—Los dos nos servíamos mutuamente para un propósito —admitió, y no parecía orgullosa de ello—. Pedro… Santiago era mi esperanza de respetabilidad.
Lo dijo en voz muy baja, casi un susurro, pero no había forma de negar lo que él había oído. Se sintió confuso, a pesar de que sus palabras le encogieron el corazón.
—¿Qué es lo que te hace creer que no eres respetable? —preguntó en voz igualmente baja.
—Es mejor para tí que no lo sepas —dijo con una sonrisa temblona. Luego, como si le doliera demasiado, se volvió hacia los bebés, señalando al que tenía la manta azul que había conseguido sacar un brazo y lo acababa de mover—. Mira, Camila, me parece que Nicolás te está saludando.
—¡Lo he visto! ¿Lo has visto papá?
—Sí, cachorrito, lo he visto —dijo con voz grave. A decir verdad, lo único que podía ver en aquel momento, sentir en aquel momento, era el dolor de Paula.
Y aquello no era nada bueno. En absoluto. Siento llegar tan tarde. Paula cerró la novela rosa que estaba leyendo y la dejó en la mesa que estaba junto al sofá cuando Garrett entró en el cuarto de estar. Eran las ocho y veinte de la noche, mucho más tarde de lo que ella solía quedarse, pero no le importaba. Prefería estar en casa de Pedro que secuestrada en su habitación solitaria en la casa de huéspedes.
—No hace falta que pidas disculpas —lo recibió con una cálida sonrisa—. ¿Ha ido todo bien en tu reunión de San Louis?
—Sí —se sentó en una silla, cerca de ella—. Me llevó más tiempo del que creía discutir las cifras del presupuesto pero conseguimos la obra. Contenta por él, le puso la mano en el brazo, sin dar mucha importancia al gesto hasta que lo hubo hecho.
—Es una noticia estupenda.
Él respiró hondo, su mirada saltó de la mano de ella a sus ojos y una corriente sensual se estableció entre ellos. Paula sentía bajo sus dedos la piel cálida de él, la contracción de los músculos que indicaba que la caricia la afectaba mucho más de lo normal para un roce tan leve. En las últimas semanas habían estado evitando la proximidad e intentando mantener una relación profesional. Pero no había forma de negar la necesidad que sentía, un deseo que se iba haciendo cada vez más difícil de resistir. Siguiendo la ruta segura de protegerse de esas emociones, apartó la mano y Pedro también hizo un esfuerzo para recobrar la compostura.
—Esto está muy silencioso, ¿Dónde está Camila?
—Tu hija ha tenido un día agotador, la acosté a las ocho, después de su baño. Se quedó dormida en unos minutos.
—¿Y Federico? —preguntó recostándose en la silla.
—¿Necesitas preguntarlo? Ha salido con Emma.
—Claro —sonrió divertido—. ¿Qué hicieron Camila y tú esta tarde?
La conversación fue cómoda y predecible, todas las tardes seguían el mismo ritual, que les hacía sentir como si llevaran haciendo lo mismo durante años, en vez de unas semanas. Lo único era que al final de la tarde cada uno se iba por su lado en vez de tomarse de la mano y subir juntos las escaleras hacia el dormitorio.
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