Y luego no recordaba nada. El sueño se volvió a apoderar de ella. Sintió un suave tirón en el pelo y abrió los ojos para ver al inesperado visitante. La niña tenía un mechón de pelo de Paula entre sus dedos y parecía fascinada por la forma en que se enroscaba naturalmente en ellos.
—¿Cómo es que estás durmiendo en la cama de mi papá? —preguntó, con más insistencia esta vez.
—Bueno, es que necesitaba un sitio para dormir y tu papá me dejó usar su cama —eso sí lo recordaba.
—Oh. Y además llevas puesta su camisa —ella se miró comprobando que el camisón que llevaba no era la prenda de seda que había guardado para la noche de bodas. Recordó a Pedro ayudándola a desvestirse y la intensidad de sus ojos azules—. ¿Cómo te llamas?
—Paula, ¿Y tú?
—Camila Alfonso—se bajó de la cama y fue hacia el vestido de raso que estaba sobre la silla—. Es como un vestido de princesa de cuento —dijo con admiración.
—Es un vestido de novia —dijo con voz tensa.
—¿Se ha casado contigo mi papá? —Camila la miró con los ojos brillantes de esperanza—. ¿Eres mi nueva mamá?
—No, tu papá no se ha casado conmigo, cariño, y yo no soy tu nueva mamá —se sentó en el borde de la cama y esperó un momento a que la cabeza dejase de dar vueltas. Sentía haber chafado la ilusión de la niña y le ofreció el único consuelo que le vino a la mente—. Pero me gustaría ser amiga tuya.
—Vale —parecía satisfecha con aquel acuerdo y sonrió—. ¿Quiere decir eso que te vas a quedar aquí?
La verdad era que Paula no sabía lo que iba a hacer, y tenía la esperanza de ser capaz en las próximas semanas de descubrir qué nueva dirección tomaría su vida. Pero no importaba qué decisión tomase, ella dudaba mucho que esta incluyera quedarse en aquella casa con Pedro y su encantadora hija. Antes de que pudiera formular una respuesta, oyó pasos en las escaleras y su príncipe de la noche anterior entró en la habitación. A la luz del día y sin alcohol que la atontara llegó a la conclusión de que era aún más guapo de lo que ella recordaba. Llevaba unos vaqueros desgastados que se ajustaban a sus delgadas caderas y una camisa informal que se ajustaba a un pecho musculoso. Emanaba una masculinidad que hacía un tremendo contraste con la imagen de niño bien que potenciaban los amigos de Santiago. Aquel hombre era muy directo y con un gran atractivo físico. A pesar de que sus gestos eran reservados y distantes, su cálida mirada la recorrió, deteniéndose en su pelo despeinado, haciéndola muy consciente de que llevaba puesta la camisa de él. Su mirada se detuvo un instante en sus piernas desnudas y luego se volvió hacia Camila.
—Ah, estabas aquí, cachorrillo. Me preguntaba dónde te habrías escondido.
—Vine a hacerte la cama y me encontré a Paula durmiendo en ella — corrió hacia su padre y lo miró—. ¿Se puede quedar con nosotros? «Porfa».
—No es un perro vagabundo que te puedas quedar. Paula solo necesitaba un sitio donde dormir anoche y estoy seguro de que ahora que ha descansado se volverá a su casa. ¿Por qué no vas a la cocina? Ahora mismo bajo a preparar el desayuno.
Camila hizo lo que le había dicho y la habitación se quedó en silencio. La mirada de Paula coincidió con la de Pedro y se la encogió el estómago, no de náuseas sino con una sensación que la pilló completamente por sorpresa. Lo que menos necesitaba ella era tener que afrontar aquella inesperada atracción hacia un hombre que apenas conocía.
—Me imagino que «Cachorrillo» es tu hija.
—Sí, es mía. La llamo así porque desde que dió el primer paso me ha seguido a todas partes como un cachorrillo.
No era difícil imaginar a Camila siguiendo a su padre. Aunque el amor paterno de Pedro era inconfundible y la devoción de su hija era igual de fuerte, no había ningún parecido físico entre ellos.
—Camila debe parecerse a su madre —dijo expresando en voz alta sus pensamientos y también por hablar de algo.
—La verdad es que no —murmuró él en un tono cortante que no invitaba a hacer más comentarios sobre la madre de Camila, y Paula decidió que lo mejor era abandonar aquel tema que parecía ser delicado.
—Bueno, tu hija es encantadora y muy precoz. Pensó que tú y yo nos habíamos casado.
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