—Yo crecí en una familia muy unida, con el amor de mis dos padres y era reacio a concederle su deseo, pero lo hice porque los dos éramos muy desgraciados. Pero no estaba dispuesto a darle la plena custodia de Camila como quería, porque sabía que era solo un intento vengativo para hacerme daño. Es y siempre será mi hija, mi nombre está en su certificado de nacimiento y yo estaba decidido a luchar por ella. Y lo hice, aunque significó una batalla legal desagradable y amarga.
Paula se mordió el labio inferior, incapaz de imaginar el sufrimiento que él había soportado, solo por su hija. Le dolía que Ángela lo hubiera tratado tan mal, siendo un hombre tan íntegro y honorable.
—Y entonces, cuando el tema de la custodia quedó arreglado, Ángela murió en un accidente de coche. Le fallaron los frenos y chocó contra un árbol, y debido a la enemistad que había entre los dos la policía me interrogó como sospechoso.
—Oh, Pedro —la incredulidad de su voz era evidente.
—Como te puedes imaginar, en la ciudad hubo un gran revuelo con aquel escándalo. Nadie creía de veras que yo pudiera hacer una cosa así, pero fue tema de cotilleo y yo fui el centro de todas las especulaciones, hasta que se limpió mi nombre.
De pronto, Paula se dió cuenta de que le dolía respirar. Se encontró abrazada fuertemente a un cojín y se dio cuenta de que el peso que Ángela había arrojado sobre la familia Pedro se parecía demasiado al que ella podía arrojar si alguna vez se llegaba a conocer su pasado. Mientras trataba de calmar sus propios temores no podía pasar por alto el dolor que había en los ojos de Pedro y no pudo contener el impulso de pasarle la mano por la mejilla en una suave caricia.
—Siento que tuvieras que pasar por todo eso —murmuró.
Él le sujetó la mano cuando ella iba a apartarla. No dijo nada, solo la miró durante un buen rato, acariciando su muñeca con el pulgar, derritiendo su determinación de mantenerlo a distancia. Se aferró al cojín como si fuera un salvavidas. La atmósfera se cargó con una sensualidad que le quitaba el aliento. Se dió cuenta demasiado tarde de que nunca debió atreverse a tocarlo, sabiendo que un gesto tan simple tenía consecuencias tremendas con Pedro. Aunque no había nada simple en aquel deseo que flotaba entre ambos, nada corriente en la necesidad que sentía de él.
—¿Pedro? —su voz temblaba.
—Quiero besarte —murmuró roncamente—. Quiero probar algo que sea bueno y puro… Quiero algo que me haga olvidar.
Paula tragó saliva, incapaz de negarse. Ella también quería olvidar,solo por un rato, que nunca podría ser el tipo de mujer que él necesitaba en su vida.
—No deberíamos.
—Los dos nos lo hemos estado negando demasiado tiempo —se volvió hacia ella, tomó su mano y se la llevó al pecho para que pudiera sentir los fuertes latidos de su corazón—. Me estaba volviendo loco intentando resistirme. Solo un beso…
Inclinó la cabeza y puso su boca sobre la de ella, suave, lenta, y persuasivamente. Su lengua acarició el labio inferior de Paula y, con un gemido, ella se rindió. Él se deslizó dentro, y Paula lo acogió, besándolo con el mismo entusiasmo. Él le acarició el hombro, la espalda y la cadera. Al encontrar el cojín se lo quitó y lo tiró al suelo. Entonces ella le pasó los brazos alrededor del cuello. Poco a poco él la fue acercando, moviendo sus cuerpos hasta que la tuvo debajo de sí en el sofá. Con la boca aún pegada a la de ella, se colocó encima y puso uno de sus muslos entre los de Paula. Sus caderas se rozaban íntimamente y ella sintió su erección, algo que la excitó más aún. Nunca antes había sentido aquel placer físico, aquella necesidad emocional por un hombre. Y quería que aquello siguiera y siguiera… Tenía una mano en su cabello, mientras que con la otra le desabrochaba el vestido, hasta que la tela se separó y él cubrió con su palma uno de sus pechos. Ella gimió y él siguió besándole la mandíbula, la garganta, siguió por el pecho y luego siguió bajando… Paula sintió pánico porque, a pesar de que deseaba locamente a Pedro, no estaba dispuesta a entregar su último reducto de respetabilidad. No sin amor.
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