jueves, 31 de octubre de 2024

La Princesa: Capítulo 36

 —Soy responsable. He sido responsable por la señora P. Responsable por mi padre y Ricardo. Responsable por mi madre. Por Prairie Rose.


—Ninguno de ellos podría cargar con un peso tan grande solo — señaló Paula. 


Por no hablar de la esposa que aún no había nombrado. ¿Qué lugar había desempeñado en aquel escenario? ¿Cuándo lo habría abandonado? ¿Por qué?


—No había nadie más. Mi padre… —por primera vez se le quebró la voz y Paula se dió cuenta del calvario que había vivido—. Mi padre quería que Prairie Rose llegara a lo más alto. Planeaba iniciar un programa de cría y construir un nombre. Lo hizo, pero no completamente. Está en mi mano el hacerlo por él.


—Y con un acuerdo con Navarro lo cumplirías.


—Eso es. Por eso no te he contado todo esto antes. No quería echarlo todo por tierra.


El sol del mediodía brillaba en el cielo. Un halcón voló sobre ellos por el cielo azul. Paula lo siguió con la mirada. Pedro necesitaba Navarro. Y ella necesitaba Prairie Rose.


—Me doy cuenta ahora, Pedro. Hemos estado peleándonos cuando más nos hubiera valido trabajar codo con codo. Solo que…


—Yo no confiaba en tí.


—Pero ahora ya confías —dijo ella deseando que la abrazara de nuevo.


—Por alguna razón que se me escapa —confesó con una sonrisa en los labios, la primera en aquella conversación. Ella también sonrió y se miraron radiantes—. Ni loco.


—¿Qué?


—Ni loco quería contártelo. Pensaba que afectaría a tu visión sobre el rancho. Pero no es así, ¿Verdad?


—Pues claro que no. No ha sido culpa tuya. Ya te he dicho que solo juzgo lo que veo con mis propios ojos.


—Gracias —dijo con sencillez, y Paula sintió como una barrera que había estado separándolos se venía abajo.


—Entonces, trabajemos juntos. Me necesitas para establecer una relación con Su Alteza. Y yo te necesito para demostrarle que puedo desempeñar este trabajo. 


—Oh, supongo que el rey Miguel sabrá de sobra que eres competente.


—Yo no estoy tan segura. Soy nueva, soy joven y soy una mujer en un negocio dominado por hombres. Pero estoy segura de que podemos llegar a un acuerdo que nos beneficie a los dos.


—Pensaba que, si averiguabas la verdad, te llevarías el negocio a otra parte.


«Y si supieras quién soy en realidad, estoy segura de que no estarías aquí», pensó Paula. Miró hacia abajo, a la florecilla que tenía entre los dedos. El nombre de la flor era el nombre más adecuado para el rancho. Prairie Rose. Hermosa. Fuerte. Y resistente.


Pedro confiaba en ella. Paula intentó dejar a un lado el peso de la culpa. Ojalá también pudiera confiar en él. Y sabía que podía hacerlo, al menos en algunos aspectos. ¿Pero cómo decírselo? Cómo confesarle su identidad. Si algo había aprendido aquel día, era que tenía ante ella a un hombre íntegro. Estaba segura que se lo pensaría dos veces antes de firmar un acuerdo con alguien que había ocultado su identidad. Todo lo que le había contado Paula era verdad. Sin embargo existían mentiras por omisión. No quería perderlo. Necesitaba estar así con él, abrazados. No se encontraban hombres como él todos los días. Y ella se marcharía pronto. ¿De verdad quería estropear el poco tiempo que les quedaba juntos? No. Paula iba a regresar a Marazur con un acuerdo firmado para demostrarle a su padre que era competente y Prairie Rose iba a lograr prestigio gracias a un acuerdo con el rey de Marazur.


—¿Paula?


Se forzó a mirarlo intentando dejar a un lado la culpabilidad por perpetuar el engaño. Quizás si hubiera dicho algo antes… Pero ya era demasiado tarde.


—Lo siento —susurró.


—Ven aquí —le pidió Pedro abriendo los brazos. 


Ella lo obedeció deseosa, lo necesitaba por encima de todas las cosas. Enterró la cabeza en el cuello de Pedro. Los caballos pastaban ajenos a lo que estaba sucediendo junto a ellos. Y de esa manera, envuelta en aquel abrazo, Paula se dió cuenta de una verdad que nunca antes había imaginado: Llevaba esperando a Pedro toda su vida. Alguien fuerte y seguro en quien poder confiar. Alguien que se enfrentara a los desafíos de la vida y saliera de ellos más fuerte. 

La Princesa: Capítulo 35

 —¿Y tú tienes un Walter's Butte donde refugiarte, Pau? —preguntó inclinando la cabeza de manera que casi tocaba la cabeza de ella con los labios.


Por primera vez en muchos meses Paula no se sentía sola. Cerró los ojos y se entregó a la sensación de disfrutar de estar contra el sólido cuerpo de Pedro.


—Algunas veces salgo a montar a caballo por las mañanas. Si consigo madrugar, escojo a una de mis yeguas favoritas y voy a ver el amanecer en los acantilados. El sol sale por el océano y tiñe todo de un color rosa y púrpura que contrasta con el azul y el verde del agua. Eso de alguna manera hace que no me sienta completamente desconectada.


Durante un buen rato permanecieron así, sentados hombro con hombro.


—¿Cómo de mal está tu padre, Pedro? ¿Qué sucedió? —preguntó Paula.


Pedro se separó de ella, se recostó sobre la roca y abrió las piernas para que Paula se sentara entre ellas. Ella lo hizo y, al sentir el abrazo de él, la tensión que había sentido, desapareció por completo. Él le entregó la rosa que aún tenía entre los dedos y ella la aceptó mientras admiraba la fragilidad de sus pétalos. Habían ido de un extremo al otro, habían discutido amargamente para después fundirse en un beso. En aquel momento Paula sintió que las cosas por fin habían encontrado el equilibrio.


—Está paralizado de cintura para abajo —murmuró Pedro en su oído—. Pero también sufrió heridas en la cabeza. Tiene días mejores y días peores. Y mi madre y Ricardo… —movió la cabeza ligeramente — murieron. Nada tenía sentido. Después de que sucediera, fue la señora P. quien evitó que el mundo se desmoronara por completo para mí. Acababa de perder a su marido y aun así se hizo cargo de todo hasta que yo me recuperé. Le debo mucho. Prairie Rose le debe mucho. Y lo primero que hice fue decirle que siempre habrá un sitio para ella aquí. Y desde entonces vive en el rancho.


—¿Por qué Prairie Rose le debe tanto? —preguntó. 


Pedro se quedó callado unos instantes.


—Supongo que será mejor que lo sepas todo. Mi padre era el dueño de Prairie Rose y Ricardo tenía interés en emprender una nueva empresa. Mi padre quería expandirse, así que se asociaron y buscaron un tercer inversor… Lo que sucedió fue que no resultó tan fiable como ellos habían pensado —contó mientras sus músculos se ponían en tensión—. Digamos que fue demasiado generoso con él mismo. Una vez que firmó los papeles comenzó a engañar en los libros de cuentas. Cuando mi padre se dió cuenta. Ricardo y él decidieron ponerlo en su sitio. Se fueron los cuatro un fin de semana a Calgary. Mamá y la señora P. de compras. Papá y Ricardo para dejar las cosas bien claras con su socio. Pero nunca llegaron. Les sacaron de la carretera y la señora P. fue la única superviviente con heridas leves. Mamá y Ricardo iban en los asientos del pasajero y se llevaron todo el impacto.


Paula sacó conclusiones sin dificultad. Aquello explicaba el hecho de que Pedro se hubiera hecho cargo del negocio y el lapso de un año en los movimientos y operaciones. Había perdido a su madre y prácticamente a su padre. Había heredado un rancho, una viuda y un problema legal que seguramente hubiera sido una pesadilla. Se soltó de su abrazo para poder girarse y mirarlo con la boca abierta.


—¿Cuánto? ¿Cuánto robó? Fue eso, ¿No? Malversación de fondos.


—Demasiado —admitió Pedro.


—Dime que lo pillaste.


—De alguna forma. Yo no sabía nada, pero cuando me enteré no intenté hacer como papá. No fui a por él yo mismo, sino que dejé que la policía montada de Canadá se encargara de él. Pero no recuperamos el dinero.


Paula le acarició la mejilla poblada con una áspera barba de dos días. Trató de imaginarse lo duro que debía de haber sido verse tan joven y perderlo todo. Tener tanta responsabilidad sobre los hombros. Él giró la cara y evitó la caricia. Apretó la mandíbula.


—Ésta es la razón por la que no te lo quería decir. No quería que me miraras tal y como lo estás haciendo. Nunca he querido que sientas pena de mí.


Pero Paula no se echó atrás.


—Por supuesto que no. Estás demasiado ocupado haciéndote responsable de todo el mundo. Tú no tienes tiempo para la pena.


Los ojos negros de Pedro se clavaron en los de ella. Por lo visto no se había imaginado que Paula lo iba a comprender. Pero lo comprendía. Lo comprendía mucho más de lo que él podía imaginar. 

La Princesa: Capítulo 34

Pedro se incorporó y ella se sintió desnuda un instante. Había algo excitante en estar tumbada sobre una roca en medio de la nada. No podía arrepentirse de lo que acababan de hacer. Pero tampoco podía permitirse llegar más lejos. Se retiró el pelo de la cara y sonrió a Pedro seductoramente.


—Gracias, Dios, por mantenerme la cabeza fría —soltó, y él sonrió. Aquel tipo le estaba empezando a importar y mucho—. Me has traído aquí sabiendo que esto iba a pasar, ¿Verdad? Pedro no contestó. Quizás aquel beso no hubiera significado mucho para él. A fin de cuentas, tampoco lo conocía apenas. Esperaba que no se lo hubiera tomado como una aventura. Paula nunca tenía aventuras. Bajo ninguna circunstancia—. ¿Pedro? ¿Me has traído aquí para acostarte conmigo? ¿Pensabas que iba a acceder?


Él se puso de pie con el sombrero en la mano. En realidad no había considerado la posibilidad de hacerle el amor a Pau y en cuanto la había sentido quieta entre sus brazos, se había separado. Sabía que no era justo lo que estaba haciendo. Sin embargo… Se había muerto de ganas de estar junto a Pau.


—Quizás debamos limitarnos a hablar de temas tranquilos y seguros —dijo ella secamente estirándose la ropa—. Como por ejemplo tu familia.


—Yo no creo que para mí sea un tema tranquilo y seguro —soltó Pedro.


—¿Cómo es que tu padre ha terminado en una clínica? —preguntó ella suavemente. Era como si pudiera entender cualquier respuesta que él le fuera a ofrecer.


Había algo en Paula que lo empujaba a decir la verdad. De alguna manera se lo había ganado. Pedro quería confiar en ella. Agarró una rosa salvaje de un arbusto y jugueteó con ella. Además, prefería que Paula se enterara por él que por terceras personas y, cuanto más tiempo se quedara, era más probable que alguien se fuera de la lengua. Quizás hubiera llegado el momento. Se aclaró la garganta mientras pensaba por dónde empezar.


—Hubo un accidente de tráfico. Mi madre y Ricardo, el marido de la señora P., murieron. Mi padre no. Algunas veces… —dijo alzando la cabeza y estirando el cuello deseo que se hubiera muerto. Hubiera sido más sencillo que verlo tal y como está. 


—Lo siento mucho —dijo ella. Pedro se sentó de nuevo en la roca y Paula posó la mano sobre su muslo—. Debe de haber sido muy duro para tí.


Él no se movió.


—Vienes de los establos Navarro y quieres, bueno, más bien el rey Miguel quiere, que establezcamos algún tipo de operación. No creo que aún entiendas exactamente lo que eso significa para Prairie Rose, Pau. No es un simple acuerdo lo que he puesto en peligro. Pero ya lo he hecho. Te he besado cuando no debería haberlo hecho. Te he traído aquí… —confesó desviando la mirada—. No suelo hacer las cosas de esta manera.


—Esto no tiene nada que ver con las relaciones entre Navarro y Prairie Rose.


—Gracias por decirlo.


Los ojos oscuros de Paula se volvieron a clavar en los de Pedro.


—Y por favor, no me pidas que me arrepienta —soltó ella. El cuerpo de Pedro reaccionó ante aquellas palabras. Se había imaginado que quizás ella se hubiera enfadado u ofendido. Pero… volvió a mirar la boca perfecta de Paula—. Entiendo perfectamente por qué este lugar es tan especial. La pradera se extiende a tus pies como si fuera una alfombra gigante, ¿Verdad? La vista está despejada en todas direcciones. Es una paradoja bonita… ¿Cómo puede un lugar tan vacío alimentar tanto a un alma?


—Nunca había escuchado a nadie explicarlo de esa manera — contestó Pedro impresionado. 


Era como si Paula le hubiera leído la mente. Algo más que les unía. Lisa nunca había llegado a comprender su predilección por aquel lugar, al menos no con aquella sensibilidad.


—Venías mucho aquí, ¿Verdad? Después del accidente.


—Sí, sí. Venía. Para aclarar mis pensamientos. Para decidir el siguiente paso.


Paula inspiró profundamente y soltó el aire. Descansó la cabeza sobre el hombro de Pedro, quien trató obviar aquel gesto tan reconfortante.


—Es terrible. Como vivir sin la brújula que has usado toda la vida — comentó ella—. Todo lo que conocías de repente desaparece y no sabes qué dirección tomar. No hay nadie que te aconseje ni que te guíe.


—Como cuando tu madre murió.


—Sí, así. 

La Princesa: Capítulo 33

 —Walter's Butte —murmuró mirando a su alrededor.


—¿Lo conocías? —preguntó él bajando del caballo y colocándose junto a ella. 


—La señora Polcyk me lo mencionó el día que llegué. Me dijo que te pidiera que me trajeras aquí antes de marchar. Pensé que me ibas a llevar el otro día, pero al final fuimos a ver la casa de adobe.


Se giró levemente y miró a Pedro. Era difícil creer que algo le pudiera afectar. No mostraba sus debilidades. Aquellos brazos, el pecho, las piernas largas. Era un tipo tan atractivo.


—¿Qué? —preguntó él con la vista puesta en las montañas al sentir la mirada de Paula.


—Estaba pensando que es cierto que las apariencias engañan.


—¿Y eso?


—Al mirarte, Pedro Alfonso, nadie diría que escondes un corazón roto —afirmó. Él se giró para mirarla directamente a los ojos. Cuando estaba a punto de negarlo, Paula prosiguió—: A no ser que quien te mire también tenga el suyo roto.


—Yo no sé nada de corazones rotos —contestó él con la mirada de nuevo perdida en el horizonte.


—Yo creo que sí que sabes —contestó ella suavemente—. Y creo que lo de tu padre no es lo más grave que te ha pasado.


Pedro suspiró.


—Deja que vaya a atar a los caballos y nos sentaremos aquí un rato


—pidió. Ató a los caballos y se sentó junto a Paula—. Walter's Butte le debe el nombre a mi abuelo. Él solía venir mucho aquí. Le gustaba sacar unos días libres en otoño para venir a acampar y cazar.


—¿Sí?


—Era un hombre de campo. Mi abuela… —se detuvo un momento y tragó saliva—. Mi abuela lo acompañaba algunas veces. Hacían una fogata y… —de nuevo se volvió a quedar sin palabras.


Paula encogió las piernas y se las abrazó. Pedro se inclinó hacia atrás. Tenía un brillo muy intenso en la mirada. Ella se soltó las piernas.


—Hacían una fogata y… —repitió ella en un susurro.


—Te lo puedes imaginar —contestó Pedro con una voz grave que salió directamente desde su pecho. 


Con un rápido movimiento de dedos le quitó a Paula el sombrero, que cayó sobre la hierba. Sus manos se adentraron en la melena rizada y rojiza y el corazón de ella comenzó a latir aceleradamente. Podía imaginarse perfectamente lo que los abuelos de Pedro habían hecho junto a una hoguera en pleno campo. Paula le quitó también el sombrero y le acarició el pelo. Él cerró los ojos un instante y cuando los volvió a abrir ella sintió que la estaba atravesando. De nada servían las excusas, no podían negar la atracción que existía entre ellos. Estaba claro, era mayor que cualquiera de los secretos que ambos estaban escondiendo. Se acercaron lentamente y sus bocas se encontraron. Se besaron apasionadamente y Pedro buscó las manos de Paula para entrelazar sus dedos. Aquella conexión hizo que ella se estremeciera. Pedro dejó libre una de sus manos y acarició la espalda de Paula. Ella soltó un gemido. Se tumbó sobre la superficie plana de la roca.


—Pauli —murmuró Pedro mirándola intensamente.


—Por eso es por lo que me has traído aquí —dijo ella. 


Ojalá aquel hombre no la enterneciera tanto, pero no podía evitarlo. Al oírle pronunciar su nombre, lo sintió aún más cerca. Cada vez que alguien la volviera a llamar «Pauli», recordaría aquel instante. Recordaría el momento en el que se había sentido fuerte, protegida y deseada.


—Sí —respondió Pedro antes de volver a besarla ardientemente.


Mientras se besaban no pararon de acariciarse, tranquilamente, tomándose su tiempo. Paula deslizó los dedos por debajo del jersey hasta llegar a la camiseta, sin dejar de sentir la lengua de Pedro acariciando su nuca. Se imaginó haciendo el amor con él sobre aquella roca, a plena luz del día, y no pudo controlar una oleada de calor. Pedro le levantó la camiseta y le besó el pecho hasta llegar al vientre desnudo. Con la lengua acarició el ombligo de Paula, quien se arqueó ya que su deseo era cada vez más intenso. Era consciente de que aquello no tenía sentido. Pestañeó y acarició el pelo negro de Pedro. Una voz interior le decía que tenía que detener aquella situación para hacer que él hablara, tal y como había planeado. Pero estaba tan a gusto entre sus brazos, tan bien… Finalmente Paula se quedó quieta porque sabía que estaba cometiendo un error y afortunadamente Pedro comprendió la indirecta. Se apoyó sobre las manos y soltó un suspiro. Apoyó la frente sobre la de ella.


—Lo siento —murmuró Pedro. 


El pulso de Paula se volvió a disparar.


—No tienes que pedir disculpas por nada —contestó. 


Nadie tenía que hacerlo, en todo caso Paula, que estaba ocultándole su verdadera identidad. 

martes, 29 de octubre de 2024

La Princesa: Capítulo 32

Pedro cerró la puerta de la camioneta e inspiró profundamente mientras Paula salía del vehículo. Tenía que haberse imaginado que llevarla al pueblo sería un tremendo error porque la gente siempre se iba de la lengua. Sin embargo, tras haberse comportado con ella de forma tan desagradable días atrás, ella había estado distante y él había querido volver a romper el hielo. Era consciente de que Paula no era como Karen, y cuanto más tiempo pasaba con ella, más seguro estaba de ello. Lo cual no dejaba de sorprenderlo.


—Voy a meter la compra dentro —dijo ella. Parecía molesta.


—Supongo que has oído cosas en el pueblo.


—Algunas.


—Y ahora sientes curiosidad. No tenía que haberte invitado a venir.


—Porque no quieres que haga más preguntas, ¿No es así, Pedro? — preguntó Paula soltando las bolsas.


—No —repuso sin atreverse a mirarla a los ojos. 


Su padre había tenido un mal día y él estaba agotado. Las manos de Pedro se agarrotaron. Siete años. Siete años y aún cargaba con toda la responsabilidad. ¿Qué hubiera pensado Paual de él y del rancho de haber sabido toda la verdad? ¿Los apreciaría menos? No pudo evitar fijarse de nuevo en sus labios, a pesar de que sabía que había cometido un error al besarla. Lo había sabido desde que había rozado sus labios. Y lo peor de todo es que estaba deseando volver a besarla. Constantemente. Quizás le viniera bien confiar en alguien.


—Pero igual deba responderlas —añadió suavemente—. Cuando termines de recoger vente a dar una vuelta a caballo conmigo —sugirió.


Quizás con un poco de compañía olvidara todo lo que su padre le había dicho aquella mañana… Y todo lo que no había dicho.


Los ojos de Paula brillaron de forma extraña. Reflejaban un poco de miedo y algo de resentimiento. Pedro no podía culparla después de la forma en la que la había tratado, sin embargo sonrió. Sabía cómo ganársela. 


—Te dejaré que montes a Ahab —añadió, y una sonrisa iluminó el rostro de ella. 


Pedro había echado de menos aquella sonrisa esos días y deseó besarla con aún más fuerza. Pero Paula dió un paso atrás.


—Si me dejas montar a tu caballo ganador, es porque confías en mí.


—Si no quieres montarlo…


—Es una oferta que no puedo rechazar —afirmó agarrando las bolsas—. Dame diez minutos.


Paula dejó las bolsas de comida en la cocina y subió a la habitación a por un sombrero. Normalmente llevaba gorra porque en Marazur la habían mirado de forma extraña cuando se había puesto el sombrero de vaquero. Pero formaba parte de ella y además la protegía del sol. Se apresuró a cambiarse de botas. No podía negar que estaba emocionada porque iba a montar a Ahab. Era una muestra de que Pedro estaba empezando a confiar en ella. Algo había cambiado. Lo deseaba.


Él la estaba esperando junto a los caballos.


—Has sido rápida —dijo en un tono de voz grave. Lucy se estremeció.


—Es una buena oportunidad —concedió. Se puso los guantes y cuando él le entregó las bridas sus manos se rozaron levemente.


—Hoy no vas a tener problema en seguirme —bromeó Pedro cuando ya estuvieron sobre los caballos en dirección al oeste.


Trotaron un buen rato en silencio, sin embargo, existía una conexión entre ellos. Paula tenía la intuición de que Pedro estaba dispuesto a abrirse a ella después de haber soltado su rabia en la camioneta. Ella quería ayudarlo. Quería comprenderlo. Llegaron a un promontorio y él se detuvo. Estaban frente a una pradera y al fondo se imponían las montañas Rocosas. Paula saltó del caballo y soltó las bridas. Se quedó sin aliento ante aquel paisaje. 

La Princesa: Capítulo 31

 —Acabo de llegar. Lo siento, pero no me ha dado tiempo a entrar y a hacer las compras —dijo Paula.


—Pero has estado de tiendas —dedujo él al ver las bolsas.


—Bueno, sí. No me he podido resistir ni a la pastelería ni al anticuario.


—¿Estaba Micaela esta mañana? —preguntó pícaramente. 


Paula trató de ignorar los celos que estaba sintiendo.


—Sí, me ha dado algunas cosas para la señora Polcyk y me ha dado instrucciones de comprar salchichas.


—Su plato favorito, debería haberlo pensado —sonrió Pedro.


Paula se moría de ganas de hablar sinceramente con él, pero pensó que sería mejor charlar en el rancho, sin todas aquellas miradas curiosas sobre ellos.


—También ha mencionado un baile, ¿Sabes algo?


—Sí —respondió él. La expresión de su rostro se relajó de golpe—. Es la barbacoa que celebramos todos los años en el rancho. Carne, pasteles y los hermanos Christensen vienen a tocar para el baile — explicó, y la miró con un brillo especial en los ojos—. Deberías quedarte. A no ser que tengas prisa por regresar a Marazur. Siempre nos lo pasamos bien y…


—¿Y qué, Pedro? —preguntó con el corazón latiendo a toda velocidad.


—Y si la señora P todavía está pachucha, le vendrán bien un par de manos más.


Paula se sintió decepcionada. No tenía ningún interés en bailar con ella, no obstante, forzó una sonrisa.


—Hablando de la señora Polcyk, ¿Dónde está la lista de la compra?


—Aquí —dijo Pedro entregándosela—. Pero antes vamos a dejar estas bolsas en la camioneta —así lo hizo y regresó—. Vamos a por lo que necesitamos y después vuelta a casa.


Recorrieron todo el mercado. Paula nunca había visto uno tan bien surtido y con productos de tan buena calidad. Salieron cargados de bolsas y durante parte del trayecto se mantuvieron en silencio.


—¿Qué tal te ha ido la mañana? —preguntó Paula sin poder olvidar todo lo que había averiguado.


—Bien —contestó mirando a la carretera.


—¿Dónde has estado? —intentó de nuevo.


—Por ahí, haciendo recados.


—Pedro, ¿Por qué no intentamos algo nuevo? ¿Por qué no probamos a decirnos la verdad y empezamos desde cero?


Paula era consciente de que estaba siendo una hipócrita. Si él le hubiera hecho la misma proposición, ella lo hubiera contestado con alguna evasiva. Sin embargo, tenía ganas de ayudarlo.


—Vale. Empieza.


—Podríamos empezar admitiendo que esta mañana has estado visitando a tu padre.


—¿Quién te ha dicho eso?


—Nadie. Es decir, he oído que tu padre estaba ingresado en una clínica y he sumado dos y dos.


—Bueno. Puedes dejarlo ahí.


—¿Por qué? —insistió.


—Pau…


—¿Todavía estás enfadado con él?


Pedro frenó en seco en el arcén. La miró fijamente.


—¿Enfadado? ¿Por qué iba a estar enfadado? —soltó irritado.


—Eso solo puedes contestarlo tú —repuso. Se hizo un silencio—. Está bien, ¿Sabes? No pasa nada por estar enfadado. Yo ahora mismo estoy enfadada con mi madre. Y enfadada conmigo misma por estar enfadada. Un poco lioso, ¿No?


Pedro no dejaba de mirarla a los ojos.


—Sí —dijo finalmente exhausto—. Sí, estoy enfadado. Estoy enfadado porque dejó Prairie Rose muy desprotegido y enfadado porque se metió en lo que no debía y enfadado por todo lo que me ha costado a mí limpiar y arreglar todo el lío que montó.


Sin mediar más palabra, arrancó de nuevo la camioneta y condujo hasta el rancho sin abrir la boca. 

La Princesa: Capítulo 30

Paula tenía miles de preguntas y aún le quedaban veinte minutos para encontrarse con Pedro. ¿Dónde había estado él cuando sucedió el accidente? ¿La señora Polcyk había sido la única superviviente? ¿Sería la única familia que le quedaba ? Sintió una punzada en el pecho al imaginar el dolor que había sufrido. Tenía la intuición de que había sucedido algo más en relación con el rancho a parte del accidente. Y su curiosidad no se debía a que quisiera proteger a Navarro. Quería saber más de Pedro. Quizás alargara su visita un par de días más. Se detuvo delante de la ropa y le llamó la atención una falda larga azul marino hecha a mano que iba a juego con una blusa de flores también azules.


—Es bonito, ¿Verdad? —preguntó Gladys—. Lleva aquí mucho tiempo. Perteneció a Matilda Brown, una mujer muy aficionada a los rodeos. Y no veas cómo bailaba. Era la chica favorita de Stampede durante la guerra.


Incluso ella, que venía de Virginia, había oído hablar de Calgary Stampede.


—El mejor corredor de rodeos que ha habido —apuntó, y se sintió reconfortada cuando Gladys sonrió.


—Pues creo que es justo tu talla.


Paula miró el conjunto un buen rato. Durante años no había tenido dinero para caprichos. Pero ya no tenía que preocuparse. Sonrió. En aquel momento podía permitírselo. Y quizás cuando regresara a Marazur podría ponérselo en alguna ocasión y recordar aquel viaje. Podía jugar a ser Matilda Brown y sentir el cosquilleo de la tela entre sus piernas mientras bailaba… Bailar. ¿Cómo sería bailar con Pedro? Todavía podía recordar la sensación de estar contra su pecho cuando la había besado. ¿Y si Micaela hubiera tenido razón? ¿Y si fuera a haber un baile? Si se quedaba unos días más, podría ir.  Quería estar de nuevo con Pedro. Sentir que la miraba con aquella intensidad, sentir el contacto de sus labios. No era ni racional ni inteligente, pero era lo que deseaba. Quería llevarse un poco de él consigo.


—Me lo llevo —dijo finalmente. 


Gladys sonrió radiante.


—Oh, vas a estar guapísima. Y he oído que el baile anual de Prairie Rose es el próximo fin de semana. Será un momento perfecto para estrenarlo.


—Ésa es la idea —contestó Paula también sonriendo.


—La antigua señora Alfonso nunca se hubiera puesto algo así, por supuesto, pero yo creo que es lo más adecuado —comentó Gladys mientras envolvía el conjunto.


—¿La antigua señora Alfonso? ¿Por qué no? —preguntó. 


Miró la falda de nuevo, era muy tradicional, muy propia del oeste. No había conocido a la madre de Pedro, pero la prenda era muy adecuada para Prairie Rose.


—Era demasiado fina para este tipo de cosas. A mí siempre me ha dado lástima por Pedro. Hubo muchos jaleos cuando su esposa lo dejó. Fue en busca de pasto nuevo en cuanto las cosas se complicaron.


Paula se quedó paralizada. No estaban hablando de la madre precisamente. Esposa. Pedro había estado casado. De repente comprendió sus cambios de humor. Evidentemente no había superado el divorcio. Y lo que había sucedido aquellos días no había sido por ella… Sino por su ex esposa. Aquello le dolió más de lo debido. Después de lo que había averiguado, no le cupo duda de que Pedro había sufrido mucho en el pasado. Y saber quién era Paula realmente solo le causaría más dolor. Aun así… todavía quería quedarse para ese baile. Deseaba estar entre sus brazos, con la falda de Matilda Brown. Quedarse a vivir en Prairie Rose no era una opción, no tenía sentido. Pedro no necesitaba una jefa de establos y tampoco estaba enamorado de Paula, ni lo estaría nunca. Si no había superado el divorcio, difícilmente iba a sentir algo por ella. Además tenía que regresar a Marazur. Sin embargo, podía permitirse quedarse para un baile. Bailar con él… Sería un excelente recuerdo. Algo a lo que agarrarse. Consultó el reloj. Ya era casi la hora de reunirse con él. Le dió las gracias a Gladys y se marchó. Lo vió estacionar y, cuando bajó de la camioneta, la expresión de su rostro era aún más sombría que anteriormente.

La Princesa: Capítulo 29

Agarró las bolsas con fuerza y alzó la barbilla. Ya había hecho suficientes tonterías aquella mañana. Si tenía preguntas, se las haría directamente a Pedro. No le quedaba mucho tiempo. Mientras caminaba le sorprendió la amabilidad de la gente, que se saludaban por la calle. Reinaba la tranquilidad. Un escaparate llamó la atención de Paula. Era una tienda de antigüedades. Glady's Antiques. Entró y contempló maravillada la gran cantidad de piezas y cachivaches.


—Hola, querida —dijo una mujer que inequívocamente debía de ser Gladys. Llevaba el pelo gris recogido en un moño y unas pequeñas gafas—. ¿La puedo ayudar a encontrar algo?


—Solo quería echar un vistazo, gracias.


—¿Por qué no me da esas bolsas? No me gustaría que golpeara algún objeto sin querer —dijo la señora acercándose. 


A Paula le recordó a una profesora que había tenido de niña. Amable, pero especial. Dejó las bolsas sobre el mostrador.


—He llegado hace poco al pueblo y estoy dando un paseo.


—Claro. Es la joven que se está quedando en Prairie Rose.


—¿Cómo lo sabe? —preguntó boquiabierta.


—Este es un sitio pequeño, las noticias vuelan —repuso guiñándole un ojo.


Sorprendentemente Paula no se sintió agobiada, sino que le agradó.


—Prairie Rose es un lugar precioso. Aunque todavía no he tenido mucho tiempo para enterarme de su historia —soltó tratando de no sentirse culpable por la intromisión—. Por lo que Pedro me ha contado el rancho lleva mucho tiempo perteneciendo a su familia.


—Sí, aunque no siempre han tenido caballos. Eso fue iniciativa de Horacio, el padre de Pedro. Era un hombre dedicado a los caballos en cuerpo y alma. Yo fui su maestra en la escuela, ¿Sabe?


Paula sonrió. Había estado en lo cierto, una maestra.


—Venga a ver esto —añadió Gladys—. Quizás le interese si se está quedando en el rancho. No es una antigüedad, pero tiene que ver con la historia de la familia —afirmó mostrándole una foto—. Éste es Pedro, ésta es Ana, su madre, Horacio, Ricardo y Clara Polcyk. Esto por supuesto fue antes de que…


El rostro de la señora se apagó y soltó un suspiro.


—¿Antes de? —preguntó Paula levantando la vista de la foto y fijándola en Gladys.


—Había pensado que Pedro se lo habría comentado. Su madre, su padre y los Polcyk tuvieron un accidente hace unos años. Ana y Ricardo murieron.


—¿Y su padre?


—Todavía está en una clínica. A Pedro le ha costado mucho volver a poner en funcionamiento Prairie Rose después de que todo se viniera abajo. El chico ha trabajado hasta matarse. Pero así es… —se detuvo y la miró por encima de las gafas—. Los hombres siempre lo han hecho en esta parte del país. Llevar un rancho es un trabajo muy duro. Pedro lo sabía y lo está haciendo muy bien, lo ha arreglado todo.


¿Un accidente? ¿Una clínica? Paula tenía muchas preguntas, pero no quería seguir haciéndoselas a Gladys. Quería preguntarle a Pedro a qué se había referido la mujer al decir que lo había arreglado todo. Quería saber por qué nunca había mencionado el accidente ni a su familia. Al menos ella había compartido parte de su pasado. Él ni siquiera había comentado que tuviera padre ni que viviera…


En ese momento cayó en la cuenta. Allí. Su padre vivía allí. Pedro se había hecho cargo de Prairie Rose. Ahí estaba el salto.


—Puede curiosear, querida, y pregúnteme lo que quiera. 

jueves, 24 de octubre de 2024

La Princesa: Capítulo 28

Paula estuvo a punto de decir: «Mira Pedro mi padre en realidad es el rey Miguel de Marazur, pero no lo he sabido hasta hace tres meses». Y estuvo a punto de echarse a reír al imaginar la expresión de su rostro, especialmente por todas las veces que la había llamado princesa.


—No, la verdad es que no soy de esas chicas que lo cuentan todo.


—De acuerdo, pues entonces nos hemos ganado un día libre de peleas y de trabajo. Tengo algunos recados que hacer y tengo que bajar de todas maneras. Te va a gustar venir. Hoy hay mercado y también hay tiendas que puedes visitar.


—Suena bien.


—Me gustaría salir en una hora.


—Estaré lista.


Pedro cerró la puerta y Paula volvió a su café.



Larch Valley era el típico pueblo grande del oeste. Estar allí era dar un paso atrás en el tiempo, tenía un aire antiguo y rural.


—Si quieres, te puedo dejar aquí. Si sigues esta calle, que es la principal, llegarás al mercado. Y en el camino te encontrarás con variastiendas.


—Puedo acompañarte. No me importa esperar —contestó. Pedro apartó la vista y miró por la ventanilla.


—Te aburrirías como una ostra.


Paula no tenía ganas de provocar otra bronca. No quería romper la tregua que tanto les había costado alcanzar. Tendría que encontrar respuestas en otro sitio.


—Vale. ¿Nos vemos luego en el mercado?


—En una hora más o menos.


Paula abrió la puerta de la camioneta y bajó. Él la despidió con la mano, pero no sonrió. Estaba claro que no tenía muchas ganas de hacer aquel recado pendiente. Caminó calle abajo. Estaba en el pueblo en el que Pedro había vivido toda la vida. Probablemente hubiera ido al colegio allí. Probablemente hubiera tenido novias allí. Chicas que conocería de siempre. Ella frunció el ceño, molesta por sus propios pensamientos. La vida amorosa de Pedro no tenía por qué afectarle. No había nada entre ellos. No podía haberlo. Se sentó en un banco. Tenía un trabajo maravilloso, dinero en los bolsillos, vivía en un palacio. ¿Por qué era tan infeliz? ¿Por qué de pronto se sentía como en casa caminando por una calle de Larch Valley? Era la primera vez que estaba allí. No era su sitio. Y Pedro ya se lo había dejadobien claro. No. Faltaban solo unos días para que regresara a Marazur. Y si Miguel estaba satisfecho con su trabajo, iba estar a cargo de una de las mejores caballerías de Europa. Eso era lo que ella quería. Era una forma sutil de quedar por encima de su padre, de demostrarle que se las había apañado perfectamente sin él. Iba a regresar y le iba a demostrar que era más que apta para el trabajo. Siempre había soñado con un puesto de tal categoría. Volvió a caminar y se detuvo delante de una pastelería. Empujó la puerta y sonó una campana.


—¡Ahora mismo voy! —dijo una voz, y enseguida apareció una mujer de unos treinta años delgada y sonriente—. ¿En qué puedo servirle?


—Pues quiero algo que sepa tan bien como huele la tienda — contestó sonriente.


—Me temo que va a tener que especificar un poco más —bromeó la pastelera.


—Sabía que me iba a decir eso —repuso tras soltar una risotada.


—Chocolate. Me gustaría algo con chocolate.


—Hay bizcocho de chocolate. Recién hecho, aún está caliente.


—De acuerdo —dijo, y se preguntó si a Pedro le gustaría—. Y…


—¿Y?


—¿Conoce a Pedro Alfonso? —soltó sin mayor preámbulo.


—Claro que lo conozco. Todo el mundo lo conoce.


Paula se dió cuenta de que se había puesto colorada como un tomate.


—Oh… —añadió la pastelera.


—Oh, no, no —intentó aclarar Paula rápidamente—. No es… Quiero decir que… Tenía que haber supuesto que lo conocía. Estamos en un pueblo. Quiero decir… —se quedó sin palabras. Dios, se estaba comportando como una estúpida. No sabía qué preguntar—. Estoy en Prairie Rose en viaje de negocios y he venido con él al pueblo. Le dije a la señora Polcyk que llevaría algo de compra, porque ella no se encuentra bien…


—¿Clara está enferma?


—Bueno, está algo resfriada.


—Esta mujer… Ya está otra vez trabajando demasiado. Le voy a dar un pan de hierbas y unos bollos para ella. Y después vaya al mercado y compre unas salchichas, aunque no estén en la lista, le encantan.


—Una última cosa —dijo Paula entretenida por la naturalidad de la conversación—. ¿Sabe si Pedro tiene algún capricho? La señora Polcyk siempre está cocinando y me gustaría que descansara al menos por un día.


La pastelera metió una caja de pasteles en la bolsa. 


—¿Conoce mucho a Pedro? —preguntó la pastelera. 


Paula intentó con todas sus fuerzas no ruborizarse.


—Estoy haciendo una visita de trabajo. Eso es todo.


—Entiendo. Pues mándele un saludo de Micaela y dígale que más le vale guardarme un baile en la fiesta de su rancho el próximo sábado.


¿Micaela? ¿Un baile? Paula forzó una sonrisa mientras su mente iba a toda velocidad.


—Lo haré. Gracias.


Una vez fuera, respirando el aire fresco de la mañana, se pregunt qué relación tendría la tal Micaela con Pedro y de qué baile había hablado. Aunque en realidad no era importante porque ya se habría marchado para entonces. 


La Princesa: Capítulo 27

Durante dos días Pedro y Paula mantuvieron una relación fría y cortés que consistió en examinar el ganado y negociar las tarifas. No hubo más insultos, ni bromas ni, desde luego, más besos. Ella nunca se hubiera imaginado que iba a tener ganas de regresar a Marazur y al palacio. Solo la culpa y una promesa la habían llevado allí, a parte de una oportunidad profesional única. No había aceptado el trabajo por lealtad a su padre precisamente. Su madre había esperado hasta sus últimos días para hablarle de Miguel. Cuando él había ido a Estados Unidos, Alejandra les había confesado a los dos que tenía una enfermedad terminal y que no quería que Paula estuviera sola. Cuando ella se había negado a irse con su padre, su madre le había señalado la reputación que le daría trabajar para unos establos como Navarro. Paula se lo había prometido, ¿Qué otra cosa podía haber hecho? Pero también le había dicho cosas… Cosas horribles… a Miguel. Y su madre había escuchado cada una de esas palabras, afiladas como cuchillos. Suspiró y tomó un trago de café. A pesar de lo que le había dicho a Miguel, él había insistido en que se fuera con él y le había confiado sus preciados establos. Había confiado en ella y en su trabajo y aún no entendía por qué. Era sábado, si hubiera estado en Virginia hubiera pasado medio día con los caballos y después hubiera salido un rato con sus amigos. Pero aquel sábado era diferente. Estaba atrapada en Prairie Rose sin dejar de pensar en Pedro. No era un plan muy productivo.


—¿Pau? —la voz de Pedro la sobresaltó. 


Quitó los pies de la silla y los puso en el suelo.


—¿Sí?


—Voy a ir al pueblo a última hora de la mañana. He pensado que quizás te apetezca salir. Ver un poco de civilización.


Era una invitación amable. Seguramente no hubiera sido iniciativa de Pedro, sino que la señora Polcyk se lo había sugerido. El ama de llaves estaba siendo realmente agradable con Paula y aquellos días estaba suavizando muchas tensiones. Quizás debiera ir al pueblo como muestra de agradecimiento.


—¿Va a venir la señora Polcyk? —preguntó. 


—No, está un poco resfriada y se va a quedar descansando — contestó él apostado en el quicio de la puerta. Estaba esperando una respuesta.


Aquel hombre escondía muchos secretos. Y estaba claro que no se iba a sentar a tomar un café con Paula para confesárselos. Sentía mucha curiosidad. Pedro había vivido en Larch Valley mucho tiempo, quizás si lo acompañaba podría obtener algunas respuestas.


—Vale. Si la señora Polcyk me hace una lista, puedo hacer la compra.


—Es muy amable por tu parte —reconoció él. Se hizo un silencio. Incómodo—. Pau, yo…


—Pedro…


Él dió un paso al frente, con el sombrero entre las manos.


—El otro día me pasé de la raya. Deliberadamente te insulté y te hice daño. Yo no soy así normalmente. Mi madre me hubiera dado una buena patada si se hubiese enterado de que he hablado así a una mujer.


Los labios de Paula temblaron levemente. Ah, las madres. ¿Acaso sabían el poder que tenían incluso después de haber muerto? Pensó en su propia madre. ¿Dónde estaría la madre de Pedro? No se atrevió a preguntar. La tregua era agradable, pero frágil y no quería romperla. Clavó su mirada en los ojos de él. Parecía sincero. Se estaba disculpando por lo que había dicho, pero no por lo que había hecho, y Paula se sintió de pronto alegre. Ella no había logrado arrepentirse de aquel beso, aunque hubiera sido una trampa. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que la habían besado así.


—Por lo visto nos estamos provocando constantemente sin ni siquiera proponérnoslo —dijo ella.


—Creo que los dos tenemos demasiadas cosas en la cabeza.


Paula se quedó pensando un instante y fue consciente de que estaba enfadada. Quería algo que no tenía, otro tipo de vida, y se ponía rabiosa. Quizás él también estuviera enfadado. Quizás nunca hubiera planeado aquella vida para él. Los papeles decían que había tomado el control del rancho años atrás, pero no explicaban por qué. No era la única con arrepentimientos y penas. ¿De qué se arrepentiría Pedro?


—¿Quieres hablar de ello, Pedro? ¿Quieres hablar de por qué estás tan enfadado? —le preguntó mirándole a los ojos.


—La verdad es que no. ¿Y tú? 

La Princesa: Capítulo 26

—Mi padre y mi madre se separaron cuando yo era aún bebé.


—¿Y sabes quién es? —insistió, a pesar de que una voz interior le decía que estaba presionando demasiado.


Paula inspiró profundamente. Por lo visto Pedro acababa de tocar un tema delicado. Bien. Para él el matrimonio tampoco era un tema fácil. Karen no lo había amado. Había amado una falsa idea que se había hecho de Pedro y, cuando se había dado cuenta de que no era real, había roto y se había marchado corriendo. Muy deprisa.


—Sí conozco a mi padre, sí. Y te digo que te estás poniendo muy impertinente con tanta pregunta molesta —dijo medio en broma.


—¿Y está casado? —insistió. 


Paula cerró los ojos y se ruborizó.


—¿Qué más te da?


—¿Y esa experiencia es la que te permite opinar sobre el matrimonio? No has crecido en uno y no lo has experimentado por tí misma —soltó Pedro bruscamente.


Paula se acercó a él.


—No necesitas que un tractor te pase por encima para saber que te va a doler —afirmó frente a él—. La gente se puede imaginar en distintas situaciones, buenas y malas, y soy lo suficientemente lista como para hacerme una idea de lo que es el matrimonio.


—¿De verdad?


Paula soltó un bufido de frustración.


—Sinceramente, Pedro, eres más cambiante que el viento. Estás bromeando, alegre y, un instante después, te conviertes en un auténtico monstruo. ¿Acaso nunca te has imaginado algo maravilloso sin haberlo vivido?


La mirada de Pedro se fijó en los labios de Pau. Claro que sí. En aquel preciso momento se estaba imaginando cómo sería besarla. Sentir el contacto de sus labios, escucharla suspirar contra él. Tocar su piel suave como la seda, abrazarla. ¿Tendría Pau razón? ¿Se habría vuelto tan cascarrabias?


—Quizás quieras volver al caballo para ir a casa —murmuró incapaz de apartar la mirada de aquella boca.


—¿Por qué? ¿Por qué estás a punto de soltarme una de las tuyas otra vez? ¿Vas a insultarme a mí o a mi familia? Te informo de que a estas alturas, soy ya casi inmune —bromeó.


—Maldita sea, Pau…


Ella soltó una carcajada y aquello hizo que Pedro perdiera el control. Le quitó la gorra y descubrió la cascada de rizos. Paula se quedó boquiabierta al sentir las manos de él sobre su pelo. La sorpresa en sus ojos pronto fue sustituida por algo nuevo. Pasión. Deseo. Pedro se dejó arrastrar por aquella mirada, inclinó la cabeza y la besó. Paula sintió los labios de él que no pedían, sino que exigían una respuesta. Eran unos labios seguros y hábiles, muy hábiles. Se agarrócon fuerza a él y se puso de puntillas para poder acariciarle los rizos de la nuca. Sus bocas se entreabrieron mientras el sombrero de Pedro los protegía a ambos del sol deslumbrante. Él mordió suavemente el labio inferior de Paula, quien sintió que un escalofrío le recorría todo el cuerpo.


—Estabas equivocada —dijo él en un tono de voz grave. 


Le dejó de acariciar el pelo que estaba completamente alborotado.


—Equivocada —contestó ella en un hilo de voz. Se aclaró la garganta—. ¿Equivocada en qué?


—Puedes imaginar lo que quieras, pero en raras ocasiones se cumplen las expectativas —soltó.


Paula se ruborizó. El insulto estaba bien claro. Acababa de cometer una tontería. Se había echado encima de él como si fuera irresistible. Pedro la había besado, se recordó a sí misma, no había sido al revés. Era él quien había dado el primer paso. Era él quien cambiaba de humor constantemente. Ella había mantenido la cabeza fría… La mayor parte del tiempo. Alzó la barbilla.


—Tú, Pedro Alfonso, eres malo —dijo. No estaba dispuesta a que nadie la tratara como a una tonta. Nunca más—. Has hecho esto a propósito. Bien, felicidades por haberte llevado el gato al agua. Puedes seguir siendo insoportable, tal y como te gusta —añadió. Se agachó, agarró la gorra y la sacudió—. Y de ahora en adelante vamos a limitarnos a hablar de tu ganado, ¿De acuerdo? Voy a preparar una propuesta sobre lo que he visto y después hablaremos de dinero. Para eso es para lo que vine y eso es lo que me voy a llevar conmigo.


—¿Dónde vas?


Paula lo miró con un pie en el estribo.


—Ya encontrarás a otra persona con la que discutir, desde luego no está recogido en mis obligaciones profesionales —afirmó con los ojos inundados de lágrimas de humillación. 


Montó en el caballo y se recogió de nuevo el pelo con la gorra. Espoleó a Bruce y comenzaron a galopar a través de la pradera en dirección a los establos. Pedro Alfonso la había tratado cornos si fuera tonta. Se sintió aliviada porque al menos no le había contado toda la verdad. ¡Lo único que quería en aquel momento era hacer bien su trabajo! Y después pillar el primer vuelo de regreso a su hogar. Bruce aminoró el paso y ella se fue relajando. Su hogar. Había pensado en Marazur como en su hogar. ¿Cómo era posible? 

La Princesa: Capítulo 25

 —¿Quieres ver la antigua casa? —preguntó para olvidarse de sus negros pensamientos. Ella asintió, a pesar de estar absorta en sus pensamientos. La muerte de su madre era algo reciente. Pedro quiso arrancarle una sonrisa—. Te echo una carrera.


Antes de que Pedro se diera cuenta, Paula ya había comenzado a cabalgar colina abajo. Espoleó a Ahab para que la alcanzara. Ella se agachó y apretó las rodillas contra el caballo a medida que iba ganando velocidad. Se estaba riendo. Pedro por fin la alcanzó y galoparon juntos sin parar de reírse. Así llegaron, en una nube de polvo, hasta las ruinas de la antigua casa.


—Me temo que estabas en lo cierto. Bruce no tenía posibilidades — afirmó Pedro.


—Ya, pero tiene un corazón valiente. ¿Verdad que sí, precioso? — preguntó ella aún entre jadeos. 


Después besó la cabeza del animal. Pedro detuvo a Ahab y se quedó cara a cara frente a Paula.


—¿Qué es este lugar? —preguntó ajustándose la gorra.


Pedro no pudo evitar volver a sonreír. Dios, estaba realmente guapa. Era una belleza natural, sin artificio. Le recordó a la belleza de la flor que había dado nombre al rancho. Una rosa salvaje. Hermosa y auténtica. Su melena contrastaba con la piel suave. Rozó la nariz de Paula.


—El sol está haciendo que te salgan pecas —dijo espontáneamente, y notó que ella se había sorprendido—. Perdón —murmuró dándose la vuelta. 


Estúpido, estúpido. ¡No tenía que haber tocado aquella deliciosa piel!


Paula se echó a reír.


—Soy terriblemente pálida para vivir en el Mediterráneo. Puedes echarle la culpa a las raíces irlandesas. Pelirroja, pálida y me quemo muy fácilmente, así que el truco está en echarme kilos de crema. Por lo visto hoy se me ha olvidado echarme en la nariz.


Pedro la imaginó dándose crema por los brazos y sintió un escalofrío. Entrecerró los ojos. La alusión a Marazur le recordó que Pau solo estaría allí unos días. Más le valía tenerlo presente y dejar de fantasear. Ella no era de allí. No tenía ni idea sobre Prairie Rose.


—Esta casa era de adobe, ¿No? —preguntó curiosa. 


Se bajó del caballo y se adentró en la ruina. Miró un instante a Pedro y él sintió que le daba un vuelco al corazón. Recordó que Karen había mirado a la casa con desprecio cuando se la había mostrado. Le había preguntado por qué conservaba un montón de barro en medio de la pradera. Sin embargo, Pau la estaba mirando como si fuera una joya, a pesar de que fuera exactamente lo que Karen había descrito: Un montón de barro en medio de la nada. Hubiera sido más sencillo si Pau no le hubiera prestado tanto interés.


—¿Quién vivió aquí?


Él se adelantó. No podía callarse aquella historia. Se la había contado su madre, a quien se la había contado antes su abuela.


—Mis tatarabuelos. Se establecieron en estas tierras a finales del siglo XIX. Vivieron en la casa de adobe que construyeron ellos mismos y criaron vacas.


—¿Puedes imaginar cómo sería vivir aquí? Dios mío, qué duro — comentó Paula desde el otro lado de la casa. El viento llevaba su voz—. Nos quejamos cuando nos quedamos sin electricidad unas horas. Y ellos vivían aquí y se querían aquí mismo, en una casa hecha de barro y paja. Es increíble, ¿No? Debes de estar muy orgulloso —dijo reapareciendo.


Tenía una sonrisa radiante.


—¿Orgulloso?


¿Orgulloso de una familia que había sido más pobre que las ratas? ¿De una familia que había sido tan tonta como para perderlo casi todo? Pedro desvió la mirada.


—Por supuesto, ¡Orgulloso! Piensa en lo fuertes que tuvieron que ser para quedarse. Y no me refiero solo al lugar, sino juntos. El matrimonio es…


Los latidos del corazón de Pedro se aceleraron. No podía saber nada de Karen. No había dicho nada que pudiera hacerla sospechar que había estado casado y dudaba que la señora Polcyk lo hubiera hecho.


—Quería decir que el matrimonio ya es lo suficientemente difícil como para tener que enfrentar más dificultades —añadió. 


Él sabía que un matrimonio podía llegar a convertirse en una pesadilla.


—¿Lo dices por…? —preguntó, pero no esperó a recibir respuesta—. ¿Has estado alguna vez casada, Pau? ¿Y tu madre? Me has hablado de ella, pero no de tu padre. Entiendo que tampoco has crecido en la típica familia feliz.


Ella lo miró fijamente de manera extraña. Como si estuviera a punto de hacerle preguntas que Pedro no quería responder.


—No conocía a mi padre, cuando crecí.


—¿Estaban divorciados?


Paula desvió la mirada.

martes, 22 de octubre de 2024

La Princesa: Capítulo 24

 —¿Tú? —soltó él impresionado.


—Llevo años metida en los establos. Primero montando, después ayudando a limpiar a los caballos. Mientras iba al instituto trabajaba media jornada y después me involucré más. El dueño se estaba empezando a meter en carreras y yo quería acción. Cambié la disciplina por la velocidad.


—Me sorprendes.


—Cuando mamá enfermó, ya era la segunda de abordo en las cuadras.


—¿Entonces por qué te marchaste? —preguntó Pedro. 


Paula no pudo mirarlo. No sabía qué contar y qué no.


—Le había hecho una promesa a mi madre. Ella quería que conociera otras cosas en la vida y le prometí que lo haría. No me puedo echar atrás. Me…


De repente la angustia volvió a invadirla. Mientras su madre había estado viva no se había dado cuenta de lo importante que era para ella y de la fuerza que le transmitía. Y cuando se había ido, Paula se había quedado sin suelo bajo los pies. Hubiera dado cualquier cosa por volver a hablar con ella. Le hubiera pedido disculpas por las cosas que le había dicho al final. Unas palabras de las que siempre se arrepentiría. Había estado tan enfadada. Tan rabiosa contra su madre por haberla engañado. Y también contra Miguel por no pedirle nada en absoluto. Había sido como si a él no le importara lo que ella hiciera. Siempre tan afable y tranquilo que se había sentido inútil. Superficial.


—Yo sé bastante sobre promesas. Aunque a veces sean duras. Y seguro que tu madre estaría contenta si te viera cumplirla, Pau.


Ella lo miró con los ojos inundados de lágrimas. Recordó cuando su madre le había hablado por primera vez de Miguel. Cuando le había dicho que había invitado al rey a los Estados Unidos para que conociera a Paula. La respuesta que ella le había soltado… Era incapaz de repetir aquellas palabras. También recordó cuando su madre les había contado a ella y a su padre que se estaba muriendo. Paula había sentido rabia y desolación, de alguna manera se había sentido manipulada. Después había pedido perdón, pero no podía remediar lo que ya había dicho. Cuando su madre le había hecho prometer que iría a Marazur no le había quedado más opción que aceptar. De hecho, el día después del funeral se había alegrado de marcharse. 


—Es lo único que me pidió en la vida. No había opción a decir que no —explicó.


Al ver las lágrimas, Pedro quiso abrazar a Paula tal y como había hecho en el establo. Ella no tenía la culpa de que él hubiera estado enfadado. Llevaba demasiado tiempo enfadado, ya casi ni recordaba cómo era vivir con otro estado de ánimo. Y sin embargo… había momentos en los que se sorprendía a sí mismo buscando a Paula y de alguna manera ella saltaba sus barreras.


—Siento mucho lo de tu madre, Pau.


—No quiero ponerme otra vez a llorar —contestó ella limpiándose las lágrimas—. Me has sacado a dar un paseo y yo me pongo a llorar como una chiquilla.


Un chiquilla, eso era verdad. Aquellas pecas sobre la nariz y los pechos redondos bajo la camiseta. Aquel día Pau estaba más natural. ¿Una princesa? Probablemente no, pero no menos seductora. La mata de pelo rojizo recogida en la gorra, los vaqueros desgastados y una camiseta oscura que resaltaba la palidez de su piel. Era delicada. Maldición. Aquellos pensamientos solo le traerían problemas. Y cada vez se sentía mejor con ella, al menos más seguro de sus competencias profesionales. Había sido honesta y le había demostrado que sabía lo que quería. Era una mujer que entendía de caballos. Lo había demostrado al diagnosticar a Pretty. A Pedro le gustaba pensar que él también hubiera hecho ese diagnóstico, pero no estaba tan seguro. Miró los dedos largos de Pau, sintió la tentación de acariciarlos, pero sabía que no era lo correcto. Pau se había ganado un buen paseo por el rancho y él necesitaba un descanso. La visita al pueblo del día anterior no había sido plato de buen gusto. Se alegró de que ella no le hubiera preguntado que a qué iba. Detalles. Detalles que requerían atención y que le recordaban la gran responsabilidad que tenía. De alguna manera ella le recordaba que la vida era algo más que responsabilidades. Pedro podía engañarse a sí mismo y decirse que enseñarle sus tierras era parte del trabajo. Sin embargo lo cierto era que necesitaba relajarse y quería hacerlo con ella. Pau se sentía libre y feliz. Pedro lo vió en su mirada. No era algo que a él le pasara a menudo, pero sí le recordó que Prairie Rose era una obra de amor más que de obligación. 

La Princesa: Capítulo 23

 —Pedro, yo… —tragó saliva—. Mira, yo intento obtener un juicio de lo que observo. Y, sí, es cierto, también necesito conocer a quien está dirigiendo Prairie Rose. Es importante. Lo que no quiere decir que necesite saber todos los detalles —dijo mirándolo. 


Dios, era tan guapo. Y algo más. Era un tipo fuerte. No sabía a qué se estaba enfrentando, pero obviamente lo estaba haciendo de frente. Y a Paula le gustaba.


—Yo dirijo Prairie Rose solo.


Era el momento de preguntarle sobre su padre, pero ¿Y si él le preguntaba por el suyo?


—Creo que eres un hombre bueno, Pedro, y que estás enteramente dedicado al rancho. En realidad eso es todo lo que tengo que saber.


Acarició a Bruce y salieron del establo. Quizás eso fuera todo lo que tenía que saber, aunque no era todo lo que deseaba saber. Quería saber sobre su familia y allegados. ¿Dónde estaba la familia de Pedro? La señora Polcyk era solo una parte de ella. No obstante, Paula era consciente de que cualquier información la tendría que obtener directamente de Pedro. No iba a cotillear, no estaba dispuesta a caer tan bajo. Él la alcanzó segundos después. Estaba montando el caballo del que Paula se había encaprichado. Al instante se puso a cabalgar. Había nacido para montar a caballo, lo hacía con total soltura.


—Vale, ahora estoy celosa —confesó. 


Pedro le soltó una sonrisa.


Paula se dió cuenta de que le gustaba mucho Pedro cuando estaba en su elemento. Estaba más relajado, menos en guardia. A ella le pasaba lo mismo. En cuanto se subía a un caballo, los problemas desaparecían. Se sentía ella misma.


—Ahab es mi orgullo y mi alegría.


Era un caballo grande y lustroso. No era un caballo corriente. Por la forma en que se movía dedujo que era ágil y fuerte. Exactamente lo que Navarro estaba buscando.


—Entonces supongo que no estará en venta —dijo.


—No. No está en venta. ¿Quieres ir allí? —preguntó señalando con la barbilla una pradera.


—Vale. Aunque dudo que Bruce y yo seamos capaces de seguiros.


—No subestimes a Bruce. Tiene un corazón muy competitivo.


Cabalgaron en silencio mientras Paula disfrutaba cada segundo de aquella sensación de libertad. Tuvo por un instante la impresión de estar empezando una nueva vida. Menuda tontería. Acababa de empezar una nueva vida y estaba muy lejos de allí. Fijó su mirada en las anchas espaldas de Pedro. No podía dejar de intentar descifrar su comportamiento, sus cambios de humor. Él se detuvo junto a una valla, contempló el horizonte y suspiró. Ella respondió de la misma manera. En Marazur había intentado buscar la misma sensación de libertad, sin embargo había fracasado. Cada vez que había salido a cabalgar a los acantilados, los guardaespaldas la habían seguido por orden de su padre. En aquel instante nadie la seguía. Paula era libre. ¿Cómo sería vivir siempre en Prairie Rose? ¿Estar con Pedro? Se humedeció los labios. Quizás fuera más sencillo imaginarlo si pudiera comprender a aquel hombre. Se detuvo a su lado.


—Has ido pegada a mí todo el camino, princesa.


Paula cerró los ojos y respiró.


—Qué va, vaquero. Cuando tenía ocho años mi madre finalmente decidió que tenía que hacer algo conmigo y empecé a recibir clases en Oak. Hasta que fui adolescente montaba mucho a caballo por placer. Después empecé a trabajar… 

La Princesa: Capítulo 22

Pedro se inclinó sobre la oreja del caballo y le susurró algo. El caballo le apartó.


—Bruce dice que no tanto como le gustaría.


Paula no pudo evitarlo… Se echó a reír. No se hubiera imaginado que Pedro tuviera un lado tan juguetón.


—Bueno, ¿A qué se debe este cambio de humor? No has estado… No parecías muy contento con mi visita, por decirlo suavemente. Ni de que te aconsejara sobre Pretty —comentó Paula mientras caminaban.


Pedro se plantó delante de ella y le entregó las riendas del caballo.


—He estado muy desagradable. Lo siento. Normalmente no soy tan gruñón. Ni tan cerrado de mente —afirmó. El caso es que parecía que estaba siendo sincero. La miró con seriedad.


—Pellízcame, ¿Me ha parecido oír una disculpa?


—Debe de haber sido el viento.


Bruce se estaba empezando a impacientar y empujó el hombro de Paula con el morro. Ella perdió el equilibrio y Pedro la sostuvo por los codos.


—Pau, yo… —se aclaró la garganta—. Yo lo siento todo mucho. Lo de tu madre, haber sido tan brusco contigo y haberte prejuzgado. Normalmente no soy tan difícil.


Los ojos de Paula se posaron en sus labios. Eran carnosos y perfectos. Aquello era una locura. Tenía que hacer algo para soltarse de aquellos brazos antes de que cometiera una tontería.


—¿Ah, no? —logró decir con algo de malicia para que él la soltara, pero no lo hizo. Los dos estaban alargando aquella situación, los dos…


Paula se mordió el labio mientras clavaba sus ojos en los de él. Los dos estaban esperando. Esperando a que uno de ellos diera el primer paso. Sabía que ella no podía ser. Se relajó y dió un paso atrás para que él la dejara marchar. Quizás prefiriera al Pedro insoportable, mantener las distancias con él era mucho más sencillo. Porque aquel Pedro, el cariñoso y humano, era un hombre al que le daban ganas de conocer. Y eso implicaba revelarle cosas de su vida que no quería que supiera.


—No, no suelo ser así —contestó con voz ronca antes de soltarla. Aquel tono tan íntimo hizo que Paula deseara volver a estar entre sus brazos.


—¿Entonces por qué has estado así? ¿Por qué me has juzgado tan duramente? 


Pedro se giró hacia el caballo.


—Súbete. No eres tan alta y tengo que ajustar los estribos.


Paula era consciente de que, si le presionaba, no obtendría respuestas, así que se subió al caballo. Desde arriba observó cómo los dedos hábiles de él acortaban las correas.


—¿Por qué estabas tan enfadado conmigo? —preguntó con suavidad, necesitaba saber el motivo. Acababa de descubrir que podía ser amable y divertido. Quería creer que ése era el verdadero Pedro y no una excepción.


—Ahora mismo tengo mucha presión. Y… no me gusta que la gente husmee en mi vida.


—¿Por qué no? Pensaba que todos los vaqueros eran tipos sencillos —añadió Paula. Se moría de ganas de ver la expresión de su rostro, pero el sombrero se lo impedía.


—Yo no soy tan complicado. Lo que no quiere decir que la vida no me haya traído complicaciones. Que por otro lado no pretendo divulgar. Todavía tengo que lidiar con ellas —afirmó, y la miró a los ojos—. ¿O acaso tú no tienes secretos, Pau? —preguntó posando la mano en labota de ella.


Paula tenía tantas ganas de hacerle mil preguntas, pero no tenía ningún derecho. Él ya no la estaba molestando. No estaba flirteando. Aquello era más profundo. Sintió la tentación de acariciar aquel rostro, aunque solo fuera una vez. Acariciar la marca que le dejaba el ceño fruncido, signo inequívoco de preocupación. ¿A qué se estaría enfrentando que le causaba tanto sufrimiento? ¿Tendría que ver con cuando se había hecho cargo del rancho? ¿Con que la firma de su padre hubiera dejado de aparecer en los archivos oficiales? Se contuvo. Pedro tenía derecho a tener sus secretos igual que ella. Y además no formaba parte del plan intimar con él. A pesar de los deseos de acariciarlo. Quizás tuviera que saberlo, pero no de aquella forma.


—Entonces, estamos de acuerdo en algo, Pedro. Yo no estoy aquí para hurgar en tu pasado. Estoy aquí solo para forjar una alianza, si tú lo deseas. Entre Prairie Rose y Navarro. La operación que realicemos beneficiará a ambos, ¿No te parece? Cuando revisé tus archivos quería ponerme al día, eso es todo. No lo hice con ninguna otra intención.


—Vale —contestó él dejando de tocarla.

La Princesa: Capítulo 21

No podía permitir que la opinión de él le importara tanto. Se iba a marchar enseguida de allí. Solo le haría daño y ya había sufrido bastante.


—De nada —contestó antes de salir.


—He ensillado el caballo castrado para tí.


Paula se dió la vuelta al oír la voz de Pedro en el pasillo. El día anterior había estado conociendo el rancho más en profundidad. Él había estado un poco más amable y respetuoso. La noche anterior durante la cena había estado muy callado, pero al final le había propuesto dar un paseo a caballo por sus tierras para que conociera mejor el lugar. No había dicho más, sin embargo ella se lo había tomado como una señal de aprobación. Como si se hubiera dado cuenta de que estaba realizando su trabajo correctamente. No obstante al ver que había elegido un caballo viejo y castrado para ella, lo dudó. 


—¿De verdad? —preguntó decepcionada. Estaba encaprichada con un caballo majestuoso que había visto.


Pedro sacó el caballo, que no estaba mal, pero parecía manso. Demasiado manso para Paula. Quería sentir el viento en el pelo y el poderío de un caballo. Apretó los dientes. Si pensaba que un castrado era lo mejor para ella, seguían sin ir por buen camino.


—Si crees que no puedo manejar un caballo con más brío, piénsalo de nuevo.


Pedro sonrió.


—¿Sabes una cosa, Pau? Tengo la impresión de que la vida nunca es aburrida contigo. Tienes la necesidad de desafiar cualquier decisión.


—¿Y eso te divierte? —preguntó con los brazos enjarras. La sonrisa de Pedro era irresistible, pero tenía muchos cambios de humor—. Ayer tuviste suerte de que desafiara la opinión de tus hombres.


—Lo sé. Te diste cuenta de algo que a ellos se les había pasado. Te estoy agradecido —dijo con seriedad.


—¿Pero todavía no me confías a tus mejores caballos? ¿Acaso piensas que no puedo controlarlos?


—¡En absoluto! Dios, intentas hacerle un favor a una chica y ella solo ve una ofensa. ¡Mujeres!


Paula abrió la boca para responder, pero la cerró. La estaba provocando otra vez. Pedro Alfonso estaba utilizando el viejo truco de discutir para flirtear con ella. Y era tentador.


—Pensaba que después del incidente con Pretty te habrías dado cuenta de que la forma de ganar puntos conmigo era tratarme como a una igual, no como a una niña consentida.


En los labios de Pedro se dibujó una sonrisa.


—¿Has oído, Bruce? —preguntó mirando al caballo—. Creo que acaba de cuestionar tu virilidad. Y en este caso mis intenciones eran buenas —dijo, y después suspiró—. Bruce necesita hacer un poco de ejercicio y está triste porque hace tiempo que no sale. Piensa que la edad debería haberle dado un estatus. Y a mí hoy se me había ocurrido que lo contentaría si lo ofrecía a una chica bonita. Pero quizás me haya equivocado.


Paula no pudo evitar pensar que la señora Polcyk le había echado algo a Pedro en el café aquella mañana. No paraba de hacer bromas y de coquetear como si nunca se hubieran peleado.


—¿Sueles utilizar ese método a menudo? 

jueves, 17 de octubre de 2024

La Princesa: Capítulo 20

 —Mi confianza hay que ganársela. Y yo no confío fácilmente en la gente, sobre todo si lo que está en juego es mi sustento. Tu relación con el rey es lo único que te mantiene aquí, quiero que seas consciente de ello. Tienes razón cuando dices que no eres lo que yo esperaba. Es cierto qué me sorprendí al ver que Navarro enviaba a una mujer muy joven y guapa para cerrar un trato tan importante. Ésa fue la primera señal. Después te sorprendí husmeando la primera noche. Segunda señal. Y después te empeñaste en ver todos mis archivos. Conozco a la gente como tú. Están más interesados en los papeles y en la apariencia de las cosas que en la realidad. Esto es la realidad —dijo extendiendo el brazo— . Y es el último sitio al que has venido, no al primero.


Paula inspiró y expiró lentamente. Sabía que no le convenía explotar de nuevo y aún se estaba recuperando de que la hubiera llamado «Joven y guapa». Se esforzó por dejar a un lado la vanidad femenina, su género y su edad eran irrelevantes.


—El hecho de que haya abordado la operación de forma distinta a la tuya no quiere decir que el mío sea un enfoque incorrecto. Y no quiere decir que no sepa lo que estoy haciendo. Si tienes en cuenta la opinión de esos hombres y no la mía, más adelante tendrás problemas. ¿Quieres una oportunidad para confiar en mí? Aquí la tienes.


—De acuerdo. ¿Qué te hace pensar que están equivocados?


—Les he pedido que la hicieran trotar. No es evidente, pero si te fijas, te darás cuenta. Creo que está teniendo una infección, la pezuña está caliente y tiene síntomas.


Pedro la miró fijamente, sentía curiosidad, pero no estaba completamente convencido. Era el momento de demostrarle que sabía de qué estaba hablando.


—No tienes por qué creer mi palabra. Puedes verlo con tus propios ojos —añadió antes de hacer trotar a la yegua. Le señaló el leve movimiento de cabeza cada vez que movía la pezuña afectada—. No es mucho, pero la pezuña está caliente. Más caliente que las otras. Lo he medido con la misma mano para estar segura. No me lo estoy inventando, Pedro.


—Tienes razón —contestó él tras tocar las pezuñas del animal.


—Gracias.


—Supongo que ahora esperarás que te pida disculpas por lo que he dicho antes.


—Me da la sensación de que no eres de los que piden disculpas — respondió sonriendo irónicamente. Alzó la barbilla—. Estabas hablando en serio. Y yo también.


—Entonces no te pediré perdón si tú no me lo pides a mí —añadió él con una mirada más cálida.


—Bueno.


—¿Basta si reconozco que tenías razón sobre la yegua y que sabes más de lo que en principio creí?


—Eso es suficiente —dijo ella con una media sonrisa.


Pedro dió un paso adelante y Paula se preguntó si la iría a tocar. Quería que la tocara. A pesar de las duras palabras que se habían intercambiado. Sin embargo él acarició a la yegua.


—Entonces, en tu opinión, lo que necesita ¿Es…? —preguntó él.


—Antibióticos y antiinflamatorios. Quizás durante cinco días. Si no funciona, llama a la veterinaria. Aunque creo que bastará.


—Estoy de acuerdo.


Había llegado el momento de desaparecer del establo. Si le había resultado difícil discutir con Pedro, le estaba resultando aún más complicado estar allí de pie y ocultar su atracción. No podía separarse de él. ¿Por qué? Asintió y comenzó a caminar.


—Pau —oyó. Se dio la vuelta y vió cómo Pedro la miraba intensamente—. Gracias.


Pedro no iba a valorar su conocimiento, tenía que conformarse con que le diera las gracias. Sin embargo, Paula quería más. En el fondo deseaba que reconociera no solo sus conocimientos, sino a ella.

La Princesa: Capítulo 19

 —Bueno, señorita Chaves, a menos que nos lo diga el señor Alfonso…


—¿Sabe una cosa? ¿Quiere saltarse una visita de la veterinaria y ser el responsable de que una yegua se quede mal? ¿Una yegua ganadora? A mí no me gustaría que recayera el enfado del señor Alfonso sobre mí cuando se enterara de que ha quedado lisiada para siempre por haber sido un vago y haber elegido un atajo en vez del camino correcto — declaró. 


Se metió las manos en los bolsillos.


El hombre la miró fijamente. Paula sabía que tenía razón y que el hecho de haber nombrado a Pedro había hecho dudar a los hombres.


—Creo que puedo hacer lo que me pide. Aunque se va a dar cuenta de que la yegua está bien —contestó el hombre y miró a su compañero— . Dale más cuerda y haz que se mueva.


Paula observó con detalle a la yegua. Al verla regresar notó algo, pero quiso asegurarse.


—Dele un par de vueltas más, por favor —pidió. Al verla por detrás no tuvo duda—. Esta yegua está todavía herida.


—Yo no he visto nada.


—Entonces está ciego. Observe cómo levanta la cabeza. No es mucho, pero ahí está —dijo antes de acercarse a la yegua y acariciarle el morro—. Hola, chica, ¿Cómo estás?


—El señor Alfonso no quiere que haya extraños dentro de sus establos —dijo Antonio acercándose a ella.


—¿Y qué piensa sobre la incompetencia? —replicó fríamente—. Sujétela un momento.


Paula se agachó para inspeccionar las patas de la yegua.


—¿Qué está pasando aquí? —la voz de Pedro sobresaltó a Paula quien se puso en pie, pero enseguida se agachó y continuó con lo que estaba haciendo—. Antonio, ¿Qué pasa? —insistió en un tono duro.


Paula hizo acopio de fuerzas porque supo que las iba a necesitar.


—Esta señora ha entrado aquí y ha empezado a dar órdenes. Ya la he advertido que no te gustaría.


Paula se puso en pie y se limpió las manos en los vaqueros.


—Hola, Pedro —dijo ella tratando de sonar casual sin conseguirlo.


—Pensaba que estabas en el despacho revisando papeles.


—Sí, pero ya he acabado. He salido a dar un paseo y he acabado aquí. Un buen sitio. 


—¿Ah, sí? —preguntó furioso. 


Paula se echó a temblar.


—Sí. Tus hombres iban a despachar ya a Pretty Piece. Y eso hubiera sido un gran error.


—Porque tú lo digas —soltó él.


—¡Tú dirías lo mismo si me escucharas dos minutos! —gritó Paula.


Antonio y su compañero se echaron atrás despacio. Pedro la miró con condescendencia.


—Mira, Antonio y Javier llevan años en Prairie Rose. Confío en sus decisiones.


—¿Entonces ni siquiera vas a escuchar lo que quiero decirte? ¡Eres un arrogante! ¿Vas a poner en peligro a una yegua herida solo por orgullo? ¿Eres incapaz de aceptar el consejo de una mocosa como yo?


—¿Mocosa? —repitió él.


—Cállate —soltó ella controlándose para no decir una ristra de palabrotas. Había perdido el control, pero tenía que contarle lo que sucedía—. ¿Por qué piensas que no sé lo que estoy haciendo? ¿Porque soy joven? ¿Porque soy mujer? En cuanto me viste aparecer aquí me pusiste una etiqueta y me has encasillado. Me has juzgado y te has convencido de que no tengo nada valioso que aportar. Me habrías dicho que me largara si no tuviera que ver con el rey Miguel. ¿Y sabes en qué te convierte eso? —preguntó con la mirada encendida. Pedro estaba boquiabierto—. En un buen chico de los de antes. En un machista. He visto miles en este negocio. Pero eso nunca me ha detenido y no me va a detener ahora. Soy buena en lo mío. ¡Soy muy buena! ¡Me he ganado estar donde estoy y lo sé aunque nadie me lo reconozca!


Después de soltar todo aquello se sintió mucho mejor. Durante meses había estado preocupada por comportarse como la hija de Alejandra, la princesa Paula. Como si lo que era realmente en su interior no fuera importante. Como si todo el trabajo que había realizado durante años no fuera nada comparado con una promesa.


—¿Has terminado? —preguntó Pedro. 


Ella asintió.


—Por el momento —repuso.


Pedro dió un paso adelante. Antonio y Javier habían desaparecido. Los latidos del corazón de Lucy se aceleraron al sentir el cuerpo de él tan cerca. 

La Princesa: Capítulo 18

 —Y así fue. Pero ¿Por qué te contrató? Él no te conocía realmente, ¿No?


—No, nunca lo había visto antes —contestó con un nudo en la garganta. Pero no podía callarse, tenía cuatro ojos fijos sobre ella. Forzó otra sonrisa—. ¿Quién sabe por qué hacemos a veces las cosas? Lo importante es que decidió contratarme y por el momento no se ha arrepentido. Soy buena en lo mío. Tengo buen ojo.


Ya estaba. Lo había hecho. Había contado una historia sin que Pedro hubiera quedado encima de ella. No podía llevarle la contraria, además Paula no se parecía en nada a su padre.


—Una ensalada estupenda, como siempre —declaró Pedro levantándose de la mesa.


—¿No te quedas al postre? —preguntó la cocinera. Él negó con la cabeza y se puso el sombrero.


—No, gracias. Tengo cosas que hacer. Después comeré un poco. 


—¿Te echo una mano? —le ofreció Paula, pero él negó con la cabeza.


—No, disfruta de la tarde. Mañana tendrás todo el despacho para tí, yo tengo que salir del rancho.


Y sin mediar más palabra se marchó. 


Paula ya había revisado suficientes papeles. Recogió la mesa y puso punto final a su consulta. No había encontrado ningún documento del año de inactividad en el rancho. Se puso las botas en la puerta. Quizás visitara a Pretty y le llevara una manzana. La pobre había estado encerrada como ella en un precioso día de verano. El cielo estaba completamente despejado y el aire era muy seco. Respiró profundamente y agradeció estar sola. Era una soledad agradable y distinta a la que había sentido en Marazur, donde se aislaba en los establos para no estar constantemente rodeada de gente. A pesar de la hosquedad de Pedro, Prairie Rose le resultaba un lugar más acogedor que los establos Navarro. La soledad no tenía que ver con que hubiera gente o no, sino con sentir que se había encontrado un lugar propio en el mundo. Ella estaba viviendo en un palacio cuyos habitantes eran unos desconocidos. Trembling Oak había sido el lugar de Paula en el mundo y Prairie Rose era el espacio más parecido en el que había estado desde su marcha. No encontró a Pretty en su casilla en el establo. Caminó sobre la paja y llegó hasta el ruedo. Allí estaba Pretty en el centro atada con una cuerda larga acompañada de dos hombres. La sonrisa de Paula se evaporó.


—Parece que está bien, Antonio. Quizás debamos llamar a Marta y que se ahorre el viaje. No pasa nada porque salga ahora un rato —le dijo uno de los hombres al otro.


Paula se acercó con la mirada fija en la yegua. Marta era la veterinaria. Hacía solo dos días que Pretty se había golpeado. ¿Sabría Pedro lo que aquellos hombres estaban a punto de hacer? La veterinaria tenía que ver a Pretty antes de soltarla. O al menos tenía que ser él quien diera esa orden.


—Suéltele cuerda y hágala trotar —ordenó desde el otro lado del ruedo. Los dos hombres se volvieron hacia ella, quien caminaba hacia delante.


—¿Perdone?


—Ya me ha oído. Dele más cuerda y hágala trotar.


—¿Y usted es…? —dijo el que supuestamente era Antonio. Se llevó la mano al sombrero en señal de saludo pero su mirada era gélida.


—Pau Chaves—contestó cuando estuvo junto a ellos. 


Su nombre no les decía nada. 

La Princesa: Capítulo 17

 —¿Puedo hacer algo para ayudar? —preguntó Paula en la cocina logrando no ruborizarse. Pedro estaba friendo unos filetes. La señora Polcyk entró en la cocina con una bandeja de cubiertos y platos—. Deje que yo me encargue de eso —insistió—. Me siento tonta sin hacer nada.


—¿Cómo te gusta la carne? —le preguntó él. 


—Medio hecha —respondió aún rendida ante los encantos de aquel vaquero rudo.


 Él asintió. Llevaba puesto el sombrero así que no podía ver la expresión de sus ojos. Estaba deseando que hubiera una tregua. En realidad Paula necesitaba un aliado, un amigo después de tanta soledad. Terminó de colocar los platos y se acercó a él.


—Pedro —dijo posando la mano en el brazo de él. Era fuerte y cálido. Tragó saliva y se forzó a mirarlo a los ojos. Estaba intentando ponerse en su lugar, no quería ser egoísta. Ella no era la única que había sufrido. Necesitaba pedir disculpas para que pudieran empezar de nuevo—. Esta mañana no he querido crear más tensión. Yo… Solo quería ver tus archivos para contextualizar lo que observe de ahora en adelante. Quiero tomar la mejor decisión para Navarro y eso significa obtener la mayor información posible. Espero que entiendas que he venido para eso. No estaba intentando… Bueno, no sé. Lo único que quiero que sepas es que no pretendo dañar en absoluto a Prairie Rose —«Ni a tí», pensó.


Durante unos segundos se miraron fijamente, solo el trino de un pájaro rompió el silencio. Paula seguía tocándolo y tuvo tantas ganas de besarlo como la noche anterior. Se humedeció los labios… Besar al gran Pedro Alfonso… Contuvo el aliento y Pedro dió un paso atrás rompiendo el contacto entre ellos.


—Sí, bueno, en mi opinión lo importante desde luego no está en los papeles. Le queda mucho para lograr mi confianza, señorita Chaves.


La noche anterior había sido Pau, pero de nuevo volvía a llamarlapor su apellido. Quizás fuera lo mejor.


—¿Confías en mí… En el rey Miguel?


—No lo sé.


Paula dió un paso atrás. No sabía cómo reaccionar. La señora Polcyk regresó y dejó unas ensaladas sobre la mesa, parecía ajena a la tensión que había en el ambiente.


—¿Están listos los filetes, Pedro?


—Falta un poco.


—¿Puedo hacer algo? —le preguntó Paula de nuevo al ama de llaves.


—Nada, querida. En cuanto esté la carne, nos sentaremos a cenar. Bueno, mira, la cerveza de Pedro se ha acabado, puedes sacarle otra y una para mí, si no te importa. Con este calor… 


Paula fue a la nevera y los oyó discutir, aunque no entendió lo que decían. Cuando regresó la señora Polcyk estaba sentada satisfecha. Le dió la cerveza a Pedro.


—Gracias —respondió él forzando una sonrisa. Sirvieron los platos y comieron un buen rato en silencio.


—¿Y cómo conociste al rey Miguel, Pau? —preguntó de repente la señora Polcyk.


Ella estuvo tentada a contar toda la verdad, pero sabía que era la forma de perder la confianza de Pedro por completo. Mientras reflexionaba sobre qué respuesta dar, él dejó de comer.


—Sí, Pau, exactamente, ¿Cómo conociste al rey? —insistió él mirándola fijamente. La habían pillado y no le quedaba más opción que decir la verdad, pero sin desvelarla completamente.


—Él conocía a mi madre —contestó finalmente intentando mostrarse relajada sin lograrlo. Si hubieran sabido lo incómoda que se sentía, quizás hubieran dejado de hacerle preguntas. Forzó una sonrisa. No estaba dispuesta a que Pedro le comiera el terreno—. El rey siempre ha estado interesado en los caballos. Como ya les mencioné, crecí en Virginia y mi madre llevaba la oficina de Trembling Oak. Allí conoció a Miguel, que aún era príncipe, en uno de sus viajes. Yo llevaba años trabajando en los establos. Cuando mi madre enfermó, pensó que me convenía viajar y conocer mundo. Pensó que quizás el rey Miguel podría contratarme en Marazur. Era una oportunidad de viajar y trabajar en lo que realmente amo. 

martes, 15 de octubre de 2024

La Princesa: Capítulo 16

 —Lo sé —repuso tomando la mano de Paula—. Lo importante es que él quiere que este trato funcione. Lo necesita para que tengamos un nombre y la alianza con ustedes, nos lo daría.


—¿Entonces por qué no deja de enfrentarse a mí? Me ha bastado estar aquí veinticuatro horas para saber que, si yo digo negro, él dirá blanco.


—Porque lo único que le importa más que la alianza con el rey Miguel es proteger lo que ama —aclaró tras recoger las dos tazas vacías—. Si intuye que puedes ser una amenaza en cualquier sentido para Prairie Rose, entonces no tendrá problema en elegir. Lo ha dado todo por este rancho —la mirada de la mujer se fijó en la ventana y le tembló levemente el labio—. Quizás demasiado —se aclaró la garganta y miró a Paula—. Ya es hora de que vayas al despacho. Está al final del pasillo. Pedro lo tendrá todo listo, a pesar de su comportamiento de esta mañana.


Paula accedió aunque en aquel momento tenía más preguntas que respuestas. ¿Qué habría sacrificado Pedro por el rancho? ¿Qué amenazas habría sufrido? ¿Qué era lo que le hacía construir un muro a su alrededor cada vez que ella se acercaba? Miró la puerta cerrada del despacho. Quizás obtuviera más información revisando el archivo aquella mañana de la que le habían dado Pedro o el ama de llaves. Se frotó los ojos. Los tenía irritados por el calor. Llevaba todo el día revisando papeles y estaba impresionada. La mejora del rancho aquellos años era innegable. Pedro había tomado las decisiones correctas en la mayor parte de los casos. Había apostado por mantener líneas de sangre puras. Era una forma tradicional de hacer las cosas y a él le estaba funcionando. Cerró la última carpeta y consultó el reloj. Eran casi las seis. El tiempo se le había pasado volando. Miró a su alrededor y contempló el lío de notas que había montado. Tenía que dejar el despacho tan organizado como lo había encontrado. Mientras estaba ordenando se dio cuenta de que se le había pasado una carpeta que estaba dentro de otra. La abrió y la repasó rápidamente. Aquel historial era  más antiguo que el resto. Todo lo que había revisado era de los seis años anteriores, pero el último era de ocho años atrás y la firma no era la de Pedro, sino la de Horacio Alfonso.  Después había unas hojas con la firma de Pedro, pero la fecha de los documentos era de nuevo de seis años atrás. Había un salto de un año, casi un año de historiales perdidos. Paula sabía que era imposible que Pedro no hubiera realizado ninguna transacción en aquel periodo. Era como si… Se mordió el labio superior. Era como si el rancho hubiera dejado de existir durante todo un año. Se preguntó qué le dirían los archivos del banco, aunque sabía que no tenía acceso a ellos y que Pedro no se lo facilitaría. Oyó una puerta y cerró la carpeta. La puso debajo de las demás. Estaba poniendo un clip en sus notas cuando él entró en el despacho.


—¿Has encontrado lo que estabas buscando?


—Sí, y mucho más —contestó. Pedro la miró con suspicacia y ella no pudo evitar una carcajada—. Lo único que no he encontrado en tus archivos es el número de pie que usas —bromeó. Quería que él se riera, que la situación fuera más ligera. Sin embargo él mantenía su mirada indescifrable y a Paula se le borró la sonrisa de la cara—. No voy a poder contigo, ¿Verdad? —preguntó aunque sonó más a afirmación. 


Recogió sus papeles y se dispuso a salir por la puerta. Pasó muy cerca de Pedro y sintió una atracción tan fuerte como la que había sentido la noche anterior en el establo. Ninguna mujer se podría resistir a un hombre tan sexy.


—¿Algún problema, princesa?


—No —logró decir antes de que sus mejillas comenzaran a arder.


—La cena estará lista en cinco minutos —gritó Pedro cuando ella estaba subiendo ya las escaleras de dos en dos. En cuanto cerró la puerta de su habitación se apoyó sobre ella.


Primero la noche anterior en el establo. Y en aquel momento en el despacho. Ése no era en absoluto el plan. Sentía curiosidad por Pedro Alfonso. Pero no solo en lo referente a Prairie Rose y a Navarro sino, más bien, el tipo de curiosidad que un hombre podía despertar en una mujer. Deseo. Y Paula no tenía ni idea de cómo encararlo sin dejar de hacer su trabajo adecuadamente. 

La Princesa: Capítulo 15

Pedro quería dejar de mirar aquellos labios rosas que lo tenían fascinado. Tenía que ignorarlos. Él era de los que pensaban que la confianza era algo que se ganaba, no que se daba por supuesto. Ya había tenido suficientes problemas con el rancho como para no poner precauciones.


—¿Quién sabe? Después de lo de ayer por la noche.


La señora Polcyk hizo un ruido con la sartén y Pedro y Paula se quedaron en silencio. Lo cierto era que él entendía perfectamente lo que había hecho ella la noche anterior. Pedro había pasado muchas noches de soledad en los establos. Pero era un nuevo día. Ya se había pasado la noche con sus sombras, el café y las confesiones. No podía haber nada personal entre ellos. No quería que ella supiera más de lo necesario y la idea de que rebuscara en sus archivos le hizo apretar la mandíbula. Pau era más que una simple emisaria. Aunque no sabía qué era exactamente lo que estaba buscando y ése era el problema.


—Había pensado que quizás te apeteciera dar una vuelta a caballo esta mañana. Así verías más del rancho.


Paula se controló para no suspirar. Había pensado que Pedro confiaría en ella después de la noche anterior, pero era obvio que no. La invitación a ir a dar una vuelta era simple diversión. Sabía que no quería estar mucho con ella y ese deseo era mutuo. Simplemente no quería que husmeara por el rancho. ¿Qué estaba escondiendo? Quiso preguntárselo, pero sabía que no iba a obtener respuesta. Se mordió la lengua para mantener las formas. Era razonable que ella quisiera revisar las historias de los caballos. Tenía que tomar las decisiones adecuadas para Navarro. Quería verlo todo antes de estampar su firma. Y él debía saberlo. Debía confiar en ella para dejarla realizar su trabajo.


—Me encantaría, pero en otro momento. Primero me gustaría hacerme una idea general de tu programa de crianza —contestó. Quería fechas, nombres, historiales.


—¿Y si me niego? —preguntó Pedro alzando un ceja.


—Entonces estoy perdiendo el tiempo —respondió con el corazón en la garganta y a punto de levantarse de la mesa. 


—De acuerdo —cedió él. Paula se detuvo y se sintió aliviada—. Acaba el desayuno, princesa. Cuando estés lista te buscaré lo que necesites.


Ella se quedó paralizada un instante. ¿Habría descubierto su verdadera identidad? Trató de recuperar la compostura. No había dicho nada que la delatara lo que significaba que… Estaba utilizando el apelativo de forma cariñosa. Cosa que a Paula tampoco le hacía ninguna gracia.


—Gracias —contestó mirándolo fríamente.


Sin decir palabra Pedro se levantó, recogió su plato y lo llevó al fregadero.


—Señora Polcyk, ¿He hecho algo malo esta mañana? —preguntó Paula cuando las dos mujeres se quedaron a solas en la cocina. 


Estaba desconcertada por el comportamiento tan brusco de Pedro. La noche anterior había llegado a ser amable y Paula había llegado a pensar que había estado a punto de besarla. La señora Polcyk le recordaba a la señora Pendleton, la esposa del dueño de Trembling Oak. Una señora que nunca se había dado aires de nada, siempre había estado liada en la cocina y le había encantado charlar con ella. Le resultaba más fácil preguntarle a la cocinera que a Pedro.


—Pedro es un hombre muy reservado, Paula. Eso es todo —le contesto dándole una palmada en la espalda después de rellenarle la taza de café.


—Pero… Pero yo estoy aquí para apoyar su negocio. No sé por qué ha tenido que montar este número solo porque quiera ver sus archivos. Necesito saber dónde están las crías de Ahab y cómo están resultando.


La señora Polcyk se sirvió una taza de café y se sentó en el sitio que Pedro había dejado libre.


—Yo creo que tú eres una buena chica, Pau, y no soy desconfiada como Pedro. Pero reconozco que tiene sus motivos para ir con pies de plomo.


—No me va explicar por qué, ¿Verdad?


—En este caso creo que no es una historia que te deba contar yo. Lo que sí que te puedo decir es que Pedro lo ha dado todo para convertir este rancho en lo que es hoy en día. Lo es todo para él.


—Lo comprendo. 

La Princesa: Capítulo 14

 —No te rías de mí —soltó ella.


—No me estoy riendo de tí —contestó acercándose a ella—. Es lo único con sentido que has dicho en toda la noche.


Paula lo miró a los ojos. Ya no recelaba de él y solo sentía una atracción muy fuerte.


—¿Fue muy duro? —preguntó Pedro en un susurro.


—Sí —murmuró ella.


—Lo sé —añadió él, y Paula tuvo ganas de preguntarle. Él le acarició la barbilla—. Gracias por contármelo. Explica muchas cosas.


Paula tragó saliva y trató de respirar, pero le costaba. Estaban muy cerca, casi podían besarse. Y sabía que no debía pensar en besarlo…


—Vamos a casa. Mañana va a ser un día muy largo —sugirió él. 


Paula trató de sonreír. Había dicho más de lo que había planeado… ¿Cómo podía haber mencionado Trembling Oak? Además había estado hablando con la yegua cuando él había entrado en el establo, ¿Habría oído algo? Pedro ya sabía demasiado. Tenía que tener mucho más cuidado. No más revelaciones en mitad de la noche. ¡De aquel momento en adelante solo negocios! 



Pedro levantó los ojos del desayuno al oír a Pau bajando las escaleras. La vió y volvió a mirar al plato. Prosiguió comiendo tratando de no hacer caso al cosquilleo que estaba sintiendo en el pecho. No podía estar deseando verla. No podía ser. Era ridículo. La noche anterior se había comportado como un loco. Había sido tonto y se había dejado embaucar. Al final se había emocionado con la historia que ella le había contado. Incluso había llegado a pensar en besarla. Un tonto. Un tonto por olvidarse de quién era Pau. Un tonto por haberse dejado distraer al ver sus lágrimas y finalmente un tonto por haber querido reconfortarla. De ninguna manera, ya había caído antes en aquella trampa.


—Buenos días —dijo ella.


—Buenos días —contestó él tratando de fingir desinterés—. El desayuno era hace quince minutos.


—Lo siento… Me he dormido.


—Pues yo no he dormido tan bien como tú —replicó Pedro.


—Lo siento mucho —respondió Paula desconcertada.


—No pasa nada, Pau —dijo la señora Polcyk que acababa de entrar en la cocina—. Siéntate. Pedro hoy se ha levantado con el pie izquierdo.


Pedro frunció el ceño. Aquél era el inconveniente de estar rodeado de mujeres que lo conocían desde que había sido un mocoso. Primero había sido Marta el día anterior y en aquel momento la señora P. Siempre lo trataban como a un niño. Apretó los dientes porque no iba a decir nada para llevarle la contraria. Habían pasado demasiadas cosas juntas como para hacerlo, pero tampoco le iba a pedir disculpas a Pau, a pesar de que supiera que se estaba comportando de forma poco razonable. Lo mejor sería mantener las distancias con ella.


—He pensado que quizás esta mañana podría echar un vistazo a tus archivos —comentó Paula mientras se untaba mermelada en una tostada.


—Tengo cosas que hacer.


—Me bastaría con que me indicaras el lugar.


—¿Indicarte el lugar? ¿Y dejarte sola? —preguntó él alzando una ceja.


—¿Qué crees que voy a hacer, Pedro? —preguntó.


 Se le cayó la tostada al plato mientras lo miraba atónita. 

La Princesa: Capítulo 13

Una vez en la oficina hizo un rápido inventario. Había un sofá viejo, una silla también muy vieja y un archivador de madera detrás del escritorio desgastado. Se sentó en la silla, ya que hacerlo en el sofá hubiera significado estar demasiado cerca de él. Pedro preparó dos cafés y le entregó uno.


—Bueno. Ha sido un día largo. Primero has llegado y antes de que termine la noche, aquí nos tienes —comentó en un tono afable.


—Lo siento. No suelo desmoronarme de esta manera.


—No me habías dado la impresión de ser una mujer que se derrumbe. Así que imagínate mi sorpresa al encontrarte merodeando en mis establos en mitad de la noche.


—No confías en mí.


—¿Lo harías tú si estuvieras en mi lugar?


—No —reconoció—. Sospecharía de cualquiera que necesitara estar cerca de mis caballos en medio de la noche. Solo puedo decir que mis  actos han sido completamente inocentes y que espero que me creas.


—¿Hay alguna razón para no creerte?


Paula lo miró y por un instante pensó en los secretos que guardaba.


—No, no la hay.


—Aquí casi todo el mundo nos conocemos. Hay gente a la que dejo entrar en mi círculo y gente a la que no. Pero a tí apenas te conozco. Todavía no he decidido si te voy a dejar entrar o no. Alguna verdad que otra vendría bien.


¿Entrar en su círculo? Eso era lo último que Paula quería.


—He venido aquí a realizar un trabajo.


—Es cierto —dijo cruzándose de piernas—. Pero por ahora tengo más preguntas sobre tí que respuestas y eso no me inspira mucha confianza que digamos.


—¿Confianza? El nombre de mi pa… Del rey Miguel debería bastar —corrigió Paula tratando de disimular el desliz.


—Como ya te dije antes, conozco lo suficiente a la caballería Navarro como para saber que Su Alteza busca solo lo mejor.


—En cualquier caso, ¿para qué necesitas este trato? —preguntó Paula alzando la barbilla.


—¿Bromeas? Los establos Navarro son conocidos en todo el mundo. Una alianza con la familia real de Marazur podría cambiarlo todo.


—Es evidente entonces que tú vas a ganar más que nosotros —dijo ella tras dejar la taza sobre la mesa y cruzarse de brazos—. Quizás no te convenga hacer tantas preguntas.


—¿Y si regresaras con las manos vacías? —preguntó Pedro alzando una ceja.


Paula palideció. Aquello no podía suceder. El trabajo era lo único que le quedaba. Tenía que demostrarle a su padre lo que valía y eso implicaba también demostrárselo a Pedro en aquel momento.


—El rey te ha enviado aquí. Reconócelo. Nos necesitamos mutuamente —añadió.


—¿Qué quieres de mí?


—Quiero saber por qué estabas llorando en mis establos en mitad de la noche.


—Es algo privado.


Pedro se puso de pie impaciente.


—Como tú quieras —dijo dándose la vuelta para salir por la puerta.


Paula no sabía qué decir, pero era consciente de que no podía dejarlo marchar.


—¡Pedro, espera! —dijo echando a correr hacia la puerta—. Espera.


Él se detuvo y la miró. Paula se volvió a sobresaltar. Se suponía que aquel viaje era un respiro. No había pensado que se iba a encontrar con un vaquero sexy dispuesto a cotillear en su vida y a chantajearla.


—Ya que insistes te diré que crecí en Virginia. Rodeada de caballos. Mi madre era contable en una granja. Así es como conocí a la madre de Pretty, Pretty Colleen. Estaba en Trembling Oak cuando yo era niña, antes de que la vendieran. Este sitio… Me recuerda a Trembling Oak.


—¿Echas de menos tu casa? —preguntó algo incrédulo.


—Sí… Pero hay más. Mi madre… —se detuvo ante el nudo que se le acababa de formar en la garganta—. Mi madre murió hace unos meses. Ha habido tantos cambios… —inspiró profundamente para recuperar fuerzas—. Tantos cambios que no he tenido tiempo para asimilarlo. Al llegar aquí hoy me ha venido todo de golpe. Y necesitaba estar con alguien… Con alguien que me entendiera.


—Pretty —señaló Pedro con una leve sonrisa.