jueves, 16 de noviembre de 2017

Propuesta: Capítulo 36

Ella  estuvo  a  punto  de  decirle  que  con  la  cantidad  de  veces  que  la  había  convertido  en  su  comida  debía  saberlo  muy  bien.  En  lugar  de  eso,  cuando  Pedro se  agachó  frente  a  su  cuerpo,  extendido  sobre  la  mesa,  y  le  agarró  las  piernas  para  colocarlas alrededor de sus hombros, arqueó automáticamente la espalda. Cuando  sintió  la  boca  caliente  de  él sobre  su  sexo  y  cómo  éste  deslizaba  la  lengua por sus pliegues, alzó las caderas de la mesa ante aquel contacto tan íntimo. Y cuando  él  empezó  a  succionar  con  fuerza  y a usar  la  lengua  para  atormentarla  y  proporcionarle  placer,  emitió  un  intenso  gemido  y  un  orgasmo  recorrió  su  cuerpo  como  un  fuego  desatado  desde  las  plantas  de  los  pies  hasta  la  coronilla.  Y  entonces  gritó con toda la fuerza de sus pulmones. Las sacudidas hicieron que los músculos le doliesen al tiempo que rejuvenecían. No  pudo  evitar  quedarse  allí  tumbada  mientras  Pedro seguía  obteniendo  de  ella  lo  que quería.  Cuando finalmente   dejó  de  estremecerse,  él  lamió  su  cuerpo  de  forma   concienzuda y luego alzó la cabeza y le dedicó una mirada de satisfacción. La forma en que se lamió los labios hizo que ella volviese a sentirse excitada. Él  se  acercó  y  le  separó  aún  más  las  piernas.  Empezó  a  acariciarla  de  nuevo  y  ella gimió ante el contacto de sus manos.

—Tengo  los  dedos  chorreando,  lo  que  significa  que  estás  preparada  —dijo—.  Ahora me toca a mí.

Y ella supo, al ver que sacaba un paquete de preservativos, que él no tardaría en deslizar el látex por su miembro erecto. Después de aquella primera vez en el hotel, él  nunca  le  había  vuelto a  hacer  el  amor  sin  protección,  lo  que  le  dio  a  ella  más  razones para pensar que no estaba preparado para tener hijos. Al menos, no con ella.  A  juzgar  por  la  presión  que  la  erección  de  Jason  ejercía  sobre  su  muslo,  supo  que definitivamente estaba preparado para aquello, seguramente más preparado que lo que ningún hombre tenía derecho a estarlo, pero no tenía quejas al respecto. Volvió a centrar toda su atención en Jason cuando sintió que se abría paso entre sus  piernas  con  el  miembro  hinchado  y  erecto.  Y  cuando  lo  centró  para  empezar  a  deslizarlo por los pliegues de sus labios y de pronto la penetró sin más preámbulos, empezó a estremecerse de nuevo.

—Mírame,  cariño.  Quiero mirarte  a  los  ojos  mientras  te  corres.  Necesito  verlo, Pau.

Ella le miró a los ojos. Él estaba inmerso en ella y empezó a moverse sin dejar de observarla,  agarrándose  con  fuerza  a  las  caderas  cuyas  piernas  le  rodeaban  con  fuerza.  Empezaron a moverse  juntos  en  un  ritmo  perfecto,  con  armonía  y  precisión.  A  cada  embestida, profunda  y  concienzuda,  ella lo sentía  por completo...  cada  glorioso centímetro.

—Sabías bien y ahora también me gusta lo que veo —dijo él con voz gutural y la mirada  fija  en  sus  ojos—.  ¿Tienes  idea  de  lo  increíblemente bien que me estás  haciendo sentir?

Paula lo sabía. Si se parecía al modo en que él le hacía sentir a ella, el sentimiento era  mutuo.  Y  para demostrarle que era así,  los músculos del  interior  de  su  sexo  empezaron  a  atraparlo,  a exprimirlo.  Por lo que vió en  sus  ojos, supo el  momento  exacto  en que él se  dió cuenta de lo que estaba haciendo y el efecto  que  le  causaba.  Cuanto más le apretaba, más parecía crecer en su interior, como si pretendiese darse por completo.

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