—¿Por qué tienen las caras rojas y arrugadas?
—Los recién nacidos tienen ese aspecto durante un par de días —dijo Paula antes de que Pedro pudiera dar alguna explicación—. Estoy segura que cuando los veamos en casa de tu tía Caro se les habrán quitado las arrugas.
Camila los miró durante un momento, luego levantó la cabeza hacia Paula.
—¿Y tú cuándo vas a tener un niño?
A Paula se le pusieron los ojos redondos y Pedro observó cómo se llevaba la mano distraída a su liso vientre, pero pronto se recuperó.
—Puede que algún día, cuando encuentre un príncipe encantador que me quiera.
Aquello no solo atrajo la imaginación de la niña sino que también Pedro recordó la noche en que había conocido a Paula y lo que ella le había contado de sus deseos de encontrar un príncipe encantador y ser felices y comer perdices. Ella merecía esa clase de estabilidad y felicidad, cualquier mujer lo merecía, pero él no era el hombre que pudiera proporcionarla, no importaba lo mucho que Paula lo atrajera. No podía ofrecer ese tipo de promesas a ninguna mujer después de lo que le había pasado con Ángela. De todas formas, ella estaba empezando a ser algo más que una responsabilidad muy atractiva que le había caído encima.
—Me gustaría tener por lo menos tres o cuatro niños algún día —le dijo a Camila con una sonrisa traviesa.
—¡Caramba! Tu tripa será el doble de grande que la de tía Caro.
—Bueno, me gustaría tenerlos de uno en uno, no todos de una vez — rió Paula.
La niña volvió a mirar a los bebés. Con la diversión aún brillando en sus ojos por el entusiasmo de Camila con los recién nacidos, la mirada de Paula se cruzó con la de Pedro. Él le devolvió la sonrisa y se metió las manos en los bolsillos del pantalón.
—Así que quieres tener todos esos niños, ¿No?
Aunque era una pregunta hecha por curiosidad, no pudo evitar la imagen que se formó en su mente de hacer un bebé con Paula, de ella suave y cálida debajo de él y de los suaves suspiros que ella daría cuando por fin se unieran…
—Sí, quiero todos esos niños. Crecí sin hermanos y siempre deseé tener alguno para poder jugar.
—O para discutir y pelear.
—También para eso. Siempre me sentí muy sola por ser hija única.
Él se preguntó si Camila se sentía así, sola, pero se dijo que su hija tenía ya dos primos que llenarían el hueco de los hermanos.
—¿Quería tener hijos Santiago?
Paula se encogió de hombros con un gesto que no encajaba con el tono de despreocupación con el que se esforzaba en hablar.
—Estoy segura de que hubiéramos tenido una familia.
—¿Por que eso era lo que se esperaba de tí y formaba parte del propósito para el que servías a Santiago?
Ella lo miró fijamente durante un rato, en sus ojos había tristeza. Él pensó que ella se escaparía del tema que él había planteado, pero sorprendentemente no lo hizo.
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