—¿Y cómo es que te pasas el día en la oficina en lugar de ir a supervisar las obras?
—Federico prefiere el trabajo de campo y la supervisión directa, y yo me quedo en la oficina para hacer los presupuestos, pujas y contratos para poder estar cerca de casa por Camila.
—¿Dónde está tu madre?
—Se fue a Iowa hace cuatro años a vivir con su hermana. La vemos una o dos veces al año y yo le mando a Camila de visita.
—Tu hija tiene suerte de tener tanta gente que la quiera, especialmente después de haber perdido a su madre siendo tan pequeña.
Él la miró durante un buen rato, había algo fieramente protector en su mirada.
—La muerte de Ángela no la afectó mucho si tenemos en cuenta que no estuvo por aquí tiempo bastante como para crear un vínculo maternal con ella. La única prioridad de Ángela era satisfacer sus propios deseos egoístas y no pensó mucho si sus acciones podían afectar a su hija o ni siquiera al hombre con el que se había casado.
El tono helado de su voz, el resentimiento que había en su expresión, hizo que Paula sintiera un escalofrío. A juzgar por lo egoísta que había sido Ángela no le extrañaba que Pedro no confiara en las mujeres. Se dió cuenta de que había capas más profundas y no podía evitar preguntarse qué había pasado entre ellos, pero no quería destapar aquellos sentimientos. Él miró su reloj y cambió de tema.
—Son casi las dos, ¿Por qué no lo dejas ya y vas a buscar a Camila a su curso de verano? —Sacó unas llaves—. Estas son las llaves de una de las furgonetas de la empresa hasta que puedas comprarte un coche.
—Gracias. Te veré en la casa dentro de un rato, ¿No?
—Me quedaré trabajando hasta tarde en un presupuesto para mañana. Federico llegará probablemente antes que yo y él cuidará de Camila hasta que yo llegue.
Ella se dió cuenta de que era una excusa, pero como sabía cuáles eran sus razones no insistió. Había conseguido no encontrarse con Paula el día anterior, pero aquel día no iba a ser tan afortunado. Federico se había dado cuenta de que intentaba evitar a Paula y lo informó de que no pensaba ser su chivo expiatorio todas las noches de la semana.
Apretando los dientes, Pedro subió las escaleras del porche. Bastante malo era pasarse el día con Paula en la oficina, siendo consciente de cada movimiento que hacía y del aroma ligero a flores que dejaba a su paso. Entraba con frecuencia en su despacho para hacerle preguntas y entablaba con él una conversación ligera siempre que era posible. Era rápida y eficaz con el trabajo y lo distraía tanto como él había temido. Entró en la casa y aspiró el aroma de algún guiso con especias. El olor le hizo la boca agua y recordó que se había saltado el almuerzo. Recordó también que la noche anterior, cuando llegó a casa, encontró un estofado de patatas y carne que había preparado Paula y que había dejado para la cena de la familia. El guiso sencillo había sido un placer comparándolo con las cenas rápidas que solía preparar él por las noches. Siguió aquel aroma hasta la cocina, y se detuvo al encontrar a Paula de pie ante la cocina removiendo una sustancia espesa y aromática que bullía en la cazuela. La segunda cosa que notó fue que ella se había cambiado de ropa y llevaba un bañador de una pieza y un pareo corto que dejaba ver sus piernas largas hasta los pies descalzos. Llevaba las uñas de los pies pintadas de rosa pálido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario