—¡Paula, no! ¡No te escondas de mí! —le apartó las manos con firmeza y las mantuvo entre las suyas—. ¿Sabes que te veo más bonita sin esa pintura?
Después, como ella negó con la cabeza, sonrió y repitió con lentitud:
—Eres hermosa, Paula. No necesitas artificios para aumentar tus atractivos, eres hermosa así… —con un dedo le recorrió la mejilla.
Ella no dudaba de la sinceridad de Pedro, que se proyectaba en su voz y en sus ojos, pero conocía sus rasgos y sabía que sin maquillaje era sólo una chica más.
—¿Hermosa? —repitió, con voz apenas audible.
—¿No confías en mí? Entonces, déjame enseñarte que tengo razón.
Se levantó y, cogiéndola de la mano, atravesó con ella la habitación y se detuvo ante el espejo del tocador.
—Mírate bien. No —la reprendió con suavidad cuando ella trató de alejarse—. Obsérvate, Paula.
Le puso una mano bajo la barbilla, para que viera la imagen del espejo.
Una exclamación ahogada escapó de sus labios. Le pareció como si se contemplara por primera vez. Su pelo negro estaba despeinado y formaba un halo alrededor de su rostro, confiriéndole una apariencia más femenina y delicada; los labios tenían un tinte sonrosado por los besos de Pedro y sus mejillas brillaban sin necesidad de colorete artificial. Pero, sobre todo, sus ojos parecían esmeraldas, más grandes que nunca.
De repente se dió cuenta de que, desde el día de la fogata, cuando apareció sin maquillaje, él la había deseado con una intensidad que la había hecho perder la cabeza.
Creía que había dejado atrás a Paulina y sus inseguridades de adolescente, pero el complejo de inferioridad que la acompañaba desde entonces había oscurecido su vida… hasta ese momento. Porque la pasión de Pedro había quemado esa última duda y al fin se contemplaba tal como era. La mujer que estaba ante sus ojos no necesitaba maquillaje, su cara tenía personalidad sin la ayuda de un pincel, irradiaba una belleza natural.
Pedro la llamaba Cenicienta y en el fondo siempre se había visto como la heroína del cuento: una criatura opaca, transformada en princesa gracias a los vestidos elegantes y la magia de los cosméticos, destinada, al final del día, a convertirse otra vez en una fregona. Pedro le había entregado un don mucho más maravilloso que el que le hubiera podido dar su hada madrina: había borrado sus dudas, le había dado confianza en sí misma.
—¿Comprendes lo que quiero decir?
Sólo pudo asentir en silencio. Veía lo que quería mostrarle, pero no encontraba las palabras para contestarle.
«Una mujer enamorada es siempre hermosa». De repente esa frase surgió de la nada y se deslizó en su mente. Su imagen se borró y observó la cara de Pedro, sus facciones firmes, sus ojos grises y su pelo sedoso, enfocándolos con una nueva intensidad. También sus pensamientos adquirieron la claridad del cristal, como si la niebla hubiera desaparecido para dejar paso a la luz del sol.
Sólo conservó una idea: amaba a Pedro con un amor auténtico, profundo y duradero.
Recordó su plan original, la tonta idea de atraer a Pedro para que cayera en su trampa y luego abandonarlo para hacerlo sufrir como ella había sufrido a los diecisiete años. Ahora veía las cosas de modo diferente y sabía que jamás podría llevar a cabo su plan. Las palabras de Valentina la perseguían.
«A veces la venganza se vuelve contra nosotros mismos, cuando menos lo esperamos». Era eso lo que había sucedido. Hacía unos minutos, Pedro la había deseado con una intensidad igual a la que ella había soñado en el pasado. Se lo había demostrado con cada uno de sus besos y caricias. Sin embargo, no le había dicho una palabra de amor.
Sintió como si una mano helada le oprimiera el corazón, estrujándolo con una fuerza asfixiante, atrapada por sus pensamientos de venganza, no había comprendido lo que le sucedía. Demasiado tarde, descubría la verdad. Le había tendido una trampa a Pedro Alfonso, y al final era ella la que había caído.
Wowwwwwwwwww, qué intensos los caps de hoy. Me fascina esta historia jaja
ResponderEliminar