Paula fulminó a Pedro con la mirada. Era una mirada propia de una dama, pero fulminante al fin y al cabo. Abrió la boca para decir algo y luego recordó que allí había más personas y la cerró de inmediato. Dedicó una amable sonrisa a Pablo y a Leonardo.
—Si son tan amables, me gustaría quedarme a solas con Pedro unos minutos para discutir un asunto privado.
Ellos le devolvieron la sonrisa, asintieron y le dedicaron a Pedro otra del tipo «ya la has liado» antes de salir de la cocina. Fue entonces cuando ella volvió a centrar su atención en Jason.
—Venga, Pedro, no seamos ridículos. No vas a dormir en el granero para que yo pueda pasar la noche en tu casa. Me voy a quedar aquí.
Paula notó que a él no le gustaba que no obedeciese su orden, porque su enfado con ella fue en aumento.
—¿Has olvidado que alguien ha lanzado una piedra a tu ventana con una nota en que se te pide que abandones la ciudad?
Ella se mordisqueó el labio inferior.
—No, no he olvidado ni la piedra ni la nota, pero no puedo dejarles creer que han ganado la partida huyendo de aquí. Admito que al principio estaba un poco asustada, pero ya estoy bien. Y no olvides que Juan duerme en el barracón, así que técnicamente no voy a estar sola. Agradezco tu preocupación, pero estaré bien.
Pedro la miró durante un rato sin decir nada.
—Vale. Tú te quedas aquí y yo dormiré en tu granero —dijo finalmente.
Ella se cruzó de brazos y negó con la cabeza.
—No vas a dormir en el granero de nadie. Vas a dormir en tu cama y yo tengo intención de dormir en la mía.
—Vale —cortó él, como si aceptase sus sugerencias cuando en realidad no tenía ninguna intención de hacerlo. Pero si ella quería creerlo así, la dejaría hacerlo.
—Tengo que llevarte con Pamela para que ella y los demás vean que estás bien.
Paula sonrió.
—¿Estaban preocupados por mí?
Parecía sorprendida.
—Sí, todos estaban preocupados.
—En ese caso, deja que recoja mi bolso.
—Te espero fuera —le dijo mientras Paula salía corriendo.
Sacudió la cabeza, abandonó lentamente la cocina y atravesó el comedor hasta llegar al salón. Allí, Juan y otros dos hombres estaban arreglando la ventana. Habían recogido los cristales rotos, pero había una rayadura en el suelo de madera justo donde la piedra había aterrizado al entrar en la casa. Inspiró con fuerza al imaginar aquella piedra impactando en Paula. Si llega a pasarle algo, él... En ese momento no estaba seguro de lo que hubiera hecho. La idea de que le ocurriera algo le aterrorizaba de una manera totalmente nueva para él. ¿Por qué? ¿Por qué sus sentimientos hacia ella eran tan intensos? ¿Por qué se mostraba tan posesivo cuando se trataba de ella? Hizo caso omiso a las respuestas que se le pasaban por la cabeza, reacio a reflexionar sobre ellas. Salió de la casa por la puerta principal y allí le esperaban Pablo y Leonardo.
—¿No irás a permitir que se quede aquí sin protección? —preguntó Leonardo, examinando su rostro.
Pedro negó con la cabeza.
—No.
—¿Y por qué no pueden estar bajo un mismo techo? —preguntó Pablo con curiosidad.
—No es asunto tuyo.
Pablo rió entre dientes.
—Si no me respondes daré ciertas cosas por hecho.
La afirmación no afectó a Pedro.
—Piensa lo que quieras —entonces miró su reloj—. Odio hacerles esto, pero pasaré fuera el resto del día. Tengo que cuidar de Paula hasta que Eduardo averigüe quién arrojó esa piedra a la ventana.
—¿Crees que Antonio Chaves tiene algo que ver en este asunto? —preguntó Leonardo.
—No estoy seguro, pero espero por su bien que sea que no —dijo Pedro controlando su ira.
Se detuvo en cuanto Paula apareció en el porche. No sólo había recogido el bolso, sino que además se había cambiado de vestido. Al ver que la miraba con curiosidad, ella dijo:
—El vestido que llevaba no era apropiado para ir de visita.
Él asintió y decidió que no le diría que estaba tan guapa con éste como con aquél. Sabía llevar con estilo y elegancia todo lo que se pusiera. Avanzó hasta la mitad del porche y la tomó de la mano.
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