El recuerdo de la traición de su esposa muerta le hizo tomar perspectiva. Al igual que Ángela, Paula había escapado del compromiso y de las ataduras en busca de independencia y libertad, y aunque él no conocía las razones por las que Paula había salido huyendo de su boda, su falta de interés en solucionar los problemas que hubiera podido tener con su novio era suficiente para convencer a Pedro de que la estancia de aquella mujer en Danby era temporal, hasta que apareciera algo mejor y más excitante.
—Si te vas a quedar en Danby más vale que me vaya acostumbrando a que nos encontremos.
—Supongo que sí —ella levantó la barbilla mostrando un rasgo terco en su personalidad, que él admiraba y lo molestaba al mismo tiempo.
Su cabello ondeó con el movimiento, una cascada indomable de rizos que lo atraían. Sin pensar en las consecuencias y olvidando el sermón que se acababa de decir a sí mismo, alzó la mano y le colocó con suavidad un rizo detrás de la oreja. Pasó los dedos sobre su suave mejilla y luego apretó el pulgar sobre el lunar que tenía en el lado izquierdo de la boca. Ella suspiró y lo miró a los ojos insegura. Se dijo a sí mismo que tenía que retroceder, que dejarla en paz. Pero entonces recordó su sabor y toda lógica desapareció, reemplazada por un hambre y una necesidad que barrió todo pensamiento excepto su deseo de volver a besarla. Ella parecía haberse quedado muda y no protestó cuando él le puso la mano en la nuca y utilizó el pulgar para levantarle aún más la barbilla. Abrió los labios, pero no para hablar, parecía estar completamente sincronizada con él. A pesar de sus diferencias y de la discusión ella también lo deseaba. Él bajó la cabeza… Y en aquel momento la puerta delantera se cerró de un portazo. Paula saltó hacia atrás, y él la soltó, dándose cuenta de que las cosas habían estado a punto de ir muy lejos. Ella se sonrojó, avergonzada de su conducta. Antes de que hubiera podido decir una sola palabra, Federico entró en la cocina. Ella se sentía agradecida por la súbita aparición de Federico. Si no hubiera sido por él estaba segura de que se hubiera dejado arrastrar por ese deseo que flotaba entre ellos, un tipo de atracción muy peligroso y que ella no estaba preparada para manejar, no importaba lo deseable y femenina que él la hacía sentir. No se iba a quedar en Danby para hacer más graves sus errores y definitivamente no estaba buscando ninguna clase de relación con un hombre, por más que la atrajera. Tenía demasiadas cosas que resolver y un oscuro secreto que no agradaría a ningún hombre. Miró a Federico y consiguió sonreír, aunque un poco forzadamente. Él miró con suspicacia pero no hizo ningún comentario y habló directamente con su hermano.
—Voy al almacén a comprar abono para césped. ¿Necesitas que te traiga algo de la ciudad?
—No, pero puedes llevar a Paula cuando vayas.
—¿Eh?
—Quiere comprar unas cuantas cosas en Kate's Korner.
—Y si me puedes aconsejar un sitio para quedarme. También me vendría bien que me acercaras allí.
—Llévala a Elisa Vee —dijo Pedro con brusquedad.
Federico asintió y, ante la mirada inquisitiva de Paula, explicó:
—Elisa Vee es una amiga de la familia. Es viuda, tiene una casa grande de dos pisos y alquila habitaciones en el piso de arriba.
—Eso será perfecto.
—Muy bien, entonces Elisa Vee. Estoy en la puerta, cuando quieras nos vamos.
Salió de la casa y reinó un tenso silencio. Paula fue la primera en romperlo.
—Voy a recoger mis cosas de tu cuarto y me marcho con Federico —se acercó a él y le tendió la mano de manera muy formal—. Gracias de nuevo, Pedro, por todo.
Él dudó un instante y luego le tomó la mano, haciendo que su intento de saludo impersonal se quedase en nada. Ella tembló sorprendida del efecto que le provocaba su contacto. Él apartó la mano, cortando la conexión, como si temiera que ese simple roce le pudiera llevar a… Otra vez.
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