Pedro Alfonso había vuelto a la ciudad.Y ella iba a verlo en cualquier momento. Paula Chaves se asomó a la ventana de su cuarto de estar preguntándose si sería puntual. Él había sido nombrado presidente de la asociación de rodeo de enseñanza secundaria, y tenía que buscar un lugar donde celebrar los campeonatos del estado. Por aquella razón su futuro estaba en manos de Pedro, pues necesitaba que él escogiese su rancho, Círculo S, como sede de los campeonatos. Pero si la historia se repetía, iba a tener problemas. El sonido del motor de un coche se hizo audible por encima del ruido del aire acondicionado de la casa, y abrió una rendija de la ventana para echar un vistazo. Un último modelo de ranchera subía por el camino hacia la casa. Él había llegado. Desde que descubrió que Pedro había vuelto, había estado muy nerviosa, y no solo por el impacto que él podía tener sobre su vida en cuanto a la posible elección del rancho. Una y otra vez se había repetido a sí misma que él ya no le interesaba, que ella ya era una mujer y no podía hacerle daño. Pero su corazón latía acelerado. Se apartó de la ventana y respiró hondo al tiempo que se alisaba los pantalones caqui. Después se ajustó el cinturón y comprobó que llevaba la blusa bien recogida. No había querido recibirlo con los vaqueros y la camisa sucia que había utilizado para limpiar los establos aquella mañana; quería ofrecer su mejor aspecto. Llamaron a la puerta y Paula contó hasta diez. Estaba muy nerviosa.
—Allá vamos —se dijo a sí misma al tiempo que abría.
Casi se le para el corazón. Pedro tenía diez años más, pero su aspecto era mejor de lo que ella recordaba. Aún tenía ojos azules de chico malo, el mismo pelo castaño claro y la nariz ligeramente aguileña. En cuanto a sus facciones, la cara angular y la mandíbula cuadrada, parecían más duras. ¿Por qué lo encontraba tan increíblemente atractivo? Pero inmediatamente fue consciente de que de pie, en la puerta de su casa, estaba Pedro Alfonso, el mismo hombre que había destrozado su corazón cuando ella tenía catorce años. Aquella conmoción borró de golpe los diez años transcurridos y se apoderaron de ella unos sentimientos tan profundos y dolorosos como los de aquella lejana noche. Aunque deseaba no hacerlo, lo recordaba todo con demasiada claridad. La humillación de su último encuentro volvió a hacer presa de ella, como tantas otras veces desde entonces. Las cosas que le dijo y el beso que le dió todavía la hacían sonrojarse. No era capaz de pensar con coherencia. Menos aún de decir nada, porque se le había formado un nudo en la garganta. Él la miró unos instantes antes de reconocerla.
—¿Paula?
—Hola, Pedro. Ha pasado mucho tiempo.
Desde luego no la había reconocido de inmediato, ya que la última vez que se vieron ella era una niña delgaducha y él le había dicho que besaba como una chiquilla. Ahora era una mujer adulta y no la niña que lo había empujado a la piscina. Aquel recuerdo ocupaba su mente desde que se había enterado de que él era el nuevo presidente de la asociación. ¿Le guardaría él algún rencor? O, peor aún, ¿Se acordaría de las cosas que le había dicho? El silencio se alargaba, y él se aclaró la garganta.
—¿Cómo estás?
—Bien. ¿Y tú? —preguntó ella.
—Muy bien.
—¿Acabas de llegar a la ciudad?
—Esta mañana llegué de El Paso —contestó él asintiendo—. Estás estupenda —añadió mirándola fijamente.
—¿Yo, la delgaducha? —preguntó ella incapaz de resistirse.
Esperaba que los nervios que le atenazaban el estómago no la traicionaran.
—Lo digo en serio. Has cambiado mucho —dijo él sonriendo de forma pícara.
Por aquella sonrisa ella supo que les decía ese tipo de cosas a todas las chicas. Aunque había intentado olvidarlo, a lo largo de los años no había podido evitar leer las historias que la prensa sensacionalista y las revistas publicaban sobre sus conquistas amorosas. Antes de desaparecer, él había salido con mujeres con las que ella nunca pudo competir. ¿Por qué iba a acordarse de que una vez fueron amigos?
—Has madurado —dijo él.
—Suele ocurrir cuando pasan... —dijo ella intentando parecer pensativa—. ¿Cuántos años hace que nos vimos por última vez?
Paula no quería que él se diese cuenta de que recordaba claramente la última vez que se vieron.
—No lo recuerdo —dijo Pedro, y por un momento dejó de sonreír y frunció el ceño—. Yo diría que hace bastante tiempo, porque hacía diez u once años que no venía a Destiny.
—¿Tanto? —dijo ella, intentando parecer lo más inocente posible.
—Más o menos —dijo él asintiendo.
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