Ella estuvo a punto de decirle que con la cantidad de veces que la había convertido en su comida debía saberlo muy bien. En lugar de eso, cuando Pedro se agachó frente a su cuerpo, extendido sobre la mesa, y le agarró las piernas para colocarlas alrededor de sus hombros, arqueó automáticamente la espalda. Cuando sintió la boca caliente de él sobre su sexo y cómo éste deslizaba la lengua por sus pliegues, alzó las caderas de la mesa ante aquel contacto tan íntimo. Y cuando él empezó a succionar con fuerza y a usar la lengua para atormentarla y proporcionarle placer, emitió un intenso gemido y un orgasmo recorrió su cuerpo como un fuego desatado desde las plantas de los pies hasta la coronilla. Y entonces gritó con toda la fuerza de sus pulmones. Las sacudidas hicieron que los músculos le doliesen al tiempo que rejuvenecían. No pudo evitar quedarse allí tumbada mientras Pedro seguía obteniendo de ella lo que quería. Cuando finalmente dejó de estremecerse, él lamió su cuerpo de forma concienzuda y luego alzó la cabeza y le dedicó una mirada de satisfacción. La forma en que se lamió los labios hizo que ella volviese a sentirse excitada. Él se acercó y le separó aún más las piernas. Empezó a acariciarla de nuevo y ella gimió ante el contacto de sus manos.
—Tengo los dedos chorreando, lo que significa que estás preparada —dijo—. Ahora me toca a mí.
Y ella supo, al ver que sacaba un paquete de preservativos, que él no tardaría en deslizar el látex por su miembro erecto. Después de aquella primera vez en el hotel, él nunca le había vuelto a hacer el amor sin protección, lo que le dio a ella más razones para pensar que no estaba preparado para tener hijos. Al menos, no con ella. A juzgar por la presión que la erección de Jason ejercía sobre su muslo, supo que definitivamente estaba preparado para aquello, seguramente más preparado que lo que ningún hombre tenía derecho a estarlo, pero no tenía quejas al respecto. Volvió a centrar toda su atención en Jason cuando sintió que se abría paso entre sus piernas con el miembro hinchado y erecto. Y cuando lo centró para empezar a deslizarlo por los pliegues de sus labios y de pronto la penetró sin más preámbulos, empezó a estremecerse de nuevo.
—Mírame, cariño. Quiero mirarte a los ojos mientras te corres. Necesito verlo, Pau.
Ella le miró a los ojos. Él estaba inmerso en ella y empezó a moverse sin dejar de observarla, agarrándose con fuerza a las caderas cuyas piernas le rodeaban con fuerza. Empezaron a moverse juntos en un ritmo perfecto, con armonía y precisión. A cada embestida, profunda y concienzuda, ella lo sentía por completo... cada glorioso centímetro.
—Sabías bien y ahora también me gusta lo que veo —dijo él con voz gutural y la mirada fija en sus ojos—. ¿Tienes idea de lo increíblemente bien que me estás haciendo sentir?
Paula lo sabía. Si se parecía al modo en que él le hacía sentir a ella, el sentimiento era mutuo. Y para demostrarle que era así, los músculos del interior de su sexo empezaron a atraparlo, a exprimirlo. Por lo que vió en sus ojos, supo el momento exacto en que él se dió cuenta de lo que estaba haciendo y el efecto que le causaba. Cuanto más le apretaba, más parecía crecer en su interior, como si pretendiese darse por completo.
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