jueves, 16 de noviembre de 2017

Propuesta: Capítulo 34

En  el  transcurso  de  las  semanas  siguientes,  Paula se  acostumbró  a  lo  que  consideraba  una  cómoda  rutina.  Todas  las  noches se acostaban  juntos y  hacían el  amor  apasionadamente.  Por las  mañanas  se levantaban  temprano, él  se  sentaba  a  la  mesa  a  tomar  café  y  ella  bebía  té  mientras  él  le  hablaba  de  los  caballos  que  iba  a  entrenar durante el día. Mientras él estaba fuera, ella solía dedicarse a leer los diarios de su abuelo, que se  habían  salvado  del  incendio  porque los  tenía  guardados arriba  en  su  habitación.  Como  en  Savannah  había  participado  activamente  en  muchas  obras  benéficas,  dedicaba  parte  de  su  tiempo  a  trabajar  como  voluntaria  en  el  hospital  infantil y la Alfonso Foundation. Hércules ya estaba en los establos de Pedro, que colaboraba con la compañía de seguros en la reparación del rancho. Aunque  ella  agradecía  que  él interviniese  y  se  hiciese  cargo  de todas sus  cosas,  no  se  quitaba  de  la  cabeza  las  advertencias  de  su  tío  Antonio.  Era  consciente de  que no  la  amaba  y  que  sólo  se  había  casado  con  ella  por  la  finca  y  por  Hércules. Pero, ahora que tenía ambas cosas, ¿Sería cuestión de tiempo que intentara deshacerse de ella?

Era consciente de  que  durante  los  dos  últimos  días  había  estado  un  poco  nerviosa  con  respecto  a  Pedro porque  tenía  dudas  sobre  su  futuro  con  él.  Y  para  empeorar  las  cosas  tenía  un  atraso,  lo  que  podía  ser  signo  de  un  posible  embarazo.  No le había comentado sus sospechas porque no estaba segura de cómo iba a reaccionar a la noticia. Si estaba embarazada, el niño nacería dentro del primer año de su matrimonio. ¿Querría él divorciarse incluso siendo ella la madre de su hijo, o preferiría quedarse por esa misma razón, porque se sentiría obligado a hacerlo? Pero otra cuestión, más importante  si  cabe,  era  si  él  realmente  quería  convertirse  en  padre.  Pedro le  había  preguntado qué pensaba de la maternidad, pero ella nunca le había preguntado a él. Le  gustaban  los  niños,  a  juzgar  por  la  relación  que  mantenía  con  Mateo,  pero eso no significaba necesariamente que quisiera ser padre. Oyó el sonido de la puerta de un vehículo al cerrarse y se acercó a la ventana. Era Pedro. Él alzó la vista, la vió y esbozó una sonrisa. En ese instante sintió que sus pezones  se  ponían  erectos.  Una  oleada  de  deseo  se  apoderó  de  ella  y  notó  en  ese  momento  que  había  humedecido  las  braguitas.  Aquel  hombre  podía  excitarla  con  sólo mirarla. Había vuelto a casa antes de lo acostumbrado. Tres horas antes. Puesto  que  estaba  allí,  a  Paula se  le  ocurrieron  muchas  formas  de  utilizar  aquellas  horas  extra.  Lo  primero  que  quería  hacer  era  llevárselo  a  la  boca,  algo  que  había  descubierto  que  le  encantaba  hacer.  Y  luego  él  podía  devolverle  el  favor  poniendo  a  trabajar  la  lengua  entre  sus  piernas.  Se  estremeció  sólo  con  pensarlo  y  supuso que era cosa de las hormonas, porque si no, no estaría pensando en cosas tan escandalosas.

Él  dejó  de  mirarla  para  entrar  en  la  casa  y  ella  salió  apresuradamente  del  despacho para esperarle en lo alto de las escaleras. Bajó la vista en cuanto él abrió la puerta. La mirada de Pedro se posó sobre ella y le hizo perder el aliento. Mientras ella lo  observaba,  cerró  la  puerta  con  pestillo  y  empezó  a  quitarse  la  ropa  lentamente,  primero arrojó el sombrero sobre el perchero y luego se desabotonó la camisa. Ella empezó a excitarse mientras lo miraba al comprobar que no se detenía. Se había  quitado  la  camisa,  y  Paula admiró  su  ancha  espalda  y  sus  muslos  vigorosos  marcados bajo los pantalones vaqueros.

—Voy a subir —dijo en voz grave y susurrante.

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