martes, 5 de diciembre de 2017

Irresistible: Capítulo 9

—Quiero  hacer  algo  que  no  esté  tan  ligado  a  la  agricultura.  La  sequía,  y  el  precio del ganado y la comida, todo puede suponer una diferencia económica.

—¿Por qué es tan importante de repente?

 —Tengo una hipoteca.

—¿Desde cuándo? —preguntó él frunciendo el ceño—. Creía que tu padre era el dueño de la tierra. ¿Ha ocurrido algo?

—Él murió y mi madre puso el rancho en venta.

—¿Por qué?

—¿Por qué te sorprende?  —le preguntó  mientras  estudiaba  la  expresión  de  su  cara. —Tu familia es  orgullosa,  es  un  pilar de esta comunidad.   Han  sido terratenientes durante muchas generaciones y no me imaginaba que un Chaves fuese capaz de deshacerse de la tierra.

Paula suspiró.

—Mi  madre  nació  y  se  crió  en  el  norte  de  Dallas;  es  una  mujer  de  ciudad  sofisticada.  Ella  fue  feliz  aquí  cuando  mi  padre  vivía  y  se  encargaba  de  todo.  Después,  lo  echaba  de  menos  y  había  demasiados  recuerdos.  Él  heredó  la  tierra,  así  que a ella no le ataba ningún lazo emocional.

—Pero venderla estando tú aquí parece un poco duro —dijo él.

—Incluso para un Chaves—terminó ella.

—Lo has dicho tú, no yo —contestó él encogiéndose de hombros.

—No es que importe, pero ella era Chaves por matrimonio. Y  eso  que  él  era  el  que  había  hablado  de  agua  pasada  y  de  no  guardar  rencor.  Decidió que sería mejor no contar con recibir ayuda de él.

—Mi  madre  necesitaba  dinero  para  vivir  en  Dallas  —le  explicó  Paula—.  No  podía quedarse aquí y tampoco tenía recursos para marcharse. Era su única opción.

—Y tú no podías dejar que la tierra dejase de pertenecer a la familia.

Aquello no era una pregunta y ella se preguntó cómo la conocía tan bien.

—Supongo que en ese sentido soy como mi padre. Para mí significa mucho que siempre haya habido un Stevens en el rancho; unas raíces tan profundas son duras de sacar.

—A mí me ha ido muy bien sin raíces —dijo él apretando los labios.

—No te lo  estoy  echando  en  cara,  Pedro,  solo  te  explico  por  qué  estoy  yo  al  cargo ahora.

—De acuerdo, pero ¿Por qué un rancho de vacaciones?

—Me gusta la idea de tener huéspedes y poder enseñarles el modo de vida que a mí me gusta. Y... —añadió, pero se detuvo y se preguntó si se atrevería a mostrarle siquiera  un  pequeño  asomo  de  debilidad.  Pero no tenía mucho que  perder si se lo contaba.

—Creo que puedo hacer que sea rentable.

—¿Qué ocurrirá si no lo consigues?

Aquello era  algo  en  lo  que  intentaba  no  pensar.  Había  invertido  todas  sus  energías en planteamientos positivos y se decía continuamente que el fracaso no era una  opción.  Ahora  que  estaba  a  punto  de  meterse  de  cabeza,  estaba  completamente  asustada.

—¿Paula?

—Si no funciona, podría perder el rancho —dijo ella en voz baja—. Mi madre y Camila podrían ayudar, pero quiero hacerlo sola.

—Supongo que si el campeonato se celebrara aquí, conseguirías publicidad.

—Eso  es.  Si  la  gente  apropiada  tiene  una  experiencia  positiva,  la  publicidad  sería incalculable. Y eso sin mencionar... —dijo pero se detuvo.

Había tenido suerte de que él no se desternillara de risa, pero no había forma de que él la ayudase si no servía a sus propósitos también.

—¿Qué?

 —Nada —dijo ella, se dió la vuelta y comenzó a caminar hacia la casa.

Pedro caminó junto a ella.

—Dímelo.

—Primero dime tú a mí si me vas a dar el visto bueno para que se celebre aquí.

Durante un rato caminaron en silencio. Pedro se metió las manos en los bolsillos y ella recordó algo con la claridad de un rayo. Él siempre fruncía el ceño y se metía las  manos en  los bolsillos  cuando  se  concentraba en algo.  ¿Por qué tenía  que  acordarse de aquello? No quería recordar nada sobre él ni sobre lo que ocurrió en el pasado. Resultaba cruel y cómico descubrir que ella y su futuro  dependían  de  un  hombre que no sentía ningún amor por su familia, y que tenía todas las razones del mundo para quedarse de brazos cruzados y ver cómo se hundía. Ella no era la que le había hecho daño, pero tenía la sensación de que aquello no importaba y sospechaba que Pedro no tenía mucha experiencia en perdonar. Pero habían pasado diez años y todo el mundo cambia.

—¿Pedro?

Él la miró.

—Aún no me he decidido, tengo que ir a ver otro sitio.

—Al menos dime si crees que el rancho funcionará.

—Si me dices lo que me ibas a contar antes.

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