—Paula me gusta, Pepe.
Éste miró a su primo Pablo. Era lunes por la mañana temprano y ambos estaban en el cercado con una de las yeguas, esperando a que Leonardo llegara con el semental escogido para montarla.
—A mí también me gusta.
Pablo rió entre dientes.
—Pues casi te quedas conmigo, porque no le hiciste mucho caso durante la cena del viernes. Nos esforzamos en hacer que se sintiera cómoda porque estabas ignorando a la pobre muchacha.
Pedro puso los ojos en blanco.
—Y apuesto que para vosotros fue un fastidio.
—Pues no. Tu belleza sureña es una dama con mucha clase. De no ser porque te interesa, intentaría conquistarla.
—Pero me interesa.
—Lo sé —dijo Pablo con una sonrisa—. Era algo obvio. Tus miradas asesinas fueron más que evidentes. En cualquier caso, espero que las cosas se arreglen entre ustedes.
—Yo también lo espero. En cinco días lo sabré.
Pablo lo miró con curiosidad.
—¿Cinco días? ¿Qué se supone que va a suceder dentro de cinco días?
—Es una larga historia que prefiero no compartir en este momento —llevaba dos días sin ponerse en contacto con Paula para darle espacio y tiempo de pensar en su proposición.
Él había estado reflexionando y todo le parecía razonable. Estaba empezando a anticipar su respuesta. Iba a ser un «sí», tenía que serlo. Pero ¿Y si decía que no? ¿Y si incluso después de lo ocurrido la otra noche ella pensaba que su proposición no merecía la pena un intento? Sería el primero en admitir que era una propuesta atrevida. Pero creía que los términos eran justos. Dios, le había ofrecido la oportunidad de ser la primera en pedir el divorcio pasado un año. Y él...
Pablo chasqueó los dedos delante de su cara.
—Holaaaaa. ¿Andas por aquí? Leonardo ha llegado con Fireball. ¿Estás listo o estás pensando en otro tipo de apareamientos?
Pedro frunció el ceño al levantar la vista hacia Leonardo y ver que éste también esbozaba una sonrisita.
—Sí, estoy en lo que estoy y no es asunto vuestro lo que esté pensando.
—Bien, pues sujeta a Prancer mientras Fireball la monta. Hace mucho que no está con una hembra y puede que se muestre fogoso de más —dijo Pablo con una sonrisa elocuente.
«Igual que yo», pensó Pedro, recordando con todo detalle a Paula sobre la mesa para su disfrute.
—Muy bien, vamos a poner esto en marcha, que tengo cosas que hacer.
Tanto Pablo como Leonardo le miraron intrigados, pero no dijeron nada.
Paula salió de la ducha y empezó a secarse con la toalla. Era ya mediodía, pero acababa de llegar de dar un paseo por el rancho y había llegado acalorada y sudorosa. Su intención era la de dejarse caer en un lugar cómodo, tomarse una taza de té, relajarse... y pensar en la proposición de Pedro. El paseo le había sentado bien y recorrer la finca le había convencido aún más de su deseo de conservar lo que era suyo. Pero ¿Sería la solución la propuesta de Pedro? Después del viernes por la noche y lo ocurrido en la cocina, no dudaba que él era el tipo de amante con el que sueña una mujer. Y debía de ser la persona menos egoísta que conocía. Le había dado placer sin buscar el suyo propio. Ella había leído suficientes artículos sobre el tema como para saber que los hombres no solían ser tan generosos. Pero lo había sido y su cuerpo había cambiado desde entonces. Cada vez que pensaba en él y en aquella noche en la cocina, tenía que detenerse para recuperar el aliento. No había sabido nada de él desde esa noche, pero se imaginaba que le estaba dando tiempo para pensárselo bien antes de darle una respuesta. Había vuelto a hablar con su abogado y él no le había dicho nada que le indujese a pensar que tenía posibilidades de levantar el bloqueo impuesto a su fondo fiduciario. Se había topado con su tío el día anterior en la ciudad y no se había mostrado amable con ella en absoluto. Y tampoco su hijo, su hija y sus dos nietos adolescentes. Todos le habían dedicado miradas cortantes, y ella no entendía el por qué. Pedro también quería la finca y sin embargo había apoyado su decisión de conservarla, ofreciéndole su ayuda desde el principio. Sabía que ella y sus parientes de Denver no mantenían el mismo vínculo que los Alfonso, pero nunca pensó que la rechazarían del modo en que lo estaban haciendo por un pedazo de tierra. Una vez vestida, bajaba las escaleras cuando una especie de misil atravesó la ventana del salón rompiendo el cristal en el trayecto. «¿Qué demonios es esto?». Casi perdió pie al subir corriendo las escaleras hacia su dormitorio para encerrarse. Respirando con dificultad, agarró el teléfono y llamó a la policía.
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