Cuando sonó su teléfono móvil, no reconoció la llamada, pero pensó que serían sus padres desde otro teléfono.
—¿Sí?
—Todo esto es culpa tuya, Paula—ella se quedó paralizada al escuchar la voz de su tío. Estaba enfadado—. Puede que mis nietos ingresen en un centro de menores por tu culpa.
Paula inspiró con fuerza y recordó la conversación que había mantenido con Pedro.
—No tenías que haber hablado mal de mí delante de ellos.
—¿Me estás echando a mí la culpa?
—Sí, tío Antonio, es exactamente lo que estoy haciendo. La única persona a quien puedes culpar es a tí mismo.
—¿Cómo te atreves a hablarme así? Crees que eres alguien ahora que estás casada con un Alfonso. Pero descubrirás que has cometido un error. Todo lo que quiere es tu finca y a ese caballo. No le importas en absoluto. Te dije que sabía de alguien que podía comprar la finca.
—Y yo siempre te he dicho que las tierras no están en venta.
—No significas nada para él. Sólo quiere tus tierras. No es más que un manipulador.
Entonces su tío colgó el teléfono. Paula intentó que no le afectasen las palabras de Antonio. Nadie conocía los detalles de su matrimonio, así que su tío no sabía que ella era plenamente consciente de que Pedro quería su finca y al caballo. ¿Por qué si no iba a presentarle semejante proposición? No era la loca que su tío pensaba que era. Alzó la mirada cuando Pedro entró por la puerta de atrás. Él sonrió al verla.
—Creí que ibas a ducharte.
—Iba, pero recibí una llamada.
—¿De quién?
Paula sabía que no era el momento de contarle la llamada de su tío, sobre todo después de lo que Jason le había dicho antes.
—Han llamado mis padres. Al final no vienen.
Él la agarró de la muñeca y la sentó en el sofá a su lado.
—Podría decirte muchas cosas, y ninguna agradable. Pero lo importante es que han decidido no venir y creo que han hecho bien porque no quiero que nadie te incomode.
—Nadie lo hará. Estoy bien.
—Y voy a asegurarme de que sigues así —dijo Pedro, y la estrechó entre sus brazos.
Ella se quedó inmóvil con la cabeza sobre el pecho de Pedro, oyendo su corazón. Se preguntó si él podía oír el suyo. Todavía le resultaba extraño que se sintieran tan atraídos el uno por el otro. El matrimonio no había hecho disminuir esa atracción. Alzó la cabeza para mirarle y captó la profundidad de su mirada. Era una mirada tan íntima que una oleada de calor la recorrió de arriba abajo. Y cuando él empezó a besarla, todos los pensamientos la abandonaron menos uno: lo mucho que le hacía sentirse amada, incluso fingiendo. En cuanto sus labios se tocaron, se negó a creer las palabras de tío Antonio. En lugar de eso, se concentró en lo que él la estaba haciendo sentir al besarla. Y sabía que ese beso no era más que el principio.
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