martes, 9 de julio de 2024

Secreto: Capítulo 19

Maldito Federico, pensó Pedro irritado. Su hermano sabía muy bien lo que estaba haciendo cuando le habló del nuevo trabajo de Paula y del acoso de Guido. Estaba claro que Federico pensaba que Paula necesitaba un protector y que creía que él era la persona indicada para la tarea. A lo mejor no le hubiera importado tanto si su mujer no lo hubiera quemado. Sabía que enredarse en los problemas de otra mujer no haría ningún bien al tipo de vida estable y tranquila que había conseguido hacer para Camila y para él.


El estacionamiento de Leisure Pointe estaba tan lleno como había estado el sábado por la noche. Y Pedro supo que al igual que la otra vez él pasaría la tarde intentando proteger la virtud de Paula de los parroquianos más indeseables que frecuentaban el establecimiento. Maldijo una vez más la intromisión de su hermano, y su propia debilidad ante aquella mujer. Aquella misma mañana se había jurado no verse envuelto con Paula y los peligros de su empleo, que no le importaba lo que le pudiera pasar y que no tenía ningún tipo de obligación hacia ella. Y, sin embargo, no había podido pensar en todo el día en nada más que en ella, y por la tarde lo invadió el sentimiento de culpa. A pesar de no querer sentirse responsable, sabía que si le pasaba algo que él hubiera podido evitar no se iba a perdonar nunca por no haber hecho caso a la insinuación de Federico y a su propio instinto masculino.


Una vez que Federico hubo salido de casa para recoger a Emma, Pedro se había puesto inmediatamente en acción. Llamó a Carolina para que cuidase a Camila unas horas, la dejó en su casa y se fue a Leisure Pointe. Una vez allí volvió a cuestionarse su cordura, que parecía haberse tomado últimamente unas vacaciones. Entró en el bar y echó una ojeada alrededor, y vió a Paula con unos estrechos vaqueros y una bandeja de bebidas dirigiéndose hacia un reservado. Se inclinó para servir a la pareja que estaba allí y Pedro sintió que le subía la presión arterial. Y también que, como Federico le había indicado, la mitad de la población masculina que había en el bar también estaba apreciando la figura de Paula. Tenía una sensualidad tan natural, en sus gestos y su manera de moverse, y sin embargo no parecía darse cuenta de su atractivo. Se sentó en una pequeña mesa que estaba en una esquina en la que pasaba desapercibido y esperó a que Paula o Sofía fueran a servirle la bebida, preparándose para una larga noche de vigilancia. Miró a los clientes. Su gesto se hizo más duro al divisar a Guido sentado con un grupo de jóvenes.


—Santo cielo, no me gustaría ser la persona a la que estás mirando con esa cara.


Levantó la vista y vió a Paula de pie a su lado con una pequeña bandeja y una sonrisa amistosa. No perdió el tiempo con charla cortés.


—Paula, ¿Qué estás haciendo aquí?


—Estoy trabajando —dijo ella con naturalidad, sin que le afectara la dureza de su tono de voz. Sacó un cuaderno y un bolígrafo del delantal y lo miró, lista para tomar nota—. ¿Qué vas a tomar?


—Una cerveza —dijo automáticamente y luego siguió con su tema—. ¿Por qué aquí?


—Porque Cristian necesitaba otra camarera, yo necesitaba un trabajo y el sueldo es decente. Y si necesitas más razones personales tengo que pagar el alquiler a Elisa Vee, estoy buscando un coche de segunda mano para no tener que venir andando al trabajo y tengo más cuentas que pagar. Bastante sencillo, el trabajo significa dinero. 

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