martes, 23 de julio de 2024

Secreto: Capítulo 34

Pero él se comportaba como un caballero y ella se aferraba a la convicción de que ella no era buena para él porque no podría ser lo que él y Camila necesitaban de forma permanente. A pesar de sus deseos, Paula aceptaba que aquello era solo un acuerdo temporal. Cuando acabó el bocadillo, decidió que era ya hora de volver al trabajo.


—Ya que estás aquí podías decirme cómo introducir en el ordenador los informes trimestrales para hacienda.


—Ah, algo para estimular el cerebro. Me encantará.


Retiraron los restos del almuerzo y Carolina se sentó al lado de Paula mientras ésta le explicaba.


Una hora más tarde Pedro entró en la oficina y frunció inmediatamente el ceño al ver a su hermana sentada frente al teclado del ordenador. 


—¿Qué estás haciendo aquí, Carolina?


—Estaba almorzando con Paula.


—A mí me parece que estás trabajando.


—Dado que ha vuelto el inquisidor, me marcho —sonrió a Paula—. Estar fuera de casa fue divertido mientras duró —Paula le alargó la cesta.


—Gracias por el almuerzo y por tu ayuda.


—Siempre que… —Carolina tomó aire con los ojos abiertos por la sorpresa y luego se llevó la mano al vientre—. Dios mío.


—¿Qué pasa? —preguntaron Paula y Pedro al mismo tiempo.


Carolina miró hacia abajo y ellos siguieron su mirada; encontraron un charco de líquido en el suelo. Volvió a levantar la mirada riendo nerviosa.


—Creo que acabo de romper aguas.



Sentada en la sala de espera del hospital, Paula tomaba café mientras miraba a Pedro, que caminaba arriba y abajo delante de donde estaba sentada ella con la cabeza de Camila sobre el regazo. Él había insistido en llevar a su hermana al hospital a toda prisa, prometiendo que avisaría a su marido para que Javier pudiera encontrarlos cuando llegase. Paula cerró la oficina, recogió a Camila de su curso y se encontró con Pedro en el hospital. Y allí llevaban seis horas esperando. Habían cenado en la cafetería y Javier los había informado de los progresos. Camila se había aburrido de la espera y, cuando apoyó la mejilla en el muslo de Paula, ella supo que antes o después se quedaría dormida. Tardó menos de cinco minutos. El padre de Camila, sin embargo, era un manojo de nervios. No podía sentarse tranquilamente, al cabo de un rato volvía a levantarse y seguía caminando. Llegó al otro extremo de la sala y se dirigió hacia ella.


—Si Carolina se hubiera quedado en casa descansando, que es lo que tenía que hacer, esto no hubiera sucedido.


Llevaba diciendo lo mismo desde que ella había llegado al hospital.


—Carolina se hubiera puesto de parto en casa, Pedro —intentó razonar con él por enésima vez—. Esos mellizos están listos para nacer.


—Pero no le tocaba hasta dentro de tres semanas. 

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