Bajó la cabeza y la besó, enredando su lengua con la de ella y reencontrándose con su sabor, un sabor que no había olvidado y había ansiado desesperadamente desde la última vez. La besó con pasión, sin dejar intacta ninguna parte de su boca. Y ella le devolvió el beso con la misma intensidad de deseo, dejándolo asombrado por lo que le estaba haciendo sentir. Él la abrazó aún más fuerte, acoplando su boca y su cuerpo a los de ella, asegurándose de que Paula notaba el montículo caliente de su erección. Palpitaba de forma terrible, en un deseo incontenible por poseerla. La había deseado durante mucho tiempo... desde que la vio por primera vez en la noche del baile, y sus ansias no habían disminuido desde entonces. En todo caso, habían aumentado hasta tal punto que Pedro sentía incluso el vientre tenso de deseo. Tomándola de las manos, empezó a levantarle lentamente el vestido.
—Rodéame con las piernas, Pau—susurró, y la ayudó levantándole las caderas para que ella colocara las piernas alrededor de su cuerpo y él pudiese llevarla en brazos hasta el dormitorio.
Desde la suite se dominaba el centro de Denver, pero aquello era lo último que Pedro tenía en mente en ese momento. Sólo pensaba en hacerle el amor a su esposa. Su esposa. Volvió a besarla, con mayor intensidad, disfrutando del modo en que sus lenguas se acariciaban una y otra vez. La colocó sobre la cama y empezó a desabrocharle el vestido y a deslizarlo por su cuerpo. Entonces, dió un paso atrás y pensó que estaba soñando. Ninguna fantasía podía superar a aquella visión. Ella llevaba un sujetador blanco de encaje y unas braguitas a juego. En cualquier otra mujer, este color transmitiría una inocencia extrema, pero en Paula representaba el culmen del deseo sexual. Necesitaba desnudarla por completo y lo hizo pensando en todo lo que deseaba hacerle. Al verla desnuda y de rodillas en mitad de la cama, comprendió por su expresión que era la primera vez que un hombre contemplaba su cuerpo y la idea le hizo estremecerse mientras la recorría con la mirada. Una sacudida de orgullo atravesó su cuerpo. No podía dejar de contemplarla. La erección de Jason se volvió aún más pronunciada al mirar el pecho de bella, una parte de su cuerpo que todavía no había explorado. La lengua le ardía al pensar en cómo la envolvería alrededor de sus pezones. Incapaz de seguir aguantando la tentación, se acercó a la cama y, apoyando en ella la rodilla, se inclinó para atraparle un pezón con la boca. Agarró con la lengua la protuberancia y empezó a realizar todo tipo de juegos. Juegos que ella parecía disfrutar, a juzgar por la forma en que introducía cada vez más sus pechos en la boca de Pedro. La oía gemir mientras atormentaba sus pezones con rápidos mordiscos seguidos de succiones. Cuando se agachó para que sus manos comprobaran si Paula estaba preparada, vio que sin duda lo estaba. Apartándose, salió de la cama para quitarse la ropa mientras ella lo observaba.
—No estoy tomando anticonceptivos, Pepe.
—¿No?
—No.
Y pensando que le debía mayores explicaciones, le dijo:
—No he tenido relaciones con nadie.
—¿Desde cuándo?
—Nunca.
Él no se sorprendió en parte. De hecho lo había sospechado. Sabía que nadie había practicado el sexo oral con ella, pero no estaba seguro de hasta qué punto no había tenido ninguna otra experiencia.
—¿Por alguna razón?
Ella le miró a los ojos y sostuvo la mirada.
—Te estaba esperando.
Pedro inspiró de forma agitada. Se preguntó si Paula sabía lo que acababa de insinuar y se imaginó que no. Puede que no hubiese insinuado nada y no fuesen más que imaginaciones suyas. La quería y lo daría todo por que ella también lo amase. Pero hasta que ella no lo verbalizase, no asumiría nada en absoluto.
—Pues tu espera ha terminado, mi amor —le dijo, deslizando un preservativo por el grueso de su erección mientras ella lo observaba.
Por la fascinación que había en su cara, él dedujo que lo que estaba viendo era algo que veía por primera vez. Una vez hubo acabado, volvió a la cama junto a ella.
—Tienes un cuerpo precioso, Pepe—dijo ella en voz baja.
Y como si necesitase probar sus habilidades para excitarlo, se inclinó y le lamió un pezón erecto del mismo modo que él había hecho con ella.
—Aprendes rápido —dijo él con voz ronca.
—¿Y eso es bueno o malo?
Él le sonrió.
—Para nosotros siempre será bueno.
Dado que iba a ser la primera vez de Paula, quería que ella estuviese bien preparada y conocía una forma de hacerlo. La tumbó sobre el lecho y decidió lamerla hasta llevarla al orgasmo. Empezando por la boca, bajó lentamente a la barbilla y descendió por el cuello hasta los pechos. Cuando pasó del estómago al vientre liso vió que ella se estaba estremeciendo bajo su boca, pero no le importó. Era una reveladora señal de lo que Paula estaba sintiendo.
—Abre las piernas, amor —susurró.
En cuanto lo hizo, Pedro hundió allí la cabeza para deslizar la lengua entre los pliegues de su sexo. Recordaba cómo lo había hecho la última vez y sabía qué zonas concretas podían hacerle gemir de placer. Esa noche quería hacerlo mejor. Quería hacerle gritar.
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