jueves, 2 de noviembre de 2017

Propuesta: Capítulo 19

—Paula me gusta, Pepe.

Éste miró a su primo Pablo. Era lunes por la mañana temprano y ambos estaban en  el  cercado  con  una  de  las  yeguas,  esperando  a  que  Leonardo llegara  con  el  semental escogido para montarla.

—A mí también me gusta.

Pablo rió entre dientes.

—Pues casi te quedas conmigo, porque no le hiciste mucho caso durante la cena del  viernes.  Nos  esforzamos  en  hacer que  se  sintiera  cómoda  porque  estabas  ignorando a la pobre muchacha.

 Pedro puso los ojos en blanco.

 —Y apuesto que para vosotros fue un fastidio.

—Pues no. Tu belleza sureña es una dama con mucha clase. De no ser porque te interesa, intentaría conquistarla.

—Pero me interesa.

—Lo  sé  —dijo  Pablo con  una  sonrisa—.  Era  algo  obvio.  Tus  miradas  asesinas  fueron  más que evidentes.  En  cualquier  caso,  espero  que  las  cosas  se  arreglen  entre  ustedes.

—Yo también lo espero. En cinco días lo sabré.

Pablo lo miró con curiosidad.

—¿Cinco días? ¿Qué se supone que va a suceder dentro de cinco días?

—Es  una  larga  historia  que  prefiero  no  compartir  en  este  momento  —llevaba  dos días sin ponerse en contacto con Paula para darle espacio y tiempo de pensar en su  proposición. 

Él  había  estado  reflexionando  y  todo  le  parecía  razonable.  Estaba  empezando a anticipar su respuesta. Iba a ser un «sí», tenía que serlo. Pero ¿Y si decía que no? ¿Y si incluso después de lo ocurrido la otra noche ella pensaba  que  su  proposición  no  merecía  la  pena  un  intento?  Sería  el  primero  en  admitir que era una propuesta atrevida. Pero creía que los términos eran justos. Dios, le  había  ofrecido  la  oportunidad  de  ser  la  primera  en  pedir  el  divorcio  pasado  un  año. Y él...

 Pablo chasqueó los dedos delante de su cara.

—Holaaaaa.  ¿Andas  por  aquí?  Leonardo ha  llegado  con  Fireball.  ¿Estás  listo  o  estás pensando en otro tipo de apareamientos?

Pedro frunció el ceño al levantar la vista hacia Leonardo y ver que éste también esbozaba una sonrisita.

—Sí, estoy en lo que estoy y no es asunto vuestro lo que esté pensando.

—Bien,  pues  sujeta  a  Prancer  mientras  Fireball  la  monta.  Hace  mucho  que  no  está  con  una  hembra  y  puede  que  se  muestre  fogoso  de  más  —dijo  Pablo con  una  sonrisa elocuente.

«Igual que yo», pensó Pedro, recordando con todo detalle a Paula sobre la mesa para su disfrute.

—Muy bien, vamos a poner esto en marcha, que tengo cosas que hacer.

Tanto Pablo como Leonardo le miraron intrigados, pero no dijeron nada.


Paula salió de la ducha y empezó a secarse con la toalla. Era ya mediodía, pero acababa  de  llegar  de  dar  un  paseo  por  el  rancho  y  había  llegado  acalorada  y  sudorosa. Su intención era la de dejarse caer en un lugar cómodo, tomarse una taza de té, relajarse... y pensar en la proposición de Pedro. El  paseo  le  había  sentado  bien  y  recorrer  la  finca  le  había  convencido  aún  más  de  su  deseo  de  conservar  lo  que  era  suyo.  Pero  ¿Sería  la  solución  la  propuesta  de  Pedro?  Después  del  viernes  por  la  noche  y  lo  ocurrido  en  la  cocina,  no  dudaba  que  él era  el  tipo  de  amante  con  el  que  sueña  una  mujer.  Y  debía  de  ser  la  persona  menos egoísta que conocía. Le  había  dado  placer  sin  buscar  el  suyo  propio.  Ella  había  leído  suficientes  artículos sobre el tema como para saber que los hombres no solían ser tan generosos. Pero  lo  había  sido  y  su cuerpo  había  cambiado  desde  entonces.  Cada  vez  que  pensaba  en  él  y  en  aquella  noche  en  la  cocina,  tenía  que  detenerse  para  recuperar el aliento. No había  sabido  nada  de  él  desde  esa  noche,  pero  se  imaginaba  que  le  estaba  dando  tiempo  para  pensárselo  bien  antes  de  darle  una  respuesta.  Había  vuelto  a  hablar con su abogado y él no le había dicho nada que le indujese a pensar que tenía posibilidades de levantar el bloqueo impuesto a su fondo fiduciario. Se había topado con su tío el día anterior en la ciudad y no se había mostrado amable con ella en absoluto. Y tampoco su hijo, su hija y sus dos nietos adolescentes. Todos le habían  dedicado  miradas  cortantes,  y  ella  no  entendía  el  por  qué.  Pedro también  quería  la  finca  y  sin  embargo  había  apoyado  su  decisión  de  conservarla,  ofreciéndole su ayuda desde el principio. Sabía que ella y sus parientes de Denver no mantenían el mismo vínculo que los Alfonso,  pero  nunca  pensó  que  la  rechazarían  del  modo  en  que  lo  estaban  haciendo por un pedazo de tierra. Una  vez  vestida,  bajaba  las  escaleras  cuando  una  especie  de  misil  atravesó  la  ventana del salón rompiendo el cristal en el trayecto. «¿Qué demonios es esto?». Casi perdió pie al subir corriendo las escaleras hacia su dormitorio para encerrarse. Respirando con dificultad, agarró el teléfono y llamó a la policía.

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