jueves, 16 de noviembre de 2017

Propuesta: Capítulo 33

Cuando sonó su teléfono móvil, no reconoció la llamada, pero pensó que serían sus padres desde otro teléfono.

 —¿Sí?

—Todo  esto  es  culpa  tuya,  Paula—ella  se  quedó  paralizada  al  escuchar  la  voz  de su tío. Estaba enfadado—. Puede que mis nietos ingresen en un centro de menores por tu culpa.

Paula inspiró  con  fuerza  y  recordó  la  conversación  que  había  mantenido  con  Pedro.

—No tenías que haber hablado mal de mí delante de ellos.

—¿Me estás echando a mí la culpa?

—Sí,  tío Antonio,  es  exactamente  lo  que  estoy  haciendo.  La  única  persona  a  quien puedes culpar es a tí mismo.

—¿Cómo  te  atreves a hablarme  así?  Crees que eres alguien  ahora  que  estás  casada  con  un  Alfonso.  Pero  descubrirás  que  has  cometido  un error.  Todo lo que quiere es tu finca y a ese caballo. No le importas en absoluto. Te dije que sabía de alguien que podía comprar la finca.

—Y yo siempre te he dicho que las tierras no están en venta.

—No  significas  nada  para  él.  Sólo  quiere  tus  tierras.  No  es  más  que  un  manipulador.

Entonces su tío colgó el teléfono. Paula intentó  que  no  le  afectasen  las  palabras  de  Antonio.  Nadie  conocía  los  detalles de su matrimonio, así que su tío no sabía que ella era plenamente consciente de  que  Pedro quería  su  finca  y  al  caballo.  ¿Por qué si no iba  a  presentarle  semejante  proposición? No era la loca que su tío pensaba que era. Alzó la mirada cuando Pedro entró por la puerta de atrás. Él sonrió al verla.

—Creí que ibas a ducharte.

—Iba, pero recibí una llamada.

—¿De quién?

Paula sabía que no era el momento de contarle la llamada de su tío, sobre todo después de lo que Jason le había dicho antes.

—Han llamado mis padres. Al final no vienen.

 Él la agarró de la muñeca y la sentó en el sofá a su lado.

—Podría decirte muchas cosas, y ninguna agradable. Pero lo importante es que han  decidido no venir y  creo  que  han hecho bien  porque  no quiero  que  nadie  te  incomode.

—Nadie lo hará. Estoy bien.

 —Y  voy  a  asegurarme  de  que  sigues  así  —dijo  Pedro,  y  la  estrechó  entre  sus  brazos.

Ella se quedó inmóvil con la cabeza sobre el pecho de Pedro, oyendo su corazón. Se preguntó si él podía oír el suyo. Todavía le resultaba extraño que se sintieran tan atraídos el uno por el otro. El matrimonio no había hecho disminuir esa atracción. Alzó la  cabeza  para  mirarle  y  captó  la  profundidad  de  su  mirada.  Era una  mirada tan íntima que una oleada de calor la recorrió de arriba abajo. Y  cuando  él empezó a besarla, todos  los  pensamientos  la abandonaron  menos  uno: lo mucho que le hacía sentirse amada, incluso fingiendo. En cuanto sus labios se tocaron, se negó a creer las palabras de tío Antonio. En lugar de eso, se concentró en lo que él la estaba haciendo sentir al besarla. Y sabía que ese beso no era más que el principio.

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