—Tú eres una de las mujeres más respetables que conozco, Paula. A pesar de ser terca e independiente, eres atenta y generosa, y estoy empezando a pensar que Santiago fue tonto al dejarte ir.
—Santiago tenía sus razones para acabar con la relación.
Había mucho más. Podía ver el dolor en sus ojos y en su expresión, pero sospechaba que si insistía ella se apartaría. Fuera lo que fuese, quería que ella confiase en él y le contase la verdad. Por eso no dijo nada, le acarició el pelo y sonrió. La tomó por la cintura y la atrajo hacia sí. Inclinó lentamente la cabeza y la besó. Aunque deseaba devorarla, le dejaba a ella marcar el ritmo y él lo seguía. Habían compartido ya muchos besos y estaban en sincronía; sabían qué era lo que excitaba al otro. Pero él mantenía su deseo controlado sabiendo que su hija estaba cerca. Con un suspiro, ella terminó el beso y le puso la mano en el corazón para sentir sus latidos.
—Me podría acostumbrar a esto.
—Yo también.
—¡Paula! ¡Tengo una cosa para tí!
Paula se sobresaltó al oírla e intentó soltase, pero él la mantuvo sujeta por la cintura. Ella lo miró con desesperación.
—No es momento de jugar. Camila nos va a ver.
—¿Y qué tiene de malo?
Ella abrió la boca y volvió a cerrarla. Lo miró, aparentemente incapaz de encontrar un argumento sólido. En sus ojos bailaba una pregunta «¿Qué había querido decir con eso?» Él respiró hondo y depositó una fe completa en sus sentimientos hacia Paula.
—No quiero que nos andemos escondiendo para estar juntos. Y no quiero ocultar el hecho de que nos vemos —no había otra mujer en su vida y estaba cansado de luchar contra sus sentimientos hacia ella; quería que todo el mundo supiera que aquello era así.
Ella se quedó atónita y se sentó, obligándolo a él a sentarse en el momento en que llegaba la niña, excitada y sin aliento.
—Adivina lo que he hecho para tí —le dijo a Paula, manteniendo su sorpresa escondida en la espalda.
—A ver. ¿Una manta de margaritas?
—Muy cerca —le entregó el regalo con una reverencia—. Tachan. Una corona de flores. La hice especialmente para tí.
—Es preciosa, cariño —se sintió conmovida por el gesto de Camila—. ¿Quieres hacer los honores y ponérmela?
—Claro. Estás muy guapa, Paula, pareces una princesa —se arrodilló frente a ellos y tomó la mano de Pedro para ponerla sobre la de Paula—. Papá puede ser tu príncipe y viviremos felices y comeremos perdices.
—Sería muy bonito —Paula consiguió sonreír, aunque era evidente para Pedro que no creía que aquel final feliz fuera posible.
Paula bajó las escaleras de puntillas para no despertar a Elisa Vee en su incursión de medianoche a la cocina. No podía dormir después de su conversación con Pedro y decidió que un postre era lo que necesitaba para tranquilizar su alma. Se llenó un cuenco de helado de vainilla y lo cubrió con crema de chocolate. Se sentó a la mesa de la cocina, lo probó e intentó calmar las preocupaciones que la atormentaban. Si él quería hacer pública su relación ella tendría que tomar decisiones que había estado evitando desde que llegó a Danby. Decisiones difíciles que podían cambiar todo lo que había entre ellos, para mejor o para peor, dependiendo de su reacción cuando conociera su pasado. El riesgo de decirle la verdad era alto y ella lo sabía. Estaba ocultando una parte de su pasado a Pedro y aunque su secreto no era tan terrible como el de su primera mujer, podía herir a su familia si la información aparecía de otra manera. Y, además, estaba su propia reputación y la posibilidad de perder la respetabilidad que había ganado a causa de Pedro y la aceptación de la ciudad. Por fin sentía que pertenecía a un lugar, que era libre de ser quien era sin las pretensiones que su madre había intentado inculcarle o el tipo de apariencia refinada que Santiago había necesitado para completar su imagen. En Danby era solo Paula Chaves y estaba orgullosa de serlo, y la idea de perder aquello le impedía respirar… Así como el temor de que Pedro no se sintiera atraído por ella al conocer su secreto. Pero tenía derecho a saberlo, a saber por qué había posado para un catálogo de lencería. Tenía derecho a decidir si quería a una mujer con un pasado tan poco respetable. Él había sido sincero con ella y merecía que ella hiciera lo mismo. Porque estaba enamorada de Pedro y anhelaba ser querida y respetada por él. Y, si quería tener algún futuro con él, tenía que decirle la verdad y Pedro tenía que entender sus razones y no juzgarla por algo que ella había tenido que hacer. Llevó el cuenco a la pila, lo lavó y respiró hondo. Solo quedaba encontrar el momento oportuno para desnudar su alma.
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