martes, 7 de noviembre de 2017

Propuesta: Capítulo 21

—Lo sabes muy bien —dijo finalmente.

Pedro arrugó la frente. Luego, cuando recordó lo que podría suceder si pasaban la noche bajo el mismo techo, sonrió.

—Ah, eso.

—¿Ah, eso qué? —quiso saber Pablo.

 Pedro lo miró enfurruñado.

—No es asunto tuyo.

 Eduardo se aclaró la garganta.

—Tengo que irme, pero como le he dicho, señorita Chaves, el departamento enviará más policías para que vigilen la zona —metió la piedra y la nota en una bolsa de plástico.

Pablo y  Leonardo siguieron  a  Eduardo hacia  la  salida,  cosa  que  Pedro agradeció  porque  le  permitió  estar  un  rato  a  solas  con  Paula.  Lo  primero  que  hizo  fue  besarla.  Necesitaba saborearla para comprobar si de verdad estaba bien.

—¿Por  qué  no  me  llamaste?  ¿Por  qué  he  tenido que  enterarme  por  otra  persona?

Ella le devolvió la mirada y también frunció el ceño.

 —No me has dado tu número de teléfono.

Pedro parpadeó sorprendido y se dió cuenta de que lo que decía era cierto. No le había dado su número de teléfono.

—Perdona  el  descuido  —dijo—.  De  ahora  en  adelante lo  tendrás.  Y  tenemos  que discutir eso de que te mudes a mi casa por un tiempo.

Ella negó con la cabeza.

—No  puedo  irme  contigo,  Pedro.  Como te he  dicho antes, ambos sabemos  por  qué.

—¿De  verdad  piensas  que,  si  me  dijeras  que  no  te  tocase,  yo  no  apartaría  mis  manos de tí? —preguntó.

Ella se encogió de hombros.

—Sí, creo que harías lo que te pidiese, pero no estoy segura si, en esa situación y dado lo que pasó en esta cocina el viernes por la noche, yo sería capaz de apartar las mías de tí.

Él  pestañeó.  Bajó  la  vista  hacia  ella  y  volvió  a  pestañear.  Esta  vez,  con  una  sonrisa en los labios.

—¡No me digas!

 —Te lo digo, y que sé que es terrible admitirlo, pero en este momento no puedo prometerte nada —dijo, frotándose las manos como si la idea le incomodase.

Pero él no se sentía incómodo, en absoluto. De hecho, estaba eufórico. Durante un minuto fue incapaz de decir nada, pero luego reaccionó.

—¿Y  crees  que  para  mí  es  un  problema  que  no  puedas  mantener  las  manos  apartadas de mí?

Ella asintió.

—Si no lo tienes, deberías. No estamos casados. Ni siquiera prometidos.

—El viernes por la noche te pedí que te casaras conmigo.

 Ella desechó el recordatorio con un gesto de la mano.

—Sí, pero sería un matrimonio de conveniencia al que no he accedido aún dado que el tema de cómo vamos a dormir sigue todavía en el aire. Hasta que me decida creo que será mejor que te quedes bajo tu propio techo y yo bajo el mío. Sí, es lo más adecuado.

 Él alzó una ceja.

—¿Lo más adecuado?

—Sí,  adecuado,  apropiado, correcto, conveniente,  ¿Qué  palabra  prefieres  que  utilice?

—¿Qué tal ninguna de ellas?

—No  importa,  Pedro.  Bastante  malo  es  ya  que  nos  dejáramos  llevar  la  otra  noche en esta cocina. Pero no podemos repetirlo.

Él  no  entendía  por  qué  no  podían  hacerlo  y  estaba  a  punto de  decirlo  cuando  oyó unos pasos que se acercaban y vió que Leonardo y Pablo entraban en la cocina.

—Eduardo cree que ha encontrado una huella fuera, cerca de los arbustos, y la está comprobando —les contó Leonardo.

Pedro asintió.  Luego  se  volvió  hacia  Paula y  se  dirigió  a  ella  en  un  tono  que  no  admitía discusión.

—Prepara ropa para una noche, Paula. Te vas a quedar en mi casa aunque tenga que dormir en el granero.

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