martes, 30 de julio de 2024

Secreto: Capítulo 41

Él pareció sentir sus dudas y detuvo su exploración. Con una delicadeza que se contradecía con la tensión sexual que recorría su cuerpo, volvió a colocarle bien el vestido.


—¿Demasiado y demasiado pronto?


Incapaz de hablar, ella asintió con la cabeza. Él se sentó y la ayudó a sentarse. Estaba sonrojada y se alisó la falda con los dedos con mucha concentración. Él sujetó su mano y ella no tuvo más remedio que mirarlo a los ojos.


—Paula… Estoy cansado de luchar contra lo que hay entre nosotros. Tú eres la primera mujer que he deseado de verdad en mucho tiempo, y estoy pensando… Que quizá deberíamos tomarnos esto con calma y ver dónde nos lleva.


Su primer instinto fue decir que no, escuchar la voz que le decía dentro de su cabeza que ella no era la mujer adecuada para él. Que permitir que entrase más en su corazón era una completa estupidez. Pero había un brillo de esperanza en la mirada de él, y su propio anhelo por lo que le ofrecía le dio el valor para decir la palabra que le permitiría creer durante un tiempo que aquel príncipe encantado era el suyo.


—Sí —susurró, esperando que sus anhelos egoístas no acabaran por hacer daño a las dos personas que tanto habían llegado a significar para ella. 



—¡Atrapé uno! ¡Atrapé uno! 


La voz alegre de Camila espantó a una bandada cercana de pájaros, que salieron volando en todas direcciones. La niña estaba de pie a la orilla del lago donde habían pasado la tarde del domingo, con una caña de pescar en la mano y una enorme sonrisa en la cara.


—¡Mira, papá, Paula, es un pez muy grande y lo he atrapado yo sola!


La risa de Paula, cálida y suave, envolvió a Pedro como la brisa de la tarde. Se estaba acostumbrando a aquel dulce sonido y a pasar tiempo con ella. Se levantó de la manta que compartían a la sombra de un árbol y se encaminó hacia su hija.


—Muy bien hecho, cachorrillo —el pez no medía más de doce centímetros, pero era el más grande que Camila había pescado nunca—. Debe haber sido por ese sabroso gusano que pusiste en el anzuelo.


—Creo que tienes razón, ¿Podemos tomarlo para cenar?


—Parece ser de una sola ración. Podemos hacerlo para tu cena. Lo limpiaré en casa, ¿Quieres intentar pescar otro?


—Mejor más tarde. ¿Puedo ir a hacer un ramo de flores de las que están en ese prado?


—Vale, siempre que no te alejes mucho.


—Quiero hacer una corona de margaritas para Paula —le dijo en secreto y luego se fue dando saltos.


Cuando volvió a la manta junto a Paula ella estaba tumbada boca arriba mirando al cielo. Él se tumbó boca abajo junto a ella y se apoyó en los antebrazos, a unos centímetros de distancia. Se puso a pensar que podía mirarla durante horas sin cansarse. Un mes antes no se hubiera creído capaz de tener esos sentimientos hacia una mujer. Y menos hacia ella. Pero desde la noche en que habían hablado de Ángela se había formado entre ellos un vínculo que se hacía más fuerte cada día. Sentía constantemente la necesidad de estar con ella, de ver su sonrisa y oír su voz en el trabajo y de verla en casa por las tardes. Por la noche, después de cenar y de acostar a Camila, animaba a Paula a que se quedase un poco más. Se sentaban juntos en el sofá comiendo palomitas y viendo la televisión o charlando de tonterías o de cosas personales. Su relación seguía siendo secreta, pero se había hecho más romántica tanto en el plano físico como en el emocional. 

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