Un rato después, él la tomó en brazos y salieron de la cocina. De algún modo consiguieron subir las escaleras que llevaban al dormitorio. Y allí, en medio de la habitación, él volvió a besar a Paula con un deseo al que ella correspondió con ansia. Finalmente, él liberó su boca para inspirar profundamente, pero antes de que ella pudiese hacer lo propio, él le estaba levantando el vestido hasta la cintura y bajándole las braguitas mojadas. Apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando él bajó hasta sus caderas y enterró la cabeza entre sus piernas.
—¡Pepe!
Ella se vino en el momento en que notó la lengua de Pedro moviéndose dentro de ella y acariciando sus labios, pero enseguida se dio cuenta de que aquello a él no le iba a bastar. Utilizó la lengua como un cuchillo para apuñalar literalmente su interior y describir círculos alrededor de su clítoris, y luego lo succionó. Los ojos de Paula empezaron a cerrarse porque él empezó a hacerle perder el sentido y, el deseo, el más poderoso que ella había sentido jamás, empezó a consumirla, a recorrer cada una de las partes de su cuerpo y a empujarla hacia el orgasmo.
—¡Pepe!
Pero él no cejaba en su empeño. Ella intentó agarrarle, pero no lo consiguió porque él empezó a introducir de nuevo la lengua en su interior. Paula pensó que habría que patentar la lengua de Pedro con un cartelito de advertencia: que cuando él falleciese, había que donarla al Smithsonian. Y cuando ella volvió a correrse, él le abrió aún más los muslos para bebérsela a lengüetazos. Paula gimió mientras la lengua y los labios de Pedro jugaban con su clítoris y la volvían loca de lujuria porque sensaciones cada vez más poderosas se extendían por su cuerpo. De pronto, Pedro se retiró y a través de los ojos empañados, Paula vió que se ponía de pie y se desvestía rápidamente, procediendo a desvestirla a ella a continuación. Paula fijó la vista en su erección. Sin más preámbulos, la llevó a la cama, la tumbó boca arriba, se deslizó sobre ella hasta colocarse entre sus piernas y apuntó con su miembro hacia los pliegues húmedos de sus labios.
—¡Sí! —casi gritó ella, y entonces lo sintió, empujando dentro de ella, desesperado por unirse a ella.
Luego se detuvo. Dejó caer la cabeza junto a la de ella y dijo con un gruñido sensual:
—Esta noche no habrá preservativo.
Paula alzó la vista hacia él.
—Ni ésta ni ninguna otra durante un tiempo —susurró ella—. Luego te explicaré el por qué. De todas formas, pensaba decírtelo esta noche.
Y antes de que pudiese entretenerse demasiado pensando en lo que le tenía que decir, Pedro empezó a moverse de nuevo dentro de ella. Y cuando le hubo introducido toda la longitud de su miembro, ella jadeó sin aliento por la plenitud de tenerlo tan dentro. Sus músculos empezaron a aferrarse a él, lo sujetaba con fuerza y lo masajeaba, succionando su sexo por todo lo que estaba recibiendo y pensaba que podía obtener, mientras pensaba que una semana había sido demasiado tiempo. Él le separó aún más las piernas con las manos y le alzó las caderas para penetrarla más profundamente. Bella casi gritó cuando empezó a embestirla de forma constante, con implacable precisión. Era el tipo de éxtasis que ella había echado de menos. No sabía que existía tal grado de placer hasta experimentarlo con él. Cuando Pedro le agarró las piernas y se las colocó por encima de los hombros mientras entraba y salía de ella, sus miradas se encontraron.
—Córrete para mí, amor —susurró Pedro—. Córrete para mí ahora.
El cuerpo de Paula obedeció y empezó a agitarse en un clímax tan gigantesco que le pareció que temblaba toda la casa. Gritó. No pudo contenerse de ninguna forma posible, y cuando él empezó a venirse dentro de ella, el calor de sus fluidos, denso por la intensidad del acto, hizo que sólo pudiese gritar y dejarse ir una vez más.
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