía hacer nada más que aceptar  todo  lo  que  él  le  estaba  dando,  feliz  de  hacerlo  y  sin  avergonzarse  en  absoluto. Pedro no sabía que ella le amaba. Ni lo que para ella significaban las últimas semanas que habían compartido. Entonces él apartó la boca y se quitó las botas a toda velocidad. Luego la llevó al despacho, la colocó junto a la mesa y empezó a desnudarla de forma frenética.

Por una parte, Paula quería decirle que fuese más despacio y asegurarle que no se iba a ir a ninguna parte. Pero por otra estaba tan ansiosa y excitada como él por el hecho de que la desnudase, y le insistió en que se diera prisa. En cuestión de minutos, por no decir segundos, se vio atrapada entre su cuerpo y  la  mesa,  y  completamente  desnuda.  El  aire  frío  del  climatizador  recorrió  su  piel  caliente y ella  quiso  taparse con las manos,  pero  él  no  lo  permitió.  Le  agarró suavemente las muñecas y se las levantó hasta la cabeza, lo cual hizo que sus pechos se levantasen y quedasen a la altura perfecta para sus labios.  Agarró  un  pezón  con  la  boca,  lo  succionó  y  luego  lamió  el  botón  palpitante.  Paula arqueó la espalda, sintió que él la dejaba con suavidad en la mesa y de pronto se dio cuenta de que estaba prácticamente allí subido con ella. La superficie de metal le enfriaba la espalda, pero el calor del cuerpo de Pedro le cubría el torso. Pedro bajó  la  mano  hasta  el  sexo  de  ella  y  la  caricia  de  sus  dedos  en  los  pliegues  de  sus  labios  la  hizo  emitir  sonidos  que  no  había  hecho  nunca  antes.  Normalmente, cuando hacían el amor, empezaban con suavidad y luego el ritmo se aceleraba.  Pero  en  esa  ocasión  ella  supo  que  sería  salvaje  desde  el  principio.  Por  la  razón que fuese, él se veía impulsado a poseerla rápidamente, sin sutilezas de ningún tipo.  Estaba  provocando  en  ella  un  ansia  que  la  llevaba  a  desear  que  la  amase  tan  deprisa y con tanta rudeza como le fuese posible. Pedro se retiró un poco y rápidamente se quitó los pantalones y los calzoncillos. Cuando ella lo vió en todo su esplendor, un sonido de deseo incontenible escapó de su  garganta.  Él  la  estaba  llevando  a  ese  punto,  a  ese  estado  de  ansia  y  necesidad  alimentado por la pasión y el deseo.

—Quiero saber a qué sabes, mi amor.

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