-Feliz Navidad, Pau.
-Lo mismo digo, Pedro.
Se dirigió a su habitación y cerró la puerta. El corazón le latía muy rápido, como si la estuviera persiguiendo el diablo. ¿El diablo en forma de Pedro Alfonso? Sin duda, había visto su lado oscuro, un lado que no sabía que tuviera. Una lado que era mejor que no hubiera descubierto, puesto que se sentía muy atraída por él. El lado oscuro era lo que había hecho que ella lo abrazara. Y eso hacía que... Se apoyó contra la puerta y se acarició los labios. Si, por lo menos, no hubiera sido un buen beso... Pero había sido el mejor beso que le habían dado en toda su vida. Lo único que había deseado al acostarse era pasar una noche tranquila sin sueños y, al levantarse, encontrarse con el antiguo Pedro. Todavía no lo había visto, y tampoco había dormido gracias al beso que él le había dado. Después de dos años, ¿Por qué había sucedido tal cosa? ¿Y qué significaba? Probablemente nada. A juzgar por las cifras, las mujeres que habían pasado por su vida lo demostraban, pero quería algo más. Pedro siempre bromeaba sobre los hombres con los que ella salía, y bromearía aún más si supiera que era virgen. Había estado a punto de perder la virginidad al enamorarse de un chico malo pero descubrió, justo a tiempo, que él había apostado con sus amigos que podría llevársela a la cama. Al final, perdió la apuesta. A partir de entonces, sólo le gustaban los hombres que no tenían aspecto de chicos malos... sin pendientes, sin tatuajes y sin pelo largo. El problema era que ella tampoco quería acostarse con ninguno de ellos. Hasta la noche anterior, Pedro nunca había hecho que se sintiera tentada a hacerlo, y no podía permitir que un simple beso lo cambiara todo, porque él no quería una relación seria. Se miró en el espejo del armario y agarró el cuaderno de notas que estaba sobre la cómoda, junto al regalo de Pedro. Se había olvidado de dárselo el día anterior, así que se lo llevó también. Se detuvo frente a la puerta que separaba su habitación del salón y trató de convencerse de que aquello era igual que entrar a diario en la oficina que compartían en Manhattan. Era evidente que no se lo creyó, porque llamó antes de entrar. Ella nunca llamaba antes de entrar en su despacho.
-Estés preparado o no, aquí estoy.
-Estoy preparado -Pedro estaba sentado en el sofá. El ordenador portátil estaba sobre la mesa de café y una gran variedad de comida llenaba la mesa del comedor.
-Es todo un detalle por tu parte, Pedro -dijo ella, mirando los huevos revueltos con beicon, los cruasanes y la fruta.
-Soy un hombre amable.
Como su padre. Pero a él no le gustaría oír eso, y parecía que seguía siendo el mismo Jack de antes. No era necesario sacar su lado peligroso, el que hacía que se sintiera tan atraída por él. Paula dejó las cosas sobre la mesa y se sirvió un café y algo de comer. Regresó al salón y se sentó en el mismo sitio que había ocupado la noche anterior. Colocó el plato sobre su regazo y dejó la taza sobre la mesa. Agarró el regalo y se lo entregó a Pedro.
-Toma. Esto estaba en mi maleta. Anoche no tuve la oportunidad de dártelo.
Él dudó un instante.
-Pau, yo... No deberías haberlo hecho.
-¿Por qué? Intercambiamos regalos -probó los huevos revueltos.
-Eso es. Yo...
-¿Dejaste mi regalo en Nueva York? -le preguntó.
-Bueno, sí -admitió él-. No tengo nada para darte.
-No pasa nada. Me has traído a Londres.
-Casi contra tu voluntad.
-Sobre eso...
-¿Qué? -la miró con los ojos entornados.
-Quizá haya exagerado lo de los planes con alguien especial.
Él arqueó una ceja.
-Y sin embargo, estabas enfadada.
-Aparte de porque me quejaba, ¿Cómo lo sabes?
Él levantó el paquete y vio que estaba envuelto con un papel liso.
-No tiene bastones de caramelo. Ni muñecos de nieve. Ni pequeños renos ni papá noeles -lo agitó con cuidado y miró el papel otra vez-. Y ni siquiera es papel brillante.
De pronto, había aparecido otro Pedro diferente. Él se había fijado y recordaba cómo solía envolver Paula los regalos de Navidad. Era un detalle encantador, y ella nunca lo habría imaginado. Era un dato que no la ayudaría a deshacerse del inquieto sentimiento que se apoderaba de ella. Pero él se había disculpado por estropearle los planes así que, al menos, ella debía ser cortés.
-Me enfadé por lo improvisado del viaje, Pedro. Y por el hecho de que creas que puedes pedirme que salte y que yo te preguntaré hasta dónde quieres que lo haga. Pero ya se me ha pasado. En serio. Abre tu regalo.
Pedro quitó el papel y abrió la solapa de la caja. Después, sacó una carpeta de piel suave con sus iniciales grabadas en la esquina inferior derecha. La miró y dijo:
-Es preciosa, Pau.
-Y está personalizada para que no puedas devolverla -señaló mientras se terminaba la fruta.
-No se me ocurriría jamás. Esto hace que me sienta mucho peor por no haberte traído un regalo. Te compensaré.
-No es necesario. Me prometiste que me llevarías a Londres.
-Muchas gracias por el regalo -dijo él, y lo dejó junto al ordenador portátil-. Ahora, pongámonos a trabajar. Primero lo más atrasado.
-De acuerdo -dejó el plato a un lado y bebió un sorbo de café antes de darle a pedro la carpeta de una empresa de software-. Acaban de firmar un contrato para disponer de una estantería en una de las tiendas de suministro de oficina más grandes del país.
Él miró las anotaciones y comentó:
-Excelente. Las ventas por Internet también son buenas.
-Sí. Los resultados de la empresa son mejores de lo que esperábamos.
-Ya veo. Los resultados son todos positivos -miró cada una de las hojas-. Buen trabajo, Pau-dejó la carpeta sobre la mesa-. ¿Qué más tenemos?
-Nos han presentado veinte propuestas y yo he seleccionado cinco para hacer una valoración de mercado. He traído las tres mejores para que les eches un vistazo.
Él aceptó la primera carpeta que ella le entregó.
-«Madres de la Invención» -leyó.
-Me gustaría crear una empresa que ponga en marcha la resolución de problemas que proponen las madres.
Pedro la miró a los ojos, pero ella no pudo interpretar su mirada.
-¿Madres que proponen resoluciones de problemas?
-Pareces sorprendido por el concepto.
Él se encogió de hombros como respuesta. De nuevo, la expresión de su rostro era extraña y Paula decidió no preguntarle nada más. Era una tontería decepcionarse cuando él no le diera una contestación.