sábado, 29 de abril de 2017

Por Tu Amor: Capítulo 8

Él le acarició el cabello.

 -Feliz Navidad, Pau.

-Lo mismo digo, Pedro.

Se dirigió a su habitación y cerró la puerta. El corazón le latía muy rápido, como si la estuviera persiguiendo el diablo. ¿El diablo en forma de Pedro Alfonso? Sin duda, había visto su lado oscuro, un lado que no sabía que tuviera. Una lado que era mejor que no hubiera descubierto, puesto que se sentía muy atraída por él. El lado oscuro era lo que había hecho que ella lo abrazara. Y eso hacía que... Se apoyó contra la puerta y se acarició los labios. Si, por lo menos, no hubiera sido un buen beso... Pero había sido el mejor beso que le habían dado en toda su vida. Lo único que había deseado al acostarse era pasar una noche tranquila sin sueños y, al levantarse, encontrarse con el antiguo Pedro. Todavía no lo había visto, y tampoco había dormido gracias al beso que él le había dado. Después de dos años, ¿Por qué había sucedido tal cosa? ¿Y qué significaba? Probablemente nada. A juzgar por las cifras, las mujeres que habían pasado por su vida lo demostraban, pero quería algo más. Pedro siempre bromeaba sobre los hombres con los que ella salía, y bromearía aún más si supiera que era virgen. Había estado a punto de perder la virginidad al enamorarse de un chico malo pero descubrió, justo a tiempo, que él había apostado con sus amigos que podría llevársela a la cama. Al final, perdió la apuesta. A partir de entonces, sólo le gustaban los hombres que no tenían aspecto de chicos malos... sin pendientes, sin tatuajes y sin pelo largo. El problema era que ella tampoco quería acostarse con ninguno de ellos. Hasta la noche anterior, Pedro nunca había hecho que se sintiera tentada a hacerlo, y no podía permitir que un simple beso lo cambiara todo, porque él no quería una relación seria. Se miró en el espejo del armario y agarró el cuaderno de notas que estaba sobre la cómoda, junto al regalo de Pedro. Se había olvidado de dárselo el día anterior, así que se lo llevó también. Se detuvo frente a la puerta que separaba su habitación del salón y trató de convencerse de que aquello era igual que entrar a diario en la oficina que compartían en Manhattan. Era evidente que no se lo creyó, porque llamó antes de entrar. Ella nunca llamaba antes de entrar en su despacho.

-Estés preparado o no, aquí estoy.

-Estoy preparado -Pedro estaba sentado en el sofá. El ordenador portátil estaba sobre la mesa de café y una gran variedad de comida llenaba la mesa del comedor.

 -Es todo un detalle por tu parte, Pedro -dijo ella, mirando los huevos revueltos con beicon, los cruasanes y la fruta.

-Soy un hombre amable.

Como su padre. Pero a él no le gustaría oír eso, y parecía que seguía siendo el mismo Jack de antes. No era necesario sacar su lado peligroso, el que hacía que se sintiera tan atraída por él. Paula dejó las cosas sobre la mesa y se sirvió un café y algo de comer. Regresó al salón y se sentó en el mismo sitio que había ocupado la noche anterior. Colocó el plato sobre su regazo y dejó la taza sobre la mesa. Agarró el regalo y se lo entregó a Pedro.

 -Toma. Esto estaba en mi maleta. Anoche no tuve la oportunidad de dártelo.

Él dudó un instante.

-Pau, yo... No deberías haberlo hecho.

-¿Por qué? Intercambiamos regalos -probó los huevos revueltos.

 -Eso es. Yo...

 -¿Dejaste mi regalo en Nueva York? -le preguntó.

 -Bueno, sí -admitió él-. No tengo nada para darte.

 -No pasa nada. Me has traído a Londres.

-Casi contra tu voluntad.

 -Sobre eso...

 -¿Qué? -la miró con los ojos entornados.

 -Quizá haya exagerado lo de los planes con alguien especial.

Él arqueó una ceja.

-Y sin embargo, estabas enfadada.

-Aparte de porque me quejaba, ¿Cómo lo sabes?

Él levantó el paquete y vio que estaba envuelto con un papel liso.

-No tiene bastones de caramelo. Ni muñecos de nieve. Ni pequeños renos ni papá noeles -lo agitó con cuidado y miró el papel otra vez-. Y ni siquiera es papel brillante.

De pronto, había aparecido otro Pedro diferente. Él se había fijado y recordaba cómo solía envolver Paula los regalos de Navidad. Era un detalle encantador, y ella nunca lo habría imaginado. Era un dato que no la ayudaría a deshacerse del inquieto sentimiento que se apoderaba de ella. Pero él se había disculpado por estropearle los planes así que, al menos, ella debía ser cortés.

 -Me enfadé por lo improvisado del viaje, Pedro. Y por el hecho de que creas que puedes pedirme que salte y que yo te preguntaré hasta dónde quieres que lo haga. Pero ya se me ha pasado. En serio. Abre tu regalo.

Pedro quitó el papel y abrió la solapa de la caja. Después, sacó una carpeta de piel suave con sus iniciales grabadas en la esquina inferior derecha. La miró y dijo:

-Es preciosa, Pau.

-Y está personalizada para que no puedas devolverla -señaló mientras se terminaba la fruta.

 -No se me ocurriría jamás. Esto hace que me sienta mucho peor por no haberte traído un regalo. Te compensaré.

 -No es necesario. Me prometiste que me llevarías a Londres.

-Muchas gracias por el regalo -dijo él, y lo dejó junto al ordenador portátil-. Ahora, pongámonos a trabajar. Primero lo más atrasado.

 -De acuerdo -dejó el plato a un lado y bebió un sorbo de café antes de darle a pedro la carpeta de una empresa de software-. Acaban de firmar un contrato para disponer de una estantería en una de las tiendas de suministro de oficina más grandes del país.

Él miró las anotaciones y comentó:

-Excelente. Las ventas por Internet también son buenas.

 -Sí. Los resultados de la empresa son mejores de lo que esperábamos.

-Ya veo. Los resultados son todos positivos -miró cada una de las hojas-. Buen trabajo, Pau-dejó la carpeta sobre la mesa-. ¿Qué más tenemos?

 -Nos han presentado veinte propuestas y yo he seleccionado cinco para hacer una valoración de mercado. He traído las tres mejores para que les eches un vistazo.

Él aceptó la primera carpeta que ella le entregó.

 -«Madres de la Invención» -leyó.

-Me gustaría crear una empresa que ponga en marcha la resolución de problemas que proponen las madres.

Pedro la miró a los ojos, pero ella no pudo interpretar su mirada.

 -¿Madres que proponen resoluciones de problemas?

 -Pareces sorprendido por el concepto.

 Él se encogió de hombros como respuesta. De nuevo, la expresión de su rostro era extraña y Paula decidió no preguntarle nada más. Era una tontería decepcionarse cuando él no le diera una contestación.

Por Tu Amor: Capítulo 7

-Me estaba acordando de cuando mi madre nos pilló bebiéndonos la nata directamente de la lata.

-Un delito que merece la pena de muerte -bromeó él, pareciéndose otra vez al Pedro de Nueva York.

Ella dejó el plato con la mitad de la tarta junto al de él y se acurrucó en la butaca.

-Es divertido, pero a mi madre no le hizo ninguna gracia -apoyó la barbilla en la palma de la mano y lo miró-. ¿Recuerdas cuál fue tu regalo de Navidad preferido?

Él sonrió.

 -Una bicicleta. De las mejores. Llevaba meses soñando con ella. Había recortado la foto de un catálogo y la había colgado en mi habitación. ¿Y el tuyo?

-Una casa de muñecas. Con muebles -suspiró-. Era...

 -¿Qué?

-Pensarás que es una tontería.

-No -prometió él-. Dame la oportunidad de estropearlo antes de que me consideres culpable.

 -Tienes razón -admitió ella-. De acuerdo. Era en esa época en la que uno cree en Papá Noel pero sospecha la verdad. Quería creer en él, pero había oído muchos rumores.

-Los rumores vuelan.

-Era como tú. Deseaba tanto esa casa de muñecas que no pensaba en nada más. Pero sabía que, ese año, mis padres no podían gastarse mucho dinero. A mi hermana le habían puesto aparato dental. Necesitábamos un coche nuevo. Había poco dinero. ¿Y por qué le contaba todo aquello?  No era su manera de hablar con Pedro, pero había empezado ella-. En cualquier caso, decidí ir a ver a Papá Noel con mi hermano Gonzalo.

-¿Gonzalo creía en él?

 -Sí. Pero la barba y el traje lo asustaban. Yo me senté en el regazo de Papá Noel para animarlo a que lo hiciera también. Mi madre quería una foto.

 -¿Y le dijiste a Papá Noel lo que querías?

-Por si era cierto que era mágico, se lo susurré al oído -se encogió de hombros y jugueteó con un mechón de pelo-. Una tontería, ¿Verdad?

-Al contrario -se echó hacia delante y le agarró la mano.

El gesto fue cálido, fuerte y dulce, y Paula sintió que se le detenía el corazón. Podía haber sido culpa del vino, o de compartir la suite con Pedro, pero al sentir su mano se le encogió el estómago y tuvo que respirar hondo para continuar con la conversación. Nunca le había sucedido antes.

 -¿Y lo conseguiste?

-¿El qué? -preguntó ella.

 -La casa de muñecas.

-Ah. No. Pero... -retiró la mano- háblame de tu bici.

-Era azul. Y no me la trajo Papá Noel -bromeó.

-Sabía que pensabas que me comporté como una tonta. Es muy triste tener que hacerse mayor.

-Lo es -la miró con una expresión extraña-. Si todavía creyeras en él, ¿Qué le pedirías a Papá Noel este año?

-Florencia -dijo ella.

 -¿Quién?

 -Quién no -dijo ella, riéndose-. Italia. Siempre he deseado ir allí -se encogió de hombros-. No sé por qué. He visto fotos, pero tengo la sensación de que es uno de esos lugares que hay que ver con tus propios ojos.

 -¿Quién sabe? A lo mejor Papá Noel consigue que suceda.

 -Puede ser.

Al ver que él sonreía, el sentimiento de emoción se apoderó de ella otra vez. Había llegado el momento de acostarse antes de decir algo de lo que luego pudiera arrepentirse.

 -Estoy agotada. Es curioso cómo cansa pasar horas sentada en un avión. Creo que el viaje ha podido conmigo.

Él la miró un instante y dijo:

-Lo siento, Pau. No debería haberte hecho viajar en navidades. Tenías planes. ¿Con alguien especial?

 -Sí -no era una mentira, sus amigas eran especiales-. Pero no importa. De hecho, esto se ha convertido en unas vacaciones agradables.

Pedro tenía una expresión seria, como si estuviera recordando el fantasma de las navidades pasadas. Ella nunca había visto a un hombre tan necesitado de un abrazo. Él se puso en pie y extendió la mano. Cuando ella la aceptó, él la levantó y la abrazó. Sus cuerpos estaban pegados y era una sensación muy agradable. Si Pedro no hubiera dado la sensación de estar muy solo, ella habría podido resistirse, pero no era así. Le pasó los brazos alrededor del cuello y lo abrazó con fuerza.

 -No importa lo que pienses -dijo ella- tu familia se ha alegrado de verte.

-Creeré tus palabras.

Ella lo miró y vió que sus ojos brillaban con ardor mientras se posaban sobre sus labios. ¿Se disponía a besarla? Contuvo la respiración, deseando que la besara más que nada en el mundo. Pero no se atrevía a jugar con Pedro. Él la miró durante un largo instante, antes de agachar la cabeza y besarla en los labios. Tras un simple roce, el corazón de Paula se aceleró con fuerza. Al sentir que la abrazaba con más fuerza, tuvo ganas de gemir. Nunca había estado en un lugar como aquél y no tenía ganas de marcharse. Pero era Pedro. Su jefe. Poco a poco se separó de su lado, sin saber de dónde estaba sacando la fuerza de voluntad para hacerlo.

-Es hora de acostarse.

Por Tu Amor: Capítulo 6

-Ah. Una chica encantadora -apoyó los codos sobre la mesa y puso una pícara sonrisa.

-Tuve que recoger sus pedazos cuando entró llorando en mi despacho.

-Mientras duró, la relación fue satisfactoria para los dos.

 -Nunca duran, Pedro. ¿Por qué? -cruzó los brazos sobre la mesa.

-No busco nada permanente. ¿No me dan puntos por mandar rosas y romper la relación antes de que alguien sufra?

 -Eres un jugador relámpago. ¿Cómo sabes que no existe el amor a primera vista?

Pedro arqueó una ceja.

 -Pau, no tenía ni idea de que fueras tan romántica.

Ella ignoró sus palabras.

-Puede que tú no sufras pero, ¿Cómo sabes que las mujeres tampoco?

Ella sufría por todas las Ailén Tedesco que habían pasado por la vida de Pedro. Y las rosas no sanaban un corazón roto. Sabía muy bien que sólo el tiempo lo curaba todo. El tiempo y la promesa de no cometer el mismo error. Y él era un claro error. Lo miró a los ojos.

-Se me ha ocurrido que eres muy parecido a tu padre.

-Te equivocas -contestó cortante.

 -¿Ah, sí? ¿Qué fue lo que le dijiste esta noche? ¿Que se pasaba el día en el trabajo y divirtiéndose con otras mujeres? Te has descrito a tí mismo, Pedro.

Él la miró y apretó los dientes.

-Tienes demasiadas preguntas y comentarios.

 -Es parte de mi trabajo y lo que esperas de mí -soltó ella-. Y aquí tienes otro comentario: a pesar de todo, parece un hombre encantador.

 Él frunció el ceño.

-Créeme, no es el hombre encantador que tú crees, Pau.

Ella esperó y confió en que siguiera hablando, pero no fue así. Si esperaba que no hablaran de lo que había sucedido aquella noche, había llevado a Londres a la mujer equivocada.

 -Pedro, todos tenemos fallos. Tú tienes algo que te hace ser muy bueno en lo que te dedicas.

-¿Qué quieres decir?

Ella se calló y esperó a que él la mirara.

-Está claro que tu padre no es perfecto, pero te quiere.

 Su mirada se oscureció y sus ojos azules brillaron de forma peligrosa.

 -¿Y eso lo has deducido a partir de un comentario?

 -No. Me dí cuenta cuando te dijo que había pasado mucho tiempo.

 -No te sigo -dijo él, y negó con la cabeza.

 -Eso significa que te ha echado de menos.

-¿De veras?

-Sí, de veras. Y cuando dijo que lo has hecho bien, quería decir que está orgulloso de tí.

-No sabía que tuvieras el don de leer entre líneas.

-Es fácil leer entre líneas cuando uno no está implicado emocionalmente -respondió ella, y dejó el tenedor sobre el plato vacío.

 -¿Y crees que yo lo estoy?

 -Por favor, es tu padre. Lo quieres y él te quiere.

 -¿Y eso cómo lo sabes?

 -Cuando anunciaste que era hora de marcharse, él intentó que cambiaras de opinión.

 -¿Traducción?

-Te quiero. Te he echado de menos. No estoy preparado para que te vayas tan pronto.

 Él se rió, pero su risa era amarga y sin humor.

 -No es que vaya a creerme esa teoría lunática -dijo él-, pero, ¿Cómo sabes todo eso?

-Por mi padre -retiró su plato a un lado-. Solía decirme que me parecía a un jugador de fútbol. A mí me parecía ofensivo e hice todo lo posible por volverme femenina.

-Hiciste un buen trabajo.

La miró con brillo en sus ojos y ella sintió cierto calor en el corazón. Era una sensación realmente estupenda. Toda su atención estaba centrada en ella. Era emocionante... pero también daba miedo. Era un paso más hacia un corazón roto.

 -Me quejé a mi hermana y ella me explicó que era un comentario de aprobación. Que lo que quería decir era que estaba en forma.

-No puedo estar más de acuerdo -Pedro bajó la vista un instante.

Paula sintió ganas de huir pero no lo haría, porque se sentiría humillada y Pedro ganaría. Se forzó para no apartar la mirada.

-Ahí fue cuando comencé a traducir el lenguaje masculino -explicó ella.

 -Fascinante.

 -Estoy convencida de que tu padre trataba de...

-No quiero hablar de ello -se puso en pie-. ¿Te has dejado sitio para la tarta? Tomémosla en el salón -agarró un plato de tarta y se dirigió al sofá.

Y así, sin más, terminó la conversación.

-De acuerdo.

Ella agarró el otro plato y lo siguió. Se sentó en una butaca, a su derecha, y se concentró en el postre.

-Está deliciosa. Está casi tan buena como la de mi hermana Delfina. La nata montada está para morirse -dijo ella, y cerró los ojos.

Recordó unas vacaciones pasadas y comenzó a reírse.

-¿Qué? -Pedro dejó el plato de tarta sin tocar sobre la mesa.

Por Tu Amor: Capítulo 5

-De acuerdo, Pedro. Comamos -agarró una silla, se sentó y levantó la tapa de metal que cubría el plato-. Cena de Navidad -dijo ella, mirando el pavo y la guarnición.

 Cuando comenzó a comer, Paula se dió cuenta de que estaba hambrienta y de que la comida estaba deliciosa.

 -¿Quién iba a imaginar que la comida del servicio de habitaciones del hotel, en un día como hoy, pudiera estar tan buena?

-En un hotel de cinco estrellas, no hay que imaginar. Hay que contar con ello, por eso uno se aloja allí.

 -Si es que uno puede permitírselo -ella sabía que Pedro podía hacerlo.

Comieron en silencio durante un rato. Después, Paula cometió el error de mirarlo a los ojos. Al ver que su rostro expresaba inquietud, se percató de lo poco que lo conocía.

-Entonces, ¿Podemos hablar de tu familia? -preguntó ella.

 -No.

 Paula aplastó el puré de patatas con el tenedor. Al mirarlo, pensó que parecía un hombre que necesitaba comunicar sus sentimientos. Y por eso ella no podía aceptar un no como respuesta.

-Creía que ibas a tumbar a tu padre.

 Él la miró con ojos entornados.

-¿Lo sabías?

-Nunca me constaste que tenías padres.

 -Todo el mundo los tiene. Me parecía que confirmar lo evidente sería ofenderte.

Su sonrisa no expresaba humor y, al verla, ella se estremeció. Pero no se detuvo.

-Supongo que tus padres están divorciados. ¿Dónde está tu madre?

-En Dublín -se metió un pedazo de pavo en la boca.

-¿Vas a ir a verla?

 -Supongo que en algún momento tendré ocasión de visitarla.

Ella bebió un sorbo de la copa de vino que él le había servido.

 -Me refería a mientras estamos aquí.

-Técnicamente, esto no es Irlanda. Londres está en Inglaterra.

-Gracias por la clase de Geografía -sabía que Pedro trataba de cambiar de tema-. Sólo para que lo sepas, los acentos británicos han sido una buena pista para mí. Pero para ser más clara todavía, ¿No vas a ir a visitarla ahora que estamos tan cerca?

 -Hay un problema de tiempo. No estoy seguro...

-Por favor, Pedro, hemos venido hasta aquí. Ir a Irlanda es como ir de Nueva York a Nueva Jersey.

-Lo pensaré.

Paula lo miró fijamente. Sabía que él actuaba por instinto y que no pensaba las cosas. Ese era su trabajo. Sabía que él ya había tomado una decisión y que había decidido cambiar de tema. Por el momento.

-Sonia me ha caído muy bien -se terminó la copa de vino y él se la rellenó-. Parece simpática.

 -No quiero hablar de mi familia.

 Eso era otra señal de que algo no iba bien. Normalmente, él era abierto y sincero, y le contaba más de lo que ella quería saber sobre la mujer con la que salía en aquellos momentos. Sin embargo, se comportaba de manera distante. Y la miraba de manera extraña... Paula había cenado con él otras veces, pero nunca en una situación como ésa. Era demasiado íntima. Y podía sentir la energía sexual que emanaba de él y que afectaba a su cerebro, algo que ningún hombre había conseguido hacer desde la universidad.

 -Háblame de Matías -le pidió.

 -¿Qué pasa con él? -preguntó Pedro con fuego en la mirada.

-Es muy atractivo.

-Las apariencias engañan.

-Hablando de apariencias -dijo ella-, tienen cierto parecido familiar. ¿Él también trata a las mujeres como si fueran pañuelos de papel?

 -¿Pañuelos de papel?

-Sí, desechables.

-Matías no es tu tipo -dijo él.

-¿Cómo sabes cuál es mi tipo?

-He conocido a un par de ellos. El contable -bebió un sorbo de vino-. El informático. El profesor de Química. Pero no tenías química con ninguno de ellos.

 -Como que iban a mostrar la química delante de mi jefe.

-Si la chispa existe, uno no puede disimularla.

 -Sabes mucho -en esos momentos se percató de que estaba disimulando lo que sentía por Pedro al notar que la miraba fijamente. Se le aceleró el pulso y respiró hondo-. Pasar de una mujer a otra no significa que se cumpla el requisito de la química.

Él se reclinó en la silla y jugueteó con la copa de vino.

-Piensa en mí como científico... Experimento hasta que obtengo el resultado correcto.

-Ni se te ocurra tratar de convencerme de eso. No reconocerías la química ni aunque el experimento científico te estallara en la cara. Y suele ocurrirte.

 -¿Y eso cómo lo sabes?

-Dos palabras. Ailén Tedesco.

jueves, 27 de abril de 2017

Por Tu Amor: Capítulo 4

-No lo dejes pasar, Paula -le advirtió Horacio-. Mucho trabajo y poca diversión...

«¡Hipócrita!». Dominado por la rabia, Pedro dió un paso adelante y se detuvo muy cerca de su padre.

 -¿Y qué sabes tú de equilibrar el trabajo y la diversión? Por el tiempo que le has dedicado a tu familia, podíamos perfectamente haber sido tus mascotas. Cuando no estabas trabajando, te divertías con otras mujeres que no eran tu esposa.

Paula puso la mano sobre su brazo.

-Pedro...

 El apenas sintió su roce, pero el tono de voz llamó su atención. La expresión de su rostro hizo que la rabia se desvaneciera. Respiró hondo.

 -Nos vamos, Pau.

 -Pero sólo hemos estado...

 -No podemos quedarnos -la interrumpió Pedro.

Horacio frunció el ceño.

 -Han venido desde muy lejos. Seguro que pueden quedarse a cenar...

-Tenemos otros planes -dijo él mientras tomaba a Paula del brazo.

Había ido por Sonia, pero no le debía nada a aquel hombre y aquel lugar no le traía buenos recuerdos. Allí era donde el mundo que él conocía se había desmoronado. Había conseguido rehacer su vida, pero nunca nadie volvería a ser tan importante para él. Mientras Pedro apremiaba a Paula para que saliera al exterior, reconoció un fuerte ambiente de ironía por segunda vez y no le gustó. Igual que aquella noche de doce años atrás, necesitaba salir deprisa de Bella Lucia. La diferencia estaba en que esa vez se marchaba con Paula, la única mujer en quien confiaba.

Paula se registró en la suite de Durley House y, una vez en su habitación, nada le apeteció más que quitarse la ropa que había usado durante el viaje y ponerse algo más cómodo. Si también hubiera podido cambiar su pensamiento tan fácilmente... La escena de Bella Lucia la había impresionado. Nunca había visto a Pedro comportarse de esa manera. La violencia reprimida que transmitía la había sorprendido, porque ella estaba acostumbrada a que fuera un hombre encantador, un rasgo que sospechaba había heredado de su padre. El nuevo Jack, con un aura de peligro alrededor, era alguien que no conocía. Y no podía dejar de pensar en él. No le gustaba pensar en Pedro fuera del trabajo porque, por definición, fuera del trabajo significaba personal. A nivel personal, los hombres como él eran tóxicos para ella. Después de conocerlo, lo había englobado en la categoría de mujeriegos adinerados. Pero después de cómo había reaccionado ante su padre, le resultaba difícilmantenerlo ahí. Lo poco que había dicho indicaba que Pedro había heredado de su padre su afición por las mujeres y la capacidad de cautivarlas. Y allí estaba ella, compartiendo una suite con aquel hombre. Él tenía la habitación principal y había un salón entre medias pero, de pronto, le parecía que estaba demasiado cerca. «Maldita sea. Debería haberle dicho lo que podía haber hecho con sus navidades en Londres». Llamaron a la puerta y ella se sobresaltó.

-¿Qué? -preguntó antes de abrir.

-Me he tomado la libertad de encargar la cena -Pedro señaló hacia la mesa de comedor que estaba servida con mantel de tela, velas, flores y dos platos.

Todo era igual de encantador que Pedro. Él también se había cambiado de ropa. Llevaba unos vaqueros que se ajustaban a su cuerpo resaltando sus músculos. Y un jersey azul que hacía que sus ojos parecieran más brillantes. De pronto, ella se percató de que, sin que él moviera un dedo, podía volver a enamorarse de Pedro. Su hermano la había llamado luchadora, pero ella no se sentía así. Era capaz de conocer hombres de negocios y estar a la altura. Podía hablar de capital e inversiones con Jack con total seguridad en sí misma. Pero esa noche había cambiado algo en ella y no estaba segura de qué era, ni de cómo había pasado. Sólo sabía que, al verlo, sentía un nudo en el estómago y que lo miraba de una manera que no debía mirarlo.

 -No tengo mucha hambre. Se está haciendo tarde. Yo sólo...

 -Seguimos con el horario de Nueva York. Y cuando nos hemos ido del restaurante, te has quejado de que no nos hubiéramos quedado porque había unos aromas maravillosos que te hacían la boca agua.

«No tanto como ahora», pensó ella, y trató de retirar la vista de su torso. Lo había visto otras veces con sudaderas. Y en vaqueros. Pero nunca lo había visto tan enfadado como para luchar. Y después de la batalla, los soldados tenían un exceso de adrenalina que encauzar en otras actividades. Actividades físicas, íntimas.

-Los maravillosos aromas ya no están. Y ¿desde cuándo haces caso de mis lloriqueos?

 -¿He dicho lloriqueos? -No, pero era lo que querías decir. Es un defecto. Y trato de cambiarlo.

-No importa. El jefe soy yo. Y tienes que comer. No soy ningún esclavista desaprensivo.

-¿Y estás dispuesto a demostrar que asegurándote de que tu subordinada esté bien alimentada, tendrá fuerza para darte hasta la última gota de sangre? -preguntó ella, señalando la comida que había en la mesa.

Él arqueó una ceja.

 -¿Desde cuándo has desarrollado tanta facilidad para el teatro?

-Siempre la he tenido.
Pero ver una faceta desconocida de Pedro había hecho que resurgiera. Conocía su historia acerca de cómo había llegado a ser empresario, pero nunca se había imaginado lo poco que conocía sobre su historia personal. Ella le había contado cosas sobre su vida, pero él nunca le contaba nada, excepto quién era la mujer con la que salía ese mes. Pedro parecía un hombre que no sabía aceptar un no por respuesta. Si alguna vez decidía que quería algo más con ella, aparte de compartir una comida, estaría metida en un buen lío. Nunca estaría suficientemente agradecida por no ser su tipo.

Por Tu Amor: Capítulo 3

-¿No soy felíz? ¿Y puedes decirlo después de verme cinco minutos?

 -En menos -agarró la mano de su marido y entrelazaron sus dedos-. Ahora que sé cómo es la felicidad, es fácil reconocer cuando no existe. Hablaremos más tarde.

 Sonia se alejó con su marido y se mezcló con el resto de la familia. Pedro miró a Matías y sintió de nuevo una profunda soledad. Eran hermanastros y habían sido muy buenos amigos. Matías había sido el que lo había iniciado en salir a fiestas, con chicas y con coches deportivos. Pedro se percató de lo mucho que lo había echado de menos.

-Me alegro de verte, Mati.

-Yo también -Matías miró a Paula-. ¿No vas a presentarme a tu importante compañera?

 -Soy importante, y Pedro tiene muchas compañeras, pero yo no soy una de ellas -contestó Paula.

-Excelentes noticias. Soy Matías Alfonso.

-¿El hermano de Pedro?

-Sin duda.

-Paula Chaves-dijo ella-. La secretaria de Pedro y no su importante compañera. En alguna ocasión, y para mi desgracia, he tenido que calmar diligentemente a sus compañeras importantes. Lo que supongo que las convertía en poco importantes.

 Matías sonrió.

-Eres luchadora.

 Pedro se sorprendió al notar que lo invadía una oleada de celos.

-No eres su tipo, Mati.

 -¿Y cómo lo sabes? -preguntó ella.

 -Mati tiene mucha personalidad.

Paula se terminó el champán que tenía en la copa.

 -Entonces quizá debería conocerlo mejor -soltó ella.

Antes de que Pedro pudiera comprender cómo podía alegrarse tanto de ver a su hermano, al mismo tiempo que deseaba retorcerle el pescuezo por coquetear con Paula, su padre se acercó a ellos. El hombre apoyó la mano sobre el hombro de Matías.

-Así que el hijo pródigo ha regresado -dijo Horacio Alfonso.

La última  vez que Pedro estuvo cara a cara con su padre, Horacio, estaba hecho una furia. Esa vez estaba inexpresivo, ni siquiera sorprendido. Seguía siendo un hombre atractivo y los mechones canosos que se entremezclaban con su cabello negro le daban un aspecto distinguido. Sus ojos negros no revelaban nada sobre cuáles eran sus sentimientos hacia un hijo que había pasado dieciocho años tratando de llamar su atención. El hijo que había luchado por controlar su entusiasmo natural. El hijo que, en aquellos momentos, controlaba el destino de su restaurante. La ironía de todo aquello hizo que Pedro estuviera a punto de sonreír. Doce años antes,  miraba a su padre con admiración; sin embargo, en esa ocasión lo miraba directamente a los ojos. Se había convertido en un hombre poderoso y ya no era el niño inseguro que ansiaba el reconocimiento de su padre.

 -Hola, papá.

 -Pedro -Horacio puso una sonrisa forzada-. Ha pasado mucho tiempo. ¿A qué se debe esta sorpresa inesperada?

-Sonia me llamó.

 -¿Ahora?

-Sí. Para decirme que se había casado.

-¿Te ha dicho algo más? -tensó los músculos de la mandíbula.

En cualquier otro hombre, no habría significado nada. En su padre, indicaba que el hombre que Pedro siempre había considerado invencible estaba nervioso. Sintió cómo una oleada de satisfacción lo invadía por dentro.

-Me dijo que quería que conociera a su marido -contestó.

-Sebastián.

Sí, es un buen tipo. Pedro se encogió de hombros.

 -Es difícil de decir en pocos minutos, pero mi hermana parece contenta.

-Ha florecido. Sonia se ha convertido en una mujer bella y segura de sí misma.

-Así es.

 -He oído que a tí también te ha ido bien, Pedro -dijo Horacio.

 -¿Te sorprende?

En lugar de contestar, Horacio dirigió la mirada hacia Paula.

 -¿Y quién es ella?

Paula extendió la mano.

-Paula Chaves. La secretaria de Pedro -añadió antes de que su padre dijera nada más.

-Horacio Alfonso-dijo él, y le estrechó la mano-. Es un placer conocerte. Bienvenida a Bella Lucia.

-Gracias.

-¿Habías estado antes en Inglaterra?

Ella negó con la cabeza.

 -Es mi primera visita.

-Y las navidades en Londres son una buena presentación -Horacio  le sonrió.

-No hemos venido por placer; tengo negocios que atender -afirmó Pedro.

-Espero que el trabajo no les impida ver la ciudad -dijo el padre en tono encantador.

 -No lo hará. Pedro me lo prometió -sonrió Paula, una clara señal de que el encanto de Horacio había tenido efecto-. Sería una lástima venir tan lejos y no ver nada. Viajar siempre ha sido una cosa que tenía pendiente.

Por Tu Amor: Capítulo 2

Paula le dijo al oído:

-Todos nos están mirando, Pedro.

-Lo sé.

-¿Te das cuenta de que todos nos miran como si yo fuera Scrooge y tú el fantasma de las navidades pasadas? ¿Hemos irrumpido en una fiesta privada?

 -Así es.

 Pedro no dejó de mirar a los ojos de su padre. Tenía tensos todos los músculos de su cuerpo y esperaba que el hombre que lo había echado hiciera el primer movimiento. La mujer que estaba junto a Horacio los miraba con nerviosismo y los segundos pasaban como si hubiera un temporizador de explosivos. Por fin, ella se acercó a él.

-Pedro, has venido. Pensaba que no lo harías.

 -¿Sonia? -él reconocía la voz, pero la mujer menuda y de silueta curvilínea que se había acercado había sido una adolescente desgarbada cuando él se marchó. Sin embargo, se había convertido en una mujer moderna y glamurosa. Ya no tenía el cabello castaño, sino rubio y con mechas-. Has crecido.

-Igual que tú. Llegas a tiempo del brindis familiar.

Le entregó una copa de champán y, después, otra a Paula.

-Felíz Navidad para todos -su tío Juan continuó como si no hubiera sucedido nada extraordinario-. Por unas navidades llenas de salud, felicidad y éxito -levantó la copa-. Por la familia.

Un murmullo invadió la habitación y todos bebieron de sus copas. Sin beber, Pedro dejó la copa sobre el mantel blanco que cubría la mesa que tenía a su lado.

-Bienvenido a casa, Pepe -dijo Sonia, a pesar de que había fruncido el ceño al ver que había abandonado la copa.

-Ésta no es mi casa.

Y en cuanto conociera al marido de su hermana, Paula y él se marcharían de allí. Se fijó en el cabello rubio y en los grandes ojos azules de su ayudante, permitiéndose sentir la atracción por una bella mujer. En el caso de Paula, nunca se lo había permitido porque la respetaba demasiado. Ella era diferente al resto de las mujeres con las que había salido y su relación con ella era absolutamente sagrada. Sonia ignoró sus palabras y miró a Paula.

-¿Y ella quién es?

-Paula Chaves. Soy la secretaria de Pedro - tendió la mano-. Llámame Pau. O mejor aún, Scrooge.

-¿No traes espíritu navideño? -le preguntó Sonia.

-Lo dejé en Nueva York. Tenía planes.

 -Después de hablar contigo -le dijo Pedro a su hermana- decidí adelantar un viaje de negocios y convencí a Pau para que viniera conmigo. ¿Dónde está tu marido?

Sonia  se volvió y sonrió al hombre que se acercaba a ellos. Él la rodeó  por la cintura, sin perder su porte militar. Tenía el cabello oscuro y los ojos marrones. Ella se apoyó contra él con cara de adoración.

-Su alteza Sebastián Marchand-Dumontier de Meridia, te presento a Pedro Alfonso, mi hermano.

 Se estrecharon las manos y Pedro notó que el príncipe lo agarraba con firmeza. «Estrecha siempre la mano de un hombre con fuerza. Nadie te respetará si das la mano como si fueras un pez moribundo». Al recordar las palabras de su padre,  supo que había sido un error ir allí. Después miró a Paula mientras el príncipe le besaba la mano.

 -Es un placer conocerlo, Alteza -dijo Paula.

 -Por favor, llámame Sebastián -respondió él.

Paula miró a Sonia.

-¿Eso en qué te convierte? ¿En reina? ¿En princesa consorte? Nunca me aclaro con esas cosas.

 -Sonia es suficiente -dijo ella, y guiñó un ojo.

 -Es perfecto -añadió Sebastián, y sonrió.

 Paula estaba mirando fijamente a la hermana de Pedro.

-Creo que debe haber algo en el reglamento de la realeza acerca de las joyas de la corona. Si me enseñas tu tiara, puede que compense el hecho de perderme las navidades en Estados Unidos.

Riéndose, Sonia se apoyó de nuevo en el príncipe sonriente.

-Me temo que la tiara está en casa, en Meridia. Dentro de la caja fuerte de la realeza. Pero ven a visitarnos, Pau. Tengo la sensación de que tú y yo nos llevaríamos muy bien.

-No estoy seguro de poder prescindir de ella -intervino Pedro.

-Me encantaría conocer Meridia -contestó Paula, y lo fulminó con la mirada-. Su señoría tendrá que arreglárselas sin mí.

-Pedro.

 Él se volvió y, al reconocer a Matías, su hermano mayor, sintió un inmenso placer. Le tendió la mano y Federico se la estrechó. Ambos sonrieron. Sonia se aclaró la garganta.

 -Dejaré que Mati y tú se pongan al día, Pepe.

-¿Cuánto tiempo van a estar en Londres? -le preguntó Paula a Sonia.

-Estaremos de vacaciones durante varias semanas -miró a Pedro-. ¿Y ustedes? ¿Cuánto tiempo van a estar aquí? ¿Piensas ver a mamá?

-No he pensado en ello -dijo él.

 -Deberías -Sonia se puso de puntillas y dudó un instante antes de besarlo en la mejilla-. Tienes buen aspecto, pero no pareces felíz, Pepe.

 El comentario de su hermana provocó en Pedro la misma sensación de vacío que había experimentado al mirar por la ventana. ¿Y por qué? Durante todos esos años se las había arreglado muy bien sin ellos, demostrándose que no los necesitaba. Ni a ellos, ni a nadie.

Por Tu Amor: Capítulo 1

Londres, día de Navidad.

-Supongo que los millonarios también tienen problemas.

Paula Chaves esperó una respuesta del soltero millonario que estaba a su lado en el taxi y Pedro Alfonso no la decepcionó. Él la miró.

-¿Qué quieres decir con eso?

-Lo siento. ¿Lo he dicho en voz alta? -preguntó haciéndose la inocente.

-Sabes muy bien que sí. ¿Ha sido una tontería? No me vengas con ésas, Paula -dijo él, con tensión en la voz. Era evidente que el viaje de negocios al que le había pedido que lo acompañara era importante, ya que se notaba que estaba muy tenso.

Y eso empezaba a preocupar a Paula. Pedro era un hombre rico, atractivo, carismático y, a menudo, calificado como el soltero más cotizado de Nueva York. Tenía el cabello corto y negro y sus ojos eran azules, con brillo de niño malo. Todo él transmitía una sensación excitante que había conseguido llegar a lo más profundo del corazón de Paula. Una vez, pero no dos. En un principio, ella se había enamorado de él. Enseguida, descubrió que no era un hombre de una sola mujer. Así que el hecho de que Pedro nunca intentara nada con ella la convenció de que ella no era su tipo. Pero no le importaba. Le gustaba su trabajo.

Durante los dos últimos años, Pedro y ella trabajaban juntos. Su carácter sensato contrarrestaba el carácter impulsivo de él. Habían sido un equipo. Hasta que él la implicó en sus planes de Navidad. Aunque desde que habían salido de Nueva York, Pedro no había sonreído, ni bromeado, una sola vez. Su manera de comportarse hacía que ella se sintiera culpable por haberse metido con él. Quizá, si ella bromeaba un poco, conseguiría animarlo.

 -Si con tontería te refieres a mi estado actual de irritación, permíteme que te diga que tengo un buen motivo. Es Navidad y estoy en el continente equivocado. ¿Hay algún motivo por el que este viaje no haya podido hacerse más tarde?

 -Es sólo un día, y prometí compensarte.

-¿Y cómo se compensa a alguien por hacerle perder el día de Navidad? Tenía planes.

 -Lo sé. Lo dejaste muy claro.

 Él sabía que sus planes no consistían en pasar aquellos días con su familia. Sus hermanos y hermanas estaban casados y pasaban las navidades con las familias de sus respectivas parejas. Ese año, sus padres iban a hacer un crucero. Habían invitado a Paula porque sentían lástima de su hija soltera de veintiocho años. Ella había rechazado la invitación porque le parecía demasiado patético, pero no se lo había comentado a Pedro. Se habría metido con ella acerca de que no tuviera vida amorosa y habría sido demasiado humillante.

-Es un buen detalle por tu parte venir...

-No, no lo es. Yo no soy buena.

 -De acuerdo. Eres mala. Podré vivir con ello -durante un segundo, le dedicó su encantadora sonrisa.

¿Por qué la sonrisa de Pedro Alfonso  era siempre tan potente? ¿O tal vez la tensión la hiciera parecer más emocionante de lo habitual? «Ni lo pienses», se dijo ella.

-No puedo creer que para traerme aquí hayas utilizado la excusa de «porque soy el jefe».

 -No parecía que nuestras diferencias de opinión fueran a solucionarse. Y, para no perder tiempo, me pareció lo correcto.

-Que yo haya venido no tiene más sentido que antes. ¿Desde cuándo necesitas que vaya contigo? ¿Y qué negocio no puede esperar un día? Más importante aún, ¿Quién hace negocios el día de Navidad? No es el estilo estadounidense.

-Entonces me alegro de que estemos en Gran Bretaña.

¿Acababa de darle un corte? Eso tampoco era algo habitual en él. Pero antes de que pudiera preguntarle qué diablos le pasaba, el coche se detuvo frente a un restaurante. Fue entonces cuando ella se percató de que, por discutir, no había visto nada de Londres. Al menos, Pedro le había prometido que pasarían allí un par de días. Eso era lo que había conseguido que aceptara ir con él.

 -¿Por qué paramos aquí? -preguntó ella.

-Hay algo que tengo que hacer.

 La expresión de su rostro era oscura y de enfado. Ella se asustó porque era la primera vez que lo veía así.

 -¿Qué ocurre, Pedro?

-Tengo que ver a mi hermana.

 -¿Tu hermana? -preguntó asombrada-. No sabía que tuvieras una hermana.

-Ahora ya lo sabes.

-¿Y qué más no sé? -preguntó mientras el conductor abría la puerta para que salieran.

«Muchas cosas», pensó Pedro, e ignoró su pregunta. Se encontraría con Sonia y conocería a su marido. Después, se marcharía. El aire frío de Londres inundó sus pulmones al bajarse del coche. Caminó despacio hacia el restaurante Bella Lucia de donde, doce años atrás, no había podido salir lo bastante deprisa. La verja y el patio delantero del edificio le resultaban familiares. A través de las ventanas vio que había gente en el interior. Su familia. Y él estaba mirándolos desde fuera. La idea provocó un fuerte sentimiento de vacío.

-¿Pedro?

 Él miró a Paula, agradecido por su presencia y decidido a no comentárselo. Sólo sería una vez, porque él no podía permitirse necesitar a nadie.

-Vamos, terminemos de una vez con esto -dijo él.

 -Vaya manera de hacer que me alegre aún más de haberme perdido uno de los mejores días festivos del año.

Su sarcasmo lo hizo sonreír. La sinceridad brutal era lo que le gustaba de Paula. Nunca le había parecido tan indispensable tenerla a su lado. Abrió la puerta, entró en el restaurante y miró a su alrededor. Todo era diferente. El local se había convertido en un restaurante moderno. Un restaurante que quedó en silencio cuando todo el mundo se volvió para mirarlo. Él reconoció a su tío Juan, en el centro de la sala con una copa en la mano. Horacio Alfonso estaba de pie, a su lado, y Pedro miró a los ojos de su padre desde el otro lado de la habitación. El resto de la familia estaba agrupada a ambos lados de los dos hombres y miraban a Pedro y a Horacio alternativamente. Pedro habría jurado que todos estaban conteniendo la respiración.

Por Tu Amor: Prólogo

Nueva York, 23 de diciembre

 Siempre que oía la voz de su hermana, Pedro se sentía como el chico de dieciocho años que se había marchado de casa de manera vergonzosa. ¿Qué tontería era ésa? Él era Pedro Alfonso, de Alfonso Ventures, el genio insensato que había hecho fortuna retando a la prudencia convencional. Y ella le estaba pidiendo que regresara a casa. Apretó el teléfono hasta que le dolieron los dedos.

-Han pasado doce años, Sonia. Eso son muchas navidades. ¿Por qué debería ir para ésta?

 -¿Tienes algo mejor que hacer? -preguntó ella.

Su dulce voz denotaba irritación. Pedro apretó los dientes. Era como si ella supiera que él no tenía ningún otro plan.

-Cualquier cosa será mejor que eso.

-Ha llegado la hora, Pepe.

Oía Londres en su voz. A los estadounidenses les encantaba el acento británico. Pero él también podía oír seda y acero en el tono dulce y firme que indicaba una soledad que nunca había percibido antes. Giró la silla y contempló el horizonte de Nueva York desde la ventana de su despacho. Estaba oscuro, pero se veía luz en las ventanas de otros edificios. Estaba seguro de que, desde fuera, alguien miraba hacia su ventana codiciando aquella oficina con su moqueta elegante, sus muebles caros y sus equipos electrónicos de última generación. En la calle había personas con frío, asustadas y expectantes, preguntándose cómo sería tener todo lo que uno siempre había deseado. Él lo sabía porque doce años antes había llegado huyendo a aquella ciudad y había permanecido en la calle, sin nada. Había mirado hacia arriba y se había prometido que algún día sería el propietario de todo el edificio. Los inútiles no solían convertirse en millonarios, pero él lo había conseguido.

-Pepe, ¿Me estás escuchando?

-Sí. Y lo que oigo es que algo va mal. ¿Qué ocurre, So?

Se oyó un suspiro al otro lado de la línea.

 -De acuerdo. Hay un problema. El negocio está en crisis. Necesitamos tu ayuda.

¿El preciado negocio que Horacio Alfonso valoraba más que nada? Muy bien. Era hora de que ese canalla mujeriego pagara por fin por todos los pecados que había cometido con lo que más le dolía.

-No estoy seguro de por qué debería importarme.

-Porque por muy cabezota que seas, formas parte de esta familia -esa vez había cierto tono de censura en su voz.

-¿Te lo ha pedido él?

-No -suspiró ella-. Pepe, ¿qué pasó entre ustedes dos?

Pedro había protegido a su madre. Y había pagado por ello.

-Ya no tiene importancia, So.

El sonido que se oyó al otro lado de la línea indicaba que su hermana estaba disgustada y, probablemente, moviendo en círculo sus bonitos ojos azules y jugueteando con un rizo de su cabello castaño. La imagen hizo que la echara de menos.

-Por tu voz sé que todavía importa -replicó ella.

 -Te equivocas. Ahora, si eso es todo... -se apartó de la ventana y se apoyó en el respaldo de su sillón.

-No -soltó ella-. Te necesitamos, Pepe. Tu trabajo es invertir en empresas. El negocio familiar necesita dinero y tú eres nuestra única esperanza para poder sacarlo adelante.

 -Muchos inversores estarían encantados de sacar tajada con ello.

 -Pero no serían familia. Y no queremos darle nada a alguien que no sea Alfonso, sólo porque le hayas dado la espalda a tu familia. Simplemente, no estaría bien. ¿Aunque su familia le hubiera dado la espalda a él?

-Sobrevivirán, So.

 -Ojalá pudiera estar tan segura -se oía tristeza en su voz-. Tal y como has dicho... han pasado doce años. Doce es un buen número para hacer las paces. Es la temporada. Paz en la tierra. La caridad comienza en casa y todo eso.

-No me siento caritativo -Pedro  apoyó los codos sobre el escritorio.

-Yo tampoco -su tono era de rabia y frustración-. Desapareciste -soltó ella-. Papá no quería hablar de ello y mamá estaba muy delicada. Yo tenía dieciséis años cuando me dejaste con todo el lío. Se supone que los hermanos mayores han de cuidar de las hermanas pequeñas.

La hermanita pequeña sabía cómo dar una puñalada y retorcer el puñal. Él la había querido. ¡Qué diablos!, la seguía queriendo.

-No tuve elección, So. Tuve que marcharme.

-Eso no cambia el hecho de que me abandonaras, pero supongo que hiciste lo que necesitabas hacer. Ahora yo necesito tu ayuda -dudó un instante y añadió-: Me he casado, Pepe.

Tardó un instante en dejar de pensar en el pasado. ¿Su hermana pequeña era una mujer casada? Y él no se había enterado.

 -Enhorabuena. ¿Quién es el afortunado?

 -Era un príncipe...

 -Por supuesto, seguro que es un príncipe -bromeó.

Ella se rió. Era un sonido muy diferente al de unos minutos antes.

-No, Sebastian fue nombrado rey de Meridia.

Meridia. Pedro sabía que era un pequeño país europeo y recordaba que, recientemente, había oído algo en las noticias sobre un escándalo en la línea de sucesión.

-He oído hablar de ello.

-Para mí es muy importante que lo conozcas, Pepe.

-Mira, Sonia...

-Nunca te he pedido nada -lo interrumpió ella-. Pero quiero esto y, sinceramente, creo que me lo debes, Pepe. Ven por Navidad. La fecha habitual para el brindis familiar. Te espero.

Antes de que pudiera negarse otra vez, se cortó la línea. Respiró hondo y colgó el teléfono. ¿Su hermana pequeña se había casado con un rey? Y él se lo había perdido. Eso le hacía preguntarse qué más se habría perdido. Pero Sonia nunca le había dicho que se había sentido abandonada. Y nunca le había pedido nada. Hasta ese día.

-Pedro, estás loco -su socia, Paula Chaves, entró en su despacho sin levantar la vista de la propuesta que él le había entregado un rato antes-. No puede ser verdad que quieras invertir dinero en esto. Es una locura. Es arriesgado. Tengo ganas de sacudirte hasta que te tiemblen los dientes.

Continuó hablando, pero él sólo escuchaba a medias a la inteligente rubia de ojos azules llamada Paula. Una mujer sensata, realista y franca. En los dos años que llevaba trabajando para él, se había convertido más en socia que en secretaria. Él había llegado a confiar plenamente en ella. Para bien o para mal, ella se había convertido en una vocecita interior. También era la única mujer despampanante con la que nunca se había enrollado. Y pensaba mantenerlo así, porque las mujeres que se enrollaban con él desaparecían al día siguiente. Algunas, incluso en el mismo día. No haría nada para perder a Paula porque la necesitaba cerca, aunque lo que bullía en su cabeza no tenía nada que ver con los negocios. Él había hecho fortuna por seguir a sus instintos y, esa vez, su instinto le decía que la llevara a conocer al marido de Sonia. Cuando Paula dejó de hablar para tomar aire, él dijo:

-¿Qué te parecería pasar las navidades en Londres?

Por Tu Amor: Sinopsis


El millonario había vuelto... ¿Dispuesto a casarse?


Después de que su padre lo rechazara, Pedro Alfonso se fue a Nueva York y ganó millones de dólares. Ahora los orgullosos Alfonso necesitaban su dinero, así que volvió a Londres, junto a su fiel ayudante, para romper la familia... o mantenerla unida.


Hasta aquel viaje a Londres, Paula había tenido una relación puramente profesional con su jefe. Pero algo había cambiado. El Pedro de antes no se parecía en nada a aquel hombre embriagador de mirada ardiente y corazón herido. El nuevo Pedro era alguien del que podría enamorarse... y que podría romperle el corazón.

martes, 25 de abril de 2017

Te Necesito: Capítulo 47

—Pero Atlantic City tiene mar.

Tenía que acostumbrarse a su nueva dirección. Tenía que dejar de comparar ambas ciudades. Tenía que poner un pie delante de otro para ir a trabajar todos los días y hacer lo mejor posible su trabajo. Así lo extraño acabaría siendo familiar. ¿Pero se acostumbraría alguna vez a no ver a Pedro? Maldición, Pedro Alfonso no la quería. Cuando se había sentado en el avión, esperando para despegar en el aeropuerto McCarran, se había prometido no volver a pensar en él.

—Pero lo echo de menos —dijo en un suspiro.

Con cada fibra de su cuerpo. Esa frase nunca había estado clara para ella hasta ese momento. Pero notaba en todas partes el dolor y la sensación de vacío. Era la última persona en su cabeza al dormirse y la primera al levantarse. Se preguntaba si estaría trabajando demasiado, si comería bien y si se cuidaría. Si la echaría de menos cada segundo...

—Ya basta.

Sumirse en la pena no tenía sentido. Mantenerse ocupada le haría olvidar todo lo que había dejado detrás. Entró al dormitorio y miró las tres maletas abiertas, todavía llenas de ropa. Decidió deshacer las maletas. Era una forma de entretenerse y empezar a asentarse. En ese momento llamaron a la puerta y se alegró de la interrupción, que le permitía posponer deshacer el equipaje.

—¿Quién es?

—Pedro.

El corazón le dió un vuelco. No acertaba a abrir la puerta de lo que le temblaban las manos. Finalmente consiguió abrir.

—Hola —dijo Paula, sin saber cómo había sido capaz de pronunciar la palabra con la garganta tan seca.

Tenía miedo de que fuera su imaginación la que lo había producido. El pantalón caqui y el polo que llevaba estaban arrugados. Las ojeras le hicieron preguntarse si habría dormido en días. Pero era él, aunque tuviera el aspecto de un alma en pena.

—¿Eres tú...? ¿Va todo bien? —preguntó ella.

—En realidad no.

—¿Qué ha pasado?

—¿Puedo entrar?

—Claro —abrió la puerta totalmente para que pasara y la cerró tras él—¿Es Luciana? ¿Hernán?

Pedro, de espaldas a ella, echó un vistazo a la habitación.

—Bonita.

—Una casa lejos del hogar... —se detuvo— Muy cómoda. Todo el mundo se ha desvivido para que me sienta bienvenida y parte del equipo.

—Entonces ¿Te gusta esto?

—Bueno... Así, así.

No podía mentir. Tampoco podía dejar de temblar. Además, él no había respondido a su pregunta.

—¿Está todo el mundo bien, Pedro?

—Están bien, te echan de menos. Vanina, el equipo... —los músculos de la mandíbula se le tensaron— Todo el mundo.

Por definición, todo el mundo lo incluía a él. ¿O era otra patética forma de mantener la esperanza?

—¿Cómo supiste dónde encontrarme?

—Luciana.

Claro, se había asegurado de que Luciana pudiera localizarla por la boda. Si no tuviera la cabeza totalmente ida, se habría dado cuenta ella sola. Había sólo una pregunta de la que quería saber la respuesta, pero era la que más miedo le daba hacer. Ya no era la mujer que lo había plantado en el altar y, si había aprendido algo, era que huir de los problemas no arreglaba nada. Así que preguntó:

—¿Por qué estás aquí, Pedro?

—Quiero que vuelvas —su voz era grave, áspera y llena de desesperación.

Se acercó a él lo bastante como para sentir el calor de su cuerpo.

—¿Por qué?

—Porque... esta vez... —se pasó los dedos por el pelo.

—¿Qué, Pedro?

 Le brilló en los ojos algo oscuro, peligroso.

—No me digas que es demasiado tarde.

Ella sacudió la cabeza.

—¿Tarde para qué?

—Cuando me hablaste del trabajo, no quería que te fueras —dijo sin responder a la pregunta.

—¿Por qué no me lo dijiste?

 —Pensé que estaba haciendo lo correcto —rió, pero la risa sonó amarga— Vaya un momento para descubrir que lo correcto puede ser lo incorrecto. No quería que pensaras que estaba usando los sentimientos en tu contra.

—Lo entiendo, está bien.

—No, no lo está. Eso era sólo una excusa —negó con la cabeza— Nada más, Paula. Me he pasado toda la vida evitando algunas cosas...

—Define cosas —exigió ella.

 —Tú —le dirigió una mirada intensa. Una palabra que lo cambiaba todo... Pero todavía había mucho dolor.

—¿Cómo puedes sentir eso? Después de lo que hice...

Pedro le tomó las manos.

—Olvida el pasado, Pau. Empecemos de nuevo, aquí, ahora. Sé que tenemos un futuro si somos capaces de darnos una oportunidad. No tengo mucha práctica en decir lo que siento, pero lo haré lo mejor posible si me prometes que me escucharás con el corazón.

—Lo prometo  —dijo conteniendo la respiración.

—Te necesito, Pau. Sin tí no tengo vida. Quiero tener hijos contigo. Quiero envejecer contigo.

Todo lo que ella había querido eran las dos palabras mágicas, pero él lo había hecho incluso mejor.

—¿Quién ha dicho que no eres bueno con las palabras, Pepe? —sintió que la felicidad inundaba todo su cuerpo y se arrojó en sus brazos.

—Estoy enamorado de tí, Pau.

—Yo también te amo —respondió ella apretándose contra él todo lo que podía— Te quiero mucho.

—Si pasamos un día, una semana, un mes o cien años juntos, quiero tener la oportunidad de vivir contigo momentos que nos dejen sin respiración —la apartó un poco para poder mirarla a los ojos— Paula Chaves, ¿Quieres casarte conmigo?

—Sí.

—¿Así de fácil? —preguntó con una sonrisa en los labios.

No era tan fácil. Aquella respuesta se había estado formando durante más de un año. Y desde el fondo de su corazón, Paula  supo que era la correcta. Una solitaria lágrima se deslizó por su mejilla. Una lágrima que le hacía ver todo más claro.

—Ahora sé lo que es el amor, Pepe. Y el nuestro es auténtico, la clase de amor que hace que un matrimonio funcione.




FIN

Te Necesito: Capítulo 46

—No tenía derecho a retenerla.

—Pero estás enamorado de ella.

—No podía hacerle eso —se pasó los dedos por el pelo— Piénsalo, Lu. Sus padres la utilizaron para hacerse daño mutuamente y lo hicieron en nombre del amor. Tenía una gran oportunidad profesional. Si le hubiera dicho cómo me sentía habría sido de nuevo otra persona utilizando el amor en beneficio propio. Paula tenía que tomar su decisión basándose en lo que es mejor para ella.

—Y yo estoy preocupada por lo que es mejor para tí —replicó ella— Trabajas hasta que estás tan cansado que no puedes pensar. Te escondes porque alguien le hace una oferta y tiene la audacia de considerarla... —se detuvo y lo miró— ¡Eso es! Soy una idiota —resopló con fuerza— Pensé que debía decirte que ella tenía una oferta de otra empresa, pero en cuanto te lo dije, tú desconectaste. Autodefensa.

Pedro se incorporó y apoyó un codo en el brazo del sillón. Su hermana le estaba saltando a la yugular; aquella conversación estaba durando demasiado.

—¿Qué tal van los preparativos de la boda? Ahora debes concentrarte en los detalles.

—Paula lo tenía todo preparado.

—Pero ahora es asunto tuyo...

—Basta, Pepe, no vas a cambiar de tema distrayéndome.

—¿Vas a obsequiarme con tu charla de psicóloga aficionada?

—Tengo razón y esta vez me vas a escuchar.

Él negó con la cabeza.

—No mandas en mí.

Luciana acostumbraba a decir eso todo el tiempo cuando era pequeña. Ella había quedado muy impactada por el dolor y él lo había enterrado a base de clases, trabajo y cuidarla a ella. Así había sido capaz de olvidar el dolor y la culpa, porque nunca les había dicho a sus padres lo que los quería.

La sonrisa de su hermana  era tierna.

—No eres el único que perdió a sus padres. Si alguien sabe cómo te sientes, soy yo. Pero en lugar de empeñarme en no querer y evitar el dolor, saber lo frágil que es la vida me decide aún más a lanzarme a la felicidad. Nan me hace feliz y quiero que esté en mi vida, con o sin papeles.

—¿Vivirías en pecado? —preguntó con una sonrisa.

—El mayor pecado es darle la espalda a una oportunidad de amar. Admitiré que duele y creo que te dolerá a tí también.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que al no decirle esas dos importantes palabras a Paula, te estabas garantizando que se fuera y así no tenías que responsabilizarte de tus sentimientos.

Pedro iba a dar rienda suelta a su ira, pero vio la mirada de su hermana.

—He tratado de demostrarle lo que sentía de todas las maneras posibles.

—Para la mayoría de las mujeres eso puede ser suficiente, pero tú y yo sabemos que Paula también necesita escuchar las palabras.

—Confía en mí, era mejor que no la confundiera. Era libre de decidir qué quería.

—Esa es la cuestión, Pepe. No le diste todos los datos para que pudiera tomar la decisión correcta. ¿Te acuerdas de lo que dijo el padre de Nan en la fiesta de compromiso? La vida no se mide por las veces que respiramos, sino por los momentos que nos quedamos sin respiración.

Pedro se acordaba. Y se acordaba también de las palabras de Paula. Su madre habría estado horrorizada de que cualquier cosa que ella hubiera dicho o hecho lo hubiera afectado negativamente. ¿Qué pasaba? ¿Por qué había tenido que dejarla marchar para poderse esconder? ¿Estaba buscando excusas para no decirle cuáles eran sus sentimientos? No le gustaba lo que todo aquello decía de él.

—¿Has terminado, Lu? Necesito retomar el trabajo para poder volver a casa en algún momento esta noche.

—Estarías allí ahora si Paula te estuviera esperando. Tienes un maravilloso estilo de vida, pero no tienes vida. Si la  pierdes otra vez, eres un idiota —Luciana se levantó y fue hacia la puerta— Ahora sí he terminado.

Cuando estuvo solo, Pedro fue hasta la ventana y miró las luces del Stnip. Las Vegas era conocida como la ciudad más excitante del mundo. Siempre lo había creído así y había trabajado mucho para hacer de las Torres Alfonso  el éxito en que se estaban convirtiendo. Pero el triunfo estaba vacío sin Paula para compartirlo. No podía seguir corriendo en el vacío. Tenía que encontrar una forma de convencerla de que volviera con él. Era la única mujer que podía llenar aquel hueco en su alma.



Paula paseaba por su suite en el Atlantic City Resort, donde vivía y trabajaba. La suite de dos dormitorios y dos lujosos baños estaba a su disposición todo el tiempo que la necesitara. Lámparas de bronce, mesas de cerezo, una cama cómoda, preciosos muebles... Elegante y sofisticada.

—Es bonita —se decía a sí misma.

Descorrió la cortina y miró al exterior para ver la monótona vista. No monótona, pensó, simplemente oscura. En Las Vegas las luces de neón brillaban veinticuatro horas al día, siete días a la semana. Tenía hermosas vistas del valle y de las montañas que lo rodeaban; la ciudad entera era como ningún otro lugar en el mundo. Nunca era oscura.

Te Necesito: Capítulo 45

—Bueno, ¿De qué querías hablarme? Le dijiste a mi secretaria que había algo que necesitabas comentarme.

—Así es —unió sus manos sobre el regazo para ocultar que le temblaban. Era mejor decirlo todo— Tengo una oferta de trabajo.

La expresión de Pedro no cambió.

—Ya.

—Es una gran oportunidad profesional. Parece que las Torres Alfonso no son las únicas beneficiadas de toda esta publicidad. Alguien más ha visto mi trabajo y le ha impresionado lo suficiente como para ponerse en contacto conmigo.

—No me sorprende.

—A mí sí. No me lo esperaba en absoluto.

—No se por qué. Eres muy buena en tu trabajo, Paula. Era cuestión de tiempo que alguien te agarrara.

Quería que él la agarrara, y esperó que eso fuera lo que había dicho entre líneas. Necesitaba desesperadamente saber cómo se sentía él con todo aquello, pero su rostro era inexpresivo. ¿Qué estaba pasando? Nunca había sido la presidenta de una corporación de millones de dólares, pero si su asistente le anunciara que tenía una oferta de trabajo, tendría algunas preguntas que hacer. Muchas. Estaría preguntado quién, qué, cuándo, dónde, por qué y cuánto le iban a pagar para ver si podía igualar la oferta.

—Es en Atlantic City —dijo ella de forma voluntaria para señalar que el sitio estaba en la otra punta del país, por si necesitaba que se lo recordara por si le preocupaba que ella estuviera tan lejos.

—Me alegro de que no trabajes para ninguno de mis competidores de Las Vegas.

Así que no estaba preocupado por la distancia. Sintió dolor en el pecho.

—Tengo un contrato con Alfonso Inc. así que puede que tenga que decirles que...

—No hay ningún problema. Puedo liberarte del contrato.

«Por favor, no», quiso decir. «Dime que te lo debo, dime que me quede», pensó.

—Si hubiera sabido que ibas a hacer esto tan difícil... —luchaba para mantener la serenidad.

 —Es lo que tú quieres —respondió Pedro encogiéndose de hombros.

Lo que quería era que le dijera que la amaba, que se volvería loco si se iba. Quería que se pusiera de pie, bloqueara la puerta con su cuerpo y le dijera que se quedara porque no podía vivir sin ella. Pero lo que estaba haciendo era apartarle los obstáculos para que pudiera irse. Había recibido el mensaje alto y claro. Había sido en serio lo de nada de compromisos.

—Entonces está arreglado —le costó cada brizna de su capacidad de autocontrol contener el dolor hasta que pudiera salir del despacho— A menos que tengas algo que añadir...

—No.

—De acuerdo —se puso de pie— Tendrás mi dimisión en tu mesa antes de que me vaya hoy a casa.

Pedro asintió con la cabeza.

—Buena suerte, Paula.

—Gracias.

Deseaba con todo su corazón escucharle decir: «estaremos en contacto», pero no lo dijo. Pedro estaba de nuevo concentrado en el trabajo que ella había interrumpido. Nunca sabría cómo había conseguido llegar hasta la puerta sin perder la dignidad. Era mucho peor que la anterior vez que lo había dejado, porque ahora sabía lo bien que podían estar juntos. Cuando estuvo sola, las lágrimas que había estado conteniendo nublaron su vista y se deslizaron por sus mejillas. Podría jurar que había escuchado el sonido de su corazón al romperse. Y se juró que sería la última vez que Pedro Alfonso la hacía llorar.



Pedro apoyó los codos en la mesa y se frotó los ojos. Exhaló una gran cantidad de aire, miró el reloj y se sorprendió de que fueran las nueve de la noche. Estaba cansado, pero no lo suficiente. Tal vez si se agotaba pudiera olvidarla. Paula. Hacía sólo una semana que se había ido de Las Vegas, pero para él se había marchado el día en que Luciana le había contado lo de la oferta de trabajo. ¿Por qué aquello era mucho peor que la vez anterior que se habían separado? Porque esa vez la conocía de verdad. No sólo sabía que le gustaban las avellanas en el chocolate, sino que se había dado cuenta de que había querido a la niña tanto como él y que se había culpado por no haber sido capaz de traerla al mundo. Se había dado cuenta de que era brillante y divertida además de sexy. Y fuerte, aunque con mucho miedo a cometer un error que pudiera convertirlos en clones de sus padres. Si hubiera sabido todo eso un año antes, no estaría ahí sentado echándola de menos. Necesitándola, queriéndola.

—¿Por qué demonios estás todavía aquí? —dijo Luciana desde la puerta del despacho con las manos en las caderas.

—Porque tengo trabajo.

 —Por favor...

Pedro se recostó en el respaldo. No le apetecía aquello. Echaba de menos a Paula.

—Estás guapa —dijo, era la verdad—¿Has cenado con Nan?

—Hemos ido al Pinnacle —confirmó ella— Está esperando abajo. He pensado que seguirías en tu despacho.

—Como ya te he dicho, tengo mucho trabajo.

—Trabajas demasiado.

Él se encogió de hombros.

—Siempre espero que los duendes vengan por la noche y hagan el trabajo por mí.

—No va a funcionar, Pepe.

—Ya lo sé. Los duendes necesitan que les diga unas cuantas cosas.

—No me refiero a eso —dijo haciendo una mueca— Puedes correr pero no puedes esconderte. Creo que deberías haberla retenido.

—¿A quién?

—No te hagas el tonto. ¿Por qué dejaste que se fuera Paula?

sábado, 22 de abril de 2017

Te Necesito: Capítulo 44

—¿Sabe mi hermano algo de esto?

—¿Qué?

Paula tomó la nota y la leyó. «Organizadora de eventos. Atlantic City. Una oferta que no podrás rechazar». Había un nombre de una empresa, un contacto y un número de teléfono.

—¿Sabe Pepe que estás buscando otro trabajo? —la voz de Luciana reflejaba tensión.

—Todavía tengo un contrato —y estaba patéticamente agradecida por ello. Paula miró el recorte de papel— No tengo ni idea de qué va esto, pero intentaré averiguarlo.

—¿Y cuando lo hagas hablarás con Pepe?

—Esto puede ser una completa pérdida de tiempo, pero si no lo es, por supuesto que lo haré. Hablaré con tu hermano.

Porque los amigos hablaban. Por lo menos, mientras se había estado resistiendo a Pedro, se había convertido en un amigo. Y mucho más. Había aprendido por qué él protegía tan celosamente su corazón. Cuando se lo había dado ella había tenido miedo de comprometerse. Pero se había dado cuenta de que él era lo que quería para el resto de su vida. Pero sólo tendría el tiempo que le quedaba de contrato.

De pie ante la puerta del despacho de Pedro, respiró hondo. Habían pasado muchas cosas desde el día que se había encontrado en ese mismo sitio. Lo mejor era que lo había vuelto a ver desnudo; lo peor, que se había enamorado desesperadamente de él. Como si todo no fuera ya lo bastante complicado, además tenía que tomar una decisión sobre su carrera. Opción número uno: quedarse e intentar demostrarle que entre los dos las cosas podían ser distintas esa vez. Opción número dos, Atlantic City y un gran paso hacia el éxito. Era una buena oferta de trabajo que podía rechazar basándose en el contrato que legalmente la unía a Pedro. Pero necesitaba saber cómo se sentía él y ver la reacción a su marcha le diría lo que necesitaba saber.

—Vamos allá —susurró.

Llamó a la puerta una vez, abrió y entró en el despacho.

 Pedro levantó la vista.

—Hola —dijo él.

 —Hola.

—¿Cómo estás?

—Bien —se sentó en una de las sillas frente a la mesa.

De repente le temblaron las piernas, algo que no tenía nada que ver con su futuro empleo. Ser despedida habría sido bastante más fácil. Su futuro, su felicidad, dependían de lo que pasara los siguientes minutos.

—¿Cómo estás tú? —preguntó ella.

—Bien.

—¿De verdad?

Había aprendido a conocerlo muy bien y su instinto le decía que algo no iba bien. Sus ojos carecían de la pasión y el brillo que estaba acostumbrada a encontrar en ellos cuando estaban cerca. Había arrugas en su rostro que antes no estaban. No había sonreído con la sonrisa que Pedro Alfonso solía dedicarle.

—Estoy muy bien  —dijo él.

—¿Va todo bien con las torres? ¿La financiación llega a tiempo?

—No podría ir mejor, ¿Por qué?

 Porque él había puesto mucha energía, horas de trabajo y dinero en ese proyecto y deseaba que tuviera un éxito arrollador. El estrés la presión debían de estar agobiándolo y estaba tratando con eso él solo. No en la parte del trabajo. Tenía a Hernán y el resto de su equipo de finanzas, pero él era el corazón y el alma del proyecto. Ante los demás tenía que mantenerse fuerte, con confianza en sí mismo, al frente de todo. Todo el mundo iría a desahogarse con él. Pero después, en aquella enorme casa que tenía, ¿Con quién se desahogaba él?

Ella solo había visto a sus padres hacerse daño. Pedro había sido el único que le había demostrado que las cargas compartidas eran más fáciles de llevar. Quería ayudarlo a llevar aquélla.

—Pareces cansado  —dijo ella.

—No —se recostó en la silla—Sólo concentrado.

—¿En qué? —preguntó para abrirle otra puerta.

—En el trabajo. El edificio está vendido. La construcción está a punto de empezar. Salvo que haga mal tiempo, haya retrasos en la entrega de materiales u otros imprevistos, este edificio va a ser tal y como esperaba.

—Me alegra oírte decir eso, Pedro.

Y así era. Tal vez fuera porque estaba en su despacho y por el recuerdo de lo lejos que habían llegado, pero el anterior hombre era diferente del Pedro que había llegado a conocer. No era el hombre que la había abrazado mientras lloraba en el asiento trasero de su limusina o el que había brindado con ella por su éxito a la luz de la luna.

Te Necesito: Capítulo 43

—Tú también deberías irte.

—Pronto —Paula se colocó el pelo detrás de las orejas— Luciana Alfonso viene después del trabajo para comentar la boda.

—Has dedicado un montón de horas a eso. Y sé que una boda perfecta es el sueño de cualquier chica, pero... —levantó la mano derecha— Juro que si alguna vez me caso será un «sí, quiero», «y yo» y se acabó,

—Hay una oferta en el Jardín del amor: ciento cincuenta dólares. Incluye los anillos y una limusina.

Y un beso que levantaba a una chica del suelo a pesar de todos los argumentos que ella había creído firmes y sólidos.

—Lo tendré en la cabeza —Vanina hizo con los dedos un gesto de despedida.

 —Buenas noches, Vanina.

Luciana estaría allí en un minuto, así que buscó la carpeta de Alfonso–Paz y le echó un vistazo. Tenía todos los detalles en lo relativo a las flores y la comida, pero había que cerrar esos temas ya.

—Hola —un ligero toque atrajo su atención hacia la puerta.

—Hola, Luciana—Paula forzó una sonrisa de despreocupación y después miró la mesa— Siéntate. Perdona el desorden, he estado muy ocupada.

—Eso lo explica.

—¿Qué? —preguntó buscando la mirada de Luciana

—Que parezcas cansada.

—Bueno, tú estás radiante —Paula estaba decidida a sacar adelante la reunión sin desahogarse de toda su angustia con la hermana de Pedro— ¿Cómo está Hernán?

—Bien. Está ajustando los detalles del proyecto de financiación. Pepe y él parecen siameses desde hace días.

—Así que no lo has visto mucho.

—No tanto como me gustaría, pero hemos cenado juntos todos los días. Aunque algunas noches no ha sido más que comer algo y a la cama.

Eso apoyaba su teoría de que Pedro estaba demasiado ocupado para verla. Aunque Hernán se las arreglaba para encontrar tiempo para estar con su prometida. Claro que no lo había plantado en el altar, porque no habían subido al altar todavía y, si  no ponía la cabeza en ello, el altar estaría vacío.

—¿Te gustan las flores?

—Sí, mucho —respondió Luciana.

—¿Tienes alguna preferencia?

Luciana se pasó un dedo por los labios.

—Me encantan las rosas. Y hay una especie de lirio que no sé cómo se llama. Es rosa, como con unas antenas hacia fuera...

Paula recordó a Pedro diciéndole que quería estar informado de cada detalle, incluyendo el color de las flores. Había abandonado esa actitud hacía mucho tiempo, parecía que confiaba en ella.

—¿Paula?

—Hmm —Paula, que tenía la barbilla apoyada en la mano y la mirada perdida, parpadeó—. Lo siento, ¿qué?

—¿Los lirios?

—Sí. Elige las flores que quieras. Tengo en la cabeza una floristería que hace unos trabajos geniales. Estaba jugando con la idea de una estructura decorada con flores en la que se colocarían Hernán y tú.

—Esos suena muy bien, perfecto.

Era perfecto, recordó Paula, el día que no se había casado con Pedro. Bajo una estructura de rosas y peonías había explicado a todo el mundo que no iba a haber boda. Nada de ataduras significaba nada de estructura de flores, nada de segunda oportunidad. Nada de Pedro.

 —¿Paula? ¿Te preocupa algo?

 —No, claro que no —mintió.

¿Por qué iba a preocuparle que la última vez que había visto a Pedro había tenido la sensación de que había cambiado de distante a cercano? ¿Por qué iba a estar distraída si desde entonces había buscado una señal de que ella le importaba? ¿Porque no podía concentrarse en nada que no fuera él? ¿Porque estaba empezando a descubrir la verdad? ¿Por qué? Porque la verdad era que se había enamorado de él otra vez.

—Otra vez no —murmuró.

—¿Qué? —preguntó Luciana.

Técnicamente no se había vuelto a enamorar, porque no había estado verdaderamente enamorada la primera vez. Había estado encaprichada. Esa vez era diferente... más profundo, más fuerte, arraigado en la realidad, no en la fascinación.

—Paula, ¿Qué te pasa?

No iba a volver a hablar de ello otra vez con Luciana.

—Nada —respondió colocando carpetas, nerviosa.

Como un dominó, una pila empujó a la otra hasta que los últimos papeles de la esquina se fueron al suelo. Luciana se agachó a recogerlos. Entonces frunció el ceño al mirar uno de ellos.

Te Necesito: Capítulo 42

Incluso a la tenue luz del exterior podía ver que a ella le brillaban los ojos con la excitación y la satisfacción de un trabajo bien hecho. Pedro le ofreció una copa y después la hizo chocar suavemente con la suya.

—Por un plan que hemos sacado adelante juntos.

—Amén —dijo ella.

Pedro tenía otro plan que no tenía nada que ver con el trabajo y sí con el placer. Quería besarla. Quería escuchar su respiración acelerada mezclada con aquellos gemidos de placer que lo volvían loco.

—¿Así que estás contento con cómo han ido las cosas? —su voz sonaba grave, sexy.

—Mucho. Has hecho un gran trabajo.

—He tenido mucha ayuda  —dijo con modestia.  Cuando encogió aquel hombro desnudo, el pulso de Pedro se descontroló. La sonrisa de Paula era como ver el sol después de días de lluvia— Bueno, espero que, aunque sea poco, algo haya reparado el pasado.

Él levantó su copa y dijo:

 —Por haber tenido el buen juicio de no despedirte.

Ella tocó su copa con la de él.

—Me alegro de que estés satisfecho.

—Lo estoy, sí.

Es todo lo que pedía, pero no todo lo que quería. Acercó su boca a la de ella. Saboreó el champaña y un pequeño temblor en sus labios que le dijo que Paula lo deseaba también. Buscó sus ojos y encontró deseo brillando en ellos. La quería. Quería comprometerse, quería todo, su cuerpo, su corazón, su alma. Pero ése no era el momento de asentar las cosas entre los dos de la forma que había que asentarlas. Era cierto que no se apreciaba algo hasta que se perdía. Y había estado sin ella un año. Por algún milagro, tenía otra oportunidad. En cuanto todo se tranquilizara, arreglaría las cosas con la señorita Paula Chaves. Le había dicho lo que quería para aquella gran inauguración, pero no le había dicho cuánto la quería a ella y cuánto la necesitaba. La última vez habían ido demasiado deprisa y todo había salido mal. Esa vez esperaría todo lo que fuera necesario.



Paula se recostó en la silla y se frotó los ojos. Aunque odiaba los ordenadores, tenía que reconocer que Internet era una herramienta muy útil para recopilar información, lo mismo de flores que de comida o de cualquier otra cosa que hiciera falta para organizar un evento. La pregunta que le habían planteado hasta un punto irritante había sido que de dónde sacaba sus ideas. La noche de la inauguración de la oficina de las torres, hacía una semana, había estado tentada de responder a la prensa que del almacén de las ideas, pero se había contenido. Un momento después, Pedro había terminado la entrevista y se había separado. No lo había visto hasta que la rescató de aquel egocéntrico y arrogante actor que se había comportado como si fuera un regalo para las mujeres. Si sus peligrosas manos hubieran rozado «accidentalmente» su pecho o el final de su espalda una sola vez más, le habría dado la mayor bofetada del mundo. Pero él lo había arreglado todo al llevarla fuera, le había ofrecido champaña y un beso que se le había subido a la cabeza más que el alcohol. Siempre recordaría esa noche porque había sido un triunfo profesional y, creía, también uno personal. Habría jurado que en la mirada de Pedro había una promesa, pero no había vuelto a verlo a solas desde esa noche. Se estaba empezando a preguntar si se había equivocado. No sería la primera vez que le pasaba con Pedro.

—Hola, jefa —dijo Vanina entrando en su despacho—Estos mensajes los han dejado mientras no te pasaba las llamadas.

Paula echó un vistazo a los papeles para ver si alguno era de Pedro. Nada. Suspiró y buscó un espacio libre en su mesa para dejar los mensajes y que no desaparecieran en el caos antes de que tuviera tiempo de leerlos. Había un diminuto espacio junto al borde de la mesa y allí los dejó. Vanina los aseguró en la esquina.

—¿,Necesitas algo más antes de que me marche?

Necesitaba ver a Pedro temblando hasta que le castañetearan sus perfectos dientes. O podía ser que fuera ella la que necesitara una buena sacudida. Una llamada para que despertara. Tenía imaginación y sabía cómo emplearla porque, aparentemente, aquel momento entre ellos esa noche había sido un momento con M mayúscula. Y si era capaz de mantener aquel nivel de indignación, tal vez consiguiera rechazar el dolor.

—Tierra llamando a la jefa.

Parpadeó y se dió cuenta de que Vanina esperaba una respuesta.

 —Ah, nada más, vete a casa.

Te Necesito: Capítulo 41

—Tiene un contrato con este hotel y la necesito —dijo tomando la mano de Paula. La posó en su brazo y mantuvo su propia mano sobre la de ella— Espero que disfrute, Leonardo.

Pero no con esa mujer.

—Luego nos vemos —dijo ella por encima del hombro.

 No si Pedro podía evitarlo.

—¿De verdad me necesitas para algo?

—No —al menos no para trabajar.

Paula respiró hondo y se agarró a él con las dos manos.

—Entonces has venido a rescatarme con tu brillante armadura.

—¿Eh?

—Y ya era hora de que me salvaras —miró por encima del hombro y tembló— Te juro que si llega a tocarme una sola vez más... —lo miró— Habría habido una escena que no hubiera sido la mejor publicidad.

Pedro sonrió abiertamente.

—Menos mal que llegué en ese momento. Espero que no tengas que visitarlo en su ático de las Torres Alfonso.

—Espero que no  —dijo temblando de nuevo— Sé que tienes que cerrar ventas, pero no se me rompería el corazón si ésa no se cerrara.

—No creo que Leonardo Flynn afecte al éxito de este proyecto.

—Yo tampoco —le brillaban los ojos al mirar alrededor— Mira toda esta gente, es como la central de R&F.

—¿R&F?

—Ricos y famosos —explicó ella— Si esto no es un gran éxito, no sé lo que es. He perdido la cuenta de la gente que me ha dicho que había reservado una propiedad.

—Las cosas pintan bastante bien —admitió mirando —Felicidades, Pedro—le dió un espontáneo abrazo— Estoy muy feliz por tí.

Con todas sus delicadas curvas tan cerca, Pedro sí que estaba feliz. La mantuvo entre sus brazos y disfrutó de su dulce aroma.

—No habría podido estar aquí sin tí.

 Y no se refería sólo al evento. Ella dió un paso atrás.

 —Deberíamos buscar a Luciana  y a Hernán.

—Los he visto antes  —dijo él— rodeados de periodistas. ¿Cómo les iba?

—Luciana mostraba su anillo de compromiso y parecía estar disfrutando. Nan...

—¿Lo está llevando bien?

—Sí.

—¿Cómo puedes estar tan seguro?

—Porque Lu está a su lado —recordó aquella noche en El Jardín del amor, cuando Paula le había dicho que el amor era lo único que importaba.

Había pensado que aquello era irónico viniendo de ella, pero después de los últimos días que habían pasado juntos, muchas cosas de las que pensaba habían cambiado, sobre todo las relacionadas con apartarla de su vida.

—Les espera un buen bombardeo mediático —dijo Paula— La prensa ya está babeando con la boda Alfonso, la fiesta, el...

Él la hizo callar poniéndole un dedo sobre los labios.

—Disfrutemos de un solo triunfo cada vez.

—De acuerdo. Lo que más quería disfrutar era de unos momentos a solas con ella.

—Ven conmigo —tomó dos copas de champaña de una bandeja, abrió una puerta y salió al calor de la noche de septiembre.

jueves, 20 de abril de 2017

Te Necesito: Capítulo 40

Pedro suspiró de alivio cuando terminó la última de sus entrevistas para los programas del sábado por la noche. La inauguración había superado con creces sus expectativas. La ceremonia de la cinta había salido perfecta y las oficinas de ventas se habían llenado inmediatamente de compradores. El lunes había hecho números con Hernán y habían descubierto que todo parecía ir incluso mejor de lo esperado. Desde el principio había sabido que el proyecto era una mina de oro, pero haber conseguido presentárselo al público había sido la clave. Paula había sido una parte muy importante, a pesar de lo reacia que se había mostrado al principio. Al empezar la había utilizado y ella había estado de acuerdo porque se lo debía, pero trabajar juntos había derivado hacia algo que iba mucho más allá del trabajo.

Los dos habían empezado la gala haciendo entrevistas juntos, pero poco después la habían llamado y ella había desaparecido. De pronto se había convertido en algo muy importante compartir aquella noche de éxito con su extraordinaria organizadora de eventos. Y menudo evento había organizado. Había colocado cuatro pantallas enormes en las esquinas en las que constantemente se proyectaban imágenes de la concepción artística de las torres, de los arquitectos desarrollando el edificio y del recorrido virtual por los planos de los pisos. Mesas y sillas se agrupaban alrededor de las pantallas para que los invitados pudieran sentarse después de llenar sus platos en el bufé. Melina St. George había creado un plato al que había llamado Alfonso y que se serviría en el Pinnacle. Los camareros, vestidos con pantalones negros y chaqueta corta blanca, circulaban con bandejas de champaña. En una de las esquinas un pianista de esmoquin acariciaba las teclas de marfil de un gran piano. La inauguración había salido tal y como él quería. Ella había cumplido su promesa una delicada combinación de comodidad, clase y sofisticación.

La impaciencia empezó a crecer dentro de él al mirar a su alrededor. No podía ser tan difícil encontrarla. Después de todo, llevaba un vestido bastante llamativo. Por fin la multitud empezó a retirarse y pudo tener una visión del vibrante color. Allí estaba ella, vestida de una seda naranja que marcaba cada curva de su cuerpo y que dejaba un hombro al descubierto. Estaba increíblemente sexy, preciosa. Era como un faro que lo atraía de un modo irresistible. Un irresistible faro que hablaba y reía con un hombre que creyó reconocer vagamente. Algún actor. El nudo de su estómago se apretó cuando vio a otro hombre mirándola también. Reconocía la expresión de sus ojos porque estaba llena de los mismos sentimientos que él tenía cuando estaba con ella. Pero lo que realmente odiaba era la forma en que aquella comadreja con la que estaba no perdía una oportunidad de tocarla. En el corto espacio de tiempo que le llevó atravesar el mar de cuerpos para llegar hasta ella, el tipo se las había ingeniado para besarla en la mano. Unos celos irracionales lo atravesaron cuando ella se rió de algo que le había contado aquel tipo. Se detuvo junto a ella.

—Paula.

—Pedro—le sonrió con auténtico placer—¿Has terminado con los periodistas?

—Sí. ¿No vas a presentarme? —preguntó, fulminando al otro hombre con la mirada.

—Por supuesto. Pedro Alfonso, éste es Leonardo Flynn. Nos conocimos en el Cine Vegas, en el estreno de su última película.

Los dos hombres se estrecharon la mano.

—Bienvenido a las Torres Alfonso —le dijo Pedro.

—Gracias. Ya he dejado una señal para uno de los áticos —tenía algo de acento irlandés. Las mujeres podían encontrar aquello atractivo, pero a Pedro le resultó demoníaco— Este es un gran sitio.

—Mi equipo ha trabajado a destajo. Me alegro de que le guste el resultado — Pedro se preguntaba cómo podía parecer tan civilizado cuando sentía todo lo contrario. Por negocios, claro. Se volvió hacia Paula— Te he estado buscando.

—¿Está todo bien?

 No lo estaría si ese tipo volvía a tocarla, pensó Pedro.

—Sólo quería decirte que el veredicto es unánime. Has preparado una gran fiesta.

—Es verdad —corroboró Leonardo— Querida, dí una sola palabra y tendrás una gran carrera en Hollywood. Siempre hay algún evento que preparar, tendrás más trabajo del que puedas hacer.

Pedro maldijo en silencio mientras el pelele le pasaba un brazo por el hombro y deslizaba un dedo por la piel desnuda de Paula. Sabía que si no se la llevaba en treinta segundos, aquel evento no se recordaría por el residencial de alto nivel, sino por los dos puñetazos que le habría dado a Don Juan.

Te Necesito: Capítulo 39

—¿Pero qué?

—Quería hacer este proyecto. Por mis padres. Construir algo tangible para ellos.

La emoción le oprimía el pecho. Tuvo que respirar hondo antes de decir:

—Estoy segura de que estarían orgullosos de tí.

—Esa no es la única razón por la que seguí adelante —dijo él.

 —¿Cuál más hubo?

—Tú estabas aquí.

¿Qué quería decir eso? Su corazón perdió dos latidos antes de recuperar su ritmo; aquello no era normal.

 —¿Y lo de comprar la casa y echar raíces aquí?

—Por la misma razón.

¿Entonces a qué venía lo de sin ataduras? No tuvo valor para hacer la pregunta, pero había algo más que quería que supiera.

—He hablado antes con Luciana  —dijo ella.

 —¿Sobre la boda? —preguntó Pedro frunciendo el ceño.

—Eso se suponía.

 —Uh... me da miedo preguntar.

—Hemos entrado en temas personales —admitió Paula.

—¿Sobre tú y yo?

Tú. Yo. La última noche. Suspiró.

—Sobre mi puntualidad. Tú no eres el único que lo ha notado, Luciana me estaba esperando y me preguntó por... por nosotros.

 —Estupendo  —dijo en un tono que significaba todo lo contrario.

—Yo no quería hablar de ello.

—Pero te retorció el brazo.

—Algo así. Me contó lo que te pasó con tu madre antes de que se fuera de viaje con tu padre.

—Voy a matarla  —dijo apretando los labios.

—Dijo que dirías eso y... —lo estudió— No pareces sorprendido.

—Porque no lo estoy. Lu me ha estado analizando desde que hizo un curso de Psicología en la universidad.

—¿De verdad?

—No puede estar más equivocada.

 —De acuerdo  —dijo mordiéndose el labio inferior— Pero he pensado una cosa.

—Eso es peligroso.

Pedro estaba tratando de distraerla, pero no le estaba funcionando.

—Leí en algún sitio que las penas son nuestras mejores maestras. Que podemos ver más lejos a través de una lágrima que con un telescopio.

—Y crees que esa afirmación es profundamente acertada.

—Sí. La pena es difícil en determinadas circunstancias, pero combinada con la culpa, es una carga increíblemente pesada. No tuve oportunidad de tener a nuestra niña y ser una madre de verdad, pero estuve embarazada el tiempo suficiente para pensar sobre la increíble responsabilidad que suponía llevar dentro un ser humano.

—¿Adónde quieres llegar?

—Creo que tu madre estaría destrozada si, aunque fuera de modo involuntario, hubiera dicho o hecho algo que influyera negativamente en tu vida. Estaba bromeando. Si hubiera vuelto a casa, tú nunca habrías vuelto a pensar en aquella despedida.

—Entiendo tu razonamiento —tomándola del brazo— Yo tengo otro. Creo que es hora de sacarte del sol, hace calor y deberíamos ir a comer.

—En realidad, eso son tres razonamientos. Además, como dije antes, habría que poner un toldo para la ceremonia.

—Estoy de acuerdo. Gente marchándose con golpes de calor no es el tipo de publicidad que buscamos.

Eso ya se lo había dicho una vez antes, cuando él le había explicado por qué no la liberaba de su contrato. Paula casi había deseado que la dejara marcharse; habría sido más fácil que conocerlo más, descubrir que era un hombre especial, descubrir que tenía la oportunidad de conseguir todo lo que siempre había deseado. Pero cuando el dolor le retorcía el corazón, ella sacaba a relucir su sentido del humor; era la única defensa que tenía.

—Dijiste que querías un circo de tres pistas. Podríamos levantar una carpa, traer tigres y a un tipo que camine sobre un alambre.

Estaban entrando en la zona de sombra, junto a la puerta del hotel. Pedro la miró entrecerrando los ojos.

—Recuérdame más tarde que tengamos una conversación sobre ese lado oculto de tu personalidad.

—Sí. Puede que te arrepientas de haber echado raíces aquí.

Te Necesito: Capítulo 38

Paula estudiaba el solar adyacente al hotel. La ceremonia del corte de la cinta se acercaba. Después de que Luciana se hubiera ido, había mantenido una reunión con Pedro para cerrar los últimos detalles del evento. Era una buena excusa para apartar de ella los pensamientos sobre el terrible error que había cometido, incluso aunque la reunión requiriera pasear por los escombros con los tacones.

Con las manos en las caderas y gafas de sol, Pedro observaba el espacio.

 —Este es un buen lugar para cortar la cinta.

—De acuerdo —hizo una anotación en el plano— Entonces creo que podríamos colocar a los medios allí arriba. El corte de la cinta es sólo una foto, así que pongámoselo fácil, si no, cuando disparen sus cámaras, la cinta estará en el suelo.

—Buena idea —dijo él asintiendo.

Era casi la hora de comer y empezaba a hacer calor, y ella sabía que el mercurio seguiría subiendo por lo menos hasta las cinco. A pesar de que el fin de semana de la presentación de las Torres Alfonso  sería en septiembre, el calor estaría servido.

—Creo que deberíamos instalar un toldo  —dijo ella golpeándose con el bolígrafo en el labio.

—¿Ahora?

—Sería estupendo —dijo sonriendo.

—Veré lo que puedo hacer.

—¿Y si hiciera un chasquido con los dedos o moviera la naríz me llevarías hasta la olla llena de oro que hay al final del arco iris?

Se quitó las gafas de sol y la miró.

 —Eres una listilla.

—Sí, deberías recordar de vez en cuando las facetas ocultas de mi personalidad —bromear con él era una de las cosas que más le gustaban. Lo iba a echar mucho de menos. Nada de ataduras significaba que no había nada que unir y eso suponía que habían terminado.

—Veamos —cruzó los brazos— Recuerdo que te gustaban los huevos fritos no muy hechos para poder mojar el pan en la yema. Eres probablemente la única mujer del mundo a la que no le gusta el chocolate solo, tiene que tener almendras, avellanas o cualquier otra cosa. Hay que llegar al menos veinte minutos antes al cine para evitar caerse en la sala a oscuras con las palomitas y la bebida dietética en la mano. Y para todo lo demás eres la única mujer que conozco que es persistentemente puntual.

Lo miró y tragó saliva para evitar quedarse con la boca abierta.


—Vaya.

Recuerdos de él y ella, desnudos envueltos por las sábanas, pasaban por la cabeza de Paula a retazos. Él la miró.

—Define «vaya».

—Significa que no puedo creer que recuerdes tantas cosas.

—Soy bueno con los detalles.

 Realmente lo era, podía dar fe de ello. Pero había detalles y detalles. El trabajo era una cosa, lo personal era distinto, y él se había vuelto algo muy personal. Se preguntaba si sería verdad que ella era importante para él. Seguro que alguna vez lo había sido, pero en ese momento no sabía qué creer y no pudo reprimir una pregunta.

—¿Por qué seguiste adelante con la compra del hotel, Pedro?

—Parecía un buen negocio.

Eso no era lo que ella quería oír.

—¿Fue ésa la única razón?

—¿Qué otra razón podía haber? Soy un hombre de negocios. Los desarrollos inmobiliarios son la clave de mi corporación. Esta propiedad estaba perdiendo dinero y eso no podía ser.

—¿Así que viste una oportunidad y la tomaste?

—Por supuesto.

Paula se encogió. Aquellas dos palabras resucitaban en ella un gran bagaje emocional.

—Entiendo.

—Esta propiedad será un éxito. Tiene una situación inmejorable y hay espacio para la construcción.

—Muy bien, déjame replantearlo  —dijo ella—¿Por qué seguiste adelante con el negocio después de que rompiéramos?

Él ya le había dicho que había terminado con ella, pero hacía unas pocas horas que había salido de su cama.

—¿Me estás preguntando si mis razones tienen algo que ver contigo?

Eso era lo que le estaba preguntando y, si él decía «por supuesto», tiraría sus gafas de sol a los escombros. Si decía «de ninguna manera», al menos sabría a lo que enfrentarse. Se quedaría con su sufrimiento ya que no podría detenerlo.

—Sí, eso te estoy preguntando.

Él se subió las gafas a lo alto de la cabeza y la miró a los ojos.

—Pensé en echarme atrás, pero...

Te Necesito: Capítulo 37

Luciana se colocó un mechón de pelo tras la oreja.

—Creo que deberíamos aclarar las cosas, cualquier mal sentimiento que tuviera hacia tí, ya no existe. Desapareció cuando tuvimos aquella conversación sobre mi boda, cuando Pepe me habló de tu pasado.

—Me gustaría que eso quedara en la familia.

—De acuerdo. Pero admítelo, han hecho las cosas de forma desenfrenada. Mi hermano es el hombre que te ha hecho llegar tarde.

—Me ha hecho muchas cosas, llegar tarde es sólo una de ellas —dijo sacudiendo la cabeza— No debería estar diciéndote esto.

—¿Por qué no?

—Porque sería volver a lo de la noche del compromiso —Paula se moría de ganas de hablar de lo que había entre ellos, pero no era muy adecuado con la hermana de Pedro.

—¿Y si te juro que no seré tan insensible como un búfalo? La cuestión es que me preocupo por tí y que quiero a mi hermano. Él está diferente últimamente, como más vivo desde que...

—¿Desde cuándo?

—Desde que tú... —empezó a decir Luciana mirándola a los ojos.

—No digas eso —la interrumpió Paula cubriéndose el rostro con las manos— No soy buena para él. No tengo ni idea de lo que una relación podría significar. Pedro y yo... No debería suceder de nuevo.

—¿De verdad? ¿Por qué?

Paula dejó caer las manos.

—Porque no me ama.

—Te pidió que te casaras con él.

—Porque estaba embarazada de su hija. La noche antes de la boda le pregunté si me amaba y él dijo «por supuesto». Soy la primera en reconocer que la seguridad era importante para mí. Odio decir la necesidad, pero... —se encogió de hombros— El matrimonio es un paso demasiado importante como para darlo sin amor. Después me dijiste que no me preocupara porque Pedro siempre hacía lo correcto. Entendí el mensaje. Iba a seguir adelante con la boda porque es un hombre de honor.

—Los hombres de honor también tienen sentimientos.

—Nunca he dicho que no los tuviera —Paula  suspiró—, pero que la base de un matrimonio sea hacer lo correcto, no es hacer lo correcto.

—Pepe no habla de sus sentimientos  —dijo Luciana— es un hombre...

—Eso no es nada nuevo.

 Paula lo había visto desnudo. Otra vez. Y había sido incluso mejor esa vez. Había dicho que sin ataduras. Pero haber dicho eso y que el mensaje calara ensu corazón eran cosas diferentes. Esa vez, si no tenía cuidado, la caída, cuando llegara, sería mucho peor.

—No quería decir eso. Las mujeres hablamos de nuestros sentimientos, los hombres no. Y Pepe incluso menos que la mayoría. Tiene miedo de decir «te amo» —dijo Luciana sacudiendo la cabeza.

—No tiene miedo de nada —replicó Paula.

—No eres la única que tiene un pasado. ¿Te ha hablado Pepe de la última vez que vió a nuestros padres?

—No —Paula contuvo la respiración.

—Yo era pequeña, pero no lo olvidaré nunca —los ojos de Luciana se ensombrecieron con los recuerdos.

 —¿Qué pasó?

—Mamá bromeaba con Pepe diciéndole que era demasiado frío y que nunca le decía que la quería. Cosas de mi madre. Como asegurarse de que llevabas la ropa interior limpia por si tenías un accidente y te llevaban a urgencias. Ese día volvió a decir que podía ser la última vez que tuviera la oportunidad de decir que la quería. Pepe actuó como el típico adolescente y no se lo dijo. La advertencia de mi madre fue profética —Luciana se inclinó hacia delante— Es un poco aventurado, pero mi teoría es que, para él, esas dos palabras significan adiós. Y nunca me las dice.

—Pero tú sabes que te quiere —intervino Paula.

—Sí. La cuestión es que él es de los que demuestran las cosas sin decirlas. Me hace saber lo que siente de muy diferentes formas. Pero nunca pronuncia esas palabras.

—Hay algunas que necesitamos oír las palabras. Especialmente cuando se esconde en el trabajo.

Luciana suspiró.

—Eso también comenzó después de la pérdida de nuestros padres. Transformó su dolor en actividad y ésta en éxito.

Como el donativo que había hecho para la unidad de neonatología del hospital, o la pasión y energía que estaba poniendo en el proyecto de las Torres.

—Luciana, yo no quiero hacerle daño otra vez.

—¿Te echarás atrás sin darle ni una oportunidad?

—Sí. Será mejor para él.

Luciana se levantó.

—¿Qué prefieres, un tipo que dice «te quiero» todo el rato pero es superficial o uno que demuestra que está pendiente de tí en cada cosa que hace?

—Bueno, yo...

Luciana la interrumpió con un gesto.

—Una cosa más... aunque me mataría si supiera que te estoy diciendo esto — pensó un momento— Me mataría por toda la conversación, pero es lo que hay. Entiendo que te marchaste por que te importaba mi hermano, pero tienes que saber que no te pidió que te casaras con él por el embarazo.

—Tú eso no lo sabes.

—Sí, lo sé. Podría haber sido padre sin casarse contigo. Pedro Alfonso ha salido con muchas mujeres y nunca le ha propuesto matrimonio a ninguna. Eres la única mujer a la que se lo ha pedido.

—No lo sabía —dijo Paula.

—Ha asumido riesgos en los negocios sin parpadear, pero hasta que llegaste tú, nunca le había visto darle una oportunidad a su corazón —Luciana se colgó el bolso del hombro—. Tengo que irme, ya tendremos la reunión en otro momento.

Paula  asintió ausente. El corazón le latía desbocado. No era la única que no había compartido su lado oscuro. Pedro también lo había ocultado. Quería compartirlo todo, pero había creído que él se iba a casar únicamente por respetar la palabra dada. ¿Se había equivocado? ¿Tenía el corazón tan arrugado que era incapaz de reconocer el amor cuando lo tenía delante de los ojos? En ese momento era insensible y quería permanecer así porque él estaba buscando una relación sin ataduras. Ella había tenido su oportunidad y la había desaprovechado. Y no tenía a nadie que no fuera ella misma a quien echarle la culpa.