La luna de miel llegaría más tarde. Por lo pronto pasarían la noche en un hotel. Con tantos preparativos para el día siguiente, Paula consiguió dejar el fuego en segundo plano. De hecho, estaba deseando que llegase el día de su boda. También desechó de su mente la razón principal por la que ambos iban a casarse. Federico y Pamela la invitaron a pasar la noche en su casa y ella aceptó la invitación.
—Acompáñame a la camioneta —le susurró Pedro, tomándola de la mano.
—De acuerdo.
Cuando llegaron al lugar donde él había estacionado, Pedro la apretó contra su pecho, se inclinó y la besó apasionadamente.
—Ya sabes que puedes pasar la noche en mi casa.
—Sí, lo sé, pero estaré bien con Federico y Pamela. Antes de que te des cuenta, habré vuelto aquí mañana —se detuvo y alzó la vista hacia él, buscando sus ojos—. ¿Crees que estamos haciendo lo correcto, Pepe?
Él sonrió, asintiendo.
—Sí, estoy seguro. Después de la ceremonia llamaremos a tus padres y le pasaremos al abogado toda la documentación necesaria para recuperar tu fondo fiduciario. Y estoy seguro de que la persona que ha estado amenazándote no tardará en enterarse de que Paula Chaves Alfonso ha venido para quedarse.
Paula Chaves Alfonso. Le gustaba cómo sonaba, pero en el fondo sabía que no podía encariñarse con ese nombre. Lo miró a los ojos y deseó que jamás se despertara una mañana pensando que había cometido un error y que no le había valido la pena aceptar la proposición.
—Todo será para bien, Pau. Ya verás —y entonces volvió a abrazarla y a besarla.
—Los declaro marido y mujer. Pedro, puedes besar a la novia.
Pedro no tardó ni un segundo en atraer a Paula hacia él y devorar su boca. Cuando finalmente la liberó, comenzaron a oírse los vítores, la miró y supo en ese instante lo mucho que la amaba. Le demostraría su amor el resto de su vida. Sabía que ella asumía que pasado un año cualquiera de ellos podía pedir el divorcio, pero no estaba dispuesto a permitirlo. Jamás. No habría divorcio.
—Eh, Pedro y Paula. ¿Están preparados para ir a cenar? —preguntó Federico, sonriendo.
Pedro le devolvió la sonrisa.
—Sí, lo estamos —asió a Paula de la mano, percatándose de las sensaciones que le producía tocarla y supo que, personalmente, estaba preparado para algo más.
Paula miró fugazmente a Pedro mientras entraban en el ascensor camino de la habitación del hotel, la suite nupcial, cortesía de toda la familia Alfonso al completo. Supo que no sólo se había convertido en su esposa, sino que había heredado además a su familia. Dado que nunca había disfrutado de una familia numerosa, se sentía inmensamente feliz. La cena con todos había sido maravillosa y los hermanos y primos de Jason brindaron por lo que todos consideraban sería un largo matrimonio. El rostro de Jason no reflejó en absoluto que se equivocaban o que aquello no era más que un deseo por parte de su familia. Y en ese momento se encontraban en el ascensor camino de la planta donde se encontraba su habitación. Pasarían la noche bajo el mismo techo, compartiendo la misma cama. No habían hablado del tema, pero ella sabía que entre ambos había un entendimiento tácito. Pedro se había tornado silencioso y ella se preguntó si se habría arrepentido de la proposición. La idea le provocó un pánico terrible y le destrozó el corazón al mismo tiempo. Entonces, inesperadamente, sintió que le tocaba el brazo y, cuando se giró, le sonrió y la apretó contra su costado, como si no quisiera apartarse de ella en ningún momento. Fue como si le estuviese dando a entender que nunca más volvería a estar sola. Paula sabía que seguramente lo estaba racionalizando todo según el modo en que le gustaría que fuese, la forma en que quería que estuviesen los dos, pero no necesariamente como era en realidad. Pero si tenía que fantasear, lo haría. Y si tenía que fingir que su matrimonio era real durante el año siguiente, también lo haría. Sin embargo, una parte de ella nunca perdería de vista las razones por las que estaba allí. Una parte de ella estaría siempre preparada para lo inevitable.
—Has sido una novia preciosa, Pau.
—Tú también estás muy guapo —dijo ella en voz baja.
Y pensó que se había quedado corta. Ya lo había visto en traje la noche del baile de beneficencia y se había quedado sin aliento tanto entonces como en la boda. Alto, moreno y apuesto, era la personificación de las fantasías y sueños de toda mujer. Y durante todo un año, lo tendría en exclusiva para ella. El ascensor se detuvo y él le apretó la mano mientras salían. Cuando las puertas se cerraron detrás de ellos y comenzaron a caminar hacia la habitación 4501, ella contuvo la respiración. Sabía que una vez cruzaran aquellas puertas no habría vuelta atrás. Cuando llegaron a la puerta, Pedro le soltó la mano para sacar la llave de la chaqueta. Una vez abierta, le tendió la mano y ella la tomó y percibió las sensaciones que fluían entre ambos. Entonces soltó un grito ahogado al ver que de pronto él la tomaba en brazos y atravesaba con ella el umbral de la suite nupcial. Pedro cerró la puerta con el pie y luego la dejó en el suelo. Después se quedó allí mirándola, permitiendo que sus ojos la recorrieran. Lo que le había dicho era verdad. Era una novia preciosa. Y era suya. Absoluta y fehacientemente suya.
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